No hay duda de que estamos viviendo en Cataluña (como en todo el Estado español) tiempos convulsos e inciertos, quizás los que más desde el inicio del procés. Las manifestaciones de ese desconcierto son diversas: una falta de objetivos claros (más allá de la retórica), mensajes contradictorios y una ausencia de liderazgo dentro del movimiento […]
No hay duda de que estamos viviendo en Cataluña (como en todo el Estado español) tiempos convulsos e inciertos, quizás los que más desde el inicio del procés. Las manifestaciones de ese desconcierto son diversas: una falta de objetivos claros (más allá de la retórica), mensajes contradictorios y una ausencia de liderazgo dentro del movimiento soberanista (independentista o no). También son expresiones la dispersión y descoordinación de respuestas y movilizaciones, a menudo contradictorias y, lo que es más inquietante, la aparición creciente de un tipo de acciones que no están en la línea de lo que ha dotado de más fuerza al movimiento independentista -como la presencia de encapuchados y quema de contenedores o de otros objetos y de elementos- que nadie controla ni sabe qué pretenden.
En un ámbito más oficial e institucional se ha producido en los últimos tiempos una radicalización, más bien de tipo verbal y retórico, acompañada de una sobreactuación poco eficaz. Y, lo más preocupante, esta radicalización verbal no sólo aparece frente a la represión o cerrazón del Estado y de los partidos más extremistas, también se dirige a menudo hacia los sectores soberanistas que ven las cosas de modo distinto y hacen planteamientos que se consideran demasiado moderados o gradualistas. Las acusaciones a militantes y dirigentes de ERC de casi traidores o de falsos independentistas (que ciertamente se producen básicamente en el mundo exacerbado de las redes), no son nada tranquilizadoras, se esté o no de acuerdo con los postulados de este partido.
En definitiva, este es el escenario soñado por la derecha radical y extrema, desde Ciudadanos y el PP hasta VOX. Llevar el movimiento a una situación de desesperación y salida radicalizada, sin haber medido bien las fuerzas, es la antesala para derrotarlo, habría que tenerlo bien presente. Y es que, probablemente, el debate sobre qué hacer se ha trasladado a un ámbito excesivamente emocional. No podemos escapar de las emociones cuando hay gente injustamente en las cárceles y en el exilio, gente perseguida y amenazada y la perspectiva de unos juicios absolutamente injustos. Pero la cuestión es ¿cuál es el camino para vencer? A los sentimientos y las emociones, presentes y necesarios en todo movimiento social, hay que añadir de forma dominante la razón analítica y la capacidad de definir estrategias válidas. Por supuesto, puede haber diferentes visiones, enfoques y propuestas, pero el primer paso es aceptar la legitimidad de las diferencias y ponerlas en un plano de debate racional y argumentativo y no el de la descalificación primaria o burda.
El papel del gobierno, las organizaciones y los partidos
No pretendo hacer aquí un análisis de las diferentes organizaciones, sino tan sólo señalar algunos aspectos preocupantes. La elección del president Torra me pareció un error ya en su momento y no sólo por algunos de sus tan citados escritos, que debieran haber hecho reflexionar sobre la oportunidad de su elección, pues más allá de la utilización demagógica que han hecho Ciudadanos, el PP y otros, expresaban un tipo de discurso con el que buena parte del independentismo no se siente identificado, sino muy incómodo. También algunas de sus declaraciones, ya como presidente, reflejan una visión de la nación catalana que difícilmente puede incorporar a sectores mucho más amplios y necesarios para avanzar. Sus discursos están casi siempre dirigidos al sector independentista ya convencido, o como máximo a algunos soberanistas despistados. Creo que su función debería ser más actuar como presidente de una sociedad compleja, justamente para ganarla y cohesionarla, sin renunciar evidentemente a su proyecto independentista. Tampoco el exceso de retórica de algunos de sus colaboradores (aquí y en el exterior) facilita la existencia de un liderazgo riguroso y eficaz para el conjunto del movimiento soberanista, o por lo menos para una mayoría determinante. La ANC (Assemblea Nacional Catalana) que ha jugado un papel fundamental en todo el proceso soberanista ha emprendido una deriva que se hace difícil prever a dónde conduce. La CUP, atrapada en su coherencia parece también alejarse del principio de realidad, necesario para transformarla, y propone una unilateralidad inmediata, chocante en un partido que no deja de ser, aunque importante, minoritario y que parece haberse distanciado de otros momentos en que sus representantes afirmaban que el independentismo debía aún ensanchar mucho la base.
Un caso relevante es el de ERC que se halla en la tesitura de ser consecuente con el cambio de orientación que han hecho sus dirigentes más significativos, en el sentido de la necesidad de ampliar realmente la base social del soberanismo y del independentismo y la comprensión de que el camino hacia la autodeterminación no era tan fácil como propugnaron, y la necesidad, a su vez, de no ser tachados de tibios o casi traidores. Probablemente es la organización política que está en mejores condiciones de hacer una propuesta valiente y coherente para estos tiempos difíciles, pero eso requiere decisión y liderazgo. En este sentido el trabajo y las complicidades con el mundo de los Comunes, especialmente con los que defienden realmente el derecho a la autodeterminación, parece conveniente. El sectarismo de algunos sectores del independentismo y la tendencia a ir ensanchando el área de los enemigos de la causa (una tendencia atávica y suicida en la historia de algunos movimientos sociales y políticos) lleva a una minimización de los fieles y a situaciones sin salida. Si cada vez se van añadiendo más enemigos, traidores, o tibios sospechosos enfrente de la causa, el resultado no puede ser muy halagador.
Una mala lectura de la situación
Quizás uno de los principales problemas de un sector muy influyente del independentismo radica en una mala lectura de la situación después de octubre de 2017. Consignas como «Somos República», «estamos implementando la República», «vamos a implementar el resultado del 1 de octubre» … han actuado como espejismo y placebo que más que abrir caminos llevan por la senda del desencanto y la frustración. Porque la realidad es muy diferente. No somos República (desgraciadamente). ¿Qué república catalana verdadera tendría presos políticos independentistas en sus cárceles? Y no se está implementando, la experiencia lo muestra cada día, y no quiero decir que sea porque no se desea o se traiciona, simplemente la correlación de fuerzas después del mes de octubre no lo ha permitido hasta ahora. Y lo que es más difícil de asumir para algunos, pero habría que aceptar en mi opinión: no es posible hoy basarse en el mandato del 1 de octubre para instaurar unilateralmente la República catalana. Puede resultar doloroso, pero aceptar la realidad es el primer paso para transformarla. Si no se implementó ni se defendió después de ser proclamada en octubre de 2017, con una correlación de fuerzas mucho mejor que la actual, tras la movilización masiva del 3 de octubre y el impacto que a nivel internacional tuvo la dura represión del Estado sobre un movimiento pacífico, con las consecuentes simpatías (aunque insuficientes) que desencadenó, ¿cómo se puede plantear hacerlo ahora, en una situación mucho más complicada? Y no estoy presuponiendo con ello que en aquel momento se pudiera o debiera hacer, pues, como se vio, no había ninguna estrategia preparada, pero lo que está claro es que ahora se está en condiciones menos favorables.
Que quede claro, el 1 de octubre fue un gran acierto del movimiento soberanista que demostró una capacidad de organización y respuesta admirables. Fue un movimiento de desobediencia civil no violenta como hacía años que no se veía y, junto con el 3 de octubre, sigue siendo el mejor patrimonio que tenemos los que defendemos una solución democrática que no puede ser otra que el reconocimiento efectivo del derecho a la autodeterminación. Pero fuera de ese contexto, es insuficiente para implementar una República legítima y reconocida. Las condiciones en que se hizo difícilmente serían homologables, y no por culpa del soberanismo. Casi todos los agentes lo admiten, será necesario un referéndum hecho en condiciones y reconocido o no se alcanzará el objetivo. Todos los movimientos emancipadores han necesitado más de un embate contra los muros de la injusticia. Fue así en la India, en su lucha por la independencia inspirada por Gandhi y también en el movimiento de la comunidad negra de los EE UU contra la discriminación, dirigida por Luther King, por citar dos de los ejemplos más usados. La clave es saber definir el objetivo preciso en cada momento y conocer bien cuáles son los puntos fuertes y los puntos débiles.
Fortalezas y carencias
Los puntos fuertes del soberanismo han sido señalados muchas veces, pero es bueno insistir en ello. El primero es la justeza de la causa. El reconocimiento democrático del derecho de un pueblo (nación o nacionalidad) a decidir su futuro político, es decir, el reconocimiento del derecho a la autodeterminación, es un anhelo más que justificado, que prácticamente todas las fuerzas antifranquistas defendieron durante la dura lucha contra la dictadura. En segundo lugar, una clara mayoría de la población catalana defiende esta reivindicación como única salida democrática a la situación actual de estancamiento y falta de soluciones a un problema que viene de lejos y no se ha sido capaz de resolver hasta ahora. En tercer lugar, el carácter no violento que ha adoptado el movimiento soberanista y el independentismo. Este es un bagaje fundamental si se quiere lograr la victoria; el atajo de la violencia, aunque fuera de baja intensidad, conduciría a la deslegitimación de la causa y la consiguiente derrota. Es cierto que a pesar de estas fortalezas la victoria no es fácil, mucho menos de lo que algunas personas pensaban y anunciaron. Pero cualquier otra vía no lo haría más fácil, al contrario, alejaría el objetivo. Y un último punto fuerte nada despreciable ha sido la internacionalización de la causa catalana, acompañada de éxitos judiciales importantes que han puesto en jaque al poder judicial español, con su escandaloso proceso contra el independentismo.
Pero hay que ser consciente de las enormes dificultades que afronta el soberanismo y especialmente el independentismo. El sector de la población favorable a la independencia de Catalunya (y más aún a una vía unilateral) no es claramente mayoritario con los datos que tenemos. Por supuesto la única manera de saberlo a ciencia cierta será celebrando un referéndum que la mayoría de las fuerzas políticas de ámbito estatal deniegan radicalmente, a excepción de Podemos. Pero ésta no deja de ser una realidad reconocida por la mayoría del independentismo, que siempre ha hablado de la necesidad de ensanchar su base social. Es muy complicado (si no imposible) avanzar en la línea de una República autoproclamada si se cuenta con una parte importante de la propia población en contra y otra parte que no está dispuesta a implicarse en su proclamación y defensa de forma unilateral, si no es mediante un referéndum homologable. Más aún si a esto se suma la fuerza agresiva de un Estado heredero de una visión esencialista e imperial de España que no parece dispuesto (en principio) a debatir democráticamente. A lo que hay que añadir la enorme agresividad de un sector de extrema derecha y de dos partidos (PP y Ciudadanos) que, si no lo son la bordean, por lo menos en este tema, y la complicidad de sectores importantes del PSOE que simpatizan con las posiciones más radicales de esa derecha tan reaccionaria respecto a Cataluña, tendencia que se ha exacerbado tras su fracaso en las elecciones andaluzas.
Esta constatación puede parecer dura, pero analizar la realidad tal como es, resulta indispensable para modificarla. Y a pesar de estas dificultades el soberanismo catalán ha demostrado poseer una fuerza y convicción que nos han permitido alcanzar logros importantes que bien gestionados y dirigidos pueden conducir a una solución positiva de las aspiraciones de una mayoría de la sociedad catalana. Sin embargo, hace falta inteligencia estratégica. Cuando desde determinados sectores se invoca la figura y el ejemplo de Gandhi (que yo reivindico abiertamente), no parece conocerse la complejidad y las dificultades que conllevó el proceso de emancipación de la India, entre 1919 y 1947. Y Gandhi no fue sólo un ejemplo de liderazgo moral y ético y de decisión de lucha no violenta, sino también (junto a muchos colaboradores), un líder de una gran astucia política. En sectores del independentismo catalán se ha generado en los últimos años una cultura y una expectativa de que alcanzar sus objetivos sólo dependía de la voluntad y firmeza de los ya convencidos, más allá de la correlación de fuerzas y el contexto real. Y esto puede conducir a un peligroso sentimiento de frustración, frente a una realidad más dura y compleja. El escenario perfecto para los que buscan su derrota.
Repensar el camino. A modo de propuesta
Sólo una población claramente mayoritaria, unida y con una buena dirección puede superar estas dificultades. En mi opinión los ejes de esta unidad que abarque una mayoría suficientemente amplia podrían ser:
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La libertad de los presos y el sobreseimiento de las causas (también de las personas exiliadas) o la garantía de un juicio justo y avalado internacionalmente.
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El reconocimiento del derecho a la autodeterminación y la celebración de un referéndum en condiciones y reconocido.
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La defensa de todas las libertades ahora atacadas, limitadas y amenazadas.
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La defensa y la lucha por los derechos sociales esenciales en todos los ámbitos.
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La defensa de todas las competencias de la Generalitat de Catalunya hasta que se resuelva la celebración del referéndum.
Un planteamiento similar podría unir a una gran mayoría de la población catalana, desarmar a los grupos derechistas y ultraderechistas y abrir el camino de una salida. En ese contexto y con este apoyo, cualquier actividad de lucha no violenta, incluyendo la desobediencia civil, apoyada por una clara mayoría, sería no sólo legítima, sino también eficaz. De hecho, ha habido iniciativas en este sentido, como la campaña de Òmnium Cultural Som el 80%. Pero estas iniciativas deberían pasar de la simple proclamación y firma de un Manifiesto, que luego queda en el cajón, a convertirse en una vía de acción y organización para el soberanismo. Habría que traducir esos manifiestos en algún tipo de mesa amplia en defensa de estos puntos y arraigada en el territorio, como en su día fue la Asamblea de Cataluña, salvando las distancias. Y eso requeriría abandonar un doble lenguaje: la sobreactuación y declaraciones retóricas de día y la defensa de una estrategia para un referéndum de autodeterminación y las libertades democráticas y de los presos al anochecer. Adoptar una vía aparentemente más radical, con un objetivo que la mitad de la población no comparta o no esté dispuesta a seguir, en las condiciones que hemos mencionado, puede llevar al fracaso.
El papel de la izquierda y los progresistas del resto del Estado
Es esta una cuestión que merecería todo un artículo, así como la situación general de la política española, pero que no podemos dejar de abordar brevemente por su importancia. Lamentablemente, creo que la izquierda española no ha estado en general a la altura de la situación, con honorables y valientes excepciones. Acomplejada por el discurso beligerante de una derecha heredera de postulados franquistas y falangistas sobre la unidad indisoluble de España, una mayoría ha actuado sin decisión o muy tímidamente en la defensa de valores democráticos fundamentales, como las libertades, el derecho a decidir, la denuncia de la situación de los presos políticos y exiliados y la arbitrariedad del poder judicial. Ciertamente, la presión social y mediática es muy fuerte a nivel estatal, fuera de Cataluña y el País Vasco. También es obvio que no se puede comparar la actitud del mundo y el entorno del PSOE, una parte importante del cual asume con frecuencia las tesis más reaccionarias sobre la cuestión catalana, con la actitud del mundo de Podemos que, a pesar de que a menudo con excesivas ambigüedades, ha denunciado los aspectos más reaccionarios de esa política. Queda mucho por hacer en este ámbito y en estos entornos y por eso hay que destacar a los sectores que en todo el Estado español no dudan en defender el derecho de Cataluña a decidir ni en denunciar abiertamente la represión.
Dicho esto, también es cierto que un sector influyente del independentismo ha subestimado la importancia de tejer complicidades en el resto del Estado. Algunos han vendido la falsa idea de que en España no hay auténticos progresistas que defiendan los derechos democráticos consecuentemente; que no hay nada que hacer con «la izquierda española», incurriendo en el peligrosísimo discurso del «nosotros solos». Deberíamos tener presente una lección de la historia: un movimiento nacional emancipador no violento necesita de la complicidad de los sectores más sensibles y conscientes del resto de la población del estado afectado (o, en el caso colonial, de la metrópoli), generando una crisis de conciencia y política, limitando así la capacidad represiva de la estructura dominante. Y es esta una tarea fundamental, aunque no sea fácil. Por no hablar de la necesidad de fomentar los sentimientos de fraternidad en un mundo tan convulso y amenazado por la violencia. Por lo tanto, tejer complicidades, explicarse tanto como sea necesario, buscar objetivos comunes … es también esencial en ese proceso.
Por un cambio de rumbo en el soberanismo
Tengo serias dudas de que el actual gobierno de la Generalitat, presidido por Quim Torra, y el grupo mayoritario que le sostiene sean capaces de rectificar y reorientar el camino que nos ha llevado a la encrucijada actual y si no se produce ese cambio el desenlace puede ser ineluctable. Pero el movimiento soberanista es todavía lo bastante sólido y consistente como para poder plantearse una reorientación que nos permita salir de este peligroso callejón. La condición, precisamente, es poder debatir la situación de una forma racional, política y estratégica, sin miedos de ser tachados de tibios, traidores o sospechosos. Es, quizás, la única salida. En condiciones normales pienso que la mejor alternativa sería la convocatoria de nuevas elecciones al Parlament, para llevar este debate abiertamente y con franqueza, y ver hacia dónde quiere orientarse el movimiento soberanista y cuál es el sentimiento de la mayoría de la población catalana. Quizás el calendario judicial dificulte o impida esta solución, no lo sé. En ese caso la otra opción, sería rehacer el gobierno, y que éste se dedique básicamente a gobernar y gestionar las necesidades de la población, así también se construye el futuro. Y que la dirección del movimiento sea asumida por partidos y entidades con un programa claro y, a ser posible, sin retórica estéril.
Artur Domingo i Barnils es historiador, especialista en la obra i el legado de Gandhi.