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Sainetes, bananas, bruselosis y somalilands

Fuentes: Rebelión

Se pregunta uno si, en todo este sainete montado en torno y contra Cataluña, alguien se tomó la molestia de repasar algún manual de Derecho Internacional o, siquiera, un libro básico de historia del último siglo. Viendo los resultados, cabe pensar que no, pues hacer más el ridículo es imposible y ser más ‘bananero’ tampoco, […]


Se pregunta uno si, en todo este sainete montado en torno y contra Cataluña, alguien se tomó la molestia de repasar algún manual de Derecho Internacional o, siquiera, un libro básico de historia del último siglo. Viendo los resultados, cabe pensar que no, pues hacer más el ridículo es imposible y ser más ‘bananero’ tampoco, con perdón de las bananas, tan ricas en potasio, ese mineral que primero se pierde haciendo deporte intenso. Crece uno tan condicionado en ciertos prototipos que cree que poniéndose traje y corbata se hace la persona inteligente y que quien accede a cargos públicos lo hace porque es listo, pero no. Visto lo visto (y lo que falta por ver), es cierto el refrán de que la mona, mona se queda aunque se vista de seda -o de político- y ese otro, de que el hábito no hace al monje. Que burros hay que aciertan por casualidad, pero que, flautas aparte, en la realidad de las cosas lo burros hacen burradas y los inútiles, inutilidades.

193 Estados forman las Naciones Unidas y ninguno de ellos admite que una región, área, departamento o comunidad pueda, alegremente, declararse independiente por sus verendas partes, sea haciendo pirámides con urnas o invocando a los dioses manes. Ocurre todo lo contrario. El Derecho Internacional (más exactamente, Interestatal) es celoso defensor de la soberanía estatal y reconoce el derecho inalienable -repetimos, inalienable- de cada Estado a preservar su integridad territorial recurriendo a todos los medios, incluyendo la fuerza si es menester, como ocurrió en el Congo con la secesión de Katanga (1960), en Nigeria con la de Biafra (1967-70) o la de Chechenia, en Rusia (2009). Sólo iluminados y analfabetos desconocen esta norma cardinal, la misma que ha dictado que no se reconozca la independencia de Osetia del Norte ni la de Abjasia, por más que Rusia quiera y desee. Misma norma por la que España rehúsa reconocer la independencia de Kosovo, impuesta a sangre y fuego por la OTAN, hecho que abría las puertas al infierno secesionista que ha anegado de sangre Europa durante dos siglos. Se aclara que las secesiones de Katanga y Biafra fueron promovidas por la CIA y empresas transnacionales, como parte del peor periodo de la Guerra Fría entre EEUU y la URSS.

También deberían saber que proclamarse independiente, soberano y pituitario no basta para nacer como Estado, pues los Estados existen como tales Estados porque los demás Estados -todos a una o una vasta mayoría- deciden reconocerlos como tales, tengan o no base material y humana cierta o presunta. Hasta 1971, por imposición de EEUU, la intrascendente isla de Taiwán ocupó el lugar de China en NNUU, resultando que una isla diminuta y títere ocupaba la silla de una potencia de 9 millones de kilómetros cuadrados, incluso en el Consejo de Seguridad, pues no se reconocía a la China real. Hay quince territorios en el mundo que son independientes de facto e inexistentes de iure, como Puntlandia, Somaliland, Transnitria, Alto Karabaj o la República Turca del Norte de Chipre. No se les reconoce como Estados porque los Estados existentes los consideran parte de un Estado reconocido, aunque ese Estado reconocido no pueda imponer su autoridad sobre esos territorios. Para NNUU y la comunidad internacional -que son lo mismo- Transnitria es parte del Estado soberano de Moldavia, el Alto Karabaj de Azerbaiyán y Puntlandia de Somalia, aunque Somalia, como Estado, haya desaparecido. Puede ocurrir lo opuesto, que se reconozca como Estado a un ente que no lo es porque otro lo ocupa, como ocurre con Palestina, que no tiene independencia, ni soberanía, ni justicia y donde sus ciudadanos son pasto de perros para los israelíes.

La bufonada -perdón si alguien se ofende, pero el adjetivo es correcto- de proclamar la independencia unilateral de Cataluña fue acto más propio de un circo que no de una comunidad, región, ente o poltergeist de un país que pasa por ser rico y serio y que, al final, ha resultado ser lo uno -muy desigualmente-, pero no lo otro. Antecedentes había en cantidad suficiente para darse cuenta de la fútil charada, pero daba igual. En la realidad de las cosas, no ha hubo un acto político -en el sentido exacto y preciso, del término-, sino algo más próximo a lo que se llamaba, tiempo atrás, «locura colectiva» o «enfermedad psicogénica masiva», es decir, la propagación como peste de un trastorno de carácter psicológico entre sectores importantes de una comunidad humana, que le hace perder el contacto con la realidad e imaginarse mundos, monstruos o paraísos que sólo existen en su delirio. ¿Cómo explicar de otra manera que tanta gente terminara creyendo o tomándose en serio algo que nadie, nadie, nadie, salvo sus predicadores, pontífices y chamanes, daban por viable? La Unión Europea, conjunta y separadamente, EEUU, Rusia y todo gobierno preguntado al respecto respondieron con un NO rotundo al reconocimiento de Cataluña como Estado independiente, hecho suficiente en sí mismo para que se detuviera el circo y los interfectos recobraran la cordura. Porque, careciendo de reconocimiento internacional y sin posibilidad ninguna de obtenerlo ¿a santo de qué seguir con un sainete que no iba a ninguna parte, salvo al ridículo más inútil, a la mofa y a la befa, además de al conflicto social y al descalabro económico?

Estos fenómenos, visto el caso español, resultan ser altamente contagiosos, pues, al final, casi toda España se tomó en serio el esperpento, en primer lugar el gobierno. Enviar a las fuerzas de orden público a reprimir las votaciones del 1-O fue demostración de que la locura colectiva se pega como la gripe. Si esa jornada ‘electoral’ carecía de validez, ¿a santo de qué seguirle el juego? Fue caer en la trampa y, ridículo entre los ridículos, la intervención policial terminó dándole relevancia a algo que no lo tenía, pues sin palos ni garrotes el 1-O hubiera pasado con más pena que gloria, pero ya lo decía Einstein, que hay dos cosas infinitas, el Universo y la estupidez humana. Favor mayúsculo le hubieran hecho al país si hubieran declarado feriado policial el 1-O. Ahora van de juicios persecutorios y cárceles contra los líderes independentistas, con lo cual, en vez de hacer lo que prudencia manda, que es cerrar heridas, las han hecho en canal, para que sangren, proporcionando mártires y paladines a «la causa», dando la razón a Groucho Marx, de que «la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados».

Eso, el gobierno. El papel de la izquierda española (pero, ¿hay izquierda aquí?) es aún más patético. Queriendo quedar bien con Dios y con el diablo se ha quedado en el limbo de los insulsos, esos que de tanto querer entender terminan no entendiendo nada. ¿Libre determinación indiscriminada? ¿Dónde han leído eso? ¿En el manual de filosofía del derecho de Mortadelo y Filemón? ¡Por favor, si parecen discípulos de Rompetechos! Su capacidad para confundir el culo con las témporas merece, en el mejor de los casos, el premio IG Nobel, ese que parodia los Nobel y con los que se premian los mayores disparates. No, no hay, no existe, salvo en mentes exaltadas, ningún derecho de libre determinación indiscriminada. Ese principio nació para luchar contra el colonialismo y se le reconocía a un pueblo entero, a todo un pueblo, no a partes de él. Si se admitiera una libre determinación ilimitada, al final se terminaría creando las repúblicas de Ikea, que es una empresa que emboba para vender y que no tiene voz, sino publicidad.

Según la interpretación delirante de cierta izquierda -al menos, la única que habla- Cataluña tiene derecho de independizarse de España y, en esa línea, Gerona de Cataluña, Figueras de Gerona y así hasta el infinito, es decir, hasta la infinita estupidez humana, que haría que cada ser humano que quiera ‘libredeterminarse’ se convierta en república soberana, reduciendo el mundo al caos. La izquierda, nacida internacionalista y con la lucha de clases por señera en defensa de la humanidad, se ha reducido a sí misma al ‘libredeterminismo’ cateto, simplista y -de fondo y forma- retrógrado, pues, convertida en compañera oficiosa del nacionalismo sectario ha contribuido a alimentar el nacionalismo reaccionario. Es así que la derecha anda eufórica paseando banderitas salvapatrias, sabedora que se ha llevado el gato al agua, aunque el gato, al final, termine ahogado. Sepultado el internacionalismo proletario, la izquierda se queda sin análisis, vacía y vaciada, desdibujada por su incapacidad para presentar una respuesta coherente y firme al nacionalismo sectario. Para tener esa izquierda, mejor que desaparezca y deje sitio a una coherente, razonada y razonable, que sepa ser motor de cambio y esperanza.

Deberíamos llorar, pero de indignación y rabia, ante el alud de estupideces que nos ha anegado y que, vanidad de vanidades, seguirá anegando al país, pues esos mismos que lo han llevado a esta feria de abalorios, simplezas y megalomanías seguirán gobernando después del 21 de diciembre. Que Dios y el diablo nos agarren confesados y, eso sí, por favor, sin banderas, banderines ni gallardetes, salvo los de la solidaridad, la fraternidad, la igualdad y, por encima de todo, los de una razonable humanidad preocupada por el cambio climático, la corrupción, los desahucios, las desigualdades cada vez más rampantes y los desamparados, que esos ni determinan ni son determinados.

Augusto Zamora R. es autor de Política y geopolítica para rebeldes, irreverentes y escépticos (Akal, 2016. 3ª edición, noviembre 2017).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.