España es un país asolado por la corrupción. Casi todos sus Ayuntamientos están cercados por la tiranía de quienes cambiaron la decencia por los millones, y que aliados con mercenarios de la política someten al país a la mayor crisis institucional de los últimos tiempos. La democracia representativa enfrenta sus peores fantasmas cuando el único […]
España es un país asolado por la corrupción. Casi todos sus Ayuntamientos están cercados por la tiranía de quienes cambiaron la decencia por los millones, y que aliados con mercenarios de la política someten al país a la mayor crisis institucional de los últimos tiempos.
La democracia representativa enfrenta sus peores fantasmas cuando el único acto que la legitima – el voto cada cuatro años – se convierte en un acto inútil, traicionado por cientos – si no miles – de sinvergüenzas, que más allá de representar a los ciudadanos que los eligieron, representan los intereses de una clase social acostumbrada a hacer política a golpe de talonario y de maletín.
Mientras las hordas de corruptos y corruptores asedian pueblos y ciudades, millones de personas hipotecan hasta su alma por un techo bajo el que vivir. Organismos internacionales avisan, se escandalizan. La ONU advierte de la profunda gravedad del asunto. Los principales partidos políticos compiten en sus respectivos medios de comunicación para ver quien tiene más sinvergüenzas en sus filas y del Congreso sólo salen leyes inútiles que no aliviarán un ápice las dificultades de los ciudadanos para acceder a una vivienda digna. Los escándalos en los Ayuntamientos españoles surgen por decenas, síntoma inequívoco de un cáncer que lleva años gestándose y que, además, ha debilitado en extremo la capacidad de la sociedad civil de organizarse y plantar cara a la injusticia.
La experiencia de las manifestaciones por una vivienda digna demostró que, aunque existe un malestar creciente con ciertas pinceladas de rebeldía, el movimiento aún es débil y carece de una organización y una estrategia efectivas. Además, tanto los intentos por despolitizar las protestas como los que intentan extraer de ellas solo una renta electoral no son mas que instrumentos para debilitarlas o diluirlas.
En medio de la tormenta de corrupción e infamia se erige Seseña como símbolo de rebeldía y dignidad. Seseña es el escenario de una guerra abierta por parte de un multimillonario y sus pretensiones de lucro particular contra un gobierno local que no hace más que defender los intereses de sus ciudadanos. Y es esta la lucha de siempre, la del poder económico contra la decencia, la democracia y la justicia. Lo excepcional en Seseña es que la tiranía del capital y sus argucias no ha encontrado un gobierno local colaboracionista, sino democrático. Manuel Fuentes, su alcalde, no se cansa de decir que solo hace lo que debe hacer, pero ese «solo» es un abismo insalvable para los mercenarios de la política que no conocen la decencia ni son conscientes de la responsabilidad que asumen al ser elegidos.
Ganar la batalla en Seseña y expandir la derrota de los «Poceros» por todo el territorio nacional es el deber de todos, así como la de aquellos que solo creen en la democracia como mecanismo de lucro.
El movimiento por una vivienda digna puede tener la clave para la victoria si toma la iniciativa en dos frentes. Por un lado deberá declarar la guerra a los corruptores , aquellos que compran voluntades con millones, identificarlos y dar la batalla económica, política y judicial contra ellos. Por otro, deberá exigir, inventar y poner en marcha mecanismos para el control continuo de los cargos electos por parte de los ciudadanos. Deberá hacer suya la consigna de la democracia de la vida cotidiana y construir con ella una sociedad libre de corruptores, corruptos y mercenarios de la política. Deberá devolver al pueblo el convencimiento perdido de que solo él es el dueño de su futuro y en sus manos está cambiar este país.
Como proclama el «Manifiesto Ciudadano: A propósito de Seseña. Por dignidad, NO A LA CORRUPCIÓN URBANÍSTICA»: «empecemos por Seseña y continuemos por el resto hasta que no les quede mas remedio que escucharnos» .