Parecía que, como en sus mejores tiempos, el blog iba a convertirse en plataforma pública para el debate de su cine, a propósito del filme Sergio y Serguéi (2017), de Ernesto Daranas. Primero fue la crítica Un pasado que todavía es presente, de Jorge Luis Lanza Caride, y luego la réplica de lleana Margarita Rodríguez […]
Parecía que, como en sus mejores tiempos, el blog iba a convertirse en plataforma pública para el debate de su cine, a propósito del filme Sergio y Serguéi (2017), de Ernesto Daranas. Primero fue la crítica Un pasado que todavía es presente, de Jorge Luis Lanza Caride, y luego la réplica de lleana Margarita Rodríguez Martinez (Un pasado que infelizmente regresa), acompañada de una síntesis de lo escrito por Rolando Leyva Caballero (Sergio y Serguéi. Lo malo de irse a bolina) para la revista Cine Cubano.
Como casi siempre sucede en el caso de nuestro cine, las películas objeto de exámenes críticos pasan rápidamente a un segundo plano, convirtiéndose en los pretextos perfectos que permiten articular demandas más generales. De allí que podamos asistir con absoluta naturalidad a la desmesura de exigirle a un cineasta lo mismo o más de lo que deberíamos demandarle a los políticos en aquellos escenarios donde únicamente se pueden cambiar, para bien, las cosas: es decir, allí donde se hacen las leyes que podrían garantizar la existencia de un mejor cine (aunque mejor decir: una mejor manera de vivir).
Pero esto solo pasa en la Cuba del siglo XXI. El Estado cubano aún cree que puede controlar la producción y el consumo del audiovisual como lo hacía en el siglo XX, y una parte de la crítica de cine se hace eco de ese espejismo, reclamándole a los realizadores un papel de Mesías que apenas es efectivo en los escritos que se circulan entre sí estos expertos. A mí eso me recuerda buena parte de aquellas demandas de cine pedagógico que se impulsaran durante el Primer Encuentro de Educación y Cultura celebrado en 1971. Y mientras tanto, «los públicos reales» van haciendo suyas las películas que más les gustan, construyendo sus propias comunidades informales, estableciendo alianzas que fortalecen sus autonomías de grupo.
O sea, que si vamos a utilizar a las películas cubanas como pretexto para quejarnos de un orden general de cosas, yo preferiría que nos metiésemos en las honduras, esas en las que una simple película no define nada, porque forma parte de una estructura mayor. Pero en ese caso tendríamos que dejar a un lado nuestra filia o fobia por un filme puntual, para indagar en lo general, que incluye hasta la fiscalización de la mirada crítica.
Como críticos podemos tener nuestra opinión sobre los filmes, a favor o en contra, lo cual es legítimo. Yo debo confesar que de los tres largometrajes de Daranas (los otros son Los dioses rotos y Conducta), este es el que menos me entusiasma. Pero al mismo tiempo, durante la proyección, en varias ocasiones me sorprendí emocionándome con determinados pasajes. Y sé que esto no tiene que ver con la calidad del filme en sí, sino con mis vivencias más íntimas, es decir, con lo experimentado en aquellos años noventa que, pese al tiempo transcurrido, jamás he podido borrar de mis recuerdos.
Será que, a estas alturas, ya no me siento motivado a convertir en fetiche la opinión que se pueda tener de un filme. Me interesa más bien indagar en los vínculos que el mismo establece con su época, y la manera en que dialoga no solo con su presente, sino con ese pasado que constantemente ajustamos a nuestro campo visual con el fin de proyectarnos al futuro.
¿Qué hay de negativo en que una película asuma el tono festivo para referirse a un período trágico? Esa es la interrogante que no logro responder cuando leo el artículo de lleana Margarita Rodríguez. ¿Por qué Ernesto Daranas, como autor, no puede proponerse el tono que él entienda?, ¿por qué los críticos insistimos en la manía de exigirles a los realizadores que hagan la película que nosotros esperamos ver, en vez de dedicarnos a examinar lo que salió sin los prejuicios de quien ya conoce las reglas y premia o castiga de acuerdo al cumplimiento de las mismas?, ¿de dónde sacan los críticos la idea de que la honestidad intelectual tiene que ver con la adecuación a lo que, como individuos, pensamos de determinados asuntos? De allí que estas líneas con las que concluye Rolando Leyva su artículo me parezca un buen ejemplo de lo que otras veces he llamado la soberbia intelectual de nuestro ejercicio crítico:
«Por demás, Sergio y Serguéi, en tanto comedia y divertimento, insiste para mal en proveer de una bocanada de aire fresco a la cinematográfica cubana oficial, desbordada por las producciones independientes, más arriesgadas y honestas«.
¿Ven lo que decía al principio? No es a S & S a la que se le está pasando factura, sino a esa institución desbordada, según el autor, por producciones donde la honestidad y el riesgo sería la característica principal. ¿De verdad que la simple independencia institucional nos da garantías de rigor y honestidad? Pero, por otro lado, ¿quién decide los parámetros del rigor y la honestidad?, ¿es S & S una película chapucera a lo Juan Orol? Y sobre su supuesta falta de honestidad, ¿dónde está esa manipulación de la realidad pretérita que nos obligaría a rechazarla en términos éticos por tratarse de un panfleto burdo o algo así?
Supongo que yo también esté hablando desde lo que el balcón de mi subjetividad me ha permitido ver. Mientras mis colegas solo han encontrado en el filme choteo insípido, yo he podido ver una manera inédita de aproximarse, mediante el enfoque transnacional, a lo que en aquel momento padecimos.
Al igual que el Sergio de Memorias del subdesarrollo (1968), de Tomás Gutiérrez Alea, el Sergio que ahora nos presenta Ernesto Daranas vive impactado con la gran Historia. Ambos son intelectuales (el primero escritor, el segundo profesor de Filosofía marxista) que tienen conciencia de ese Tiempo bisagra en que les ha tocado vivir: un Tiempo que cierra una época y abre de modo radical otra muy diferente.
El Sergio del 68 apela al cinismo, al sarcasmo que le permite quitarle presión a su nueva situación; en el Sergio de los noventa (que en realidad, puede ser el Sergio de ahora mismo) lo que predomina es el desconcierto. Aquel Sergio del 68 todavía funciona como el paradigma del Hombre burgués que se veía a sí mismo como el espejo de lo que podía estar pasando en la nación: era el individuo racional expulsado de la Historia por unas masas que a fuerza de voluntad se rebelaban contra el «orden natural» (orden impuesto por la clase dominante, desde luego); el Sergio de ahora sería el Hombre Nuevo soñado en los sesenta revolucionario: negro, amante de la justicia social, entregado al mejoramiento del mundo que le rodea y muy convencido del sentido unidireccional de esa Historia a la que había decidido entregar todas sus fuerzas e ideales.
La película donde vive el Sergio del 68 está considerada un clásico de la cinematografía nacional: por lo que dice y por la manera renovadora en que lo dice. Por eso siguen saliendo libros y ensayos que se dedican a explorar de manera microscópica esos resortes, a veces invisibles, que permiten que la cinta aún siga viva, pese al tiempo transcurrido.
La de Daranas, en cambio, prefiere la levedad en el decir. Allí donde nosotros estamos pidiendo el regreso a la solemnidad (porque tal parece que el humor no se presta para decir cosas serias), el director opta por la trompetilla, el esperpento, cuyo alcance no deja a salvo, por cierto, a esa retórica académica en la que a veces pueden brillar los conceptos más ilustres divorciados de la realidad en que vivimos la mayoría de los humanos.
Hay muchas maneras de uno querer que el cine cubano ocupe el lugar que se merece. Yo también pienso que una Ley de Cine pudiera ayudar a regular, para su bien, la producción, exhibición y discusión colectiva. Pero de allí a considerar que los problemas de la cinematografía cubana se pueden arreglar con el click mágico de un papel que convierte a los osados «independientes» (¿independientes de qué?) en los representantes de nuestro más auténtico audiovisual, va un larguísimo trecho.
Desde mi modestísimo punto de vista, lo que deberíamos fomentar es un espacio donde la creatividad sea lo más importante. Pero aquí no habría que confundir la experimentación más explícita con creatividad. También se puede ser creativo y renovador moviéndonos en zonas aparentemente trilladas: a no ser que se trate de un absoluto disparate, siempre encontraremos algún detalle que nos ayude a construir esa figura mayor de la cual formamos parte, aunque no conozcamos a todos o todos no nos conozcan.
Pensemos en la imagen del «período especial» en el cine cubano. Para mí la imagen perfecta de ese eufemismo, efectivamente, es la lograda por Fernando Pérez en Madagascar (1993), sobre todo en aquella secuencia emblemática de los ciclistas adentrándose en ralenti al túnel. Y es perfecta porque nos permite entender que el vía crucis por ese túnel no ha terminado, y, más importante aún, que no todo el mundo está saliendo al mismo tiempo a la luz que podría esperarnos en el otro extremo: hay muchos que se han quedado varado en su interior, pedaleando sin poder avanzar un metro, como si se tratara de una versión tropical del castigo de Sísifo.
Lo que S & S nos propone ahora no es la banalización de esa tragedia, sino el recuento de las muchas raíces y secuelas que nos dejara la crisis, y que no fueron solo económicas, sino sobre todo cívicas. Y lo hace apelando a la voz de los que todavía están dentro del túnel, como atrapados en un desconcierto que los zarandea a diario, sin saber qué les espera al otro extremo del subterráneo. Cuando desemboquen a la luz, si desembocan, ¿qué será lo primero que quede a la vista?, ¿acaso la imagen imponente de un rascacielos que otra vez les tapa el sol de la esperanza?
Pero es cuando miramos a S & S como parte de un conjunto de películas que se vienen encargando de rescatar críticamente las memorias de un pasado reciente (La obra del siglo, El acompañante, Santa y Andrés, por solo mencionar tres), que descubrimos nuevas posibilidades de lecturas.
Es allí donde como crítico siento que puedo dejar a un lado la lógica de la crítica judicial que enjuicia lo puntual, para intentar esa otra crítica que examina a los filmes como parte de algo mayor. Tal vez cuando S & S se estrene comercialmente sea hora de asumir ese tipo de debate, y salgan a la luz, sus mayores aciertos y defectos.
Fuente: http://cinecubanolapupilainsomne.wordpress.com/2018/02/10/cuba-en-3d-sergio-serguei-y-yo/