Justo hace dos años que un sector del colectivo Gorripidea nos integramos en Alternatiba, y en consecuencia también en EH Bildu. Buena parte de mi militancia durante este tiempo ha sido similar a la de siempre, con una diferencia: la participación en cuatro campañas electorales, una detrás de otra, sin apenas respiro para poder reflexionar […]
Justo hace dos años que un sector del colectivo Gorripidea nos integramos en Alternatiba, y en consecuencia también en EH Bildu. Buena parte de mi militancia durante este tiempo ha sido similar a la de siempre, con una diferencia: la participación en cuatro campañas electorales, una detrás de otra, sin apenas respiro para poder reflexionar sobre los problemas de construcción de EH Bildu.
Soy de la opinión (y así lo he manifestado en otros artículos), que salvo en situaciones de cataclismo social (definidas como situaciones revolucionarias, en cuya vorágine las viejas instituciones se tambalean, a la vez que de las entrañas de la sociedad insurrecta surgen organismos de contraponer con aspiraciones de sustituir al poder existente), el proyecto contra-hegemónico (organizar, activar, movimientos sociales críticos con el sistema y plantear en su seno la necesidad de un proyecto alternativo) necesita proyectarse, también, en el terreno político institucional. Esta es una de las razones (aunque no la principal) por las cuales me adherí al proyecto de EH Bildu. Y es que incluso con un nuevo (y deseable) repunte de las luchas (que nos permita salir de la relativa atonía en que nos encontramos) estas necesitarán contar con un fuerte apoyo de la izquierda trasformadora ubicada en el terreno institucional.
La acumulación de fuerzas institucionales lograda por EH Bildu y Podemos no da, de momento, para ser decisivos en ese terreno puramente institucional (salvo en Nafarroa) pero sí para desarrollar una estrategia de engarce con la lucha contestataria. Si bien, paradojas de la desincronización de los tiempos políticos, no siempre coincidan lo uno con lo otro, como sería necesario.
Para ello, además de hacer frente al problema de la desincronización de los tiempos políticos se deberá lograr la de por sí difícil sincronización de esfuerzos y tareas. Lo que en teoría (a diferencia de los libertarios y anti-institucionalistas) se nos antoja necesariamente compatible; un buen engarce de lo electoral y la actividad extraparlamentaria, incluso con la afirmación de priorizar lo segundo; en la práctica no lo es tanto si no se toman medidas correctoras.
Me atengo a lo ocurrido estos dos años. Una presión desequilibradora, difícilmente soportable, considerado algo excepcional y anómalo, pero que nadie nos asegura que no vuelva a repetirse en medio del proceso de construcción-refundación de EH Bildu.
No hace mucho leí un trabajo que decía: «es prácticamente imposible mantener una estrategia que cubra todos los frentes, esto es, que ponga huevos de manera simétrica en todos los cestos: luchar por la victoria electoral a corto plazo y a la vez por la hegemonía política en el largo; primar la vía institucional y a la vez tener una presencia firme en la calle; disputar y aliarse con partidos políticos y a su vez mantener agenda común con los movimientos sociales; plantear la lógica de poder a la vez que la de contrapoder». Creo que lo ocurrido con Podemos es del todo ilustrativo. Y creo que algo de eso, nos ocurre también en EH Bildu.
Medidas correctoras: ¿Por qué no dedicar los ingentes recursos de la política institucional a poner a funcionar centros sociales abiertos y construidos desde los barrios (no locales de partido)? ¿Por qué no repartir las tareas de los «cargos públicos» para que pasen más tiempo en estos espacios concretos; construyendo de forma directa, paciente, menos esclavos de los ritmos de la política de la «cara pública» y más al servicio de establecer confianzas desde la cercanía con las clases populares?
Cierto es, no hay recetas mágicas, y el peligro de salirse por la tangente (situándose al margen de los espacios institucionales) esta ahí. Ubicarse en la mera alteridad (y de esa experiencia también hemos bebido), en posiciones puristas y esencialistas, que reniegan del desafío que supone navegar en la complejidad política, y que por tanto pudieran perder toda su capacidad de impacto, llegando incluso a apuntalar al propio sistema desde una lógica inmovilista y sectaria. De hecho, una parte de nuestro espacio ideológico-sociológico da la impresión que va por esta línea.
La lucha social y política, es asunto de relaciones de fuerzas. Ante la ausencia de la fuerza necesaria, una parte de la izquierda de la socialdemocracia (o en su caso del PNV) apostó en épocas recientes por la estrategia de la participación-presión en el seno de gobiernos de colaboración con papeles subalternos (Ezker Batua con Ibarretxe, el BNG con el PSG y ERC e Iniciativa con el PSC) con desastrosas consecuencias.
Pero cabe otra estrategia. Tras años de derrotas histórica de las esperanzas de emancipación, estamos solamente al principio de una reconstrucción social y política, que trata de armarse de (impaciente) paciencia y oponer a la izquierda renegada y el nacionalismo burgués una alternativa verdadera.
Joxe Iriarte «Bikila» – Alternatiba
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