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Siete tesis de urgencia sobre la renta básica

Fuentes: Rebelión

Hasta hace muy poco tiempo aparecía como una idea exótica, una fantasía propia de ingenuos militantes y de un puñado de economistas utópicos. Pero la crisis civilizatoria que atravesamos ha terminado por ponerla en el orden del día. Ha llegado la hora de un nuevo derecho fundamental que corresponde a todos los seres humanos, «un […]


Hasta hace muy poco tiempo aparecía como una idea exótica, una fantasía propia de ingenuos militantes y de un puñado de economistas utópicos. Pero la crisis civilizatoria que atravesamos ha terminado por ponerla en el orden del día. Ha llegado la hora de un nuevo derecho fundamental que corresponde a todos los seres humanos, «un derecho universal e incondicional de todos los ciudadanos, como lo son ya el derecho a la educación o a la salud o, en el ámbito político, el derecho al sufragio universal» (Víctor Ríos). Ha llegado la hora de la renta básica.

La idea se sitúa en el cruce de caminos de nuestro tiempo, en el centro de las pugnas sociales, ideológicas, políticas y culturales. Su potencia emana justamente de ahí, de su íntima vinculación con las necesidades y el espíritu de nuestra época, de su nexo con la transición sistémica en curso. Y, por eso mismo, saqueadores de fino olfato estratégico como el Foro de Davos o el FMI, se han puesto manos a la obra en la usurpación y jibarización del concepto. Las espadas están en alto, la lucha acaba de empezar. En apretada síntesis, estos son, en mi opinión, algunos de los nudos primordiales de la contienda:

  1. Renta básica no es el título de un libro, sino el nombre de un hacha de guerra. La renta básica es lucha de clases.

Hay que quitar los letreros de «reservado el derecho de admisión». La renta básica no puede seguir siendo un juguete académico ni tampoco una rareza de guetos militantes. El lugar preferente de los debates no es ya la universidad o el local activista, sino la oficina de empleo, las barriadas sociales o las redes juveniles del precariado. El expertismo y los lenguajes de jerga ahuyentan más que atraen. No hace falta licenciatura ni trienios de compromiso político para entender las cuatro características consustanciales a la renta básica: universal, incondicional, individual y suficiente.

Hasta ahora, la renta básica ha servido para interpretar las contradicciones del turbocapitalismo; de lo que se trata es de transformarlo.

  1. Paro, pobreza y precariedad. Renta básica contra la normalización del crimen social

«Petra Parejo, trabajadora autónoma hasta que se quedó en el paro en el año 2011, padece una enfermedad crónica, osteoporosis. Cuando deje de cobrar la renta mínima de inserción, 420 euros, no tendrá para pagar el cuarenta por ciento de sus medicinas, por tanto se verá abocada a parar el tratamiento. Es beneficiaria de un programa de alimentos. Cuando entró a Radiotelevisión Española a ejercer la protesta, carecía de ingresos. Y es un crimen»

(Alegato final del abogado Endika Zulueta en el juicio de la renta básica a 19 militantes de los Campamentos Dignidad).

Paro, pobreza y precariedad se entrelazan, se adensan, con su reguero de dolor y marginación. En nuestro país 13 millones de personas -casi el 28% de la población- se encuentra en riesgo de pobreza, 2 millones se ven obligadas a recurrir a los bancos de alimentos y 6 millones, a pesar de trabajar, no alcanzan en cómputo anual, ingresos superiores al salario mínimo. La máquina trituradora del poder se aplica a producir, minuciosamente, exclusión social, a normalizar el atropello. En 2010, el 80% de los parados tenían algún tipo de cobertura, en 2017, su número no alcanza siquiera el 56%; cada día se consuman 166 desahucios de vivienda; cada día se producen 10 suicidios. Es la contabilidad del austericidio, la trastienda de la «recuperación económica», el helio de angustia que eleva el siempre renovado globo de la acumulación de capital.

La precariedad se constituye en paisaje, en el trabajo y en todos los ámbitos de la vida cotidiana. La incertidumbre se erige en ley y el miedo al futuro se naturaliza. Richard Sennett habló de «la corrosión del carácter», Bauman de las «vidas desperdiciadas», Laval y Dardot le llamaron «erosión de la personalidad». Son tentativas de descripción del hondo malestar, del sentimiento de cerco.

La renta básica es una necesidad para hacer frente a la banalidad del mal contemporáneo: a la violencia del paro forzoso, a la coacción muda de la miseria, al régimen de la precariedad y de la inseguridad permanente.

  1. La renta básica, un freno de emergencia para detener el molino neoliberal

Vivimos un cambio de época. El calentamiento global, la robotización de la economía o la crisis del empleo, son algunas de las señales. Y en el timón de la crisis, para no variar, el capital financiero y la ideología neoliberal.

El neoliberalismo es mucho más que un conjunto de recetas económicas. Se ha convertido en forma de vida, en sentido común de masas. Como un calabobos ha ido empapando las conciencias, moliendo derechos y comunidades, al tiempo que instauraba la competencia como nuevo principio universal, como mecanismo regulador de las relaciones sociales. Desaparecen las categorías rico o pobre y su lugar lo ocupan las palabras triunfador o perdedor. Nos convertimos en empresarios de nosotros mismos, en peones sin tregua de la sociedad del cansancio. Pero en su fuga hacia adelante, el neoliberalismo va agigantando la crisis. Cada vez necesita más autoritarismo y más manipulación. Más clientelismo, más nacionalismo, más pos-verdad, más rencor social contra los de abajo, más populismo punitivo.

Estamos obligados a poner en pie ideas que permitan la transición hacia otro modelo de sociedad. Frente al cambio climático, la dictadura financiera y el paro estructural, se imponen medidas que vayan a la raíz del desafío, tales como la reducción drástica de la jornada de trabajo, las políticas de decrecimiento y contra la obsolescencia programada, o la renta básica. O conseguimos que se abran paso esos caminos de sobriedad y solidaridad o avanzará la barbarie, la guerra entre los pobres, las nuevas formas de fascismo.

  1. Las rentas mínimas son la economía de la miseria, la renta básica es la economía de la dignidad

Pero, como nos recuerda Ferrajoli, «en la historia del hombre, no ha habido ningún derecho fundamental que haya descendido del cielo o nacido en una mesa de despacho, ya escrito y redactado en los textos constitucionales». La posibilidad de la renta básica emancipatoria se enfrenta en este momento a tres principales resistencias combinadas de variadas formas que, simplificando, podemos identificar como el asistencialismo, el laboralismo y «la renta básica liberal», vestida con los ropajes del universalismo abstracto.

Las rentas mínimas de inserción son el dispositivo primordial del asistencialismo. En los últimos años, al tiempo que la renta básica se popularizaba y ganaba legitimidad social, han proliferado las rentas mínimas de inserción, engalanadas con nombres a cual más pretencioso (renta garantizada, renta básica de inserción, ingreso de solidaridad, renta de inclusión…). Promocionadas en la mayoría de los casos desde el poder como un ejercicio de contención del conflicto, constituyen precisamente la antítesis de la renta básica. Son rentas que persiguen controlar a los pobres y estigmatizar la pobreza, renovando el muro de división en el seno de las clases populares. «Un colectivo disfuncional y excluido en lo más bajo y luego el feliz resto de todos nosotros», escribía Owen Jones refiriéndose de modo irónico a la demonización de la clase obrera en Inglaterra y la entronización del concepto de exclusión social. Pero, a pesar de la apariencia, la selva de las rentas mínimas está muy bien organizada, y responde cabalmente a las necesidades de la política neoliberal. El suplicio en la tramitación, la arbitrariedad y subjetividad en su concesión así como el marcaje humillante de los servicios sociales son una constante en todas ellas. El clientelismo social y político va de suyo. Las rentas mínimas son una herramienta de producción y reproducción de la exclusión social.

  1. Me matan si no trabajo y si trabajo me matan. La renta básica contra el dogal del salario

El segundo frente es el del laboralismo y la propuesta que suele presentarse en forma de contradicción irresoluble es la del trabajo garantizado. A pesar de que acostumbra a enunciarse como una crítica de izquierdas, su incompatibilidad con la renta básica parte de unos supuestos muy endebles. Para empezar, de una confusión evidente entre trabajo y empleo. Claro que el trabajo es estructurador de la vida y lugar de socialización, claro que constituye un fundamento ontológico del ser humano. Pero el empleo asalariado es, solamente, una modalidad histórica del trabajo, la que caracteriza al capitalismo. «Que el trabajo, es decir nuestra forma de estar y ser en el mundo, de relacionarnos con la naturaleza, de ser naturaleza, de encontrar en ellas los recursos de nuestra subsistencia, se constituya bajo el capitalismo en una condición sometida a la voluntad de quienes detentan, usurpan, gestionan y usufructúan los medios de producción es algo totalmente absurdo» (Constantino Bértolo). La renta básica puede ser un resorte contra la desmercantilización de la fuerza de trabajo, contra el poder disciplinador del desempleo y, sobre todo, un fondo de resistencia contra la explotación laboral. Por otro lado, la puesta en marcha de planes de trabajo socialmente útiles (cuidado de dependientes, refuerzo de la educación y de la sanidad pública, protección y reforestación de bosques, servicios culturales, deportivos y recreativos, rehabilitación de edificios…) son perfectamente compaginables con la implantación de la renta básica.

Pero quizás el adversario más peligroso lo constituyan las visiones liberales de la renta básica. El objetivo de los especuladores y mercaderes de Davos, Silicon Valley o el FMI, repentina y sorprendentemente interesados en esta proposición, está claro: quieren desmantelar los estados del bienestar -lo que queda de ellos- a cambio de la renta básica. Una renta a modo de cheque que sustituya -y de paso mercantilice- la educación, la sanidad o los servicios sociales.

La renta básica emancipatoria puede y debe responder a los tres envites. Frente a la economía de la miseria, la economía de la dignidad. Frente a la explotación laboral, un baluarte que garantice las necesidades materiales. Y frente al individualismo posesivo y el sálvese quien pueda, la semilla de una sociedad alternativa con fuertes vínculos comunitarios.

  1. O la renta básica de Davos y la Troika o la renta básica de las plazas, esa es la partida

Hasta hace bien poco tiempo las objeciones fundamentales que se planteaban a la renta básica eran tres, a saber, de dónde saldría el dinero, si no era injusto que la percibiesen gentes como Botín y si no se trataba de una utopía. Hoy el debate ya es otro. Nadie sensato duda de la viabilidad económica tras conocer las cantidades destinadas al rescate a los bancos (60.000 millones de euros), el coste de los delitos de corrupción (90.000 millones anuales) o el ingente volumen del fraude fiscal (otros 90.000 millones), por poner solo tres ejemplos. Y es fácil de entender que la renta básica ha de ir acompañada de una reforma fiscal progresiva. Claro que hay dinero para la renta básica, el problema no es económico, es político. Nos falta la fuerza social para imponerla.

Deuda o renta, los bancos o las personas, austericidio o emancipación, renta de Davos o renta de las plazas. La disyuntiva no es ya tanto si habrá renta básica o no, sino cuál será la orientación de la misma. O se impone la de ellos, un subsidio de contención, un dispositivo más para continuar el festín de los ricos, o vence la nuestra, una herramienta que una lo urgente y lo deseable, la respuesta a la inseguridad y el empobrecimiento y, al tiempo, «una alternativa orientada a promover y a realizar otra idea de sociedad» (Ferrajoli). Que la balanza se incline hacia un lado u otro, dependerá de la fuerza de los contendientes, de su inteligencia y determinación, de su capacidad hegemónica.

  1. Sin conflicto, no hay cambio. Sin empoderamiento, no habrá renta básica

«No soy un cliente, ni un consumidor, ni un usuario del servicio. No soy un gandul, ni un mendigo ni un ladrón. No soy un número de la Seguridad Social o un expediente. Siempre pagué mis deudas hasta el último céntimo y estoy orgulloso. No acepto ni busco caridad. Me llamo Daniel Blake, soy una persona, no un perro, y como tal exijo mis derechos. Yo, Daniel Blake, soy un ciudadano, nada más y nada menos».

Yo, Daniel Blake (Ken Loach)

En España, a lo largo de las dos últimas décadas, ha ido tomando cuerpo un movimiento difuso a favor de la renta básica. Es el producto de una sementera tenaz en la que han participado investigadores y estudiosos como Ramiro Pinto, José Iglesias, Daniel Raventós, Carolina del Olmo, Cive Pérez, David Casassas, Amaia Pérez, Óscar Jurado, Carmen Castro o Jorge Moruno, entre muchos otros y colectivos como Baladre, la Red Renta Básica, Arenci, los Campamentos Dignidad o la Fundación de Investigaciones Marxistas.

Pero ha sido, sobre todo, en los últimos seis años cuando la propuesta se ha extendido entre amplias capas de la población. Apareció con fuerza en las plazas, de la mano del 15M y, después, la ILP estatal y las Marchas de la Dignidad la convertirían definitivamente en una de las puntas de lanza del movimiento popular. En 2015, nacería la Marea Básica, un movimiento que forman colectivos integrados por personas que sufren el paro o la precariedad, y desde entonces la lucha no ha dejado de crecer. Huelgas de hambre como las de Ramiro Pinto, Juanjo Huerta y -recientemente, reivindicando la renta básica andaluza- Paco Vega, Demetrio Cano, Mario Arias y Feliciana Mora, y multitud de acciones de protesta y desobediencia por todo el territorio, puestas en pie por colectivos como Parados en movimiento de Valladolid, las Sillas del Hambre de Valencia, los Campamentos Dignidad de Extremadura, la Marea Básica de Madrid o Cataluña, la campaña por el cumplimiento de la Carta Social Europea.

Todo ese riquísimo proceso de organización y lucha constituye el embrión de algo mucho más grande, el sujeto social de la renta básica. Un movimiento plural, con acentos y ritmos diversos, que no disocian la realidad y las ideas, que pelea el horizonte desde el apoyo mutuo y la pugna por el pan cotidiano. Un movimiento no «para» la gente común, sino de la gente común, en el que adquieren centralidad los procesos de empoderamiento.

La renta básica puede ayudar a construir una alianza social entre sectores de la población que han estado tradicionalmente de espaldas o se miraban con recelo. La crisis puso patas arriba el imaginario de clase media, la promesa universal de ascenso, el corporativismo, la «religión» de la meritocracia. Y hundió en la miseria a sectores importantes de las clases trabajadoras. La renta básica puede ser un cauce de unidad popular, que una al cani y al informático, al parado de la construcción y a la becaria posdoctoral, a las kellys y a los teleoperadores, a todas las astillas de las clases trabajadoras.

En marzo de 2018, tendrá lugar una Marcha Básica contra el paro y la precariedad. La primera de las columnas ya tiene calendario, saldrá el 10 de marzo de León para llegar a Madrid el 24 de marzo. Esta primavera la movilización por la renta básica y por los derechos sociales puede dar un salto de gigante. El camino se llama dignidad.

Manuel Cañada es miembro de los Campamentos Dignidad de Extremadura y de la Marea Básica

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