El objetivo más importante que hay que proponerse actualmente no puede ser otro que revertir el insistente clamor de estos últimos años «NO NOS REPRESENTAN» por un decidido «Sí nos representan». La representación no es lo único que cuenta políticamente, por supuesto, pero es un disparate desentenderse de ella y regalarle el parlamento y las […]
El objetivo más importante que hay que proponerse actualmente no puede ser otro que revertir el insistente clamor de estos últimos años «NO NOS REPRESENTAN» por un decidido «Sí nos representan». La representación no es lo único que cuenta políticamente, por supuesto, pero es un disparate desentenderse de ella y regalarle el parlamento y las instituciones al enemigo. Se trata de intentar dar voz y voto a los centenares de miles de ciudadanos hastiados de un panorama político que ha llegado a unos límites de descomposición insoportables. En esta putrefacción que se respira en el ambiente, desde luego, unos partidos tienen mucha más responsabilidad que otros, y por supuesto, Izquierda Unida tiene la que menos. Pero el hecho está ahí. A unos les puede gustar más y a otros menos y unos pueden considerarlo más injusto y otros más merecido, pero el hecho es que PODEMOS (quizás me equivoque, claro) va a darnos una lección electoral impresionante. Y además, esa sorpresa se va a traducir (al tiempo que va a ser el efecto) de una respuesta en la calle que va a cambiar el panorama político de este país. Desde Izquierda Unida yo comenzaría por aceptar esta más que probable posibilidad y decidir en consecuencia.
Lo que haga IU en esta ocasión, en las elecciones municipales y en las generales de 2015 va a ser muy decisivo. A mí, desde luego, el tema me preocupa muchísimo. Y no pienso que la oferta que tenemos por delante sea nada mala para IU ni para ningún otro partido u organización de izquierdas. Todo lo contrario: lo que ofrece PODEMOS es una idea excelente muy ventajosa para todos. Porque PODEMOS (en muchos artículos que he leído parece que no se termina de entender eso) no es un Partido («otro partido para dividir a la izquierda»), ni una Coalición («a la que prepotentemente se invita a sumarse a una organización como IU que lleva décadas trabajando en un programa idéntico»), ni un Frente («de esos que siempre montan los trotskistas para quedar en nada»). PODEMOS es un método, un mecanismo que se propone para el ejercicio de la soberanía ciudadana. PODEMOS inicia un proceso según un procedimiento que se traducirá con toda seguridad en una Coalición electoral, pero esa Coalición no existe todavía. En primer lugar, se proponen una primarias abiertas para elaborar las listas electorales. IU, por ejemplo, podría proponer sus candidatos. Pablo Iglesias ya ha dicho que, de salir elegidos, él se pondrá enteramente a trabajar a su lado, en el puesto que le corresponda. Se objeta a modo de pregunta muy inquisitiva que quién votaría en esas primarias. Desde luego, los que hayan dado su adhesión a la iniciativa lanzada por Pablo Iglesias con un perfil desde el principio netamente de izquierdas. Esta adhesión podría ir acompañada de una mínima aportación económica o no. Pero, en cualquier caso, las personas adheridas votarán luego plenamente identificados con su numero de carnet de identidad, su nombre y sus apellidos. He leído en algún sitio que el el ideario de PODEMOS coincide hasta tal punto con el programa de IU que parece calcado de él. Tanto mejor,entonces. Si IU propone sus candidatos y vota por el programa de sus candidatos, no perderá nada y en cambio ganará muchísimo al abrirse y sumarse a los movimientos sociales que tan injustamente les han incluido en el clamor del «NO NOS REPRESENTAN». Además, IU tiene gente magnífica que sería masivamente votada. Otra cosa es que IU no esté dispuesta a tirar precisamente de esa gente y prefiera empecinarse en el consabido eje Pérez-Morcillo. Pero esa es la estrategia que ha llevado a IU a la ruina y que, en todo caso, le ha marcado un techo electoral que, ni en las mejores previsiones va a ser jamás suficiente para cambiar este régimen político que nos atenaza.
La idea de una «primarias abiertas» me parece muy buena teniendo en cuenta el momento político tan terrible en el que nos encontramos. He leído un artículo de Alberto Garzón criticando muy duramente la idea de primarias abiertas («Democracia y primarias abiertas», La Marea). El caso es que el artículo es buenísimo y estoy totalmente de acuerdo con él, porque es un artículo que habla en general. Pero ese artículo no puede aplicarse al momento presente y, además, creo que no está escrito para el caso que nos ocupa. Por supuesto que yo estoy absolutamente en contra del mandato imperativo y a favor del mandato representativo, creo que lo he defendido así en varios sitios ya. Por supuesto que Alberto Garzón tiene toda la razón del mundo al denunciar que precisamente lo que tenemos actualmente en «el régimen» es puro mandato imperativo, sólo que, mediante la disciplina de voto, el imperativo lo dictan las direcciones de la partidocracia. También comparto enteramente con Alberto Garzón la crítica a las primarias abiertas cuando dice: «un partido concebido como una simple oferta que se adapta a la demanda no es, ni mucho menos, un partido ideológico. Se tratará de un partido vacuo, líquido, vaporoso, capaz de cambiar de criterio a la misma velocidad que cambiar el sentido común de la sociedad. Y el sentido común, para decirlo con Gramsci, no es otra cosa que la ideología de la clase dominante. (…) Un partido concebido ideológicamente no sólo se limita a escuchar las demandas de la ciudadanía sino que también trata de cambiarlas. Es decir, se trata de un partido que combate el sentido común y no se adapta a él. Un partido ideológico no permite que su organización interna y su programa sea determinado a golpe de encuesta, sino que lucha por crear hegemonía». Eso, desde luego, es así, como dice Alberto Garzón, excepto en los casos muy raros y excepcionales, y el asunto es, precisamente, que estamos en un caso muy raro y excepcional. Precisamente con el sentido común pasan desde hace tiempo cosas muy extrañas y sorprendentes. Para empezar, porque hay un sentido común muy extendido que está muy comprometido ideológicamente desde la izquierda y que, sin embargo, sea por lo que sea, grita bien alto que «NO NOS REPRESENTAN», metiendo en el mismo saco, quizás con mucha injusticia, a IU. Pero, sobre todo, porque vivimos en una situación muy excepcional. Normalmente el sentido común es conservador y las clases dominantes son conservadoras. Pero no es el caso ahora. Las clases dominantes han emprendido una revolución salvaje y violenta, han declarado la guerra a la población, han metido a la humanidad y al planeta mismo en un bólido suicida que rueda vertiginoso hacia el abismo. Para proteger sus demenciales y descomunales beneficios (según el último informe de Oxfam Intermón, el uno por ciento de la población mundial acapara en estos momentos la mitad de la riqueza del planeta), la oligarquía financiera está dispuesta a convertir la Tierra en un desierto o a sumirla en una matanza interminable. En estas condiciones, ser conservador se ha convertido en algo muy de izquierdas. Es más, no hay manera de ser conservador sin ser antisistema, porque, como decía un cartel del 15 M, «es que el sistema es antinosotros». Por ejemplo, se ha comentado que las reivindicaciones de Juventud sin Futuro eran muy conservadoras, muy poco acordes con el supuesto inconformismo juvenil heredero del 68, cuando se pedía lo imposible. Ahora se pide conservar el derecho a estudiar, conservar el derecho a una sanidad, conservar el derecho a una pensión, conservar lso derechos laborales, conservar el derecho a tener una familia, a residir en el mismo sitio, sin tener que viajar por todo el planeta en busca de fugaces trabajos temporales, se pide, en suma, conservar los requisitos elementales para una vida humana del más puro sentido común, se pide, para empezar, conservar el planeta, amenazado por el crecimiento suicida del capitalismo. Efectivamente, hay cosas que hay conservar a cualquier precio: la dignidad, por ejemplo. En todo esto hay que ser muy conservador. Y el sentido común lo es. Por eso, en estos momentos nos conviene muchísimo aliarnos con el sentido común. Por lo menos con ese sentido común que grita en las calles, en el 15 M, en Gamonal, en todas partes, que no puede más, que basta de tanta IN-DIGNIDAD, que NO NOS REPRESENTAN, etc.
Existen centenares de miles de ciudadanos que, sin ser de izquierdas o creerse de izquierdas, votarían por un programa con medidas realistas para recuperar el sentido común. Esa es la gran ventaja con la que contamos. Este mundo se ha convertido en un chiste de mal gusto (hasta el punto de que cada vez hay más bromas periodísticas que circulan por internet y que la gente las asume como ciertas). En plena revolución de los ricos contra los pobres, en esta huida hacia delante de pesadilla, recuperar el sentido común, la sensatez, la calma, el ritmo de las instituciones democráticas, el tempo mismo de una vida humana normal, se ha convertido en una utopía de izquierdas. Ya no es difícil convencer a la gente de una utopía que consiste en que no haya desahucios en un país con 3,4 millones de viviendas vacías. O una utopía que consiste en que los poderes económicos se sometieran a las leyes, en lugar de dictar las leyes al parlamento desde reuniones secretas en corporaciones totalitarias. O la utopía de que siga habiendo derecho a estudiar o a la sanidad, la pensión o los convenios colectivos. ¿Quién puede convencer a la ciudadanía de que no es la izquierda la que está loca, sino el sistema en el que estamos sumidos? ¿Que no es la izquierda la que propone utopías inalcanzables, sino el sistema capitalista el que está imponiendo a la humanidad una utopía suicida, absurda y abyecta? Desde luego, nadie duda que todo ello está bien explicado en el programa de IU. Pero, por lo visto, para la mayoría de la población, ese mensaje, encriptado en el actual sistema de partidos, no es convincente. Se trata de crear una Coalición o un Frente en el que la gente sí pueda creer. Y es absurdo pensar que la población potencialmente de izquierdas va a recuperar la confianza si no participa en el proceso de forma activa. PODEMOS no es otra cosa que la propuesta de una metodología para conseguir este objetivo. Todavía no hay nada decidido. Ni siquiera que Pablo Iglesias vaya a ser el primero de la lista. Ojalá que lo sea, pero eso no estará decidido hasta que no se vote en las primarias abiertas que se proponen.
Vivimos un momento en el que no podemos limitarnos al juego parlamentario de partidos «ideológicamente comprometidos», como les llama Alberto Garzón. Estamos en un momento constituyente. Necesitamos dar la palabra a la calle, a unas calles que están fuera de sí, al borde de la desesperación, del estallido violento y, desdichademente -si no andamos con cuidado y si las cosas se ponen aún peor-, del fascismo. Tenemos una oportunidad y es una locura que la desperdiciemos. Hay que abrir el mapa electoral de forma más abierta posible a las posibilidades de la izquierda, porque de lo contrario el fascismo lo hará en nuestro lugar. A mí personalmente, que casi siempre he votado a IU, no me parece muy sensato seguir eternamente esperando a que en IU decidan deshacerse de sus lastres burocráticos y tengan, por fin, una buena idea. Ahora ya hay una buena idea sobre la mesa y en ella hay sitio de sobra para IU. Lo inteligente sería sumarse a ella.
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