El 26 J se repiten las elecciones en España. Muchas personas, y algunos políticos hablan de «una segunda vuelta», procedimiento que es prescriptivo en algunos países de nuestro entorno. En efecto, en países como Francia, todas las elecciones tienen dos vueltas, separadas por unas escasas semanas. Allí nadie se tira de los cabellos clamando por […]
El 26 J se repiten las elecciones en España. Muchas personas, y algunos políticos hablan de «una segunda vuelta», procedimiento que es prescriptivo en algunos países de nuestro entorno. En efecto, en países como Francia, todas las elecciones tienen dos vueltas, separadas por unas escasas semanas. Allí nadie se tira de los cabellos clamando por el «despilfarro» de repetir el evento. Se piensa que es un método efectivo para formar mayorías en los respectivos gobiernos. Claro que allí en esa segunda vuelta sólo hay dos opciones posibles. Eso obliga a que todas las listas y los programas que se presentan en la primera vuelta se aglutinen, en función de la cercanía de sus propuestas o la oposición a las más alejada, en dos bloques, cada uno de los cuales se presenta con nuevas listas que integran las respectivas alianzas. Y lógicamente una de ellas resulta votada por mayoría.
El sistema español propone un acuerdo de gobierno entre las personas electas en el Parlamento, cosa que se ha producido siempre hasta ahora, evitando volver a votar. Y ha funcionado hasta ahora, porque hemos venido asumiendo un bipartidismo de hecho, y hemos optado mayoritariamente desde el primer momento por elegir entre esos dos únicos partidos, como «voto útil». El problema ha surgido cuando una parte importante del electorado ha constatado que ambos partidos, que se han turnado en el gobierno, han venido practicando similares políticas, y ha decidido que es necesario votar otra cosa para cambiar esas políticas. Eso ha dado como resultado, por primera vez en los casi 40 años de democracia, un pluralismo parlamentario sin precedentes. Y durante unos meses hemos vivido una situación de «intentos de pacto» que deja en evidencia las contradicciones entre el imaginario y los hechos, que ha tenido su mayor expresión en el pacto Ciudadanos-PSOE. El PSOE simboliza la «izquierda» del bipartidismo frente al PP y no ha querido aliarse con todos los grupos de izquierda que le acercaban al gobierno, en cambio lo ha hecho desde el primer momento con Ciudadanos, con un claro programa de derechas aunque se presente como partido del «cambio». La sesión de investidura fue esclarecedora mostrando un bloque progresista numeroso que ofrecía el apoyo al candidato y la soledad numéricamente inútil del acuerdo con Ciudadanos. Sin cambio de opción sólo había un camino: repetición de elecciones.
Ahí es donde se tenía que pensar en el método de segunda vuelta, porque sin cambiar nada se podría repetir la situación y volver a la casilla de salida. Esto lo han visto PODEMOS, IU y otros partidos de izquierdas o progresistas, que han integrado una sola candidatura para unir fuerzas en esta segunda elección. Incluso PODEMOS ha planteado un pacto al PSOE para tener una sola candidatura al Senado, que permitiría un gran cambio en la composición de dicha Cámara. Es el único bloque «formal», la única novedad material ante el electorado.
Pero el PP, aunque no ha promovido ningún bloque físico, plantea claramente una opción polarizada en el imaginario ideológico entre ellos o «los comunistas». El electorado tendría que deducir, basándose en sus conocimientos de la historia de España y de los orígenes del PP (fundado por 7 ex ministros de franco), cuál es la ideología del polo opuesto. En medio, Ciudadanos mostrando su perfil más de derechas, rompiendo el pacto con el PSOE, pero no queriendo identificarse con el PP de la corrupción; y el PSOE que un día abre la puerta a dialogar con el PP y al siguiente jura que no le permitirá gobernar, mientras ataca el «radicalismo comunista» de Unidos Podemos al mismo tiempo que se define a sí mismo como «yo sí soy de izquierdas», dando a entender que aquellos no, un galimatías del que cabría deducir que sólo gobernará consigo mismo.
Con este panorama, más el impresionante ruido mediático empeñado en recomponer el bipartidismo, esa mayoría social, sumergida en sus graves problemas y sufriendo cada vez más ataques a su supervivencia, debe decidir si ejerce su voto para cambiar algo (sin hacer caso a los mensajes del miedo que serán cada vez mayores) o para apoyar los mismos partidos que nos han llevado a la situación actual (olvidándose de las corrupciones y las agresiones neoliberales que tanto le «indignan»). O mantenerse al margen mostrando su «hastío» el día electoral, permitiendo que todo siga igual.
En sus manos, en nuestras manos, está la decisión. El 26 la conoceremos, y a partir del 27 padeceremos responsablemente las consecuencias de tal decisión.
José Antonio Naz Valverde. Miembro del Colectivo Prometeo y del Frente Cívico.
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