La apasionante iniciativa de varias organizaciones madrileñas para constituir un frente de izquierdas pretende abrir un nuevo espacio para intentar que una propuesta anticapitalista y alternativa consiga acumular las suficientes fuerzas
La apasionante iniciativa de varias organizaciones madrileñas para constituir un frente de izquierdas pretende abrir un nuevo espacio para intentar que una propuesta anticapitalista y alternativa consiga acumular las suficientes fuerzas para que la izquierda, en nuestro país, salga por fin de esa situación de marginalidad e insignificancia que, instalándola en un mortífero círculo vicioso, hace que estos fenómenos, marginalidad e insignificancia, se conviertan en impotencia.
Estamos ante la enésima, y no por ello menos importante, prueba a la que nos enfrentamos todos y todas, y que servirá, en primer lugar, para comprobar si somos capaces de superar la mezquindad y la cortedad de miras que ha caracterizado la vida de las organizaciones de izquierda desde hace ya demasiado tiempo. Un reto sencillo, pero que marcará cuál será el devenir de la izquierda: o acumulación de fuerzas y reconstrucción o cainismo estéril.
Respecto a esto, no esta de más que recordemos un pasaje del que fue, y aún sigue siendo pese a algunos, el himno de todos los trabajadores del mundo: La Internacional. En la versión utilizada por los socialistas en Europa y por todos los revolucionarios en América Latina se dice «El día que el triunfo alcancemos, los odios que al mundo envenenan al punto se extinguirán». Reconozcamos que no hemos conseguido triunfar, y , reconozcamos también, que estos odios no hemos siquiera sido capaces de superarlos en nuestras organizaciones políticas y que algunos odios irracionales e impropios de aquellos que pretendemos, teóricamente, cambiar el mundo han sido una traba fundamental en nuestro camino.
Sólo si los que piensan que pertenecen a organizaciones grandes y poderosas son capaces de darse cuenta de que, pese a eso, no son más que sombra de lo que fueron, y aquellos que militan en pequeños grupos tienen la lucidez de reconocer que por cargados de «verdades» y «razones» que se crean, no pueden conseguir sus objetivos sin ampliar su espectro y sin reflejar los anhelos de grandes mayorías sociales, será posible realizar la tarea necesaria para reconstruir un herramienta que dignamente pueda atribuirse la representación de los trabajadores y de los explotados. Al fin y al cabo, y si somos capaces de abrir nuestras mentes, no es tan difícil, se trata solo de un ejercicio de humildad y de generosidad. La felicidad de la humanidad siempre debe estar por encima de nuestras propias vanidades. No olvidemos nunca ese principio a la hora de guiar nuestra actuación.
A esta tarea están, y deberán estar, llamados una enorme multitud de sujetos sociales e individuos que no van a participar en el inicio de este proyecto. Para que esto suceda, se debe abordar la construcción del Frente con una generosidad y una perspectiva de futuro inusitadas. Debemos de apartar de nuestras mentes cualquier tentación de criminalizar a aquellos que han elegido un camino distinto al nuestro en cuanto a que organización o movimiento social animar o en cual militar. Nadie por pretender reanimar o recuperar, sinceramente, cualquiera de las viejas organizaciones puede ni debe ser tachado de «colaboracionista del sistema» o ser despreciado con ese estigma tan deleznable y propio de nuestra tradición como es el de «irrecuperable». Debemos decir no y mil veces no a teorías que pretendan la existencia de un «momento heroico» en el que se marca una línea intraspasable en la que los que quedan al otro lado no son más que una panda de despreciables reformistas. Casi todos estuvimos alguna vez de ese lado de la línea y seguimos en pie. Aprendamos, también, a distinguir entre direcciones y bases.
Podremos construir algo que realmente tenga una mínima incidencia social y una capacidad real de influir o cambiar las cosas si, desde una perspectiva siempre inclusiva, conseguimos que participen en esa construcción todos aquellos que luchan aún por la recuperación de las organizaciones políticas y sindicales «tradicionales», de todos aquellos que participan en los diversos movimientos sociales combativos, de los que han elegido el ámbito local como aquel en el que al ser los resultados más inmediatos deben volcar sus esfuerzos, de los que militan en pequeñas organizaciones y se dan cuenta de que es necesario juntarse con otros para ser más fuertes y poder así cambiar las cosas, de los que animan y participaran en la interesantísima iniciativa de las sesiones del Foro Social Mundial en Madrid, de los que han decidido que se enfrenta al capitalismo creando una cultura y un modo de vida alternativos, de los que son rebeldes y aún no han encontrado su propio modo de expresar su rebeldía, o lo hacen de modo primitivo. Si sólo contamos con los «ya convencidos» acabaremos encantados de habernos conocido pero igual de absolutamente irrelevantes que hasta ahora.
La única línea que marca las diferencias debe ser la voluntad de construir una izquierda que no pretenda ser la parte anecdótica del sistema sino una izquierda que defienda un sistema y unos valores completamente distintos. Una izquierda que sea consciente de que los grandes cambios, y mucho más un cambio de sistema político y social, son solo posibles con la intervención de grandes mayorías sociales, de las masas en lenguaje más tradicional. Reconocer que esas mayorías sociales, no están, hoy por hoy, en la Europa que nos ha tocado vivir, por ese cambio, no supone un ejercicio de pesimismo, sino la constatación de una realidad que nos debe poner alerta sobre los esfuerzos unitarios que debemos abordar y sobre la ingente tarea político-cultural a la que nos enfrentamos. Una mínima aproximación a los clásicos de nuestra tradición nos demuestra que el primer paso para enfrentarse al enemigo es conocerlo profundamente. Venimos de una gran derrota, solo si entendemos sus causas seremos capaces de superarla y de revertir la dinámica derrotista.
Los hechos están demostrando que constituirse en una suerte de «ala izquierda del sistema capitalista» está siendo absolutamente inútil para los partidos de la izquierda tradicional a lo largo de nuestro continente. La incidencia es absolutamente mínima en la toma de decisiones, y los poderes reales siguen llevando a cabo el plan neoliberal de un modo implacable. Al mismo tiempo esas organizaciones de la izquierda tradicional experimentan un proceso cada vez más acelerado de desnaturalización, fragmentación y destrucción. Mientras tanto las opciones de una izquierda que niega la validez de este sistema y defienden otro alternativo están aún en un proceso embrionario. La necesidad de unir todas estas pequeñas gotas de agua para convertirlas en una lluvia que sea capaz de devenir en aguacero es la que ha llevado a un grupo de organizaciones madrileñas, aún no las necesarias para tan enorme tarea, a abordar este proceso de unidad. No creo equivocarme si vislumbro la necesidad de que esos procesos de unidad adquieran carácter estatal, y más aún, europeo.
Partimos con enormes lastres y con una tradición de enfrentamiento y de división interna realmente terrible, pero, por una vez, debemos conseguir que los árboles nos dejen ver el bosque. Es posible construir un mundo más feliz y mas justo para todos, seguimos pensando que la liberación de los trabajadores traerá consigo la liberación de la humanidad entera. Muchas cosas han cambiado, algunas que ni siquiera nuestros «padres fundadores» fueron capaces de aventurar. Pasó el siglo del comunismo y las revoluciones triunfantes se produjeron en los países menos desarrollados con un importante componente nacional-popular en todas ellas. En Europa Occidental no fuimos capaces de hacer la revolución, la gran asignatura pendiente. Aunque debemos reconocer que se construyeron poderosos partidos comunistas y de izquierda que fueron capaces de conseguir mejores condiciones de vida para los trabajadores en el seno de un capitalismo más forzosamente amable. Los países del Este Europeo, capitaneados por la Unión Soviética, fueron derrotados por un enemigo con el que cometieron el error de querer competir con las mismas armas. La decadencia de la izquierda en occidente se aceleró hasta prácticamente hacerla desaparecer si no se integraba en el sistema y renunciaba a abatirlo.
Este es el escenario del que partimos, un escenario que ha tenido algunos destellos que nos confirman que existe un deseo, una esperanza, aunque sea aún casi imperceptible, de construir una sociedad diferente. La decadencia del que parecía pujante movimiento antiglobalización, en gran parte torpedeado desde dentro por los que no quieren un cambio real, ha supuesto un importante freno para la rearticulación del sujeto antagonista, esperemos que la descentralización de los foros sociales suponga la recuperación de la autonomía de los movimientos sociales, ahí se juega también, y de modo muy importante, el futuro del frente de izquierdas y de la izquierda en su conjunto. Se juega también, como bosquejaba más arriba, en las experiencias de cultura y vida alternativas, unas experiencias que corren el peligro, en algunos casos, de esconder una apología del individualismo, y por ende, del mismo sistema al asumir sus propios valores. La cultura y vida alternativas sólo son revolucionarias si tienen la aspiración de extenderse en amplias capas populares y en convertirse en auténtica cultura de masas.
Para resumir, partimos casi de cero, de una situación crítica, la mayoría de la gente no percibe a la izquierda como algo eficaz, necesario o distinto, sin esas mayorías seremos capaces de hacer muy poco. Nuestra labor político-cultural necesita de un esfuerzo y de un caudal humano de el que no disponemos a día de hoy. Ante esta realidad no debemos desanimarnos ni continuar con dinámicas de fragmentación, es preciso acumular fuerzas y sumar a todos y todas los que pensamos que es necesario otro sistema que garantice la felicidad y la liberación de la humanidad. Puede que no lo veamos, pero sino empujamos para que pueda ser la historia nos pedirá cuentas por ello. Que la ilusión no pase, fugaz, como una tormenta.
*Carlos Gutiérrez es militante de Comunistas 3 y MIA-Pinto.