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Soberanía y paz

Fuentes: Gara

Firman este artículo, junto a Luis María Martínez Gárate, los también miembros de Iturralde Tasio Agerre, Marisol Ronzal, Mikel Sorauren, José Miguel Martínez Urmeneta y Humberto Astibia Aierra

Hace ya mucho tiempo y, sobre todo desde el 22 de marzo pasado, en que la «cuestión vasca» ha quedado reducida a un «proceso de paz». Parece que, tal y como se plantea, el problema central es lo que se conoce como «pacificación».

La primera, y obvia, reflexión conduce a pensar como aquél que decía «muerto el perro se acabó la rabia». Los «violentos» han decidido cesar en su actividad y buscan un «aterrizaje», un acomodo, en una sociedad perfectamente «normalizada» y «democrática».

Es evidente que, implícitamente, quienes así piensan nunca han considerado en profundidad las claves violentas que se ocultan (mejor, que se pretenden ocultar) tras el contencioso vasco. A lo sumo reducen la violencia producida por el Estado español en las últimas décadas a la incesante tortura o a episodios de chapuza cuartelera como el de los GAL.

No es nuestra intención restar un ápice a la importancia de todos ellos, pero sí la de profundizar un poco más en las raíces del problema. Es necesario devanar la madeja hacia atrás, para llegar a una comprensión de la realidad actual. La violencia sobre nuestro país es un hecho estructural que perdura desde muchos siglos antes. Puede haber quien diga que la historia no vale para nada y que remontarse siglos atrás a nada conduce. El problema está en que esas personas deberían establecer un criterio para indicar dónde se produce el corte a partir del cual, y hacia atrás, ya no es necesario mirar.

Suponemos que muchos de quienes opinan así pensarán que es bueno conocer las barbaridades del régimen del general Franco que alumbró el actual tras una indolora (para sus representantes) «transición». Claro está que sin profundizar en la Guerra de 1936-39, o en la Mundial de 1939-45 mal podríamos entender el régimen de Franco. La Guerra tampoco tendría sentido sin la II República española. Y es evidente que la dictadura del general Primo de Rivera desvelará claves importantes de la misma. En este sentido, todos los conflictos del siglo XIX, comenzando para nosotros por las guerras carlistas, y siguiendo por las desamortizaciones, el sistema de propiedad de la tierra, la organización de un ejército humillado en los procesos de independencia de América, nos proporcionan muchas explicaciones necesarias para entender el siglo XX en el Estado español.

También es evidente que sin estudiar el «descubrimiento», conquista y explotación de América, sin profundizar en el absolutismo monárquico, sin analizar los decretos de «Nueva Planta» relativos a los Países Catalanes a comienzos del siglo XVIII, nos encontraríamos cojos para explicar el siglo XIX de dicho Estado.

El régimen político de Castilla (hegemónico en la Monarquía española y soporte del futuro nacionalismo español) no se puede comprender sin estudiar los conflictos medievales entre los reinos de la Península Ibérica, comenzando por la famosa «Reconquista».

Lo mismo podremos decir de los diversos conflictos ocurridos en Vasconia durante los siglos XVIII y XIX, que no se pueden analizar al margen del origen de su Sistema Foral. Y este sistema procede directamente del régimen político de la Monarquía navarra, conquistado y minorado por Castilla. A su vez, el sistema jurídico-político de Vasconia hunde sus raíces en el derecho consuetudinario de los pueblos pirenaicos…

¿Quién es capaz de marcar el punto de corte? ¿Lo puede hacer sin que manifieste claramente y a flor de piel los intereses políticos que en el momento actual le llevan a tomar esa opción?

La raíz de nuestro conflicto se hunde en los procesos de agresión y ocupación llevados a cabo en etapas de larga duración por los estados español y francés. Estos procesos, si no hubieran producido reivindicaciones, conflictos y guerras, podrían ser «agua pasada» y, a lo sumo, curiosidades para la investigación histórica. Pero no es el caso. Por eso cuando anteriormente planteábamos la pregunta retórica de dónde cortar el hilo de la historia, respondíamos que cada cual lo corta de acuerdo con sus intereses políticos actuales. Y esto es muy significativo.

En ese sentido es imprescindible que para resolver realmente el contencioso vasco se profundice en sus causas. De otra forma se logrará un espectro, un simulacro de paz, pero no una paz con mayúsculas.

Otro aspecto importante es la perspectiva de Theodor W. Adorno, que basaba su ética en la memoria, necesaria para hacer justicia con aquéllos que ya no tienen voz y poder construir un futuro más justo.

En este sentido, debemos considerar nuestro papel en el mundo actual. Nuestra sociedad se encuentra desestructurada e incapaz de hacer frente con éxito a los retos que se le plantean. Por no tener no tiene garantizada la pervivencia normal de su lengua privativa, el euskera. Ante la mayor parte de los conflictos internacionales se ve representada (más preciso sería decir sustituida) por los intereses de los estados entre los que se encuentra dividida, que se han manifestado pertinazmente opuestos a los nuestros.

El origen radical (de raíz, repetimos) de esta situación no se puede descubrir sin una profundización en el proceso histórico y pensamos que la solución democrática que lleve a una paz (con mayúsculas) tiene que venir de la mano de la soberanía para una sociedad consciente de sí misma y de su puesto en el mundo actual, con sus intereses y solidaridades, con sus aportaciones y préstamos al acervo universal. Esta sociedad ha mantenido, con mayor o menor éxito político, una permanente reclamación ante su sometimiento. No hay saltos en el vacío y los anteriores conflictos trajeron los actuales. Por eso nos sorprende tanto que hoy en día esos agentes sociales que se llaman partidos políticos sólo hablen de «pacificación» y no de «soberanía» como un elemento democrático estructuralmente básico e imprescindible para lograrla de manera permanente y estable. Una de las pocas voces que lo han defendido claramente procede del dirigente sindical José Elorrieta.

Es hora ya de que nuestra potente sociedad civil se movilice con este objetivo y desenmascare la timidez, falsa prudencia, miedo, ¿o algo peor?, que se trasluce de los planteamientos y actitudes de quienes, según el manual, deberían ser la vanguardia en defensa de los intereses de una sociedad: los partidos políticos.

Y, para terminar, pensamos que la libre disposición, autodeterminación, soberanía o como se le quiera llamar, tiene una concreción muy clara: nuestra constitución en un Estado, Navarra, en pie de igualdad con el resto de los estados europeos, desde el último llegado, Montenegro, hasta el primero, Alemania.