“San Lorenzo era un macho, no gritaba, no gritaba, estaba en silencio mientras lo tostaban torquemadas paganos, estaba en silencio y sólo dijo -la historia sólo recuerda que dijo- dame la vuelta que por este lado ya estoy tostado… y el verdugo le dio la vuelta por una simple cuestión de simetría”, Tiempo de Silencio, Luis Martín Santos.
Al norte de París se encuentra la comuna de Saint-Denis, que ocupa por historia y patrimonio cultural lugar destacado en la historia de Francia. Sitio magno de enterramiento de sus reyes, empezando el rey de Francia Enrique IV, el asesinado por un fanático religioso y luego descabezado por revolucionarios no menores que él; rey también de Navarra y fundador de la dinastía Borbónica en Francia (cuyo parecido a algunos de sus parientes contemporáneos españoles no deja dudas sobre la eficacia de la genética de sangre azul a pesar de los casi 500 años transcurridos).
Pero Saint-Denis es, particularmente desde el siglo XX, residencia de inmigrantes del mundo, banlieu conflictivo y, su monumental e histórica puerta parisina, lugar de encuentro y entrada de las más variadas razas y oficios antiguos de todo tipo. Hoy, como tantas cosas que evolucionan y se transforman, constituye punto de referencia de la modernidad y también paralela expresión del conflicto racial y fundamentalista religioso. De manera que si algo puede resumir a Saint-Denis es que la historia lo contempla, desde no pocos ángulos, con toda seguridad.
Tal vez por eso es posible reconocer en ella una manifestación de la tragedia hispánica que no por su dimensión física reducida deja de magnificar la enormidad de esta y sus contradicciones permanentes. Todo porque desde el 29 de septiembre de 1975 del pasado siglo XX –sí, hace ya 47 años- Los concejales democráticos en la Maisón de Ville de Saint-Denis decidieron llamar a una calle céntrica de la localidad con el nombre de Rue des Victimes du Franquisme. Y ahí sigue para reconocimiento de una ciudadanía que ofreció su vida y libertad a la democracia española y en el combate contra una dictadura. Pero también como vergüenza viva para los beneficiarios de ella, que se pueden contar por millones y desconocen, al igual que la placa, que ese sacrificio existió, incluidos los que disfrutan de los derechos constitucionales españoles desde 1978 aún habiéndolos combatido. Lo que permite, también, a no pocos seguir denostándolos y, a otros, más que nada sumidos en la ignorancia o en el fanatismo sectario de su ideología, negar el homenaje debido a aquellas víctimas. Y denigrarlas sin más explicaciones y únicamente por razón de su ideario político, ya fuesen socialistas, anarquistas, comunistas o simplemente defensoras de un modelo de estado republicano.
Curioso es que la placa de una calle francesa se haya “descubierto” afanosa y recientemente por las redes sociales, tal y como si se hubiese colocado antes de ayer. Algunas gentes han llegado atribuir su instalación a la intervención de la actual Alcaldesa de París, Anne Hidalgo, dada su raíz genética e ideológica por ser hija de exiliados españoles. Lo que debería ser un honor; lo que implicaría estar orgullosos de nuestro pasado e influencia intelectual y material en el primer nivel de la vida democrática europea; se transforma en un discurso paleto y papanatas de una derecha (aunque no solo) que aún no parece haber superado sus nostalgias de una dictadura; cuya influencia permanece ideológicamente en nuestras instituciones y poderes del estado. Aunque lo políticamente correcto lo niegue, es aplicable el axioma de que cuando la naturaleza es expulsada por la puerta aparece por la ventana.
Pero esa lucha ideológica (mal llamada intencionalmente cultural), que ha emprendido sin despeinarse una derecha supuestamente “liberal” al respecto, tiene no pocos caladeros también en sectores ideológicamente democráticos, que han aceptado parte del revisionismo y blanqueo del franquismo a que estamos siendo sometidos impunemente. La equidistancia en esto no es expresión de neutralidad razonable, ni objetivación necesaria de los acontecimientos históricos pasados. La equidistancia y el apoliticismo subsidiario en este asunto es una concesión a los agresores ademocráticos actuales y una traición moral e intelectual a las víctimas.
La ubicación de la Rue des Victimes du Franquisme no está lejos del Hôpital de la Fontaine, frente al Parc de la Légion d’Honneur, antes de llegar al barrio de Plaine Saint-Denis. Sí, ese de la “pequeña España” lugar de encuentro y residencia de españoles en el exilio y no lejos de la actual Universidad Federico García Lorca. Todo un enorme monumento universal a nuestra desmemoria y a nuestra contemporánea incapacidad de asumir nuestra historia y reconocernos a nosotros mismos. Si alguien piensa ahora que estas líneas significan una remembranza nostálgica o un relato desactualizado de las “verdaderas” preocupaciones políticas necesarias, es que simplemente debemos de vivir vidas paralelas o espacios-tiempo virtuales independientes. No hay más que reseñar las actuaciones de la Alcaldía de Madrid (si, esa que ostenta también el portavoz del Partido Popular de 2022) sobre estos asuntos, profanando memorias de cementerios o insultando, aún hoy, la de Almudena Grandes, para comprobar, en hechos reales, la incomprensión de nuestro legado material e inmaterial a la democracia europea por parte de gentes con responsabilidades evidentes en nuestras instituciones.
Solo con darse una pequeña vuelta por numerosas poblaciones francesas, es posible encontrar más que reconocida la gesta española contra el fascismo y por las libertades humanas: El jardín de la Nueve en París. El homenaje a la masacre nazi de Vercors con las tumbas de decenas de maquisards, el 90% españoles. El Enorme Liceo y el Centro Cultural Manuel Azaña en Montauban, muy cerca de donde descansan sus restos. La Tumba de Don Antonio Machado en Colliure. El Quai del exilio español en Toulouse o La Avenida de la retirada en los municipios costeros de la Cataluña Francesca. El monumento de homenaje en el antiguo emplazamiento del campo de concentración de Argelés Sur Mer. El monumento a la resistencia al lado del Vieux Port de Marsella… Y así tantas decenas y tal vez centenares de homenajes a la españolidad democrática que no he podido contemplar. Estos al menos, con orgullo de español republicano, sí.
Hay pues demasiadas asignaturas pendientes en nuestra desmemoria democrática. Nadie duda de la importancia de la reparación de la tragedia en el respeto a las familias de los enterrados en fosas de ignominia. No hay ni un pero a eso. Si parece imprescindible el ampliar el foco al relato de nuestra historia y proyectarla públicamente desde la más absoluta reconciliación con nuestras tragedias. Básicamente para intentar acabar con ellas de una vez. Sacando a la luz su manifestación positiva y el ejemplo que la España democrática ha dado a todos los pueblos del mundo en el siglo XX y que ha demostrado en su reconciliación desde 1977 hasta nuestros días.
Pelear por ello, que en nuestras calles y plazas esté presente esa memoria viva de la lucha contra una dictadura es una misión tan importante como ineludible. No se trata de cambiar nombres de calles por títulos culturalmente inocuos, sino de mostrar valores y conceptos mas allá de una placa esmaltada. Porque los que se sorprenden del desconocimiento por las nuevas generaciones de españoles sobre nuestras vicisitudes del pasado, tal vez tampoco comprendan en absoluto su responsabilidad personal y directa, en el “Tiempo de Silencio” que las ha hecho desconocerlo. Y que nos quema a todos. Habrá pues que romper esa simetría.