Llegaron poco a poco. Sabían cosas. Eran gente decente. Procuraban actuar con justicia. No abusaban. Repartían. Acogían. Querían evitar la catástrofe. No se aprovechaban de sus cargos. Paliaban la agonía y la desolación de muchos y, quizá con menor frecuencia, de muchas. Escuchaban. Alentaban multitud de iniciativas hermosas en cubierta. Contenían la corrupción. Frenaban el […]
Llegaron poco a poco. Sabían cosas. Eran gente decente. Procuraban actuar con justicia. No abusaban. Repartían. Acogían. Querían evitar la catástrofe. No se aprovechaban de sus cargos. Paliaban la agonía y la desolación de muchos y, quizá con menor frecuencia, de muchas. Escuchaban. Alentaban multitud de iniciativas hermosas en cubierta. Contenían la corrupción. Frenaban el despilfarro. Promovían un reparto más equitativo de los cuidados.
Al mismo tiempo, cada día, en el barco se alimentaba la caldera porque hacía mucho frío. La leña estaba hecha con pedazos de la vida de las personas. Por lo general, eran las personas quienes pedían ser enviadas por partes a la caldera. Preferían la explotación, el fuego, antes que morir de frío lentamente. Y la caldera impulsaba el barco hacia la catástrofe.
Detengámonos, se oía decir. Pero si lo hacemos, cada vez más gente morirá.
No obstante, a veces, la caldera cesaba en su actividad. Y aumentaba el frío.
El pasaje bailaba, corría por la cubierta, durante horas se sentía mejor y más feliz produciendo su propio calor. Pero después el frío se metía en el cuerpo y hacía daño. Hasta que alguien decía: no temáis, fogoneros, no vamos a impediros echar leña, os necesitamos. La caldera seguía funcionando.
El barco avanzaba contra el iceberg. Había quien culpaba a los fogoneros. Si echasen menos leña, habría calor suficiente, el barco se movería más despacio y tal vez hubiera un modo de maniobrar para evitar la colisión. Los fogoneros replicaban que con poca leña la caldera no se encendía. Cierto que les gustaba obtener mucho beneficio de la caldera, pero si obtuvieran poco, la caldera no se pondría en marcha. Aunque algunos exageraban, no mentían: la caldera sólo funcionaba así.
Llegaron poco a poco. Lo cambiaron casi todo. Cuando la crisis se extendió de tal modo que ya eran mayoría quienes morían de frío pese a tener encendida la caldera que empujaba el barco hacia el iceberg, algunos y algunas dijeron que no entregarían su vida como leña. No alimentarían la caldera.
¡Pero moriremos! No, contestaron. Aunque lo hemos cambiado casi todo, nunca hemos querido tocar la caldera. Tenemos que destruirla y hacerla de nuevo. Funcionará con otro sistema. Habrá pequeñas fuentes de calor distribuidas. No serán propiedad de los fogoneros sino que todo el pasaje será su dueño.
Fuente: https://www.diagonalperiodico.net/culturas/27821-sala-maquinas.html