Diciembre de 2002. Charlotte Beers, subsecretaria de Estado de los EEUU, defiende en un acto público la política internacional de Estados Unidos y menciona unas palabras de Bush: «Espero que el buen pueblo de Irak recordará nuestra historia. América nunca ha querido dominar ni conquistar. Hemos buscado sobre todo la libertad». Su discurso es interrumpido […]
Diciembre de 2002. Charlotte Beers, subsecretaria de Estado de los EEUU, defiende en un acto público la política internacional de Estados Unidos y menciona unas palabras de Bush: «Espero que el buen pueblo de Irak recordará nuestra historia. América nunca ha querido dominar ni conquistar. Hemos buscado sobre todo la libertad». Su discurso es interrumpido por varios gritos: «Está usted vendiendo la guerra, nos negamos a comprarla».
Ese mensaje de protesta me ha venido a la cabeza ante la respuesta del nacionalismo español al anuncio de ETA: ¡sigan vendiendo su guerra contra el terrorismo, nos negamos a comprarla!
El discurso del «antiterrorismo» no es otra cosa que el disfraz de los nacionalismos de estado español y francés frente a las aspiraciones democráticas de la sociedad vasca. Venden su guerra, para cerrar las puertas a la paz, porque el cuento de la «lucha contra el terrorismo» sirve para presentar la represión como un acto de defensa y la negación de derechos como un avance en materia de seguridad. Somos víctimas, luego tenemos derecho a defendernos y contraatacar; este es el relato que se impone, el mismo que señalaba el filósofo Zizek para los Estados Unidos tras el 11 de setiembre.
La reacción dominante en el campo del nacionalismo español ha sido de frontal rechazo a la iniciativa de ETA. Han querido negar cualquier elemento positivo en esta decisión imponiendo una consigna que todos los borregos repiten como si fuera una gran idea: «es insuficiente».
Hace ya meses que la maquinaria propagandística del «antiterrorismo» venía preparando el terreno con vistas a aparentar decepción y frustración ante lo que ETA pudiera hacer. Tras el anuncio en la BBC y GARA, la secuencia de los mensajes en numerosos medios de comunicación ha puesto en evidencia un burdo toque de corneta que hizo aparecer como por arte de magia la palabra «insuficiente» en todos los titulares, editoriales y reflexiones. Así, por ejemplo, en «El País», paralelamente al retoque del titular, desaparecían las referencias positivas a la declaración de ETA y un comentario de Aizpeolea quedaba sepultado por las innumerables versiones de la orden del día llegada desde el alto mando.
Además, Rubalcaba vuelve a sobreactuar y proclama que no cambiará una coma de su estrategia represiva. Nadie esperaba que cambiaran su «estrategia antiterrorista» aunque no hubiera «terrorismo». La razón es muy sencilla: no se trata de una respuesta a la actividad armada de ETA sino de la práctica habitual del nacionalismo de estado español, empeñado en usar la violencia y la fuerza para imponer sus objetivos. Haya o no lucha armada, como ha querido dejar claro Rubalcaba.
No obstante, más allá de estos discursos propagandísticos, hay otra realidad. Un artículo de Jesús Cacho en www.elconfidencial.com, titulado «El peligro no se llama ahora ETA, sino izquierda abertzale» nos da algunas pistas sobre cómo se está viviendo todo esto en ciertos ámbitos políticos españoles. Dice Cacho unas cuentas tonterías, como de costumbre, pero también alerta sobre las «maniobras batasunas» «sobre la base de que si ETA deja de matar, como por fortuna lleva ocurriendo en el último año y pico, no habrá fuerza humana capaz de impedir el paso de la coalición a las instituciones vascas, con el demoledor efecto que el peso de ese 20% tendría sobre el pretendido papel hegemónico del PNV en la sociedad vasca, sobre la política en Euzkadi y sobre su continuidad en el marco constitucional español. Un problema de aúpa, que remite al instante al que ahora mismo cursa en Cataluña».
Ahí duele. Por eso, dice Cacho, «se entiende el escaso entusiasmo mostrado ayer por el Gobierno Zapatero ante la declaración etarra. El genio de León andaba ilusionado con la posibilidad de una rendición unilateral de ETA, consecuencia de la presión policial, con entrega de las armas incluida, `victoria’ que había imaginado como carta imbatible a la hora de volver a presentarse a las próximas generales».
La sociedad vasca es la protagonista. Recientemente, en una movilización celebrada en Bilbo, se apelaba al PSOE a caminar por vías exclusivamente pacíficas y democráticas. Se trataba de mucho más que un buen recurso comunicativo. Por eso desde el partido que gobernaba el Estado en tiempos de los GAL (ya se me entiende, ¿verdad?) hablaron de «sarcasmo». En realidad, se trataba de una demanda literal y como tal debe ser entendida, ratificada ahora por la confirmación de que ETA lleva meses sin actuar por una decisión política tomada en base a razones políticas, en el contexto de un debate político y en un momento de numerosas iniciativas también políticas.
La pregunta sigue sobre el tapete y es extensible al conjunto del nacionalismo español, lastrado por su trayectoria esencialista, militarista, autoritaria y antidemocrática. Pero hay en ella un matiz que algunos se obstinan en no entender: formular la pregunta no implica que uno se quede sentado esperando la respuesta.
Y ésta es precisamente la clave de cuanto está ocurriendo en los últimos tiempos en Euskal Herria. No estamos ante un movimiento dirigido a los gobiernos de París o Madrid, ni siquiera a la comunidad internacional, aunque es obvio que a todos ellos se les está invitando a comprometerse en la búsqueda de una solución justa. La destinataria de las iniciativas que se suceden en el panorama político es la sociedad vasca, ella es la verdadera protagonista, la actriz principal de este guión. Por mucho que nos quieran convencer de lo contrario, lo que diga Rubalcaba, incluso lo que haga, es secundario frente a la gran cuestión del protagonismo de nuestra sociedad.
Por supuesto, no van a cambiar de estrategia por un comunicado de ETA. Para ellos sólo sería «suficiente» una rendición de ETA que ni ha ocurrido ni va a ocurrir, porque, más allá de los «éxitos» policiales y el marketing represivo, quien está retrocediendo en términos políticos, tanto en Euskal Herria como en Catalunya, es el proyecto español.
No se trata de elevar progresivamente el nivel de las exigencias a ETA. Por pedir, pueden demandarles que entreguen las armas, se disuelvan, pidan perdón de rodillas ante la Virgen de Covadonga o recorran el país pueblo por pueblo borrando las pintadas de apoyo realizadas en las últimas décadas. La cuestión es que no es realista creer en una rendición de ETA. A fin de cuentas, ¿por qué iba a a aceptar una organización que no ha sido derrotada escenificar una rendición? Es más, se da la paradoja de que si el búnker represivo se obstina en perseguir una rendición no va a lograr sino hacer más profunda la fosa entre la sociedad vasca y el Estado español.
La sociedad vasca no puede quedar a la espera de lo que el PSOE, la UMP u otros partidos españoles o franceses o los propios estados hagan. No quieren cambiar su estrategia y sustituir el marco del antiterrorismo por el de la solución dialogada, la paz y el derecho del pueblo vasco a decidir libremente. Esto es evidente. Pero es posible hacerles cambiar de estrategia y es lo que va a ocurrir, porque no les va a quedar otro remedio. Porque la sociedad vasca les va a obligar a hacerlo, aunque se van a resistir y cabe esperar de ellos tantos zarpazos como esté en su mano dar.
La sociedad tiene, tenemos, la palabra. Y esta vez no podemos dejar que nadie nos la arrebate.