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Tareas para una izquierda revolucionaria y anticapitalista.

Sindicalismo emergente: ¿Tiemblan los cimientos de la desidia? ….

Fuentes: Corriente[a]lterna

Mucho se habla sobre la necesaria recomposición de la izquierda en el sentido más amplio de la expresión. Pero para aquella izquierda que circunscribe esta recomposición en la lucha de clases, y que la vincula a otras recomposiciones relacionadas -recomposición de la conciencia de clase, de las luchas, de la memoria, etc-, para esa izquierda […]

Mucho se habla sobre la necesaria recomposición de la izquierda en el sentido más amplio de la expresión. Pero para aquella izquierda que circunscribe esta recomposición en la lucha de clases, y que la vincula a otras recomposiciones relacionadas -recomposición de la conciencia de clase, de las luchas, de la memoria, etc-, para esa izquierda revolucionaria y anticapitalista es necesario concretar los términos de esa recomposición entre los cuales aflora la necesaria rehabilitación del sindicalismo de base y combativo.

Hablar de recomposiciones actuales es también hablar de derrotas pasadas y presentes, de ahí la necesaria tarea de recomponer. Después de varias décadas de reestructuración económica, de contrarreforma anti-obrera, de languidez progresiva del llamado «Estado social», y del pillaje y bandidaje sobre los bolsillos de las y los trabajadores, nos hemos dado cuenta de que llegar a fin de mes es un deporte no apto para la mayoría de la población. Esta gran derrota ha venido de la mano de un liberalismo que le ha quitado la careta keynesiana al capitalismo, el cual ya se muestra como enemigo intransigente de la Humanidad. Los bajos salarios, las jornadas laborales ampliadas, la precariedad en el empleo, el paro inminente y la privatización y pauperización de unos servicios públicos cada vez menos públicos y unos derechos universales cada vez menos universales, forman la tramoya del escenario sobre el que deberá partir la enésima crisis económica que se nos carga sobre las espaldas. Los momentos de bonanza económica nos han dejado un endeudamiento familiar que se nos presenta como el ogro real de los cuentos infantiles. Un ogro dispuesto a comerse las escuálidas cifras de nuestras cuentas bancarias, que se comenzaron a llenar con nuestro trabajo precario. Cuando la mayoría de la población estamos con la sangre al cuello, llegan los señores que saben de cifras a contarnos la milonga de la crisis, aquélla que ellos no sufrirán.

Aunque en ocasiones marginales, y casi siempre fragmentadas, las luchas sociales en general y las luchas sindicales en particular se han centrado en la resistencia. El alzamiento zapatista en enero del 94 hizo rasgarse las vestiduras a los fariseos burgueses que ansiaban acabar con la historia. En el Estado español, el caso de la lucha de los hombres y mujeres de Sintel contra los despidos significó de alguna manera, aunque sea meramente simbólica, el principio del fin de la travesía de la izquierda por el desierto. Luego vino Génova, la lucha contra la LOU, contra la guerra de Iraq, contra el «decretazo» de la derecha … parecía que al menos estábamos llegando a aquél oasis, en el que la palabra recomposición no resonara en el vacío de una catedral sin feligreses. El ciclo había cambiado. Lo único que faltaba era alguna organización que pudiera catalizar de alguna manera todo ese potencial, que finalmente se diluyó con el ascenso de Zapatero a la Moncloa.

La huelga de los hombres y mujeres de SEAT en Martorell marcó otro hito en la historia del sindicalismo en el estado español: era la primera vez que las direcciones de los sindicatos mayoritarios no sólo firmaban despidos sin contrapartidas, sino que además seleccionaban nombres de personas que irían destinadas a engrosar el «ejército de reserva», es decir, los y las despedidas. Se cruzó por primera vez una de las líneas rojas del sindicalismo. Luego fue más fácil rebasarla. La historia de Delphi en la bahía de Cádiz es otra historia de la resistencia del mundo del trabajo frente a las deslocalizaciones. Otra historia de resistencia, esta vez con final feliz, es la de los despedidos y despedidas en Mcdonald´s- Estación de Granada.

En este panorama en el que se interrelacionan: la última derrota social y económica de la clase trabajadora, la inminente crisis económica, la inexistencia de organizaciones políticas de la izquierda capaces de articular una respuesta de clase y la existencia de unas burocracias sindicales sin conexión con el mundo del trabajo; hace que, a pesar de todo, el malestar de la mayoría de la población que se va empobreciendo emerja en algunas coordenadas y se canalice en forma de batallas cualitativamente diferentes. Las huelgas del servicio de limpieza del metro de Madrid, del TMB en Barcelona, la reciente huelga de los trabajadores y trabajadoras de la Rober (empresa concesionaria del servicio de autobús urbano en Granada) y la actual huelga del Metal en la provincia de Granada, junto con varias otras huelgas, representan luchas con una proposición distinta, ya no hablamos de luchas «contra», sino de luchas «por». Eso quiere decir, que aunque parciales y sectoriales, expresan huelgas con carácter ofensivo, algunas de las cuales se han saldado ya con una victoria de los y las asalariadas. Alguien levanta la cabeza con la disposición de arrebatar conquistas en favor del trabajo en este océano de derrota y resistencia.

Entre todo esto, quienes dirigen las centrales sindicales mayoritarias hacen grandes esfuerzos por mermar su propia legitimidad. La reciente huelga en el sector de la educación no universitaria en Andalucía en contra del programa de calidad de la Junta, ha conseguido movilizar a un porcentaje importante del profesorado, a pesar de las direcciones de los sindicatos mayoritarios, quienes aceptando dicho plan esquivan el problema de la falta de financiación pública para la escuela primaria y secundaria y culpan al profesorado de los malos resultados de la misma. Existe descontento incluso entre las bases de esos mismos sindicatos a quienes la calidad de los servicios públicos parece importarle más que a sus propias direcciones.

La deslegitimación de las burocracias sindicales y el consecuente deterioro de la imagen de los sindicatos como herramienta para la lucha puede que despertaran la desidia no sólo entre una juventud trabajadora que sufre las consecuencias de la reestructuración del mercado laboral y de la hostilidad del resto de contrarreformas neoliberales y del modelo de desarrollo (precariedad, acceso a la vivienda, deterioro de los servicios públicos, nivel de endeudamiento, etc.), sino también entre las y los no tan jóvenes que han vivido todas y cada una de las degeneraciones del burocratismo sindical. Pero los últimos acontecimientos, aunque aislados, parecen perfilar la respuesta de la dignidad de quienes cada vez más tiene menos que perder. Son luchas que reafirman un camino interesante por el que discurrir en la construcción de un nuevo sindicalismo de clase, de base y combativo. Asaltar por la izquierda a las burocracias sindicales en el ámbito de la movilización; esa es una tarea central para la izquierda revolucionaria en el escenario político actual. Se hace pues urgente levantar un debate, no sólo dentro del Espacio Alternativo, sino en el ámbito de la izquierda consecuente con el fin de dibujar un proyecto estratégico a nivel sindical. Vemos que hoy puede ser el momento. Hay un despertar de la combatividad, un leve viraje de la resistencia a la ofensiva, y no podemos permitirnos que de nuevo la historia nos vuelva a morder la nuca.

Justo aquí y ahora se ve el relámpago que anticipa al trueno que está por venir: el nuevo pacto social entre Gobierno, patronal y sindicatos. Un pacto que hará caer en los bolsillos y en los esfuerzos de la gente trabajadora las consecuencias de esta nueva crisis económica del capital. Hay que articular desde ya una respuesta de clase. Es por eso urgente recuperar y poner al día un viejo proyecto de la izquierda radical en el Estado Español, llevado a cabo principalmente por la LCR y el MC. Ese proyecto es el de la construcción de una izquierda sindical. Un proyecto que no entienda de siglas sino de realidad, de unidad y de lucha y que haga posible que los sectores más combativos y honestos en el ámbito sindical se den la mano. Es el momento de deslocalizar, sí, pero no las grandes corporaciones, sino las luchas ofensivas, de desbordarlas de los límites locales, conectarlas, unificarlas, masificarlas, darle un cuerpo más allá de las ciudades. Hoy es el momento de comenzar a hablar de estrategia sindical, hay que soplar fuerte porque las brasas rielan, y aunque sea un espejismo no podemos permitirnos el lujo de no intentarlo. Debemos preparar ese debate entre las dos generaciones que hoy forman el grueso de la izquierda revolucionaria y anticapitalista: me refiero a quienes ya vivieron esa experiencia y a quienes no escuchamos de ella más que un lejano canto que nos habla de un quehacer sindical que durante cierto tiempo intentó desterrar el sectarismo y el burocratismo de las entrañas de la clase obrera. Concretar y renovar hoy día ese proyecto es la tarea que se divisa en nuestro horizonte político inmediato.