Murió -fue asesinado a garrote vil, el último del franquismo- el 2 de marzo de 1974. No había cumplido los 26 años. Había sido detenido seis meses antes, el 25 de septiembre de 1973, en el número 70 de la calle Girona de Barcelona. Se llamaba, se llama, Salvador Puig Antich. Era un luchador anticapitalista. […]
Murió -fue asesinado a garrote vil, el último del franquismo- el 2 de marzo de 1974. No había cumplido los 26 años. Había sido detenido seis meses antes, el 25 de septiembre de 1973, en el número 70 de la calle Girona de Barcelona. Se llamaba, se llama, Salvador Puig Antich. Era un luchador anticapitalista.
Fue el Régimen franquista, por supuesto, el responsable de su asesinato legal. Todos los servidores-funcionarios, policiales, militares y juristas implicados, mancharon sus manos de sangre. Entre ellos, el juez del caso, Nemesio Álvarez. Manipularon el sumario para asegurarse que la condena fuera su sentencia a muerte, como en los viejos tiempos del fascismo hispánico. El general criminal dio el «enterado» la noche del viernes 1 de marzo.
Hubieron movilizaciones en muchas ciudades de una Europa ciudadana y trabajadora que entonces combatía y ayudaba a combatir contra el régimen fascista español y sus agresiones a las clases trabajadoras.
Se intentó la revisión el caso en 2007. Par algunos, justificadamente, asunto menor. No necesitan para nada las sentencias o revisiones de un sistema opresor. Tres jueces del Tribunal Supremo, con antecedentes familiares franquistas, votaron negativamente; dos magistrados denunciaron el hecho en sus votos particulares.
Sus hermanas -Montserrat, Carme, Imma y Marçona- intentan de nuevo la revisión. ¿Dónde? En Argentina por supuesto, un nuevo punto afable, admirable también, de la lucha contra el Régimen y sus prolongaciones. Como lo fue México en su momento. El Tribunal Constitucional y el Tribunal de Estrasburgo no han querido abordar el caso.
Uno de los forenses que firmaron la autopsia del policía muerto en el enfrentamiento -recibió cinco balas, no tres-, Rafael Espinosa, no estaba en el momento en que se realizó. La realizó, con cardinalidad unitaria, el doctor Sánchez Maldonado.
Un nuevo libro habla del caso. Su autor: Jordi Panyella, Salvador Puig Antich, cas obert. Por primera vez, Xavier Garriga Paituví, detenido en el mismo momento que Puig Antich, habla públicamente de lo sucedido. Desmiente la declaración que hizo a la policía. Lo torturaron por supuesto. Panyella, ha comentado Marc Andreu en su informada aproximación (El País, edición Cataluña, 27 de febrero, pp. 1-3), ha encontrado otro testimonio clave, Enric Palau. Estaba haciendo entonces la mili como alférez provisional. Fue el encargado de montar, bajo control policial, el sumario de Puig Antich.
La Federación de Vecinos de Barcelona de aquella época (nada -nada de nada- que ver con la actual) se reunió en enero de 1974 en el hotel Calderón. Un vocal, Miquel Esquirol, sugirió a la federación sumarse a una petición de clemencia firmada hasta entonces por 26 entidades vecinales y eclesiásticas de Barcelona. Se conserva el acta de la reunión federativa, entonces muy empresarial. El argumento esgrimido para no apoyar la petición fue el siguiente: «no tenemos suficientes puntos de referencia para fijar una política de actuación en asuntos ajenos al ámbito ciudadano». Para enmarcar. ¿La enmarcamos en nuestras memorias?
Entre los que se opusieron a la petición, Manuel Sañes, Juan Frías, Albert Pons Valón (posteriormente regidor con CiU), José Jaume Sintes… y don Joan Gaspart Solves, el ex president del Barça, actual propietario del hotel de la reunión, que ahora, desde luego, dice no recordar lo sucedido. Los negocios, ya entonces, eran los negocios y el franquismo no fue un sistema político impuesto sobre «la voluntad de Catalunya». Tuvo muchos partidarios entre ciudadanos, algunos de ellos muy bien aposentados, de este lado del Ebro. El alcalde de la ciudad por ejemplo. También su predecesor, don José María o Josep Maria de Porcioles, el que fue elevado a los altares de los prohombres de la ciudad por Pasqual Maragall.
¿Pudo hacer algo más el movimiento antifranquista para evitar la muerte de Salvador Puig Antich? ¿Debió hacer más, debió intentarlo aunque pareciese imposible? Pudo y debió hacer más desde luego aunque la situación no era fácil y se hicieron cosas. Las cárceles seguían llenas de luchadores. Gregorio López Raimundo, entrevistado por Xavier Juncosa para los documentales sobre la vida y la obra de Manuel Sacristán, reconoció que tal vez el PSUC, su partido, su organización, parte esencial de su vida, pudo haber puesto más carne en el asador de las movilizaciones, que sin duda tuvieron alguna vacilación. Andreu Mayayo, en todo caso, en su biografía de Solé Barberà, el experimentado abogado que el PSUC propuso para la defensa de Puig Antich, recuerda la mala, la pésima situación política en España a principios de 1974. Un mes antes de la ejecución fueron detenidos más de 240 luchadores antifranquistas. Eran tiempos de penumbra y represión. Nadie puede ocultar que la práctica de la lucha armada por el MIL, la organización de la que era miembro Puig Antich (que se había disuelto un mes antes de su detención), era para algunos sectores políticos de la resistencia activa un fuerte inconveniente. Algo parecido pasó con las condenas a muerte de septiembre de 1975.
Tampoco el movimiento antifranquista del resto de España permaneció mudo. Ni tampoco los luchadores franceses, de origen ibérico no, que combatían el fascismo y eran, en algunos casos, militantes del Movimiento Ibérico de Liberación
En una misa celebrada el 8 de marzo, una semana después del asesinato, en la parroquia de Sant Andreu de Barcelona, mossèn Ignasi Pujades habló, delante de unas tres mil personas, de la herida en las conciencias que había significado la muerte de Puig Antich y concluyó su homilía con un «Trabajadores de todos los países del mundo, ¡uníos!».
El Régimen asesinó a un luchador antifranquista. Su familia no ha conseguido hasta el momento la revisión de la condena. No es un caso de terrorismo. No hubo, desde un punto oficial, prácticas de terrorismo de Estado. ¿Quién a estas alturas puede creerse una cosa así? Las hubo. Fueron numerosas.
Una plaza, que lleva su nombre, le recuerda en Barcelona. Nunca ha sido olvidado.
El president de la Generalitat de Catalunya, ¿no debería decir nada sobre el caso, un caso que sigue, que debe seguir abierto? Tal vez no, tal vez no importe.
PS. Sergi Rosés Cordovilla, autor de El MIL: una historia política, Alikornio, Barcelona 2002, en una entrevista de 2007 para El Viejo Topo, señalaba: «Ciertamente, definir al MIL no es tarea fácil, pero no por su ideario político sino básicamente por la persistencia del cliché que lo define como grupo anarquista, y a sus miembros como anarquistas. Sin embargo, un examen de toda su producción literaria muestra que sus parámetros teóricos no se encuentran en el anarquismo sino en la llamada «ultraizquierda» marxista».
El MIL, prosigue Rosés, tenía una propuesta nítidamente diferenciada de la oposición antifranquista, totalmente original en el panorama español de la época «con fuertes raíces teóricas en corrientes revolucionarias de matriz marxista antileninista y que se consideraba a sí mismo no como otro grupo político más de la extrema izquierda, sino como un grupo de apoyo al movimiento obrero del momento, estando contra las organizaciones permanentes, por lo que toda referencia al MIL como «grupo» debe utilizarse en el sentido de que constituyen más un «grupo de afinidad», de los muchos que debían constituirse, que un «grupo» como embrión de una organización partidista y/o sindical futura….»
Aunque formalmente el MIL se creó en Tolosa de Llenguadoc, compuesto inicialmente por tolosanos y barceloneses, el campo directo de su actuación política fue Barcelona y su cinturón «donde se distribuyó la casi totalidad de su literatura y donde se efectuaron la mayoría de las acciones armadas». El MIL no pretendía liderar la revolución «sino ofrecer materiales para que los propios trabajadores se emanciparan. Para tal fin su intervención se articulaba con dos proyectos paralelos, la «agitación armada» (en contraposición a la «lucha armada») y la «biblioteca socialista», la difusión de literatura revolucionaria que no consistiría en órganos del grupo (tipo prensa partidista o folletos propios), sino en clásicos del movimiento obrero olvidados o ignorados, en su mayoría de diversas corrientes ultraizquierdistas. Esta literatura no marcaba una posición monolítica de grupo, sino que ofrecía elementos para la reflexión proletaria.»
Preguntado por Puig Antich -«Puig Antich fue condenado a muerte y asesinado en 1974. ¿Podrías dar breve cuenta de su detención, del juicio y de su muerte?- señalaba Rosés: «No he estudiado detenidamente el tema de Salvador Puig Antich, mi investigación se centró estrictamente en el MIL, que se autodisuelve en agosto de 1973». Un mes después, Puig Antich fue detenido, como la mayoría de miembros del MIL. En su detención, septiembre de 1973, murió un policía. «Fue juzgado en un consejo de guerra por estos hechos y también por los atracos, y condenado a dos penas de muerte, una por lo del policía y otra por un atraco, aunque ésta le fue conmutada. Finalmente, como es bien sabido, fue la última persona en este país en ser asesinada legalmente a garrote vil. Se ha hablado mucho, y se continúa hablando aún, con motivo de la petición de revisión del proceso, de que éste estaba plagado de irregularidades, de que el cadáver del policía tenía balas de diferente calibre, etc».
Todo ello no es sólo posible, sino altamente probable, en opinión de Rosés, pero, desde su punto de vista, «aquí hay dos cuestiones a considerar: la primera, que nada de eso niega la evidencia de que Salvador Puig Antich realizó conscientemente una acción, que era disparar a un policía: intentar presentar a Puig Antich como un buen chico que se encontró en un fregado contra su voluntad es falsificar los hechos. Él era un luchador anticapitalista que entendía que la lucha pasaba por utilizar la violencia revolucionaria contra los agentes del capital, y por eso disparó con la segunda pistola que llevaba oculta».
A lo que añadía la segunda cuestión a considerar: «la sempiterna petición de revisión del juicio, de la que algunos profesionales de la política se han convertido en albaceas: si analizamos esto desde el punto de vista político al que se adhería el MIL, esta revisión es un sinsentido porque ¿cómo se va a pedir al estado burgués que sancione si Puig Antich fue injustamente asesinado?» Plantear así las cosas es, para el historiador del MIL, quedarse atrapado en las tenazas del antifranquismo, «pensar en términos de régimen (franquista versus democrático burgués), cuando el MIL planteaba las cosas en términos de lucha contra el estado burgués, independientemente de su régimen político. Dicho en otras palabras: Salvador Puig Antich no necesita ser rehabilitado por el estado burgués.»
Un punto importante de la entrevista: ¿Tuvo el MIL entonces alguna derivada nacionalista o catalanista? ¿Se puede afirmar en algún sentido razonable de la expresión que Oriol Solé fue un luchador catalanista? La respuesta del historiador: «El MIL no tuvo en absoluto ninguna veleidad nacionalista. De hecho, la opresión nacional no aparece nunca en ninguno de sus documentos propios. Nunca llamaron por la defensa del derecho de autodeterminación y menos aún por la creación de un estado independiente catalán: es lógico, dado que estaban en contra del estado. Tampoco utilizaron el catalán en sus publicaciones (sí en los documentos internos, donde es la lengua utilizada normalmente)».
En sus tres años de existencia sólo publicaron un artículo sobre la cuestión nacional, recuerda Rosés, «prestado de una publicación francesa, un artículo que se titulaba muy significativamente «contra el nacional-socialismo del IRA». Esta posición tan alejada de la retórica de las luchas de liberación nacional fue uno de los factores principales que hacía inviable la fusión con la OLLA, fusión que ésta deseaba y que el MIL evitó siempre».
Dicho esto, admite Rosés, es cierto también que en el interior del MIL «dos personas defendieron posiciones nacionalistas, los hermanos Ignasi y Oriol Solé (también, pero años después del MIL, Santi Soler), pero esto no fue nunca un punto importante de discusión no sólo para el MIL, sino tampoco para ellos dos. Ignasi acabaría fuera del MIL y entrando en la OLLA, pero su salida no tuvo tanto que ver con la cuestión nacional como con la enemistad que se creó ente casi todos los miembros del MIL por su manera de hacer las cosas. En el caso de Oriol, que tenía un pasado estalinista (y ya sabemos el papel que juega el nacionalismo en todo estalinismo), la mitología de la liberación nacional, a imitación de las luchas anti-imperialistas del tercer mundo, influenciaron su manera de plantear la solución a la opresión nacional catalana».
Pero esta particular visión de Oriol Solé, concluye Rosés, «a pesar de lo que pretenden vender recientemente Joaquim Roglan y Josep Maria Solé Sabaté, no convertían a Oriol Solé en luchador nacionalista, porque la preocupación por la opresión nacional jamás suplantó su comprensión de que la contradicción fundamental era la que oponía las luchas de la clase obrera contra el capital.»
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