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Entrevista a Isabel Serrano

«Si la historia se olvida de los perdedores, lo hace mucho más con las perdedoras»

Fuentes: La Marea

La socióloga y politóloga andaluza publica ‘Muros de silencio’, un libro en el que recopila historias en torno a la violencia específica ejercida sobre las mujeres durante la represión franquista.

Al marido de Isabel lo mataron. Ella siempre vistió de negro, uno de los pocos recursos para reivindicar la memoria del padre de sus hijos. Porque él no se murió, como trataron que ella reconociera por escrito. Una simple firma que le habría permitido conservar su casa tras ser sorprendida haciendo contrabando de café en la frontera para poder sacar adelante, sola, a sus dos hijos. No lo hizo, no firmó aquel documento, y perdió su casa como consecuencia de la multa que tuvo que afrontar por dedicarse al estraperlo.

Su bisnieta, Isabel Serrano Durán, heredó su nombre, su valentía, su memoria. Muros de silencio. Represión y resistencia: las mujeres en el franquismo (Ediciones B, 2024) trata de saldar la deuda que esta socióloga y politóloga tenía con las mujeres de su familia. No es un libro sobre ellas, aunque también recoge sus historias y las de tantas otras mujeres que han sido relegadas a una esquina de la historia.

La historia es, en realidad, la historia de los hombres. Escrita y protagonizada por hombres. Tu libro no solo intenta ponerle remedio a eso sino también denunciar la invisibilización histórica del papel de la mujer durante el franquismo, como víctima pero también como sujeto de lucha. ¿Crees que es posible levantar esas losas de silencio que han ocultado la labor de las mujeres durante tantos años?

Yo quiero pensar que sí. Es cierto que muchísimos testimonios ya son inaccesibles, sobre todo porque la historia de las mujeres es oral. No hay archivos sobre el número de violaciones que se cometieron contra las mujeres durante el franquismo. No hay un censo de bebés robados. Tampoco tenemos contabilizados cuántos guardias civiles entraron en las casas a quitarles todo lo que podían a las familias que allí vivían. Todo eso son violencias, de diferentes tipos, que no están documentadas, como sí pueden estar los fusilamientos, por ejemplo.

Por eso es complicado que haya justicia y reparación: hay personas e instituciones que necesitan archivos para dar validez a las historias. Pero es nuestro trabajo evitar que los testimonios caigan en el olvido, eso es lo que yo he intentado hacer en este libro.

Un hombre con un balazo en la cabeza es un testimonio real de una violencia, una prueba que demuestra que esa persona fue asesinada por un motivo. Pero una violación o un saqueo, como dices, son hechos mucho más complicados de rescatar para la historia, tanto como el hecho de demostrar que fueron una constante durante la dictadura.

Exacto. Si se abre una fosa, podemos saber cómo murieron las personas que están ahí dentro, si fueron torturados… Pero es mucho más difícil demostrar cómo fueron humilladas las mujeres, incluso después de muertas. Las mujeres sufrieron un tipo de violencia específica por el hecho de ser mujeres. A la mujer se la trataba diferente porque se la consideraba inferior. Incluso se pensaba que tenía una malformación genética. Pero acceder a esas violencias, demostrarlas, digamos, de forma científica, es mucho más difícil. No hay rastro biológico, no hay archivos.

No hay archivos para categorizar a las mujeres como víctimas pero tampoco para ensalzarlas como heroínas. En el libro dices que su papel ha sido menospreciado porque “los hechos cruciales, lo cotidiano, aquello que es fundamental para mantener una estructura y articular un movimiento de resistencia, siempre es menos visible que el de quienes liberan las grandes ciudades subidos en lo alto de un tanque”. ¿Cuáles fueron esos hechos cotidianos que descansaban sobre los hombros de las mujeres? 

Muros de silencio
Portada del ensayo Muros de silencio. EDICIONES B

Fueron muchos, pero invisibles. Porque partimos de la base de que el trabajo de los cuidados, al producirse en el interior de la casa, está oculto y no se le da el valor que tiene. Esto es lo primero. Lo segundo es que si la historia se olvida de los perdedores, lo hace mucho más con las perdedoras. Si apenas hay un reconocimiento generalizado de la lucha antifranquista, si hablamos de las mujeres que organizaron o sostuvieron esa resistencia, su recuerdo es prácticamente nulo.

Pero fueron las mujeres las que estaban en el llano y las que permitían que los maquis sobreviviesen en el monte gracias a los alimentos que les conseguían. O las que les avisaban si había una batida de la Guardia Civil encendiendo una candela para que tuviesen tiempo de esconderse. O quienes mandaban los mensajes y servían de enlace entre las diferentes guerrillas que estaban incomunicadas en la montaña. En muchos casos eran los ojos, los brazos y las piernas de quienes estaban huidos. Sin el papel de las mujeres habría sido imposible articular una guerrilla o una resistencia organizada.

Un trabajo que, además, suponía un riesgo vital, porque esas actividades estaban penadas.

Exactamente. Se exponían a que las cogiesen y las fusilasen por colaborar con los maquis. Si además había sospechas, estaban en la diana de la Guardia Civil y los registros en sus casas se convertían en algo sistemático. Además de los castigos. Sobre todo porque con las mujeres el objetivo era encaminarlas hacia la moralidad impuesta por el régimen. Si no lo conseguían, te mataban, porque no tenían reparos en quitarse de en medio a quien hiciese falta.

En el libro hablas de que la gran diferencia que había entre los castigos al hombre y a la mujer era la utilización del cuerpo de la mujer como un lugar en el que hacer patente la humillación y la disciplina. ¿Cómo se utilizaron los cuerpos de las mujeres?

El cuerpo fue un campo de batalla. Las guerras suelen hacerlas los hombres, pero las mujeres las sufren doblemente. Uno de los castigos más públicos y visibles fue el de raparles el pelo a las mujeres. Es una imagen desgarradora que yo creo que es imposible de olvidar. Por eso sostengo que el olvido no existe, que lo que existe es el silencio. ¿Cómo se va a olvidar nadie de una mujer rapada a trasquilones, descomponiéndose semidesnuda o desnuda por la calle después de haberle dado aceite de ricino y mientras le acompaña una banda de música? Esa imagen no se le olvida a nadie, pero el miedo acaba transformándose en silencio.

Esos son castigos aleccionadores que estaban dirigidos a las mujeres en concreto y donde el cuerpo ocupaba un papel central, como en las violaciones y en otros tipos de violencia sexual. El objetivo no era solo aleccionar a esa persona en concreto, sino a todo el pueblo. Era un castigo hacia dentro y hacia fuera. Al igual que determinadas torturas, como amputarle los pechos o los pezones a las mujeres. El castigo hacia ellas castigaba a toda la población.

En el pensamiento franquista eran las mujeres las que transmitían lo que Vallejo Nágera denominó como el “gen rojo”, y por eso eran un sujeto a combatir. También porque las mujeres representaban esa España republicana que conquistó derechos, que avanzó en libertades. Porque fueron las mujeres quienes más vieron y sintieron esos avances. Para arrancar de raíz esa España y construir una España nueva, había que acabar con esa moralidad republicana que impregnaba a las mujeres.

¿Cuáles fueron esos avances que dieron más derechos a las mujeres durante la República?

En cuanto a legislación, el divorcio, o el anteproyecto de ley del aborto, pero también que las mujeres pudiesen entrar en el mercado laboral o tener una educación sexual. Evidentemente, no podemos ensalzar la República como si fuese la panacea, porque tuvo muchas luces pero también muchas sombras, pero sí que es cierto que las mujeres lograron muchos avances.

Las que entraron en política fueron una minoría que procedía de una clase privilegiada, pero el simple hecho de que alcanzasen cotas de poder o de que se sentasen en el Congreso de los Diputados fue un avance impresionante. Y se logró gracias a todas, no solo a las caras visibles, como la de Clara Campoamor. Hubo muchas más que lucharon por la igualdad, y sin esa lucha en la calle de tantas mujeres, no se habría logrado todo lo que se logró.

Porque el derecho a voto no es solo conseguir que la mitad de la población pudiese introducir un papel en una urna, sino reconocerle la ciudadanía. Es un paso fundamental: que a las mujeres se las tratase como ciudadanas de pleno derecho. Por eso digo que las mujeres representaban el ideal republicano de una España libre, de una España de derechos y de una España en igualdad.

En el libro le das un gran importancia a las redes de apoyo y solidaridad entre mujeres para defenderse, entre otras cosas, de abusos sexuales. Décadas después la historia se repite de una forma u otra. ¿Hemos avanzado tan poco como parece?

Hemos avanzado, eso está claro, y hay que ponerlo en valor. Ahora, por ejemplo, podemos denunciar, que es algo que en el franquismo era impensable. Pero es verdad que seguimos cargando con la culpa y con la vergüenza cuando somos víctimas de abusos sexuales.

Sí que hay una cosa que no ha cambiado y que espero que no cambie: la forma en la que nos relacionamos entre nosotras. A mí me parece positivo que las mujeres sigamos apoyándonos como antes y que nos defendamos de las violencias concretas que sufrimos nosotras. Eso hay que seguir poniéndolo en valor, esas redes de apoyo de mujeres que te avisan de que cierta persona tiene comportamientos que, aunque no sean denunciables, sí que pueden poner en peligro tu seguridad. Es la sororidad, que antes no se llamaba así pero que siempre ha existido entre las mujeres. Porque yo sola no puedo, pero a lo mejor, si tengo el apoyo de mi vecina, sí que consigo sacar a mis hijos adelante. Ese hermanamiento existió durante el franquismo, existe ahora y ojalá siga existiendo.

Dedicas un capítulo al Patronato de Protección a la Mujer, un organismo central en el robo de miles de bebés y de niños. En esa tarea, las órdenes religiosas tuvieron un papel fundamental. Estas entidades, en muchas ocasiones, siguen adjudicándose subvenciones y contratos públicos para prestar servicios de asistencia social. ¿Han pedido perdón la mayoría de estas órdenes?

No. Pero es que no puedes pedir perdón por algo de lo que no te arrepientes. Es complicado pedir perdón cuando crees que lo que has hecho está bien. Esas congregaciones religiosas pensaban realmente que estaban salvando a los niños de sus madres impuras, que los iban a llevar por el mal camino. Y cuando tú piensas eso no puedes pedir perdón.

Además, el Patronato siempre ha estado olvidado y a sus víctimas no se las reconoce en la última Ley de Memoria Democrática. Y no se hace, como ya hemos hablado antes, porque era una institución que solo afectó a mujeres. Tanto es así que el Patronato sobrevivió al franquismo y no se acabó de cerrar hasta 1985, ya en democracia, 10 años después de la muerte del dictador. Cuando España ya se abría al mundo hubo lugares a los que la democracia no llegó. A las mujeres, la democracia no les llegó al mismo tiempo que a los hombres.

Las víctimas del Patronato se están empezando a conocer ahora gracias a que muchas se han animado a contar sus casos, lo que ha hecho que otras también lo hagan. Muchas ni siquiera habían entendido su papel de víctimas porque eran enviadas allí por sus propias familias. Y eso hizo que muchas llegasen a pensar que estaban siendo castigadas de forma justa. Pero para reconocer lo que sufrieron hay que investigar, hay que escuchar y hay que contar para reparar.

A tu bisabuelo lo mataron, lo que provocó que tu bisabuela se quedase viuda y tu abuela, huérfana. Esas dos generaciones ya se han perdido, por una cuestión de edad, y fueron dos generaciones que vivieron bajo el manto del miedo y el silencio. La generación siguiente también heredó el silencio, aunque poco a poco haya conseguido romperlo. Finalmente, la tuya, parece que sí ha logrado quitarse esa herencia, pero es una generación que conoce lo ocurrido a través del estudio y la lectura de testimonios. ¿Crees que la batalla contra el olvido está perdida?

Yo creo que no, que el olvido se puede combatir. Y hay una generación que, gracias a lo que le enseñó la generación anterior, que fue la primera en romper con el silencio. Lo está haciendo, está mirando la historia con otros ojos y planteando que el relato mayoritario que se nos ha inoculado no es real. Yo, por ejemplo, en el libro no utilizo el concepto «guerra civil» porque creo que es engañoso. Evidentemente, hubo batallas entre el 36 y el 39, pero en la mayoría de pueblos de España no hubo guerra, solo represión. No hubo dos bandos, principalmente porque una parte tenía armas y la otra no. 

Claro que las palabras importan, porque moldean el pensamiento. Que en el instituto te hablen del bando nacional o de la «guerra entre hermanos» es engañoso. Hubo una parte del ejército que se sublevó contra un Gobierno democrático y que intentó matar a la mitad del país para levantar una España nueva. ¿Alguien se imagina a un profesor explicando que en la II Guerra Mundial ni los nazis eran tan malos ni los aliados eran tan buenos? ¿Diciendo que los americanos también hicieron barbaridades? Ese relato es impensable, pero en España el relato lo impusieron los vencedores y consiguieron que los perdedores cargaran con esa losa.

¿Crees que la Ley de Memoria Democrática repara a las mujeres en concreto?

Yo creo que sí consigue mirar a la historia con perspectiva de género. Evidentemente, tiene muchos fallos, como el que comentaba de que las víctimas del Patronato no estén reconocidas. Pero sí que hay avances importantes, como la creación de un banco de ADN para tratar de identificar a las víctimas de la dictadura, incluidas las mujeres a las que les robaron sus hijos. Eso es un avance relevante, aunque haya habido que esperar tanto tiempo para que llegue.

Y por último, ¿te da miedo que este libro se encasille como un libro para mujeres? Porque también hay un relato mayoritario que intenta establecer esa visión, que los hombres escriben de cosas y que las mujeres escriben de cosas de mujeres.

Sí, parece que lo que hacen los hombres es universal, pero que lo que hacemos nosotras está dedicado únicamente a las mujeres. Cuando escribía el libro siempre pensaba en cuántos hombres lo iban a leer, porque yo sabía que conteniendo la palabra “mujeres” en el título ya muchos no iban a ni a pensar en leerlo. Pero es un ejercicio que os toca hacer a los hombres. Nosotras nos hemos visto obligadas a escribir y a entender la mirada de los hombres, pero vosotros no. Siempre se nos ha visto como lo otro, lo que está en los márgenes, porque lo mayoritario y lo central se construye desde lo masculino.

Y eso nos limita a nosotras, pero también a vosotros, porque os estáis perdiendo la visión de la mitad de la población, y sin eso no vais a conseguir empatizar ni tener inteligencia emocional con las mujeres. A mí me parece muy duro que un hombre pueda pensar que lo que se cuenta en este libro no va con él.

Fuente: https://www.lamarea.com/2024/11/12/isabel-serrano-muros-de-silencio/