«Lo que no sabemos es más importante que lo que sabemos». Nassim Nicholas Taleb En Colombia -y en el mundo- el transcurso de los acontecimientos pareciera estar montado en un tirabuzón. Hechos que parecen aleatorios entran en juego en forma intempestiva y cambian de un momento a otro el ritmo y la dirección de los […]
«Lo que no sabemos es más importante que lo que sabemos». Nassim Nicholas Taleb
En Colombia -y en el mundo- el transcurso de los acontecimientos pareciera estar montado en un tirabuzón. Hechos que parecen aleatorios entran en juego en forma intempestiva y cambian de un momento a otro el ritmo y la dirección de los sucesos.
Es como si una mano invisible actuara tras bambalinas y torciera el curso de los hechos. Durante algunas semanas se vive la gratificante sensación de una nueva dinámica, pero un «imprevisto» evento hace que la novedad se desvanezca y la dura realidad -que siempre estuvo allí- se imponga.
Eso ocurre porque confiamos excesivamente en la información que nos llega y creemos en demasía en lo inmediato. La «lucha» ya no es sostenida y planeada, sino que depende de los estados de ánimo y la manipulación de los medios. El inmediatismo y la sorpresa se apoderó de nuestras vidas.
Veamos unos ejemplos en Colombia:
¿Qué pasaría si la Corte Suprema llamara a juicio a Álvaro Uribe Vélez? ¿Por qué no ocurre?
¿En qué estaríamos si no se produce el atentado terrorista del 17-E? ¿Por qué ocurrió?
¿Qué pasó con el escándalo de corrupción de Odebrecht que comprometía al Fiscal General y amenazaba con enlodar y encausar a Luis Carlos Sarmiento Angulo, el gran «cacao»?
¿Qué ocurrió con los suicidios y las muertes accidentales, los audios y videos comprometedores, las apresuradas declaraciones del Fiscal, que hacían presagiar que algo grande se iba a destapar?
¡Nada! Apareció Guaidó y todo cambió, mucho más en Colombia que en Venezuela.
Duque se convirtió en un santiamén en el adalid de la democracia y la libertad. De ser el sub-presidente de Colombia pasó a ser, junto al auto-proclamado Guaidó, el líder de la ayuda humanitaria que salvaría de la hambruna y la muerte al pueblo hermano y vecino. ¡Un milagro!
La expectativa hoy en Colombia ya no es cuándo será el juicio de Uribe, o qué otro político o empresario aparecerá comprometido con el caso de Odebrecht, o cuando extraditarán de EE.UU. a «uribito» Arias, o cuándo renunciará el Fiscal Martínez Neira. En 40 días todo cambió.
Ahora la pregunta impuesta por los medios de comunicación es… ¿cuándo caerá Maduro? Y, hasta importantes dirigentes «progresistas» caen en la trampa y se suman al coro de los que creen que la democracia y la libertad llegarán a Venezuela de la mano de los Bolton, Rubios y Pence.
Mientras tanto, se desmonta lo poco que avanzó el «proceso de paz» y se revive la «seguridad democrática». Se fabrican operativos («falsos positivos judiciales») usando el caso Santrich para desprestigiar y desmontar la JEP, se aplica la estrategia de borrar la verdad de la memoria histórica y se imponen reformas tributarias a la sombra del Plan de Desarrollo.
Hay que mirar con cierto detalle las cosas para descubrir el hilo conductor. La mano visible del Fiscal General siempre está detrás de «lo imprevisto» pero la efectiva trama «invisible» se teje en Washington y Miami. Hay que ir más allá de las campañas mediáticas, romper con lo que creemos saber y atrevernos a reconocer que caminamos con los ojos vendados.
Por ello, hay que dejar de vivir del cuento, salir del estado mental que se alimenta de inmediatismo y ajustar nuestra práctica. No será a punta de twitter ni solo con plantones como cambiaremos la relación de fuerzas e incidiremos en la realidad. Se requiere mucho más, bastante más.
En pocas semanas desapareció la dinámica democrática que dejó el año pasado (2018). Los vientos frescos que se agitaron al calor de la lucha contra la corrupción, contra el modelo de desarrollo depredador del medio ambiente y por la educación pública (paro estudiantil universitario), parecen haber dado lugar a las corrientes de aire antidemocráticas de la guerra, la muerte y el horror.
Pero ese ambiente artificial que gira alrededor del fenómeno distractor («caída de Maduro») pareciera haber llegado a un límite el pasado 23 de febrero. Ni el promocionado concierto de Richard Branson, ni la campaña de la «ayuda humanitaria», ni los gritos estridentes del Grupo de Lima desde Bogotá, han logrado cambiar la relación de fuerzas en Venezuela. Maduro sigue allí.
Y ahora… ¿vendrá la destorcida?
No es casual que reviente el nuevo escándalo de corrupción creado por la Fiscalía, usando dineros públicos para falsos sobornos y agentes encubiertos de la DEA y CIA, que compromete al «Tuerto» Gil y a un fiscal de la JEP de segundo nivel.
Es una buena señal. Se agota el señuelo de Venezuela y la atención vuelve a centrarse en nuestra realidad interna. El «sueño feliz del vecino» no dura para siempre y no puede tapar nuestras propias pesadillas. La película está terminando y el velo empieza a correrse.
A partir del mes de marzo entramos de lleno en la campaña de las elecciones regionales y locales. ¿Cómo influirán los hechos y las dinámicas que hemos vivido en el terreno nacional e internacional en las alianzas y convergencias que se configuraron en las elecciones de 2018?
Pienso que entre las fuerzas democráticas se va a imponer en muchas regiones la experiencia y la madurez. Nuevas convergencias, más amplias y fuertes, se van a configurar en municipios y departamentos para unir a las fuerzas de la paz, de la lucha contra la corrupción y por justicia social.
Las movilizaciones sociales y las protestas ciudadanas van a desenmascarar la falsa imagen de un Duque «democrático y humanitario» y van a ayudar a que la política pise terreno firme. Es en esa tensión entre lo mediático y lo concreto, como se desarrollará la campaña para elegir gobernadores y alcaldes en Colombia.
El agotamiento del «show mediático» Guaidó-Maduro juega en contra de corruptos y guerreristas.
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