El pasado sábado 17 de febrero se filtró a través del periódico La Voz de Asturias, que los dos sindicalistas gijoneses de la Corriente Sindical de Izquierdas, Cándido y Morala, serían condenados hoy lunes a tres años de cárcel por la rotura de un cajetín de tráfico. Se trata tan sólo del primero de los […]
El pasado sábado 17 de febrero se filtró a través del periódico La Voz de Asturias, que los dos sindicalistas gijoneses de la Corriente Sindical de Izquierdas, Cándido y Morala, serían condenados hoy lunes a tres años de cárcel por la rotura de un cajetín de tráfico. Se trata tan sólo del primero de los dos juicios en los que han sido encausados.
La farola de «Los lunes al sol»
«Los lunes al sol», probablemente la mejor película de Fernando León de Aranoa relata de manera realista, triste y dura la tragedia del desempleo y la desindustrialización. Lo hace a través de historias de trabajadores que han perdido la batalla y han sido despedidos y prejubilados, apartados a la estantería donde se aparca a quienes ya no son útiles al beneficio inmediato, la deslocalización, la especulación urbanística y la ingeniería financiera. Nadie pudo poner en imágenes con más precisión aquel «abandonados a las puertas de las peores galaxias» de Montalbán. Se trata, aún así, de una historia dulcificada con componentes de humor, en beneficio de la narratividad y las reglas de la ficción. Santa, su protagonista, se pasa casi toda la película tratando de evitar el pago de una multa irrisoria: un puñado de pesetas por la rotura de una farola. La subtrama de la farola ridiculiza que se acuse a una persona por lo que sucede en una manifestación de trabajadores con cientos de participantes y denuncia la estupidez de la justicia, observadora de la letra de la Ley ante una farola y ciega ante la tragedia real y de fondo: la destrucción del tejido industrial de una región entera.
Pero la realidad casi siempre supera a la ficción: En el guión de la realidad, los astilleros de los que se habla en la película existen y se encuentran localizados en la bahía de Gijón: Naval Gijón. Algunos de los trabajadores aún permanecen como tales -aunque cada vez es más difícil encontrarlos mutados en especie a punto de extinción en medio de un bosque de prejubilaciones-. Incluso se agrupan en un sindicato de clase, resistente y combativo (sí, aún quedan): la Corriente Sindical de Izquierdas (CSI).
Como trama: Se pide cárcel, seis años y medio, por la rotura de un cajetín de tráfico durante una manifestación, para los dos sindicalistas de Naval Gijón que han liderado a lo largo de los últimos años la Corriente Sindical de Izquierdas, la defensa de los puestos de trabajo, la supervivencia del astillero y la lucha contra la desindustrialización de Asturias -Cándido González Carnero y Juan Manuel Martínez Morala-; Como desencadenantes: La denuncia, del Ayuntamiento de Gijón, gobernado por la coalición PSOE-IU, con su Alcaldía ocupada por la exSecretaria de Estado de prisiones del gobierno de Felipe González, Paz Fernández Felgueroso y bajo la dirección del conjunto de la coreografía represiva en manos de la Subdelegación del Gobierno en Asturias, cargo que ostenta el exPresidente autonómico socialista, Antonio Trevín.
Encontramos una diferencia fundamental y un paralelismo cinematográfico entre los protagonistas de la historia de «Los lunes al sol» y la realidad. La diferencia fundamental: en la realidad la batalla aún no se ha perdido, no se ha tirado la toalla. Existe la solidaridad obrera, la movilización y la lucha sindical. El Sindicato sobrevive y el astillero también. Aunque cuesta hablar en este país -socialdemócrata en el mejor de los casos- de sindicatos de clase que no se basan en la estructura de liberados y subvenciones, somos testigos de movilizaciones obreras reales, combates laborales y luchas impenitentes de personas que denuncian la burocratización de los sindicatos oficiales o las traiciones de quienes se llaman de izquierdas. Aún podemos mencionar a los últimos resistentes de la aldea gala: Cándido y Morala como representantes de un pequeño sindicato combativo de ámbito asturiano.
El paralelismo cinematográfico: Los daños ocasionados por los disturbios de los que se acusa a los sindicalistas de la CSI ascienden a 5624 euros. La pena que el Ministerio Fiscal solicita para ellos es de seis años y medio de cárcel. ¿Proporcionalidad y coherencia o castigo represivo?. Dos trabajadores, dos sindicalistas que denuncian la corrupción sindical y política y la especulación urbanística son castigados, amenazados y reprimidos en represalia por su liderazgo sindical. La ficción escrita y filmada por Fernando León llevada al patetismo de convertirse en realidad y sobre acusaciones presentadas por militantes y cargos públicos de administraciones gobernadas por el Partido Socialista en coalición con Izquierda Unida y sostenidas por un agente de la policía nacional infiltrado en el sindicato durante años. No es menester de quienes tratan de escribir desde la izquierda meter el dedo en la llaga ¿o sí?.
Un poco de historia
Veamos: años de movilizaciones en defensa del puesto de trabajo. La CSI fue fundada en 1982, apenas tenía yo seis años. Y ya estaban Cándido y Morala levantando un sindicato (junto a más compañeros, obvio). Recuerdo (entre otras cosas) manifestaciones y disturbios, movilizaciones de hombres en mono de trabajo, pasamontañas y cascos amarillos. Sigo recordando y ahora veo con toda claridad que muchos días, cuando volvía a casa en el autobús del colegio, el viejo autobús naranja que conducía Joaquín, nos cruzábamos con las protestas, que casi siempre sucedían en los alrededores de los astilleros, muy cerca de mi casa. Y nos peleábamos por ocupar las ventanillas. Queríamos verles, con su ropa de trabajo azul, su casco y su pasamontañas. Había neumáticos apilados en la autopista, fuego, un intenso humo negro, trabajadores con gomeros y tubos de metal. Frente a ellos, antidisturbios que disparaban pelotas de goma a los trabajadores. Desde entonces que no soporto a los antidisturbios. Supongo que mi cabeza no acepta que existan trabajadores que cobren por pegarles a otros trabajadores.
Eran los 80. Las cosas no iban del todo bien pero tampoco nos faltaba nada. Ahora las cosas tampoco nos van bien y aparentemente sigue sin faltarnos nada. Pero ahora todo es mentira. A los jóvenes gijoneses nos falta la identidad. Prácticamente ya no sabemos quienes somos y nos han robado la tierra y el futuro. Ya no hay fábricas y ya no hay trabajo. Quedan la emigración y los servicios, balnearios, turismo rural y hoteles. Y un clima de mierda para los turistas -no para nosotros, como echo de menos el orbayu- que nunca llenarán esos balnearios ni esos hoteles. Y poco a poco los jóvenes nos vamos de Asturias para no volver. Siguen gobernando los mismos que gobernaban hace veinte años, siguen llamándose de izquierdas y continúan cantando la internacional en sus fiestas mineras y sindicales. Seguimos gobernados por los de siempre cuando me acerco a la treintena. No conozco otros nombres que los de los socialistas y los sindicalistas que llevan gestionando Asturias desde que nací. Del Movimiento Nacional al Partido único.
Los de siempre han inaugurado un acuario. Un acuario en Gijón para atraer turistas. Un acuario al lado de los astilleros. Los astilleros siempre están al lado del mar. La bahía de Gijón. Para quienes la conozcan, zona de poniente. Antes fábricas y un puerto con barcos de trabajo. Ahora una playa artificial, edificios barco y un acuario. También un centro de talasoterapia. Todos sabemos que a los concejales de urbanismo les encanta jugar con los terrenos como si de fichas de Monopoly se tratase. Si los terrenos están en primera línea de playa, con acuario, talasoterapia, edificios barco y un astillero con señores trabajando ¿qué sobra para poder construir más edificios barco (y ganar más dinero)?. El astillero con los señores trabajando. Pero los señores que trabajan llevan años, testarudos, diciendo que quieren continuar trabajando -qué pesados- y cuando tratan de quitárselos de en medio se enfadan, salen a la calle y hacen ruido. Siempre salen a la calle. Hasta el día en que los de siempre, en sus coches oficiales, inauguraban el acuario. Y se enfadaron. Los trabajadores porque el acuario está allí para echarles: los políticos porque esos señores que gritan tanto les estropearon la foto.
Los gobiernos tratan de comprarles: si os calláis os damos lo que a los demás, es decir, os vais para casa y os pagamos el sueldo. Pero os tenéis que quedar callados. Os prejubilamos. No han defendido los puestos de trabajo. No han defendido las fábricas. No han defendido el futuro de sus hijos. Le han puesto un precio a las barricadas. Y las han comprado. Lo que me pregunto es si alguna vez a lo largo de estos veinte años todos estos socialistas y sindicalistas de pacotilla que se han convertido en protegida fauna autóctona se han parado a pensar en las consecuencias de lo que estaban consiguiendo con la solución del millón, la prejubilación.
¿Todos tenemos un precio verdad? ¿Todos? No, algunos no lo tienen. Ese ejemplo es peligroso. Les prejubilan y van a los tribunales a reivindicar su derecho al trabajo. ¿Están locos?, ¿tienen principios? Debe ser lo mismo. Ministros y Consejeros quieren desindustrializar. Alcaldesa obedece. Subdelegado del gobierno obedece. Concejal de urbanismo juega con sus cromos, especula y construye (recordemos un acuario, un centro de talasoterapia y edificios barco) y unos trabajadores se niegan a vender su puesto de trabajo, se enfadan y gritan. Miran a los ojos y dicen la verdad: ¿No os da vergüenza?
Hay que castigarlos. De entre todas sus movilizaciones (en las que participaron cientos, miles de trabajadores) se escoge una al azar. Se les inculpa por la rotura de un cajetín de tráfico que cuesta 5624 euros y se les pide una condena de 6 años y medio de cárcel. ¿Denuncia?. Del Ayuntamiento de Gijón. ¿Pero no era un Ayuntamiento socialista (en coalición con Izquierda Unida)?. ¿Testigos?: la Policía Nacional. ¿Pero esos son imparciales?. Da igual. ¿Sorpresas?. Para el último capítulo.
Último capítulo: Como en los viejos tiempos
Un agente de la policía nacional se infiltra en el sindicato. Participa en las movilizaciones. No una vez ni dos ni tres sino durante años. Incluso viaja con ellos a Barcelona. ¿Pero no se trataba de un sindicato local y sectorial, para qué viajaban entonces? Barcelona, 2001. Cumbre contra el Banco Mundial. Es la misma lucha. El agente infiltrado rompe y rasga. Bancos y cajeros automáticos. Ahora lo llaman Kale Borroka. Yo también estaba allí. Y sin lugar a dudas recuerdo. Decenas de policías vestidos de paisano disfrazados de manifestantes deteniendo manifestantes. Otro policía venía de Gijón. Infiltrado en el Sindicato. Presidió asambleas, participó en los movimientos sociales asturianos. Habló, se manifestó, asistió a reuniones. Y un día desapareció. ¿El reencuentro? En el juicio. Hablan tres policías. El segundo es el chivato. Se contradicen. Cándido y Morala son inocentes. La policía es consciente. El gobierno local sólo quiere castigar, la subdelegación del gobierno también. El policía, debería avergonzarse. Los gobernantes que le mandan, también. Y ¿saben qué? Cándido y Morala orgullosos. Es lo que les queda: la dignidad, que no es poco. Si van a la cárcel no será por romper un cajetín de tráfico. Será por defender sus puestos de trabajo.