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Sigue la masacre del capitalismo transnacional contra el pueblo colombiano, solo que ahora le llaman «paz»

Fuentes: Rebelión

No pasa un día sin que la herramienta paramilitar de multinacionales y Estado colombiano asesine a un luchador o luchadora social, no pasa un día sin un montaje judicial o una desaparición forzada. Es un Exterminio. Aah… pero hay que repetir el mantra narcotizante de que «hay paz». Repetirlo a saciedad como un rezo cínico, […]

No pasa un día sin que la herramienta paramilitar de multinacionales y Estado colombiano asesine a un luchador o luchadora social, no pasa un día sin un montaje judicial o una desaparición forzada. Es un Exterminio. Aah… pero hay que repetir el mantra narcotizante de que «hay paz». Repetirlo a saciedad como un rezo cínico, mientras van cayendo bajo la bala o el machete las vidas de mujeres y hombres que luchan contra el saqueo capitalista. Hay que repetir la palabra «paz», vaciada de todo contenido (porque no debería llamársele «paz» al exterminio, ni «paz» al hambre).

Los tanques de pensamiento de la USAID, sus pazólogos, expertos en guerra sicológica y sumisión, la socialdemocracia en pleno, dictaminaron desde sus sillones imperiales (y desde sus sillitas periféricas y seudo progres) que la «paz» consistía en la firma de un acuerdo con la burguesía, que la «paz» consistía en una aberrante «reconciliación interclasista» mientras se profundiza la explotación y el saqueo; las universidades europeas dictaminaron que hacía falta que los «salvajes colombianos aprendieran la cultura de paz», y se ofrecieron para enseñarla en la gran bondad de quienes «dan clases de cultura de paz» mientras que sus multinacionales producen armas y saquean pueblos; dictaminaron, muy doctos, que la «paz» consistía en desmovilizar al pueblo alzado en esas montañas verdes tan codiciadas, para dejar así vía libre al saqueo multinacional y a sus sicarios.

Dictaminaron los expertos, opinólogos imperiales, que es «paz» que un consorcio multinacional saquee la mayor mina de carbón a cielo abierto del mundo y para ello desvíe todo el río Ranchería asesinando así de sequía y hambre a una región entera… Porque los miles de niños Wayú mueren de física hambre, pero «lo bueno» para los cínicos malabaristas de la palabra «paz», para los entrampadores de pueblo, es que «ya no hay guerrilla que luche contra esa injusticia». «¡Que mueran los niños por miles, agonizando de sed y hambre, pero que mueran sabiendo que ya no hay rebeldes que cometen ‘la herejía’ de luchar armados de consciencia y balas contra la barbarie!» «Que mueran los niños por miles mientras el carbón siga saliendo en gigantescos barcos hacia EEUU o la UE, para satisfacer su aberrante consumo energético: que se pueda fagocitar a América Latina, África y Asia «en paz», sin revolucionarios que trastoquen tal saqueo«.

Varios de los exguerrilleros hoy andan rezando la estafa de la «reconciliación interclasista», enredados en leguleyadas y denunciando los mil incumplimientos de un régimen que siempre jugó sucio y con las cartas marcadas (era más que previsible), o bien andan disgregados en campos paupérrimos, siendo asesinados desarmados por la bala paramilitar (la «inteligencia» militar proporciona las listas de los más conscientes, para que sean acribillados en prioridad). Así los quería tener la burguesía colombiana y transnacional: desarmados e inertes, fáciles de exterminar. Y por eso ya son cientos de exguerrilleras y de exguerrilleros de las FARC asesinados desarmados. Asimismo siguen siendo encarcelados bajo montajes judiciales, desaparecidos o asesinados a granel las y los sindicalistas, maestros, líderes comunitarios, campesinos, ecologistas, estudiantes, indígenas, afrodescendientes, etc… Toda persona que cuestione el saqueo capitalista de Colombia y la injusticia social descarnada que este provoca.

Cabría preguntarse: ¿cómo se pudo llegar a semejante aberración? ¿Cómo se llegó a semejante descalabro histórico después de que tantas y tantos luchadores entregaron sus vidas por un horizonte de justicia social? ¿Acaso bastaron las presiones de la socialdemocracia mundial y regional, las presiones de la Iglesia (siempre garante de la continuidad de la injusticia, y experta en sumisión), las palabras mascadas como chicle de «la lucha armada está pasada de moda» acuñadas desde el cinismo de expertólogos que ignoran todo de la realidad de los pueblos saqueados, y repetidas hasta por un líder regional que aportó a los pueblos pero que también erró gravemente en estas cosas hacia el final de su vida? ¿Acaso los asesinatos selectivos y los bombardeos intensivos de EEUU y el régimen colombiano sobre las selvas de Colombia asesinaron a las personas más lúcidas? ¿Acaso la estrategia de «paralizar por el terror» preconizada en los manuales militares gringos que puso en práctica el ejército colombiano, desollando vivas a las personas en las plazas de los pueblos o perpetrando amputaciones y violaciones colectivas, quedaron fijadas en la retina y en el alma de manera a también anestesiar nuestras mentes?

¿Cómo aceptamos la definición de la burguesía de lo que «es paz»? Cuando nuestra definición de paz es diametralmente opuesta, ya que incluye cese del saqueo capitalista que depreda montañas y ríos y hambrea a la población, cese de la represión y cese de la tortura institucionalizada, cese de la herramienta paramilitar, cese de la ocupación gringa, cese de la explotación. ¿Cómo se impone este festival del cinismo sobre la muerte continuada de niños por hambre y sobre el continuo desplazamiento forzado de poblaciones que son desposeídas de sus tierras por la voracidad de multinacionales y latifundio? Más de 7,7 millones de personas han sido desplazadas de las zonas codiciadas por el capitalismo transnacional, desposeídas y ahuyentadas mediante las masacres de la herramienta paramilitar y los bombardeos del ejército. El desplazamiento forzado de poblaciones no se da por «la bala perdida» como aducen los medios de desinformación; las masacres con motosierra que perpetra la herramienta paramilitar mientras el ejército la ampara, no son «perdidas» sino planificadamente dirigidas contra las carnes del campesinado colombiano, contra las comunidades indígenas y afrodescendientes; son parte de un plan sistemático para provocar desplazamientos masivos, obedeciendo a una doble estrategia: vaciar de habitantes y protestas las tierras codiciadas por multinacionales, y vaciar el campo del pequeño campesinado, en la lógica perversa de «quitarle el agua al pez», ya preconizada y perpetrada por Estados Unidos en Vietnam: se trata de quitarle fuerza a la guerrilla, asesinando al campesinado que es su apoyo natural.

¿Cómo se impuso esta disociación de la realidad, esta adoración por una paloma de plástico mientras que a la verdadera paloma de la paz, aquella cuyo nombre es Justicia Social, la tienen torturada en alguna de las bases gringas, intentando sacarle a golpes los nombres de sus compañeros de lucha? ¿Cómo se impuso este festival de banderitas blancas inquisidoras de todo pensamiento crítico, que proscriben el análisis de la realidad e ignoran la lucha de clases?

Fueron años de Terrorismo de Estado asesinando a las mujeres y hombres más lúcidos e íntegros, dejando un vacío que llenaron oportunistas de todo tipo: los cooptables por la USAID y el dinero de la llamada «cooperación europea», las mil ong’s que trabajaron para el vaciamiento ideológico. Y se llegó a una situación en la que incluso algunos de los que enarbolaban banderas comunistas ya no explicaban lo que es la lucha de clases, ni el por qué los intereses de la clase explotadora son antagónicos a los de la clase explotada.

Las riquezas de Colombia siguen ahí: inmensos recursos que el capitalismo transnacional quiere roer hasta la médula, llevándose entre los dientes las vidas de millones de personas… La aceleración de la acumulación capitalista a nivel mundial, intensifica sus mecanismos depredadores que incluyen tortura, herramienta paramilitar, Terrorismo de Estado. Y en medio de esa realidad tan tangible, tan palpable en los charcos de sangre que deja cada líder social asesinado, nos vienen con la fábula de la «reconciliación interclasista», nos hablan de buscar «buenas voluntades» en las miradas codiciosas de los burgueses; nos dibujan una supuesta dicotomía (que no es tal) entre una supuesta «burguesía buena» y una «burguesía mala», como si la burguesía no fuera una sola a partir del momento en que sus intereses de clase son antagónicos a los intereses de la clase explotada, nuestros intereses. Y la burguesía debe reír a carcajadas en los salones de la embajada gringa, cuando cuentan cómo le dieron el premio Nóbel de la paz a un carnicero oligarca que presentaron como un Santo, y cuando cuentan que tienen al otro oligarca, igual de carnicero pero más traqueto, fungiendo el papel del «oligarca malo», para seguir con la telenovela engaña pueblo. Y se abrazan entre ellos y brindan, y firman negocios que deciden de un plumazo desplazamientos poblacionales masivos… desplazamientos que ya acelerará la motosierra paramilitar sobre las carnes de quienes se resistan al despojo.

En Colombia, la mitad de los niños y niñas que van a la escuela (cuando van) lo hacen con el vientre vacío, las tripas gritando hambre, los ojos gritando sueños truncados, los pies gritando zapatos, adoloridos por la marca del azote, la hebilla del cinturón grabada en la espalda, porque el castigo corporal se abate contra sus pequeños cuerpos en ese paraíso confiscado en el que las mayorías son explotadas, desposeídas y alienadas por la clase explotadora, carnicera de futuros y atesoradora de tiempo ajeno. Las niñas de las zonas más saqueadas y empobrecidas son presas de prostíbulos y militares gringos que gozan de total impunidad por sus crímenes en Colombia (según convenio de inmunidad firmado con el propio Estado colombiano). La herramienta paramilitar de multinacionales y latifundio, que aterroriza a la población de las zonas más codiciadas de Colombia, también encuentra en las familias más empobrecidas una «cantera de esclavizables»: niñas de 8 años en adelante terminan siendo allanadas en los barracones de las multinacionales (en las zonas de saqueo intensivo de la mega minería y del agro industrial), o son ofertadas en las playas del Caribe a sebosos turistas europeos y gringos… Pero nos dicen y nos repiten que nada de eso importa: ni el hambre, ni la injusticia, ni las infancias rasgadas, ni las niñas violadas en tropel, ni las torturadas en bases militares gringas… Que lo «que realmente importa» es repetir el mantra de una supuesta «paz» que consiste en desarmar al pueblo que algún día le dijo basta a la injusticia… mientras, por supuesto, se deja intocada y blindada la injusticia que redunda en millonarias ganancias para un puñado de capitalistas.

Los pazólogos imperiales dictaminaron que la «paz» consistía en un ejército colombiano sobrearmado que a diario asesina al pueblo, que el monopolio de las armas tiene que tenerlo el ejército que es entrenado por formadores en tortura estadounidenses (porque lo abyecto es incuestionable según esos expertos), dictaminaron que los campesinos no podían sublevarse, dictaminaron lo bueno y lo malo, dictaminaron como «paz» lo que agiganta las fortunas de las transnacionales y el latifundio mientras cuartea de hambre y desesperación la vida de millones de desposeídos, dictaminaron y dictaminan… pero es el pueblo colombiano el que sigue siendo asesinado, masacrado por la herramienta paramilitar de un Estado al servicio del capitalismo transnacional.

El conteo de muertos es desgarrador… y también nauseabundo de disociación: los asesinados son doblemente vulnerados al ser ocultada la responsabilidad de los comanditarios de los crímenes. Incluso cuando son asesinados los activistas contra el saqueo multinacional delante de las narices de la policía, y que resulta evidente el Terrorismo de Estado, siguen los cínicos con la ambigüedad y edulcoración en las «denuncias». Es la misma expresión del «borroneo artístico» de siempre de «asesinados por una mano negra». Para ocultar el plan de exterminio sistemático contra la protesta social, los medios de la burguesía aducen incluso la teoría del «ajuste de cuentas» o del «asesinato por celos», como si las y los luchadores sociales que enfrentan al poder multinacional, fueran asesinados por miles en una especie de «epidemia de celos». Que ese ocultamiento lo perpetren los medios de la burguesía y sus organismos es coherente con sus intereses de clase; pero que incluso algunas organizaciones populares no hablen sino a medias tintas, responde a una alienación generalizada que impone confusión. Todo malabarismo es implementado para evitar decir las cosas como son: asesinados por la herramienta paramilitar de un Estado criminal que viabiliza el saqueo capitalista de Colombia, mediante un plan sistemático de exterminio contra todo aquel o aquella que eleve una reivindicación social.

Blog de la autora: www.cecilia-zamudio.blogspot.com

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.