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Entrevista a Sergio Gálvez Biesca sobre La gran huelga general. El sindicalismo contra la “modernización socialista” (III)

«Si repasamos las huelgas generales hasta el 14D vemos que todas son defensivas. El 14D transmutó su fisionomía de defensiva a ofensiva»

Fuentes: Rebelión

Nota de edición: una versión parcial de esta entrevista apareció en la revista El Viejo Topo, julio-agosto de 2018. Doctor en Historia contemporánea, Sergio Gálvez Biesca (Madrid, 1980) es actualmente investigador del Instituto Ibero-Americano de La Haya por la Paz, los Derechos humanos y la Justicia Internacional. Ha sido docente en la UNED, en la […]

Nota de edición: una versión parcial de esta entrevista apareció en la revista El Viejo Topo, julio-agosto de 2018.

Doctor en Historia contemporánea, Sergio Gálvez Biesca (Madrid, 1980) es actualmente investigador del Instituto Ibero-Americano de La Haya por la Paz, los Derechos humanos y la Justicia Internacional. Ha sido docente en la UNED, en la Universidad Complutense y en la Universidad de Buenos Aires. Es autor de más de medio centenar de publicaciones científicas y fue miembro fundacional en 2005 de la Cátedra Complutense Extraordinaria «Memoria Histórica del siglo XX».

*

Nos habíamos quedado aquí. Le cito: «En la España de 1988 se estaba asistiendo al nacimiento de una ‘sociedad dual’. Asimismo, la ‘cultura empresarial de la temporalidad’ se había instalado, mostrando la utilidad de las reformas laborales puestas en marcha. En otras palabras, se había producido una evidente agudización de las contradicciones capital-trabajo. Las tasas de explotación habían crecido a unos niveles no conocidos en décadas». ¿Qué tipo de sociedad dual se ponía en marcha? Por lo demás, ¿no fueron los Pactos de la Moncloa, según se nos ha contado, unos pactos que aproximaron, que acordaron una tregua, mutuamente beneficiosa, entre el capital y el trabajo en España? Nada de agudizar contradicciones, más bien lo contrario.

Es más que interesante detenerse, brevemente, por la intrahistoria de los Pactos de la Moncloa. Explican muchas cosas. En términos cronológicos, aquellos pactos llegaron diez días después de que la Ley de Amnistía se publicara en el BOE. Un 15 de octubre. Como decía, diez días después, una vez garantizada la «Ley de Punto Final» que ha sustentado, hasta el presente, el «modelo español de impunidad», se firmaron los siempre citados y bendecidos -por parte de toda la academia liberal incluida la «progre» – Pactos de la Moncloa, que pusieron los pilares de la reestructuraci ón del capitalismo español. Blindaje total, por tanto, del Régimen del 78. Y estábamos en 1977. Para entender, uno y otro paso, hay que tener en cuenta el «miedo» existente en amplios sectores sociales y sindicales, la débil correlación de fuerzas y sobre todo los resultados de las primeras elecciones tras el final del franquismo un 15 de junio de 1977. En resumen: batacazo del PCE y de los partidos de la izquierda radical. Y, además, con la figura de Carrillo -ya bastante desgastada- anulando cualquier posibilidad de «cambio político» tras su apuesta por la «reforma» previo sabotaje de las escasas posibilidades que siempre tuvo la «ruptura democrática».

¿Arreglaron algo aquellos pactos? Más allá del balón de oxígeno que supuso para el primer Gobierno de UCD y para el conjunto de las fuerzas vivas del Sistema, pasó lo que siempre ha pasado con cada pacto social: tan sólo se cumplieron las partes económicas y no las sociales en buena parte de sus apartados. Si bien se logró frenar el cada vez caldeado conflicto social-obrero -v ía inflación (y habría que poner no pocos «peros») – el coste econ ómico no fue menor para las retribuciones de la clase obrera -para mayor escarnio con el apoyo de las CCOO e inclusive con mayores reticencias y reparos por parte de la UGT- en términos de pérdida de poder adquisitivo. Por otro lado, hay que resaltar que, tras aquellos pactos, la UCD, con Manuel Jiménez de Parga como ministro de Trabajo -y a quien llamaban, por entonces, Copito de Nieve por su te órica blandura con los sindicatos, pero quien en diciembre de 1988 se constituyó en la cabeza intelectual de la teoría de la conspiración sobre la supuesta ilegalidad de la jornada de huelga- se empezó a legislar, en un sentido plenamente flexibilizador-liberalizador las relaciones laborales. Las llamadas «cuñas flexibilizadoras». De ahí nace la «sociedad dual».

¿Y qué es?

Buena pregunta. Su respuesta

En términos coloquiales las cada vez más grandes diferencias reales, jurídicas y formales entre trabajadores fijos y temporales. Un proceso que se aceleró, radicalmente, con la reforma del Estatuto de los Trabajadores de 1984 ya con Almunia como ministro de Trabajo. Justamente, en estos años, podemos situar la formación histórica del «precariado» como figura central del mercado laboral que ejemplifica tanto la «sociedad dual» como el progresivo cambio de correlación de fuerzas capital-trabajo. O si se prefiere, para ser más expresivo, la segmentación interna de la clase obrera entre trabajadores de primera y segunda. Un proceso histórico, a largo plazo, que hoy se transmutado en la figura de los «trabajadores pobres» como última etapa de un proyecto siempre querido por el capitalismo. Es decir, uno puede trabajar y ser real y estadísticamente pobre, lo que aumenta exponencialmente el desánimo colectivo ante el «hecho sindical» y la «contestación social».

¿Qué partidos políticos apoyaron aquella huelga? ¿Qué sindicatos y organizaciones de otros países mostraron su solidaridad? Creo que unos sindicatos soviéticos lo hicieron.

Otra de las grandes virtudes que tuvo el 14D fue que retrató a todas las fuerzas políticas. Con o sin representación parlamentaria. No es menor lo dicho. Todas se posicionaron. En términos parlamentarios quitando a IU -el PCE incluido-, Eusko Alkartsuna -y no convencida plenamente-, Euskadiko Eskerra y HB -es decir fuerzas con una presencia minúscula en el arco parlamentario- el resto se opusieron a la huelga. Por supuesto, que a la izquierda del PCE -tampoco había que ir mucho a la izquierda- todas las organizaciones políticasextraparlamentarias contribuyeron al éxito de la jornada de huelga.

Dos notas complementarias: primero, resaltar la posición decidida y valiente de Izquierda Socialista, quien apoyó el 14D y la posición de la UGT. Oponiéndose, frontalmente, tanto al PEJ como a la campaña antisindical que desarrollaron el Gobierno y el PSOE. Segundo, más allá que toda la derecha se opusiera a la huelga general, también se deslizaron graves dudas y acusaciones contra la «teórica» legalidad de la convocatoria. Con argumentos jurídicamente poco o nada consistentes cuando no peregrinos, pero que se sumaron a la campaña de criminalización contra la convocatoria. Pero hubo una excepción que es obligado señalar: el papel del CDS y, en concreto, de Adolfo Suárez, quien defendió la legalidad de la huelga general. De hecho, mantuvo un papel nini. Ni a favor, ni en contra. Suárez destacó por su posición firme y a contracorriente. Toca reconocerlo, pese a que el día de la huelga fuera a trabajar. No creo que haya duda alguna, tras mi difundida necrológica publicada en su momento en Diagonal, sobre la opinión que me merece tal político.

No hay ninguna duda sobre ello

En La gran huelga general uno de los aspectos que he tratado de explorar -y sobre el que, probablemente, sería necesario volver a profundizar – fue la tremenda dimensi ón internacional que adquirió del 14D. No faltó un sindicato de clase, a nivel mundial, que no mostrara su solidaridad al respecto. Le voy a decir más: el apoyo internacional, en 1988, tal como se produjo -sin Internet ni Web 2.0- resultó fundamental no tanto para asegurar éxito del 14D, sino para su legitimación como ejemplo de lucha obrera contra las políticas neoliberales imperantes tanto en Estados Unidos como en la mayor parte de Europa occidental. En este sentido, el apoyo de la CES (Confederación Europea de Sindicatos) como el de la FSM (Federación Sindical Mundial) o el de la CIOSL (Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres) resultaron esenciales en tal sentido.

Hace pocos años, lo tomo del artículo de Mario Amorós que he citado antes, don Felipe resumió en los siguientes términos aquella gran movilización: «En 1988 el sector empresarial ya tenía ganas de que hubiera un cambio de gobierno, tanto que antes de las elecciones los sindicatos convocaron una huelga general que tuvo mucho éxito y que acordaron con la patronal, incluso para recuperar las horas perdidas. La patronal facilitó la huelga y el país se detuvo por completo. Hasta Televisión Española se paró. En 1989 hubo elecciones y volví a obtener la mayoría en el Parlamento» (Transiciones democráticas: enseñanzas de líderes políticos. Sergio Bitar y Abraham F. Lowenthal, eds. Galaxia Gutenberg, 2016). ¿Qué la parece el comentario? ¿No es un poco engreído?

Se trata del clásico discurso justificatorio de Felipe González. Siempre escrito a posteriori. Y que, además, alienta algo que en el libro se trata de desmontar en tanto forma parte de los mitos y del paisanaje habitual del entorno del 14D: la supuesta teoría de la conspiración por parte de la CEOE y de la entonces Alianza Popular para tumbar al Gobierno. Pura mentira. Pura falsedad. La CEOE hizo lo que pudo. Y Hernández Mancha y Fraga lo dieron todo. Lo dicho: mentira.

¿Puede decirme qué es lo que le ha impresionado más de todo aquello tras sus años de estudio? Si tuviera que elegir algo concreto, ¿con qué se quedaría?

La capacidad de reacción, organización y movilización de la clase trabajadora y de la sociedad española en su conjunto cuando tocó adoptar decisiones más que difíciles. En especial, y en este caso concreto, por parte de los jóvenes que se organizaron en torno a la Plataforma Juvenil por el Empleo. Los grandes olvidados de toda esta historia. Una sociedad civil que, en no pocos casos, ha evidenciado las incapacidades de las organizaciones políticas, sindicales y sociales de la izquierda transformadora para dar respuesta a no pocas demandas perentorias e intentar convertir la movilización en conquistas plausibles y duraderas.

Visto lo que hemos visto, ¿sirvió de algo toda aquel inmenso esfuerzo obrero y ciudadano? Si miramos la situación actual de la clase trabajadora española, la cosa no está para lanzar cohetes.

Vengo de donde vengo y siempre he creído que toda movilización sirve para algo. Aunque sea para mantener el recuerdo de la «lucha obrera». Te cuento una anécdota.

Adelante con ella

En la primera huelga general que participé con conocimiento de causa y plena convicción -y eso que me pilló en plenos exámenes para obtener la Licenciatura de Historia – es decir, la del 20 de junio del 2002, uno de los comentarios que m ás oí y que, al mismo tiempo, más me llamaron la atención por parte de los piquetes veteranos fue el siguiente: «Al menos que esto sirva [la huelga general] para que los jóvenes entiendan su importancia. Cada tiempo, al menos, hay que montar una». Hacía ocho años que no se convoca ninguna huelga general pese al relevador dato de que Aznar llevaba legislatura y media frente al Ejecutivo sin mayores molestias «obreras». Para hacérselo mirar.

Pues sí, las huelgas generales, al igual que otras tantas acciones colectivas, tienen muchísimas utilidades. Empezando y terminando para que una de las herramientas fundamentales de lucha y solidaridad del movimiento obrero nunca se abandonen como posible vía de acción. No es poca cosa.

No es poca cosa. Me recuerda un poema de Jorge Riechmann sobre la belleza de la huelgas generales.

Si pegamos un repaso a las huelgas generales desde el 14D -empezando por el fracaso que supuso la de media jornada del 28 de mayo de 1992, a la exitosa y enorme que se produjo el 27 de enero de 1994 (pr ácticamente comparable con la de 1988 y que, además, sí que fue una huelga netamente obrera [otra vez, más allá de sus resultados]) pasando por la de los años 2002, 2010 y las dos de 2012, sin extendernos por otras tantas generales o sectoriales convocadas por sindicatos minoritarios a lo sucedido el pasado 8 de marzo de 2018 – todas ellas tienen una caracter ística común: son huelgas a la defensiva a excepción del 14D que transmutó su fisionomía de defensiva a ofensiva en su propio devenir. Otra vez la excepcionalidad de aquel momento histórico.

Si a lo anterior se le suma el lento declinar de la conflictividad laboral, en buena medida como consecuencia de las estrategias llevadas a cabo por las direcciones confederales de la UGT y las CCOO a mediados de los años noventa, se puede responder, parcialmente, tu pregunta. O explicado con otras palabras: cada vez se ha recurrido menos a esta herramienta pero sobre todo al conflicto laboral. Dicha situación, no se puede desligar de lo siguiente: la firme convicción de apostar por el frente unilateral de la negociación por la negociación frente al tradicional trinomio presión-movilización-negociación. Así van las cosas tanto en términos de retroceso de derechos laborales como de la mala imagen que tienen los sindicatos. En gran medida tienen buen grado de responsabilidad por lo anterior. Todo ello a pesar de la ofensiva neoliberal -con todas palabras- de las fuerzas políticas y económicas dominantes en aquellos mismos años. Siendo sinceros, y espero equivocarme: en 1988 había cuadros sindicales formados y consecuentes en la lucha de clases. Hoy día estamos muy lejos de aquella situación.

La situación es la siguiente, y me lo dijo una vez, en términos sarcásticos, una persona que admiro mucho, Antonio Baylos: «de derrota en derrota hasta la derrota final» en referencia al papel del movimiento obrero en este periodo de tiempo. Esa parece ser la dinámica. ¿Hasta cuándo?

Su respuesta a esa pregunta más que pertinente.

Las voces de alarma para los sindicatos mayoritarios están ahí: no pocos nuevos sindicatos, sin olvidarnos de la CGT, están demostrando ser mucho más eficaces frente a los «viejos» sindicatos. Las nuevas luchas del «precariado» lo están evidenciando. La lista podría ser bastante larga: lo dejamos en el caso de las kellys. Y aquí está la gran pregunta en torno a la cuestión social del presente y del inmediato futuro: cómo afrontar la defensa de los derechos de estos sectores del mundo del trabajo desprotegidos social y sindicalmente.

Creo que usted afirma en algún momento que fue la del 14D la última gran huelga obrera. ¿Por qué? Yo mismo he participado en otras huelgas generales durante estos últimos 30 años, las que usted ha citado, y tampoco han sido ningún desastre. Algunas, además, han sido muy masivas.

Como en parte te he contestado, si exceptuamos la del 27E de 1994, junto con el 14D de 1988 por descontado, el resto de las huelgas no han llegado nunca a albergar tal potencialidad movilizadora obrera. En términos estrictos. En uno y otro caso, aquella «potencialidad» fue de la mano de una vieja clase obrera que no terminaba de morir y que hoy debería ser un referente de lo que debería ser el sindicalismo en la actualidad.

A pesar de todas las dudas que concitan determinadas estrategias de las grandes organizaciones sindicales cuando han convocado una huelga general -siempre con el miedo de los posibles batacazos ante tal reto organizativo- generalmente han recibido un alto apoyo por parte de los trabajadores. Demasiado bien ha ido todo cuando se observa el asunto desde una situación objetiva de partida: las grandes bolsas de temporalidad o el alto número de falsos autónomos, entre otros tantos colectivos precarios, difíciles de sumarse ante tan complicada disyuntiva. ¿Qué argumentos se pueden ofrecer a estos «colectivos frágiles» cuando desde dentro y fuera del mundo trabajo se ha tenido, desde hace décadas, la sensación de que se trata de resistir antes que avanzar cuando no de sobrevivir? O, lo que es peor, la extendida sensación que las fuerzas tradicionales convocantes -la UGT y las CCOO- no les representan en modo alguno. Esto nos lleva a lo que los principales referentes sindicales de la nación -me va a perdonar, pero es que hablar de sindicatos de clase hoy para mí ya es imposible- no quieren entender: empiezan a ser sustituibles, en pocos ámbitos, en tanto no han sido capaces de internarse, de tú a tú, y, en el día a día, en las principales iniciativas movilizadoras del precariado. Lamentos los justos. Errores los demás. Lo saben hace muchos años. Es cierto que lo han teorizado, pero nunca se han puesto con ello con todas las consecuencias. Empezando por una autocrítica real y sincera.

Regreso a tu pregunta. En el caso del 14D, por explicar tanto su potencialidad como su excepcionalidad, confluyeron toda una serie de factores, circunstancias, junto con la aparición de inesperados aliados que se fueron sumando en las semanas, en los días previos, en torno al miércoles 14 de diciembre, hasta convertirla en una de las grandes huelgas generales obreras por antonomasia. Con un añadido fundamental: el 14D fue irrepetible.

Le he preguntado antes por González, le pregunto ahora por Guerra y los guerristas, que a veces se presentaban como el sector obrerista del PSOE. ¿Se comportaron de manera distinta? ¿Mostraron actitudes y comportamientos próximos a los sindicatos?

Julio Aróstegui en uno de sus textos magistrales lo dijo bien alto y claro: la posición de Guerra y los guerristas fue la propia de auténtico combate contra el 14D. Fueron los más radicales, los más duros, los más chungos. Ahí está el papel de Txiki Benegas. Lo hicieron totalmente convencidos. Lo anterior queda probado con una infinidad de documentos internos y noticias publicadas. He aquí otro de los mitos que hay que comenzar a desterrar urgentemente cuando se habla del 14D.

Más todavía: fue Guerra y su equipo -y si vi éramos ahora algunos de los nombres junto a él (por ejemplo, un tal Francisco Fernández Marugán) por no ceñirnos, en exclusiva, a la deriva derechista y autoritaria del propio ex -presidente del Gobierno- quienes aprovecharon la oportunidad para cargar contra el sindicalismo de clase. Dieron otro paso m ás: cuestionar el papel que los sindicatos podían desempeñar o no en las «sociedades modernas». El asunto es delicado. Así se ha tratado de analizar.

Hay que resaltar que fueron los «guerristas» quienes promocionaron por aquellas mismas fechas -insisto, con total convicci ón – la elaboraci ón, desarrollo y difusión del Programa 2000. Nodo teórico con el que pretendieron -y fracasaron – articular un nuevo programa de acci ón para la socialdemocracia española en las siguientes décadas. En lo que nos interesa el análisis es concluyente: defendieron la necesidad de que la socialdemocracia se desprendiera de los sindicatos «de clase», en tanto se trataban de entes antimodernos que no eran capaces de comprender los grandes designios que albergaba la «modernización socialista». A modo de gran fe macroeconómica. A lo sumo, se les convidaba en ser cogestores del Sistema. Una invitación al «autosuicidio sindical» en aquel preciso instante. Lo anterior, por no internarnos en su responsabilidad en el «juego sucio» que se desarrolló contra parte del sindicalismo de clase en la primera legislatura -por ejemplo, aprobando, financiando y desarrollando prácticas de espionaje contra los principales dirigentes de las CCOO y de lo que se habla largamente en el libro – y que luego reproducir ían contra la UGT en los entornos del 14D.

Movilizaron, o al menos, lo intentaron, a todo el aparato y la militancia del partido no solo para frenar y hacer fracasar el paro general, sino de cara a quebrar internamente a la UGT. Se trata de otro de los aspectos pocos conocidos en los que el libro aporta bases de análisis.

Sí, sí, tienes usted razón, no se suele hablar mucho de ello.

Sin embargo, habrá que esperar a que la Fundación Pablo Iglesias -hasta hace poco tiempo bajo el f érreo control del propio Guerra – se decida a abrir sus archivos de forma plena y sincera, siendo consciente que no pocos documentos nunca llegar án. Pero que nadie se desanime a pesar de la política de Guerra contra el acceso documental -muy propia, por cierto, de pr ácticas autoritarias -: hoy d ía se puede abordar -vamos que se puede- la historia del socialismo español en los años ochenta pese a todos los obstáculos. La gran huelga general constituye un ejemplo.

Y si cito un nombre que ya no está entre nosotros, Txki Benegas, usted ha hablado de él hace un momento, y cito de nuevo el 14D, ¿usted que podría decirme?

Si algún futuro doctorando lee esta entrevista le animo a que reconstruya la biografía de este personaje central en el 14D pero también en otros tantos capítulos de la historia del socialismo español -tanto dentro como fuera del poder-. Astuto, maquiavélico y poliédrico, Benegas, siempre con el poder, la cagó en este caso. La había liado otras veces, pero el 14D constituye, a buen seguro, su principal error político. El asunto se le fue de las manos. Actuó de forma irracional, cuando no visceral, hasta perder la perspectiva de la realidad.

Buena parte del éxito del 14D se le debe a él. En un tono nunca directo, los dirigentes sindicales le agradecieron, al poco de pasar el 14D, su enorme contribución a tal «causa». ¿Por qué? Como secretario de Organización dirigió y protagonizó la campaña antisindical del PSOE. En realidad, actuó con prácticas propias de la mafia que van más allá de las intrigas y conspiraciones habituales en estos casos. Constituye la máxima expresión del cretinismo político del proyecto de «modernización socialista».

Un nuevo descanso, el último.

De acuerdo. Seguimos en breve.

*

Nota de edición:

Primera parte de esta entrevista: Entrevista a Sergio Gálvez Biesca sobre La gran huelga general. El sindicalismo contra la «modernización socialista»: «El 14D no fue una huelga revolucionaria, fue una huelga profundamente democrática e interclasista en todos sus sentidos» http://www.rebelion.org/noticia.php?id=248483

Segunda parte: «La conocida chulería y prepotencia de los principales dirigentes socialistas alcanzaron una de sus cimas más altas» http://www.rebelion.org/noticia.php?id=248606 

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.