El «proceso participativo» a modo de referéndum que se sacó de la chistera Artur Mas y que, finalmente, asumió como propio la totalidad de los partidos favorables al «derecho a decidir» ya se ha realizado. De su desarrollo y resultado pueden extraerse, sin lugar a dudas, muchas conclusiones. La primera de ellas es que hay […]
El «proceso participativo» a modo de referéndum que se sacó de la chistera Artur Mas y que, finalmente, asumió como propio la totalidad de los partidos favorables al «derecho a decidir» ya se ha realizado. De su desarrollo y resultado pueden extraerse, sin lugar a dudas, muchas conclusiones. La primera de ellas es que hay un importantísimo grueso de la población catalana -alrededor del 90% de los previsibles 2,25 millones de votantes- que quiere un cambio radical del statu quo en lo concerniente al modelo de Estado, inclinándose una inmensa mayoría hacia la solución de un Estado independiente para Cataluña. Dando por sentado que la práctica totalidad de la ciudadanía catalana que quiere la independencia así lo habrá expresado con su voto, la segunda conclusión es clara: sigue existiendo un segmento social mayoritario que, o bien está palmariamente a favor del actual estado de cosas o sencillamente no se siente interpelado ni interesado por la cuestión, sea por «desidia» política o por desacuerdo con los planteamientos estructurales del propio proceso.
Una gran parte del pueblo quería votar -con más vehemencia y ahínco tras las reiteradas prohibiciones del aparato del Estado español- y ha podido hacerlo, a pesar de ser bajo una formulación con difícil extracción de un mandato político claro. Llegados a este punto es el momento de resolver, pues todas las etapas del camino han sido ya quemadas. Años de debate sobre la cuestión nacional han eclipsado mediáticamente y, en cierta medida socialmente, multitud de discusiones que la izquierda debe trasladar a la sociedad y que deben tornarse centrales en ésta. Además, el riesgo de fractura social en el seno de la sociedad catalana entre «nacionalistas» de uno y otro lado del Ebro parece una realidad cada vez más cercana, atendiendo a la radicalización nacional -a modo de ejemplo práctico- de los diferentes grupos políticos en pugna. En esta tesitura, las cartas están echadas y poco más pueden dar de sí.
La participación política en forma de «referéndum» ya se ha realizado, mal que bien, así que poco más puede apelarse para proseguir con el proceso en las coordenadas hasta ahora establecidas. Ha llegado el momento de pararle los pies a CIU y arrebatarle la dirección de este proceso para finiquitarlo, pues su voluntad es disimular, maniobrar y dar vueltas para dilatarlo hacia un horizonte que desconoce, pero que le perpetúa en la gestión del poder. Ha llegado la hora de decirle a Artur Mas que se ha acabado el juego; que en el marco del Régimen del 78 y del actual Estado español no hay negociación posible, por lo que no hay posibilidad de seguir con el proceso en las mismas coordenadas que hasta ahora; que no hay ninguna «consulta definitiva» que realizar, más allá de la convocatoria inmediata de las prometidas elecciones con carácter plebiscitario, donde el pueblo de Cataluña podrá expresar su voluntad a través de la determinación de los diferentes programas políticos respecto a la independencia.
Las fuerzas progresistas y de izquierdas (ICV, EUiA, Podemos, etc.) deben dar un puñetazo sobre la mesa. No deben aceptar ya bajo ningún concepto una nueva maniobra del gobierno de CIU. Su única tarea debe ser tomar al asalto la dirección del movimiento nacional; sustraerlo definitivamente de las manos de la burguesía. Hacer valer el potencial movilizador -y de presión- de todas las organizaciones civiles y populares para desbancar la dirección oportunista del proceso. Es imposible seguir haciendo absurdos equilibrismos políticos por el pánico a la pérdida de votos o a la ruptura interna. Con el Estado español no hay diálogo ni entendimiento político posible para formular un «nuevo encaje» de Cataluña dentro de España o para plantear una reforma federal de ésta. Las fuerzas políticas situadas a la cabeza de la gestión estatal no tienen ni tendrán determinación de asumir la voluntad popular de Cataluña, por lo que es necesario erigirse sin paliativos en los máximos defensores no ya del derecho a la autodeterminación -negado sistemáticamente- sino de su ejecución práctica. La izquierda ha de convertirse en separatista, puesto que la independencia es, en este momento histórico, la palanca de cambio real del statu quo. La única palanca que puede convertir el actual movimiento nacional en un proceso constituyente donde las aspiraciones populares puedan resquebrajar la hegemonía histórica de la burguesía catalana. Es la única herramienta que permitirá acabar con el juego de trileros al que está dispuesto a prestarse CIU para arreglar un desaguisado que se le ha ido de las manos, en una nueva reconfiguración del pacto entre oligarquías catalana y española. Es la única manera de socavar al Estado español por uno de sus eslabones más débiles, precipitando también en él el cambio político y la llegada de un proceso constituyente para el conjunto de España.
La opción de esperar una presumible victoria popular en las próximas Elecciones Generales no es tal. Cualquier voluntad reformadora de la Constitución requerirá necesariamente de dos tercios del Congreso; una realidad que se antoja irrealizable. Si la izquierda catalana no da un paso al frente, consecuente, la resolución de este proceso se dará en los términos marcados por la burguesía y la pequeña-burguesía representadas por CIU y ERC.
Vayamos pues de manera irreductible a por las elecciones plebiscitarias, la declaración unilateral de independencia y la apertura de un proceso constituyente para Cataluña y España. Seamos los más consecuentemente nacionales para que la sociedad deje de ser nacionalista.
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