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Sales y soles

Sacar los colores

Fuentes: Gara

El cielo y el infierno. En Bilbao, nunca habían estado tan cerca. Nada más cruzar el puente de San Antón, una gran valla publicitaria del Departamento de Vivienda y Asuntos Sociales del Gobierno Vasco anuncia la buena nueva: «Bizi-Giroa. Un lugar para vivir. Nuestro compromiso con Bilbao». Detrás, en lo alto, se alza majestuoso, el […]

El cielo y el infierno.
En Bilbao, nunca habían estado tan cerca. Nada más cruzar el puente de San Antón, una gran valla publicitaria del Departamento de Vivienda y Asuntos Sociales del Gobierno Vasco anuncia la buena nueva: «Bizi-Giroa. Un lugar para vivir. Nuestro compromiso con Bilbao». Detrás, en lo alto, se alza majestuoso, el nuevo y lustroso barrio, Miribilla. A este lado del cartel, justo debajo, aparecen Bilbao La Vieja, San Francisco y Zabala. La parte más antigua y marginada de la ciudad. El refugio de pobres, inmigrantes, toxicómanos, excluidos… La barriada más viva y, paradójicamente, la más complicada de habitar. Un lugar para sobrevivir.

Blanco y negro.
Barrio de San Francisco. Dos amigos, uno autóctono y otro africano, llegan al piso en el que disfrutarán la cena de fin de año. Son las nueve. Es una noche especial. Van elegantes, bien vestidos. El vasco lleva una mochila y unas bolsas. La cena. Poco antes de las campanadas, baja solo a la calle a por un recado de última hora. Nada más salir es abordado por dos hombres. «¡Alto! Espera un momento». No se detiene. Le gritan: «¡Policía! ¡Policía!». No se fía, así que acelera el ritmo. Los dos hombres echan a correr y le cierran el paso. «¿Qué haces? ¿De qué vas?», le increpan, amenazantes y prepotentes. Son policías. Ertzainas. Van de paisano. Le piden el DNI y comprueban sus datos a través del teléfono móvil. Preguntan por su acompañante, por el contenido de la mochila, por el piso… «Todo en orden. Puedes marcharte». Uno de los ertzainas, de propina, justifica su actuación: «es que, en este barrio, cuando vemos subir a un blanco y a un negro juntos a un piso es seguro que ahí dentro pasa algo raro».

Negro y blanco.
Aste Nagusia, agosto de 2006. En el Arenal, decenas de miles de personas disfrutan de las fiestas de Bilbao. Por primera vez, los váteres químicos repartidos por el recinto festivo aparecen «custodiados», durante la noche, por trabajadores de la limpieza. Vigilan el buen uso y cuidado de los retretes. La mayoría de ellos son extranjeros. La imagen impacta. Inmigrantes africanos apostados junto a los inodoros con rollos de papel higiénico blanco en sus negras manos. Listos para «socorrer» a la ciudadanía. La inmigración, un servicio público. Perdón, púbico.

Colorín, colorado.
Sucedió hace muy poco, un par de veranos. Una cría vizcaína, de cuatro años, se lo preguntó a su niñera nada más regresar ésta de sus merecidas vacaciones en la costa murciana. «¡Qué morena te estás poniendo! Cuando seas mayor, ¿vas a trabajar vendiendo discos en la calle?».

Este cuento no se ha terminado.
Valiente el primer trabajo de Mugaldekoak. «Aquí y ahora, escribimos, cantamos desde la frontera». Contra la frontera. Contra todas las fronteras. «Cada vez hay más personas migrantes y minoritarias. Cada vez somos más los que vivimos al otro lado de la frontera. Todos estamos obligados a vivir en un mundo que cada vez se parece menos a nuestro lugar de origen. A pesar de que el problema no sea regresar a nuestro país. Todos hemos tenido que aprender otros idiomas. Otros códigos. Otras costumbres. Irremediablemente, nuestro país y el extranjero cada vez se parecen más. No hay otra opción para las gentes de frontera: sentirse vivos en este mundo que nos ha tocado». Vivos y coloreando. Sacando los colores.