Pocas figuras de relieve histórico son tan recordadas por el día de su muerte como Salvador Allende. El 11 de septiembre de 1973 el presidente del gobierno de la Unidad Popular se quitó la vida, en un acto de heroísmo y coherencia ideológica hasta el final, mientras las hordas golpistas del general Pinochet bombardeaban el […]
Pocas figuras de relieve histórico son tan recordadas por el día de su muerte como Salvador Allende. El 11 de septiembre de 1973 el presidente del gobierno de la Unidad Popular se quitó la vida, en un acto de heroísmo y coherencia ideológica hasta el final, mientras las hordas golpistas del general Pinochet bombardeaban el Palacio de la Moneda. La resistencia extrema, su último discurso, la fidelidad existencial a unos principios manifestada en su manera de morir, han restado espacio, algunas veces, al realce de su talla humana y política.
Como modesta aportación a redimensionar su figura, EUPV-IU organizó el sábado 28 de septiembre un acto de homenaje a Salvador Allende en la Asociación de Vecinos de Benimaclet (Valencia). El acto contó con la participación del escritor y periodista Mario Amorós, quien presentó su último libro «Allende. La biografía» (Ediciones B); el portavoz de EUPV-IU en el Ayuntamiento de Valencia, Amadeu Sanchis, y Patricio Suárez, militante del Partido Comunista de Chile.
Mario Amorós ha repasado algunos aspectos biográficos y políticos de Allende incluidos en su libro. Muchos de ellos resultan desconocidos para el gran público. Por ejemplo, las raíces familiares del compromiso político de Salvador Allende. Su abuelo paterno, Ramón, también fue médico cirujano, parlamentario del Partido Radical, jefe de la masonería chilena (su nieto fue masón) y fundador en 1872 de la primera escuela laica del país.
De familia burguesa (su padre se dedicó a la abogacía), Salvador Allende vivió una infancia itinerante. En 1921 la familia se desplaza a Valparaíso, y el futuro mandatario de la Unidad Popular se matricula en el liceo Eduardo de La Barra mientras su padre ejerce de notario. Ocurre entonces un hecho de interés para el legado político de Allende: conoce a un carpintero italiano y anarquista, Juan Demarchi, que le enseña a jugar al ajedrez y le inicia en las ideas revolucionarias. Además, las emociones y los afectos del joven Allende, recuerda Mario Amorós, vienen marcados por una relación fría con su padre y, al contrario, un cariño y un apego especial a sus dos madres (tanto a su progenitora, como a su nodriza, Rosa Ovalle).
La década de los 30 resulta determinante para Allende pues avanza, en buena medida, su recorrido posterior. Llega a Santiago, donde comienza sus estudios de Medicina y por las noches se adentra en la lectura de Lenin y Trotsky. En 1931 vive su primera experiencia militante en el grupo marxista «Avance», del que le expulsarían por «reformista». Un año después, Allende se implica, desde Valparaíso, en la instauración de la primera república socialista de América Latina, que tiene lugar en Chile y, pese a las esperanzas, dura 12 días. Los años 30 son decisivos. En 1933 se funda el Partido Socialista de Chile (Allende lo organiza en Valparaíso al tiempo que desarrolla su profesión en hospitales públicos).
Mario Amorós señala que en la prensa socialista de la época se conserva mucha documentación sobre este periodo. En 1939, Salvador Allende es designado Ministro de Salubridad (con sólo 31 años) en el gobierno del Frente Popular presidido por Aguirre Cerda. Se entrega a fondo en su tarea: sienta las bases para edificar una sanidad pública chilena. Coincidiendo con la segunda guerra mundial (1943-1944), accede a la secretaría general del Partido Socialista de Chile. Unos años antes, Allende ya había mostrado su apoyo y compromiso total con la II República española.
El destino político de Allende apunta a la Moneda, lugar desde el que podrá liderar grandes transformaciones. En 1952, con el apoyo de un pequeño sector del Partido Socialista y del Partido Comunista, presenta su candidatura presidencial. El objetivo está cada vez más cerca: En 1958 la izquierda chilena queda a sólo 30.000 votos de la presidencia. Pero, tres meses después, ocurre un hecho que desatará la ira del imperio: el triunfo de la revolución cubana. Tras viajar a Caracas para asistir a la investidura de Rómulo Betancourt, Allende se desplaza a Cuba, donde conocerá y trabará amistad con Fidel Castro y Ernesto «Che Guevara» (resalta Mario Amorós que Allende fue un gran defensor de la revolución cubana, por ejemplo, en sus discursos del Senado).
La revolución cubana señala, a partir de ahora, la historia del continente. En las elecciones chilenas de 1964 se desata una campaña anticomunista feroz, promovida por la CIA, y que tiene como fin llevar a Frei (candidato de la Democracia Cristiana) a la presidencia de la República. Allende resulta derrotado. Con todo, revela Mario Amorós que Eduardo Frei y Salvador Allende fueron grandes amigos, aunque la relación se echó a perder posteriormente. La coyuntura cambia y se torna, por fin, favorable en 1970. Allende y la Unidad Popular alcanzan la Moneda. Es el momento de «un proceso revolucionario nuevo, específicamente chileno, diferente al de Cuba o la URSS», subraya Mario Amorós.
«Se adoptan iniciativas anteriormente impensables», recalca el periodista e historiador. Así, se nacionaliza el cobre (principal sector de la economía chilena); se implementa una reforma agraria que acaba con el latifundio; se emprende la nacionalización de las grandes empresas del país y se decide que la clase obrera participe en la dirección de la economía; por último, Allende imprime un giro a la política internacional e inaugura un periodo de buenas relaciones con el tercer mundo. Pero la nacionalización del cobre (sin indemnización) a las empresas norteamericanas no se realiza sin coste. Nixon declara la guerra subterránea a Chile, y decide el bloqueo económico y financiero. El círculo de enemigos de la Unidad Popular se cierra en 1971, cuando la Democracia Cristiana y la derecha acuerdan un frente político. El 11 de septiembre de 1973, los aviones comandados por Pinochet descargan sus bombas sobre el Palacio de la Moneda.
El portavoz de EUPV-IU en el Ayuntamiento de Valencia, Amadeu Sanchis, considera que, con independencia de la inmolación de Allende por unos principios, su integridad y su coherencia política hasta el último día, «el compromiso con el programa de la Unidad Popular y con las reformas revolucionarias se da desde el principio». Además, antes de llegar a la Presidencia en 1970, Allende ya es señalado por sus enemigos: «La CIA lo consideraba igual de peligroso que la revolución cubana; nunca iban a permitir un proceso pacífico hacia el socialismo que, incluso, pudiera trascender el continente latinoamericano», apunta Amadeu Sanchis.
De hecho, la «vía chilena» al socialismo tuvo enorme eco en Europa durante aquellos años y llegó a inspirar las corrientes eurocomunistas. Hoy, subraya Amadeu Sanchis, «puede asociarse la figura de Allende y la Unidad Popular a los procesos latinoamericanos que arrancan en los años 90, en Venezuela, Bolivia y Ecuador»; «existe una clara línea de continuidad», agrega. Por lo demás, la experiencia chilena también mantiene vínculos con los Frentes Populares europeos, impulsados en la década de los 30 del pasado siglo.
Sanchis también destaca que Allende fuera capaz de impulsar un proceso revolucionario «con el ordenamiento jurídico que Chile tenía en ese momento». También en eso radica su vigencia. Y en los 40 puntos del programa de la Unidad Popular. Y en la imbricación entre los gobiernos de izquierda (que toman decisiones en las instituciones) y los movimientos sociales. Explica el portavoz municipal de EUPV-IU que las políticas de Allende eran refrendadas por los obreros en las fábricas. «El gobierno revolucionario coexistía con la autoorganización popular, que le daba sustento».
Pasado el tiempo, y con la perspectiva que da el retrovisor historiográfico, el militante del Partido Comunista de Chile, Patricio Suárez, ha llegado a una conclusión categórica: «el primer responsable del golpe de estado que acabó con Allende fue el gobierno de Estados Unidos». Pudo ver a Allende en varias campañas electorales, la primera vez con siete años: «cautivaba e inspiraba gran cercanía; influyó en toda una generación», recuerda. Era una época de eclosión participativa, del pueblo en la calle embarrándose de política. «Nos gustaba organizarnos y votar a nuestros dirigentes (en la universidad, en los liceos, en los sindicatos, en el campo)».
Patricio Suárez evoca cómo, antes de la campaña electoral de 1970, centenares de miles de personas (incluidas las mujeres) se implicaban en la política. La nacionalización del cobre, la reforma agraria… Se partía, asegura, de «una visión amplia, con alianza de socialistas y comunistas, pero que también incluyera a radicales y grupos cristianos». Aquella campaña lega una enseñanza para el presente: se crearon unos 15.000 comités de la Unidad Popular abiertos a la participación de la gente. Lo importante no era el candidato sino debatir el programa. Y de ahí surgió la candidatura de Allende. Y sus mil días en la Presidencia de la República…