Recomiendo:
0

Ruiz-Gallardón quiere vulnerar la libertad del banquero Botín para dormir en la calle

Fuentes: Rebelión

El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, ha hecho pública su intención de reclamar una normativa estatal que permita a los ayuntamientos españoles obligar a los sin techo a salir de la calle. Acabaría así con uno de los sacrosantos principios de liberalismo, en virtud del cual no se podría prohibir al banquero Botín dormir en […]

El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, ha hecho pública su intención de reclamar una normativa estatal que permita a los ayuntamientos españoles obligar a los sin techo a salir de la calle. Acabaría así con uno de los sacrosantos principios de liberalismo, en virtud del cual no se podría prohibir al banquero Botín dormir en un parque o en el recinto de un cajero automático. Es más, puesto a ello, Ruiz-Gallardón le confiscaría al mismísimo Diógenes de Sínope la tinaja en la que el filósofo dormía en pleno centro de Atenas.

En defensa de su propuesta para que el Parlamento español apruebe una ley que permita a los policías retirar a los indigentes de la calle, Ruiz-Gallardón afirma que responde a una cuestión de dignidad, y no de estética de la ciudad. El alcalde cuantificó el número de personas que diariamente duermen en las calles en la ciudad de Madrid: entre 500 y 600 personas. De ellas, un 40% «tiene problemas mentales o de adicciones».

Las calles de Madrid son un ejemplo de la precariedad instalada por la políticas neoliberales. Hay un pobre pidiendo en la puerta de cada supermercado, un desharrapado en cada semáforo intentando vender pañuelos de papel a los conductores Y hay mendigos durmiendo entre cartones en los parques, en los bancos, en los recintos de los cajeros automáticos de los bancos que han originado la crisis económica.

En un Estado digno tal vez se pudiera plantear la oportunidad de prohibir la mendicidad, que afea las calles y las conciencias. Pero una prohibición de esa índole sólo podría fundamentarse en la garantía de que todo ciudadano contaría con una renta mínima, viniese esta del mercado o del Gobierno. El problema es que no vivimos en un Estado digno, sino en un Estado que, más que de derecho, es de esa derecha dura a la que Ruiz-Gallardón representa, por mucho que se atavíe de moderno.

Las declaraciones del alcalde han servido para que su correligionaria Esperanza Aguirre se desmarque: «No soy amiga de las prohibiciones. Hay muchos ciudadanos que consideran que se estaría muchísimo mejor durmiendo en un albergue que durmiendo al raso y, sin embargo, hay otros que no lo estiman así. Eso no quiere decir que, por opinar eso, que nos parece a todos muy raro, vayamos a privarles de sus derechos. El hecho de que no quieran aceptar esos servicios municipales es algo que muchos no compartimos y no comprendemos, pero es un hecho real, no hay que asomarse a la calle, no ya en Madrid, en todas las ciudades más avanzadas del mundo», explicó la condesa.

La presidenta de la Comunidad de Madrid, que utiliza a su antojo el presupuesto público, es, sin embargo, una liberal de boquilla, que no pierde ocasión de entonar alguna jaculatoria de la doctrina. En este caso, la libertad de dormir en la calle, ya que, según la aguda observación de Anatole France, «la justicia en su majestuosa igualdad, permite tanto al rico como al pobre dormir de noche bajo un puente y mendigar en la calle».

Aguirre alude a un hecho que sucede en «todas las ciudades más avanzadas del mundo», en concreto en las de Estados Unidos, donde el indigente que duerme envuelto entre cartones es toda una institución. El neoliberalismo no pretende acabar con la pobreza, antes bien, como se ha demostrado en la crisis actual, la fomenta. Pero impedir la pernoctación callejera vulnera ese sacrosanto principio de la libertad personal, en virtud del cual no se podría prohibir al banquero Botín dormir en un parque o en el recinto de un cajero automático.

Las declaraciones de Aguirre y de Ruiz-Gallardón son una exhibición del más puro cinismo, entendido este en su actual acepción: «Desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables». Nada que ver, por supuesto, con la respetabilísima doctrina de los cínicos, la escuela de los discípulos del gran Sócrates, filósofo y ejemplar ciudadano griego.

El legado ético de Sócrates fue adoptado en buena parte por la escuela de los cínicos. Los de la «secta del perro» (kynikos, de kyon, perro), así apodados por su idea radical de libertad, su desvergüenza y sus continuos ataques a las tradiciones y los modos de vida sociales. Estos fustigadores de conciencias consideraban que el máximo bien consiste en el dominio sobre uno mismo. El resto, placeres, riquezas y honores son cosas de poca monta que no deben esclavizar la vida humana. Diógenes de Sínope, célebre por la tinaja que usaba como vivienda en un céntrico lugar de Atenas siguió a rajatabla estos principios. Tan austero era que, viendo a un muchacho que bebía el agua en el hueco de sus manos y a otro que comía las lentejas usando como cuenco una corteza de pan, rompió su escudilla por superflua.

En esa austeridad llevada al límite radicaba la clave de la gran libertad que le permitía vivir sin servilismos ante el poder o las ideologías. De sus aguijonazos críticos no escaparon ni Platón ni siquiera el gran Alejandro. Queriendo éste mostrarse obsequioso con Diógenes al encontrarlo sentado en una plaza de Atenas, le preguntó: «¿Puedo hacer algo por tí?» – «Sí, -respondió el filósofo- te ruego que te apartes un poco, pues me estás quitando el Sol»

Al anunciar Filipo que iba a atacar Corinto, y al estar todos dedicados a los trabajos y corriendo de un lado para otro, alguien observó que Diógenes empujaba la tinaja en que vivía. Como le preguntara: «¿Por qué lo haces, Diógenes?» -dijo éste: «Porque estando todos tan apurados, sería absurdo que yo no hiciera nada. Así que echo a rodar mi tinaja no teniendo otra cosa en la que ocuparme»

A través de esta ironía Diógenes viene a decir: «vuestros propósitos no me interesan lo más mínimo, pero como quedarme quieto sería considerado una incorrección política, ganaré vuestro aprecio mostrándome en público como un hombre activo, por más que mi tarea resulte de todo punto inútil». Hay que tener en cuenta que la ley ateniense no permitía ser neutral y castigaba con pérdida de la ciudadanía a quienes se negasen a tomar parte en la política, máxime en caso de conflicto bélico.

Conforme a su propuesta, Ruiz-Gallardón enviaría a sus policías a perturbar el descanso de Diógenes expulsándole de su tinaja.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.