Cuando yo era niña y adolescente tuve varios enfrentamientos con mi madre -que era muy racista- porque me quejaba de no haber nacido mulata, ya que mi piel, demasiado blanca, no me permitía disfrutar abiertamente del sol, de la playa, de paseos por la ciudad; se llenaba de pecas y de manchas; se resecaba por […]
Cuando yo era niña y adolescente tuve varios enfrentamientos con mi madre -que era muy racista- porque me quejaba de no haber nacido mulata, ya que mi piel, demasiado blanca, no me permitía disfrutar abiertamente del sol, de la playa, de paseos por la ciudad; se llenaba de pecas y de manchas; se resecaba por la escasez de melanina. Debía esconderme bajo sombrillas o sombreros, empavesarme de cremas, o atenerme a las consecuencias de quemaduras si no tomaba esas precauciones.
Ahora resulta que, por los criterios de Roberto Zurbano [1] sobre la imposibilid de los negros de acceder a determinadas facilidades que tienen ahora los blancos para acceder a ciertos beneficios, me he dado cuenta de que, aunque mi insoportable piel no se ha enterado, yo soy negra.
Él dice, por ejemplo, que «los cubanos blancos, […] han equilibrado sus recursos, para entrar en la nueva economía de mercado y cosechar los beneficios de un socialismo supuestamente más abierto». Como no es mi caso -y el de muchísimos cubanos blancos- debe ser que no soy blanca, digo yo. No puedo -como muchísimos cubanos blancos- acceder a una pieza («una pequeña pieza y no una pieza colosal») de hotel, o viajar libremente, o comprar un celular, no ya un automóvil, porque simplemente no tengo recursos para ello. Yo debo ser negra.
Creo que la lucha contra el racismo -que existe y hay que combatirlo- no puede librarse con absolutizaciones, con conclusiones superficiales y con desvíos de las causas de las diferencias en los accesos a las posibilidades que ahora ofrece nuestra sociedad. Ello parte de un problema de desigualdad eminentemente económica, y en esto se incluyen tanto blancos como negros. Y no solo aquellos que se pueden considerar por debajo de la línea de pobreza, sino cualquiera que viva de un salario o una pensión en moneda nacional.
He visto con mis ojos cómo cubanos negros tienen esas posibilidades porque o bien reciben remesas -aunque se trate de minorías en relación con los blancos que las reciben- o porque su trabajo les permite disponer de CUC, o porque tienen relaciones con extranjeros, o por cualquier otra razón. Y sería fácil demostrar que la gran mayoría de los blancos, como la inmensa mayoría de los negros, no pueden disfrutar de esas facilidades.
Por otra parte, considero que ellas no son prioridades para la mayor zona de la población cubana -sea blanca, negra o de cualquier color-, sino tener una entrada económica, ya sea por trabajos privados o por un salario coherente con su labor, que le permita poseer una vivienda decorosa, una alimentación suficiente, vestuario, y otros elementos indispensables, además de una reserva para entretenimientos y otros gastos. Lo demás, para esa gran mayoría, significa un lujo -no despreciable, pero en fin lujo- y no es, según mi criterio, lo que se debe enarbolar para hablar de «carencias» o desigualdades.
No se trata de negar que el sector negro de nuestra sociedad tiene desventajas que parten históricamente de la esclavitud y el consecuente racismo después de su abolición. Los cubanos negros y mulatos, efectivamente, no tuvieron en el pasado las oportunidades de los blancos para su superación económica y cultural, y eso, de alguna manera, se ha arrastrado hasta hoy; pero la peor consecuencia fue la mentalidad racista y discriminatoria que se instaló en el imaginario de buena parte de la población, y que, al tratarse de un asunto cultural y psicológico, es mucho más difícil de eliminar. Es, sobre todo, contra esa mentalidad que hay que batallar, pero no negando lo que se ha podido hacer hasta ahora, sino proyectando acciones que permitan seguir avanzando hacia su eliminación.
Zurbano da como actuales situaciones que fueron ciertas en décadas anteriores, pero no ahora. Por ejemplo, cuando afirma: «El racismo en Cuba ha sido ocultado y reforzado en parte porque no se habla de él. El gobierno no ha permitido que el prejuicio racial sea debatido y confrontado política o culturalmente, pretendiendo a menudo, en ocasiones, que no existe». No es pensable que alguien tan interesado en la cuestión negra en Cuba, y que incluso haya escrito sobre ella, no sepa de la cantidad de textos que se han publicado acerca de esto, desde hace casi dos décadas. La revista Temas, por ejemplo, ha publicado 34 artículos y cinco paneles de discusión relacionados con esto. Catauro, de la Fundación Fernando Ortiz, La Gaceta de Cuba, de la UNEAC, Caminos, del Centro Martin Luther King, La Jiribilla, Casa de las Américas, por solo citar algunas publicaciones, también han abordado el tema. Se han publicado libros, ha habido debates en diversas instituciones, se han creado comisiones para discutir este asunto, se han realizado filmes sobre el tema. Por supuesto, falta una mayor socialización de esas actividades. Los medios de comunicación masiva son todavía bastante reacios a abrir el necesario debate sobre el racismo y la discriminación.
Sin embargo, en estos momentos, el Canal Educativo 2 y la Fundación Nicolás Guillén están preparando un curso sobre la presencia negra en la historia y la cultura cubanas que pretendemos sirva para el mayor conocimiento y valoración por la población cubana del pensamiento, las acciones, las creencias, las resistencias y los aportes de las colectividades y personalidades negras, desde los tiempos coloniales hasta la actualidad. Esperamos que ese curso sea el inicio de una mayor visibilidad de la cuestión negra en Cuba, no con un sentido de exclusión en relación con los demás componentes de nuestra nacionalidad, sino para que el desconocimiento de su impronta no sea una de las causas del racismo.
La no mayor divulgación de los abordajes sobre los cubanos negros -asignatura pendiente efectivamente-, no puede justificar la expresión absolutizada de que «no se habla» de ello, y lo que es peor, de que «se oculta», como si estuviera en la voluntad política del gobierno. Esos libros, artículos, investigaciones, debates, películas, van abriendo un camino, si no suficiente, si efectivo para ir eliminando de las mentalidades los prejuicios raciales y las acciones discriminatorias; y eso debe ser reconocido.
No creo que sea prudente, por obvio, comparar la situación de los cubanos negros antes y después de 1959, pero sí es necesario que los interesados en contribuir a superar el racismo y la discriminación analicen objetivamente, sin apasionamientos ni paternalismos, en qué punto de ese camino estamos, en qué nos hemos equivocado, y qué se puede proyectar para llegar a la meta.
No creo que el artículo de Zurbano para el New York Times ayude a ese propósito.
Denia García Ronda es Directora académica de la Fundación Nicolás Guillén.
[1] Roberto Zurbano, «Para los negros en Cuba la Revolución no ha comenzado aún», en http://www.lajiribilla.cu/2013/n621_03/new_york_times.html. Fuente: http://www.lajiribilla.cu/articulo/4409/seguramente-soy-negra-y-no-me-he-dado-cuenta