«Las insurrecciones son tan viejas en España como el gobierno de los favoritos de palacio contra los cuales han ido usualmente dirigidas», Karl Marx
Karl Marx, años antes de publicar el Manifiesto Comunista junto a Engels, dedicó un buen tiempo a estudiar historia de España. En una serie de artículos publicados en el New York Daily Tribune, que más adelante serían recopilados en un libro titulado La España revolucionaria, Marx se interrogaba sobre cómo era posible que uno de los regímenes constitucionales más avanzados de la Europa de principios del siglo XIX hubiese podido surgir en «la vieja España monástica y absolutista».
Marx hacía referencia a la Constitución de 1812 que el liberalismo español redactó haciendo frente a dos enemigos simultáneos: la invasión napoleónica y la reacción absolutista. Aquel experimento inédito fracasó desgraciadamente pocos años más tarde tras la vuelta de Fernando VII al poder, pero dejó un poso imperecedero en la sociedad española que ni dos siglos de historia han logrado borrar todavía. Dejó marcada a sangre y fuego la que sería a partir de entonces la división política clave en España. Tuvo muchos nombres (liberales contra serviles, constitucionalistas contra absolutistas, republicanos contra monárquicos, demócratas contra fascistas) pero la lucha fue siempre la misma: un pueblo que empujaba hacia el futuro con ansias de libertad y unas élites que frenaban el progreso mientras detestaban al país real que decían defender. Hoy seguimos en las mismas. Los resultados en las urnas no son argumento suficiente para quienes creen que el poder les pertenece por derecho de cuna. Gobierno ilegítimo, felón y amenazas constantes de fin de la nación española se suceden desde que perdieron el gobierno en 2018, perdieron las elecciones en 2019 y se quedaron con las ganas de gobernar en 2023. No entienden que el país en el que viven es mucho más grande, diverso y progresista que ellos. Y frente a ese drama siempre se han planteado, como dijo Bertolt Brecht, si no les resultaría más sencillo «disolver el pueblo y elegir a otro».
«Más vale vivir en España con un millón de personas como es debido que con diez millones de revolucionarios». Esa fue la justificación de un cura absolutista llamado Ignacio Martínez de Villena en 1825 para la brutal represión que Fernando VII desató contra los liberales que tan solo querían vivir en un régimen constitucional. Desde aquel momento esa idea no dejó de repetirse en los sectores reaccionarios españoles. Un «mejor solos que mal acompañados» que consistía en asesinar a todo el que no pensase como tú. Un falso patriotismo que se expresaba odiando, matando y haciendo más pequeña a España para que cupiese en sus estrechas ideas. Años más tarde, nada había cambiado. El odio fernandino hacia los liberales se transformó en el odio franquista hacia los rojos y su receta seguía siendo la misma: el exterminio. La gran paradoja de los golpistas es que decían amar España y luchar por ella al mismo tiempo que querían exterminar a más de la mitad de los españoles.
Antonio Machado decía que no es patria el suelo que se pisa, sino el suelo que se labra. Y durante demasiado tiempo los poderosos de nuestro país se han dedicado a reclamar una tierra y una democracia a la que solo pisoteaban. Sobre todo cuando no les correspondía. Y ha sido lo habitual. Porque la historia de España está repleta de ejemplos con los que hinchar de orgullo nuestro pecho y retratar a quienes confunden el amor por la patria con el odio a su pueblo.
Existe otra España
Esa España real de la se querían librar la élites existe en los valientes que combatieron a Napoleón cuando todos los nobles y ricos habían abandonado España, en los liberales que escribieron la Constitución de Cádiz y lucharon contra el absolutismo monárquico y el servilismo. Existe en los que hicieron la revolución de la Gloriosa mientras gritaban «Viva España con honra» frente a la cobardía de los Borbones, y también en los que empujaron la Primera República cuando una reina huyó de España y la monarquía dejó de ser viable. Existe en el movimiento obrero catalán que conquistó la jornada laboral de 8 horas para todo el país y en los pobres que tuvieron que comerse las guerras de los ricos en Cuba, Filipinas y Marruecos. Existe en los que soñaron con un país moderno en la Segunda República, en las que conquistaron el voto femenino tras años de invisibilización y en las maestras que enseñaron a leer y escribir a un pueblo al que siempre se le había negado la cultura. Existe en los milicianos patriotas que combatieron en la guerra contra Hitler y Mussolini, en los españoles que liberaron París de los nazis y en los que acabaron en prisiones y campos de concentración alemanes. Existe en los que siguieron luchando en la clandestinidad contra la dictadura, en los que organizaron huelgas y las ganaron, en los que empujaron para salir de la cárcel en la que nos encerraron durante 40 años y en los que trajeron la democracia movilizándose en las calles. Existe en los que forman parte de los servicios públicos, que son el mejor patrimonio que tiene nuestro país, en los que aprobaron el divorcio y el matrimonio igualitario, y en los que hoy en día son los más tolerantes, abiertos y diversos de todo el mundo. España fue y es toda esa gente. Y frente a todos los retrocesos que a lo largo de nuestra historia nos impusieron (y los que faltan por imponer seguramente), la memoria de un pueblo valiente que aguantó todos los reveses resiste firme ante la historia. A las élites, ayer como hoy, les sobra el pueblo. Una lástima que seamos más.
*Alán Barroso es politólogo y autor del ensayo ‘Patria digna: La España que intentaron robarnos’ (Ediciones B).
Fuente: https://www.lamarea.com/2024/07/09/alan-barroso-siempre-les-sobro-el-pueblo-la-marea-100/