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Self Made Man

Fuentes: Rebelión

En la mitología del Self Made Man normalmente nos encontramos con personas de origen humilde que logran, con tiempo y esfuerzo, una acumulación de riqueza. Más llanamente pasan de pobres a millonarios. El origen humilde condensa todas las dificultades con las que tuvo que enfrentarse hasta convertirse en un hombre rico. El origen humilde en […]

En la mitología del Self Made Man normalmente nos encontramos con personas de origen humilde que logran, con tiempo y esfuerzo, una acumulación de riqueza. Más llanamente pasan de pobres a millonarios. El origen humilde condensa todas las dificultades con las que tuvo que enfrentarse hasta convertirse en un hombre rico. El origen humilde en este caso acreditaría y legitimaría la acumulación de riqueza.

Ahora bien, no todos los que son de origen humilde logran el título de Self Made Man, de tal modo que a éste habría que atribuirle un impulso de distinción, el cual, en tanto que relacionado con la acumulación, engarza con lo que Max Webber denominó como «filosofía de la avaricia».

En este impulso de distinción podemos encontrar el supuesto de un nacimiento erróneo, es decir, que se ha nacido en la clase incorrecta y en la que el esfuerzo propiciaría una restitución a la clase a la que se pertenece. Así, la acumulación de riqueza actuaría como señal de que se es de una clase y no de otra, y de que la pertenecía a una u otra se realiza de forma natural.

Y es esta carta de naturalidad la que hace que desde las clases humildes se acepte la acumulación de riqueza. Aceptación y admiración, hay que añadir, ya que desde la humildad se es consciente de las dificultades para el vivir, de manera que si alguien consigue sobrepasarlas se le impone como modelo.

Este ver como modelo supone considerar como a un igual al Self Made Man triunfador, de tal modo que desde la perspectiva de las clases humildes no se trataría de un error en el nacimiento, sino una especie de lotería del nacimiento. Que un igual acumule riqueza no es sino un golpe de suerte, un golpe de suerte que por otra parte reparte la esperanza y quizás no yo, pero sí mi hijo, sea el que se erija como el próximo Self Made Man. Así, el Self Made Man formaría una especie de bisagra democratizadora de la riqueza, bisagra que entra dentro del juego y de la esperanza de las clases bajas, y que en las clases altas se concibe como un error subsanado.

 

Durante el apogeo del estado del bienestar pareció que el número de Self Made Man se expandió, de tal modo que en mayor o menor medida todos participaban de la idea, lo cual diluyó la percepción del error en el nacimiento y se habló de democratización. Fue en esta democratización en donde el Self Made Man adquirió centralidad en la surgiente clase media occidental keynesiana, lo cual hizo que algunos apresuradamente empezaran a hablar de fin de las clases y de la historia.

La democratización de la idea de Self Made Man vino de la mano de una ilusoria acumulación de riqueza por parte de las clases más humildes gracias a un trabajo que además de cubrir las necesidades básicas arrojaba un excedente que permitía adquirir ocio y bienes de consumo. Asimismo, la figura del Self Made Man se expandió del ámbito estrictamente económico y propio del burgués, hacia el ámbito del espectáculo.

Ya en el ámbito del espectáculo la sensación de lotería y las posibilidades de ganar que tienen las clases más humildes se acentúa. Es en el ámbito del espectáculo en donde el Self Made Man nacido en las clases humildes tiene más probabilidades de triunfar. No hay que olvidar que es en el espectáculo en donde aparecen los héroes deportivos, cantantes pop, estrellas de cine, modelos de pasarela, el pequeño y mediano empresario, los cuales en su mayoría surgen de las denominadas clases medias y bajas.

No obstante, la encarnación del Self Made Man sigue siendo limitada, pese a esta ampliación democrática de su espectro; lo cual no rompe con la exclusividad de la que gozan las clases adineradas. Así, con esta limitación se mantiene la separación de clases, cimentada por unos puentes azarosos que oscilan desde un buen toque de balón a una belleza anoréxica. Al hablar de limitación nos referimos a una acumulación de riqueza que podría corresponderse con la mágica cifra del millón de dólares o de euros o de francos suizos.

Pero no hay que perder de perspectiva ese aumento del poder adquisitivo, al que se le complementó el desarrollo de créditos al consumo, los créditos hipotecarios y los créditos personales. Así, si el Self Made Man tenía casa y coche, las clases medias también. Es obvia la diferencia de metros cuadrados y caballos disponibles, pero al fin y al cabo fomenta la ilusión de que se participa de la idea, lo cual generalizó la sensación de que todos los participantes de las sociedades occidentales liberales eran o podían llegar a ser Self Made Man.

 

Esta sensación de participación de la idea de Self Made Man por parte de las clases más humildes no se articuló en lo económico por una acumulación de riqueza sino por una acumulación del consumo a través de la acumulación de crédito. Y es en la acumulación del consumo en donde las clases más humildes llevaron a cabo la divisa del hacerse a sí mismo, lo cual lleva implícito el actuar en beneficio propio y que se tradujo en yo compro lo que quiero. En otras palabras se asumió el individualismo asociado al Self Made Man, el impulso de distinción del que hablábamos al principio, sin por ello alcanzar las excelencias de la acumulación de riqueza, en la cual el consumo se excede en formas de capricho y poder.

Una de las consecuencias que trajo consigo la generalización de sensación del Self Made Man, ese ir por cuenta propia, ese impulso de distinción, esa «filosofía de la avaricia», fue la inserción de la competencia entre los miembros de las clases más humildes. Cierto es que las cosas no ocurrieron de golpe, pero podemos afirmar que dicha generalización fue un golpe al principio de solidaridad.

Si en el principio de solidaridad reconocemos al compañero y compañera, en el principio de competitividad nos enfrentamos al adversario. La solidaridad hace común el destino de las clases más humildes, el destino de que en último término están hechas para trabajar, para lo cual conviene recordar que la ilusión del Self Made Man, que la ilusión del crédito ilimitado y el consumo compulsivo, se ha sustentando a base de trabajo.

No obstante, bajo el principio de competitividad el trabajo no es el campo de lo común sino un campo de lucha en el que juega un papel de barricada relevante el parado, contra-imagen del Self Made Man. El parado carece de los medios para hacerse a sí mismo, carece de medios para participar de la corriente de crédito y consumo en la que las clases humildes materializaron la ilusión del Self Made Man.

Y si hablamos de barricada es porque entra en juego el principio de competitividad. Pues nadie quiere ser parado y este es visto como una amenaza al puesto que ocupamos por cinco euros la hora. El parado es una amenaza para el propio parado cuando hay una vacante que ocupar y quinientos aspirantes. Así, el parado bajo el prisma de la competitividad, es el adversario del pretendiente a Self Made Man. En este sentido, las jerarquías establecidas bajo el predominio del Self Made Man, ubican a las clases humildes, a aquellas impelidas a trabajar, en una fluctuación entre la ilusión del hacerse a sí mismo a través del consumo y entre la interrupción del trabajo sobre el que se sustenta el consumo, es decir, el paro.

Dicha fluctuación, regida por el principio de competitividad, y lejos de ese número de lotería posible que te permite crear tú propia empresa multimedia, regula el precio del trabajo a la baja. Y hay que tomar como trabajo a la baja el hecho de que se tenga que recurrir al crédito para, por ejemplo, disfrutar de la ferias de abril o de los mundiales en alta definición. El crédito es el secuestro del salario.

 

Puede admitirse que la ilusión funciona con tasas de paro bajas. Cierto es de todos modos que la asunción por parte de las clases más humildes de la imagen del Self Made Man es más propicia cuando se dispone de salarios relativamente altos que a su vez abren las vías de crédito y sobre el cual se sostiene el consumo del hacerse a sí mismo allá donde el salario no alcanza a corto plazo.

Bajo esta perspectiva cabe situar los Estados del bienestar, sobre todo en su fase terminal , en donde las tasas de paro no son bajas sino al contrario. Con altas tasas de paro la «democratización» del Self Made Man queda en suspenso, y la separación original, la brecha entre la pertenencia a las clases bajas y a las clases adineradas, se acrecienta, haciendo más difícil el error de nacimiento y el proceso de restitución de clase. Pero más importante que el acrecentamiento de la brecha, es el hecho de que ésta se hace visible, y que esta se introduce en la ilusión del Self Made Man y la resquebraja, amenazando incluso la lotería como esperanza. En otras palabras, no hay mayor desilusión que el paro.

Ahora bien, esta desilusión puede afrontarse de dos maneras como mínimo: O bien incidiendo en el principio de competitividad y aceptar cualquier trabajo por mínimo y denigrante que éste sea y de esta manera incidir en el abaratamiento del trabajo desde una perspectiva más clara; o bien reconocemos que es el trabajo aquello que nos hace iguales y no adversarios, que el valor del trabajo es permanente, no sometido a fluctuaciones a la baja ni condicionado por la necesidad de ser un Self Made Man con mayores o menores cuotas de riqueza o poder de consumo.

Optar por la primera opción supone aceptar la fortuna de tener un trabajo en unas condiciones de permanente devaluación o en su defecto un parado mismo, que busca, que está al acecho de un puesto, que espera la fortuna de tener un contrato de tres meses en el matadero. En este sentido la partida ya no se juega en la posibilidad de convertirse en un Self Made Man sino en la de tener un trabajo que reproduzca bajo mínimos la ilusión de los estados del bienestar. No obstante, ya no hay ilusión, sino nostalgia de la ilusión, la cual se traduce en muchas ocasiones en lamentos de que al menos se tiene algo mientras se asiste a la reducción del espectro de Self Made Man a un círculo cada vez más estrecho y que se ha identificado como uno por ciento de la población mundial.

Optar por la segunda opción pasa por una asunción del principio de solidaridad, de tal modo que no hay adversario sino compañero, y somos compañeros en la medida en que estamos destinados a trabajar, todos por igual, sin excepción. Y en tanto que destinados a trabajar no cabe una devaluación del trabajo, sino al contrario, pues el principio de solidaridad debe articularse sobre la dación al trabajo de un valor permanente, es decir, compulsado en el beneficio que para el conjunto de los trabajadores se obtiene. Así, con el principio de solidaridad, la ilusión del Self Made Man naufraga de manera definitiva, no tiene cabida. Ahora bien, para hacerse esto posible hay que dejar atrás los resquicios que aún colean del hacerse a sí mismo, de manera individual y buscando la distinción; y pasar definitivamente al hacernos a nosotros mismos, sin nadie por encima, sin nadie por debajo y reconociéndonos como trabajadores, como compañeros.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.