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Abundando en la polémica sobre Stalin y Trotsky

Sobre antiparadigmas paradigmados (I)

Fuentes: Rebelión

El pasado 28 de junio el señor Eduardo Núñez publicó en Rebelión un artículo (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=1186) respondiendo a otro que yo había enviado anteriormente (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=721). Acusaba a quienes criticamos a Stalin de estar sometidos al paradigma totalitario («modelo orwelliano») creado por una curiosa alianza burguesa-nazi-trotskista con el único objetivo de desprestigiar al socialismo y nos prometía […]

El pasado 28 de junio el señor Eduardo Núñez publicó en Rebelión un artículo (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=1186) respondiendo a otro que yo había enviado anteriormente (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=721).

Acusaba a quienes criticamos a Stalin de estar sometidos al paradigma totalitario («modelo orwelliano») creado por una curiosa alianza burguesa-nazi-trotskista con el único objetivo de desprestigiar al socialismo y nos prometía un análisis científico, objetivo y dentro del contexto histórico. Para ello nos ofrecía una recopilación de los argumentos habituales en la literatura estalinista, junto a algunas curiosas aportaciones personales.

Una clásica técnica de los autores estalinistas en sus ataques a Trotsky y su defensa del régimen «comunista» de Stalin es la de la amalgama:

Dado que Trotsky se oponía al régimen estalinista, se le equipara con los fanáticos anticomunistas de derechas, sin tener en cuenta las diferencias, tanto de enfoque como de argumentos, entre ellos. Así se crea un inexistente Trotsky aliado de la derecha al que derribar fácilmente.

Así pues, no es el objeto de este artículo defender a los Hearst, Conquest y compañía, ni siquiera a Orwell. Como diría Pascual Serrano, «ellos ya tienen la CNN». En todo caso, valgan las palabras de Trotsky:

«La estupidez y la falta de honradez de los adversarios no pueden justificar nuestra propia ceguera (…)El último argumento de los «amigos» es que los reaccionarios asirán con dos manos cualquier crítica al régimen soviético. Esto es innegable y tratarán además de aprovechar esta obra. ¿Alguna vez sucedió de otro modo? El Manifiesto Comunista recordaba desdeñosamente que la reacción feudal trató de explotar la crítica socialista contra el liberalismo. Sin embargo, el socialismo revolucionario siguió su camino».

Para el señor Núñez, el paradigma dominante sobre Stalin se basa en tres dogmas esenciales que se esfuerza en desmontar:

-Deísmo apologético: Stalin seria un ser omnímodo y omnipotente, único responsable de los crímenes de su régimen, que se autoproclamó secretario general en 1924, usurpando un teórico derecho a la sucesión de Lenin por parte de Trotsky.

Perpetración en el poder: según el señor Núñez, los críticos del estalinismo lo explican mediante el «recurso al terror en forma sistemática y masiva»

Eliminación de la «vieja guardia bolchevique»

Es curioso que el señor Núñez nos aporte como bibliografía cuatro obras de Trotsky que después nos demuestra no haber leído, salvo en los resúmenes parciales y frases aisladas de los libros de Ludo Martens y otros propagandistas estalinianos, cuyas citas reproduce.

En concreto, sobre la biografía de Stalin escrita por Trotsky, sólo parece haber leído el primer párrafo, que nos ofrece al completo:

<>«El difunto Leónidas Krassin, viejo revolucionario, eminente ingeniero, brillante diplomático del Soviet, y sobre todo, criatura inteligente, fue quien primero llamó a Stalin «asiático». Al decir esto no pensaba en atributos raciales problemáticos, sino más bien en esa aleación de entereza, sagacidad, astucia y crueldad que se ha considerado característica de los hombres de Estado de Asia
http://www.marxists.org/espanol/trotsky/1940s/stalin/01.htm

De aquí deduce nuestro sagaz lector que Trotsky ¡¡¡era racista!!!….. Menos mal que no pensaba en atributos raciales, sino en características de hombres de estado… El «punto de vista marxista» del señor Núñez debería permitirle ver aquí una relación con el modo de producción asiático, estudiado por los clásicos del marxismo, y su correspondiente estructura política, que conduce al tipo de gobierno más adecuado a dicho modo de producción, el despotismo asiático.

En lugar de reflexionar, el señor Núñez, horrorizado, decidió como veremos no continuar leyendo a Trotsky y fiarse de las calumnias estalinistas. Para quitarle el miedo al lector y mostrarle que Trotsky no muerde le acompañaremos por un pequeño paseo histórico.

Si el señor Núñez hubiera continuado la lectura y llegado al capítulo 11 de esta obra [http://www.marxists.org/espanol/trotsky/1940s/stalin/11.htm] habría leído cosas como:

«Cada fase de desarrollo, incluso las catastróficas, como la revolución y la contrarrevolución, es una consecuencia de la fase precedente, en donde está arraigada y a la cual se asemeja. Después de la victoria de octubre, hubo escritores que sostenían que la dictadura del bolchevismo era simplemente una nueva versión del zarismo, negándose, al estilo del avestruz, a reconocer la abolición de la monarquía y de la nobleza, la extirpación del capitalismo y la introducción de la economía planificada, la abolición de la Iglesia estatal, y la educación de las masas en los principios del ateísmo, la abolición del señorío agrario y la distribución de la tierra a los verdaderos cultivadores del suelo. De manera análoga, después, del triunfo de Stalin sobre el bolchevismo, muchos de los mismos escritores (…) cerraron los ojos al hecho cardinal e inflexible de que, a pesar de las medidas de represión utilizadas por imperio de circunstancias especiales, la Revolución de octubre acarreó una subversión de relaciones sociales en los intereses de las masas trabajadoras; mientras que la contrarrevolución estalinista ha iniciado subversiones sociales que continuamente van transformando el orden social soviético en provecho de una minoría privilegiada de burócratas termidóricos. Igualmente insensibles a los hechos elementales son ciertos renegados del comunismo, muchos de ellos satélites de Stalin en otra época, que con las cabezas bien hundidas en la arena de su amarga desilusión, no advierten que, a pesar de semejanzas superficiales la contrarrevolución acaudillada por Stalin se diferencia en ciertos definidos puntos esenciales de las contrarrevoluciones de los caudillos fascistas; no echan de ver que la diferencia tiene su raíz en la disparidad entre la base social de la contrarrevolución de Stalin y la base social de los movimientos reaccionarios dirigidos por Mussolini y Hitler, y que guarda paralelismo con la que existe entre las dictaduras del proletariado, aun desfiguradas por el burocratismo termidórico, y la dictadura de la burguesía, entre un Estado de trabajadores y un Estado capitalista»

Aquí vemos que el análisis de Trotsky establece claramente diferencias entre el regimen de Stalin y el zarismo, el fascismo o el mismo bolchevismo, que son los sistemas en que buscan paralelismos o continuidad histórica los defensores del Paradigma Totalitario. Para el señor Núñez lo importante es colocar cualquier opinión contraria en el mismo saco imperialista para después despacharse a gusto.

Es legítimo para quien piensa que Lenin y Trotsky encabezaron la revolución bolchevique y coincidían en su enfoque político pensar que, a la muerte de Lenin, el más indicado para continuar su obra era quien coincidía con su visión política. Esto no implica ninguna pretensión supuestamente hereditaria, ni siquiera que Trotsky debiese ocupar la dirección del partido. Simplemente se le considera el continuador del pensamiento de Lenin. Por cierto, que los seguidores de Stalin lo consideran también como un gran teórico continuador del leninismo.

Stalin fue elegido secretario general del Partido Comunista en 1922 por el Comité Central, como afirma el señor Núñez. Ahora bien, por más que he buscado no he conseguido encontrar donde Trotsky afirma que Stalin se auto proclamó secretario general. Claramente, cargarle con las falacias de Conquest o Hearst es un ejemplo de la «investigación histórica seria» a que nos tienen acostumbrados los estalinistas.

En La Revolución Traicionada [www.marxists.org/espanol/trotsky/1930s/rt/index.htm] Trotsky nos explica su versión sobre la consolidación de Stalin en el poder:

Respondiendo a numerosos camaradas que se preguntaban con asombro lo que había pasado con la actividad del partido bolchevique y de la clase obrera, de su iniciativa revolucionaria, de su orgullo plebeyo, y cómo habían surgido, en lugar de estas cualidades, tanta villanía, cobardía, pusilanimidad y arribismo -Rakovski evocaba las peripecias de la Revolución Francesa del siglo XVIII y el ejemplo de Babeuf cuando, al salir de la prisión de la Abadía, se preguntaba también con estupor lo que había pasado con el pueblo heroico de los arrabales de París-. La revolución es una gran devoradora de energías individuales y colectivas: los nervios no la resisten, las conciencias se doblan, los caracteres se gastan. Los acontecimientos marchan con demasiada rapidez para que el aflujo de fuerzas nuevas pueda compensar las pérdidas. El hambre, la desocupación, la pérdida de los cuadros de la revolución, la eliminación de las masas de los puestos dirigentes, habían provocado tal anemia física y moral en los arrabales que se necesitaron más de treinta años para que se rehicieran. La afirmación axiomática de los publicistas soviéticos de que las leyes de las revoluciones burguesas son «inaplicables» a la revolución proletaria, está completamente desprovista de contenido científico. El carácter proletario de la Revolución de Octubre resultó de la situación mundial y de cierta relación de las fuerzas en el interior. Pero las clases mismas que se habían formado en Rusia en el seno de la barbarie zarista y de un capitalismo atrasado, no se habían preparado especialmente para la revolución socialista. Antes al contrario, justamente porque el proletariado ruso, todavía atrasado en muchos aspectos, dio en unos meses el salto sin precedentes en la historia desde una monarquía semifeudal hasta la dictadura socialista, la reacción tenía ineludiblemente que hacer valer sus derechos en las propias filas revolucionarias. La reacción creció durante el curso de las guerras que siguieron; las condiciones exteriores y los acontecimientos la nutrieron sin cesar. Una intervención sucedía a la otra; los países de Occidente no prestaban ayuda directa; y en lugar del bienestar esperado, el país vio que la miseria se instalaba en él por mucho tiempo. Los representantes más notables de la clase obrera habían perecido en la guerra civil o, al elevarse unos grados, se habían separado de las masas. Así sobrevino, después de una tensión prodigiosa de las fuerzas, de las esperanzas, de las ilusiones, un largo periodo de fatiga, de depresión y de desilusión. El reflujo del «orgullo plebeyo» tuvo por consecuencia un aflujo de arribismo y de pusilanimidad. Estas mareas llevaron al poder a una nueva capa de dirigentes. La desmovilización de un Ejército Rojo de cinco millones de hombres debía desempeñar en la formación de la burocracia un papel considerable. Los comandantes victoriosos tomaron los puestos importantes en los soviets locales, en la producción, en las escuelas, y a todas partes llevaron obstinadamente el régimen que les había hecho ganar la guerra civil. Las masas fueron eliminadas poco a poco de la participación efectiva del poder. La reacción en el seno del proletariado hizo nacer grandes esperanzas y gran seguridad en la pequeña burguesía de las ciudades y del campo que, llamada por la NEP a una vida nueva, se hacía cada vez más audaz. La joven burocracia, formada primitivamente con el fin de servir al proletariado, se sintió el árbitro entre las clases, adquirió una autonomía creciente. La situación internacional obraba poderosamente en el mismo sentido. La burocracia soviética adquiría más seguridad a medida que las derrotas de la clase obrera internacional eran más terribles. Entre estos dos hechos la relación no es solamente cronológica, es causal; y lo es en los dos sentidos: la dirección burocrática del movimiento contribuía a las derrotas; las derrotas afianzaban a la burocracia. La derrota de la insurrección búlgara y la retirada sin gloria de los obreros alemanes en 1923; el fracaso de una tentativa de sublevación en Estonia, en 1924; la pérfida liquidación de la huelga general en Inglaterra y la conducta indigna de los comunistas polacos durante el golpe de fuerza de Pilsudski, en 1926; la espantosa derrota de la Revolución China, en 1927; las derrotas, más graves aún, que siguieron en Alemania y en Austria: son las catástrofes mundiales que han arruinado la confianza de las masas en la revolución mundial y han permitido a la burocracia soviética elevarse cada vez más alta, como un faro que indicase el camino de la salvación. […] Dos fechas son memorables, sobre todo, en esta serie histórica. En la segunda mitad del año 1923, la atención de los obreros soviéticos se concentró apasionadamente en Alemania, en donde el proletariado parecía tender la mano hacia el poder; la horrorizada retirada del Partido Comunista alemana fue una penosa decepción para las masas obreras de la URSS. La burocracia soviética desencadenó inmediatamente una campaña contra la «revolución permanente» e hizo sufrir a la Oposición de Izquierda su primera cruel derrota. En 1926-27, la población de la URSS tuvo un nuevo aflujo e esperanza; esta vez, todas las miradas se dirigieron a Oriente, en donde se desarrollaba el drama de la Revolución China. La Oposición de Izquierda se rehizo de sus reveses y reclutó nuevos militantes. A fines de 1927, la Revolución China fue torpedeada por el verdugo Chiang Kai-Chek, al que los dirigentes de la Internacional Comunista habían entregado, literalmente, los obreros y campesinos chinos. Una fría corriente de desencanto pasó sobre las masas de la URSS. Después de una campaña frenética en la prensa y en las reuniones, la burocracia decidió, por fin, arrestar en masa a los opositores (1928). Decenas de millares de militantes revolucionarios se habían agrupado bajo la bandera de los bolcheviques-leninistas. Los obreros miraban a la Oposición con una simpatía evidente. Pero era una simpatía pasiva, pues ya no creían poder modificar la situación por medio de la lucha. En cambio, la burocracia afirmaba que «la Oposición se prepara a arrojarnos en una guerra revolucionaria por la revolución internacional. ¡Basta de trastornos! Hemos ganado un descanso. Construiremos en nuestro país la sociedad socialista. Contad con nosotros, que somos vuestros jefes». Esta propaganda del reposo, cimentando el bloque de los funcionarios y de los militares, encontraba indudablemente un eco en los obreros fatigados y, más aún, en las masas campesinas que se preguntaban si la Oposición no estaría realmente dispuesta a sacrificar los intereses de la URSS por la «revolución permanente». Los intereses vitales de la URSS estaban realmente en juego. En diez años, la falsa política de la Internacional Comunista había asegurado la victoria de Hitler en Alemania, es decir, un grave peligro de guerra en el Oeste; una política no menos falsa fortificaba al imperialismo japonés y aumentaba hasta el último grado el peligro en el Oriente. Pero los periodos de reacción se caracterizan, sobre todo, por la falta de valor intelectual. La Oposición se encontró aislada. La burocracia se aprovechaba de la situación. Explotando la confusión y la pasividad de los trabajadores, lanzando a los más atrasados contra los más avanzados, apoyándose siempre y con más audacia en el kulak y, de manera general, en la pequeña burguesía, la burocracia logró triunfar en unos cuantos años sobre la vanguardia revolucionaria del proletariado. Sería ingenuo creer que Stalin, desconocido por las masas, surgió repentinamente de los bastidores armado de un plan estratégico completamente elaborado. No. Antes de que él hubiera previsto su camino, la burocracia lo había adivinado; Stalin le daba todas las garantías deseables: el prestigio del viejo bolchevique, un carácter firme, un espíritu estrecho, una relación indisoluble con las oficinas, única fuente de su influencia personal. Al principio, Stalin se sorprendió con su propio éxito. Era la aprobación unánime de una nueva capa dirigente que trataba de liberarse de los viejos principios así como del control de las masas, y que necesitaba un árbitro seguro en sus asuntos interiores. Figura de segundo plano ante las masas y ante la revolución, Stalin se reveló como el jefe indiscutido de la burocracia termidoriana, el primero entre los termidorianos. Se vio bien pronto que la nueva capa dirigente tenía sus ideas propias, sus sentimientos y, lo que es más importante, sus intereses. La gran mayoría de los burócratas de la generación actual, durante la Revolución de Octubre estuvieron del otro lado de la barricada (es el caso, para no hablar más que de los diplomáticos soviéticos, de Troianovski, Maiski, Potemkin, Suritz, Jinchuk y otros…) o, en el mejor de los casos, alejados de la lucha. Los burócratas actuales que en los días de Octubre estuvieron con los bolcheviques no desempeñaron, en su mayor parte, ningún papel. En cuanto a los jóvenes burócratas, han sido formados y seleccionados por los viejos, frecuentemente elegidos entre su propia casta. Estos hombres no hubieran sido capaces de hacer la Revolución de Octubre; pero han sido los mejor adaptados para explotarla. Naturalmente que los factores individuales han tenido alguna influencia en esta sucesión de capítulos históricos. Es cierto que la enfermedad y la muerte de Lenin precipitaron su desenlace. Si Lenin hubiera vivido más tiempo, el avance de la potencia burocrática hubiese sido más lento, al menos en los primeros años. Pero ya en 1926, Krupskaia decía a los oposicionistas de izquierda: «Si Lenin viviera, estaría seguramente en la prisión». Las previsiones y los temores de Lenin estaban aún frescos en su memoria y no se hacía ilusiones sobre su poder total respecto a los vientos y a las corrientes contrarias de la historia. La burocracia no sólo ha vencido a la Oposición de Izquierda, ha vencido también al partido bolchevique. Ha vencido al programa de Lenin, que veía el principal peligro en la transformación de los órganos del Estado «de servidores de la sociedad en amos de ella». Ha vencido a todos sus adversarios -la Oposición, el partido de Lenin-, no por medio de argumentos y de ideas, sino aplastándolo bajo su propio peso social. El último vagón fue más pesado que la cabeza de la Revolución. Tal es la explicación del termidor soviético.

He aquí una explicación del triunfo de Stalin basada en las clases sociales. Para un marxista como el señor Núñez no resultara difícil detectar la lucha de contrarios, el análisis dinámico de las contradicciones… en fin, aquello que denominamos Dialéctica. ¿Dónde está el deísmo apologético? ¿La auto proclamación? El señor Núñez sigue la propaganda estalinista y ésta le deja con las nalgas al descubierto.

Sobre el asesinato de miles de comunistas opositores por parte de Stalin, para el señor Núñez «da solidez al argumento según el cuál la dirección del Partido pierde su carácter revolucionario como consecuencia lógica de la desaparición física de la «vieja guardia». Así se llega a la conclusión final de que la antigua dirección revolucionaria quedó sustituida por una «burocracia estalinista» con intereses propios ajenos a la clase obrera y a la edificación del socialismo». ¡Habráse visto! Usar la «desaparición física» (¿se suicidaron? ¿Fueron abducidos por extraterrestres?) de la vieja dirección bolchevique para atacar a Stalin. ¡Qué poca vergüenza! Sin embargo, el señor Núñez no nos aclara este misterioso punto. ¿Desaparecieron realmente? ¿Por qué? La única explicación parcial la obtenemos después cuando se nos dice que:

A la luz de los documentos desclasificados y de recientes estudios estadísticos, en contra de lo que afirma el paradigma dominante, la represión, lejos centrarse en una masa «inocente» y en la «vieja guardia bolchevique», en la mayoría de los casos, tuvo como principales víctimas a estos elementos enemigos irreconciliables del socialismo naciente. A pesar de ello, los elementos procapitalistas que estaban infiltrados denunciaron en muchos casos a auténticos comunistas como traidores, etc.

En realidad no eran necesarios todos esos nuevos documentos y estudios. En los Procesos de Moscú ya vimos como la dirección bolchevique era acusada de conspirar al servicio del fascismo y el imperialismo, e incluso Bujarin (sí, aquel que según el «testamento» de Lenin era «el favorito del partido») «confesó» haber planeado matar a Lenin ¡ya en 1918!

En todo caso da qué pensar el que en un país donde según la propaganda ya se había construido el socialismo y se avanzaba hacia el comunismo, estos «elementos procapitalistas» pudieran modificar el desarrollo de la justicia hasta condenar a miles de inocentes. Sobre los llamados procesos de Moscú, en los que se condenó a los más eminentes dirigentes bolcheviques (en realidad muy pocos de ellos «confesaron» realmente, la mayoría fueron juzgados a puerta cerrada y ejecutados) Trotsky escribió bastante, desmontando la farsa estalinista como después han comprobado otros historiadores.

Si el señor Núñez continúa con su alergia a leer a Trotsky, me permitiría recomendarle «Los procesos de Moscú» de Pierre Broué, un detallado estudio de las actas y el desarrollo de los juicios. En todo caso basta decir que cuando en 1945 se juzgó a los principales líderes nazis en Nuremberg, con muchos de ellos confesando abiertamente lo que habían hecho, el fiscal soviético no hizo la menor tentativa de demostrar las terribles «conspiraciones» con la Alemania de Hitler por las que tantos bolcheviques fueron condenados unos años atrás, perdiendo una oportunidad única de demostrar la «verdad»

Como conocedor del marxismo, no cabe duda que el señor Núñez sabe que uno de los principios de la dialéctica es la transformación de la cantidad en calidad. Pues bien, al igual que si en la receta de una tarta sustituímos un grano de azúcar por un grano de sal no sucede nada, si en un partido revolucionario sustituimos un militante experimentado y honesto por un ambicioso sin escrúpulos (o por un sumiso cuyo trabajo depende de su superior, o por un comunista que cree a pies juntillas en la infalibilidad de la dirección) tampoco pierde su carácter revolucionario. Ahora bien, si continuamos con este proceso llega un momento en que se produce un salto: la torta habrá perdido su sabor dulce y el partido su carácter revolucionario. Es fácil de comprender, y «El Partido Bolchevique» de Pierre Broué (http://www.geocities.com/trotskysigloxxi/P_Bolchevique/INICIO.htm) nos presenta un panorama general. El lector mismo puede juzgar:

El establecimiento de una lista completa de los militantes y dirigentes bolcheviques, de los cuadros de la revolución y el Estado soviético en tiempos de Lenin, que fueron ejecutados durante el gran terror constituye en la actualidad una empresa irrealizable. Sin embargo, se impone la necesidad de una simple enumeración que resulta ya terriblemente significativa. Los más conocidos entre los viejos bolcheviques, Zinóviev, Kámenev y Bujarin, han desaparecido, fueron ejecutados tras sus respectivos procesos: junto con Stalin y Trotsky eran los supervivientes del Politburó de los tiempos de Lenin. También hemos visto que los otros condenados de los grandes procesos se contaban entre los más representativos de la Vieja Guardia: Bakáiev dirigía la Cheka, Rakovsky, Iván Smirnov, Serebriakov y Piatakov eran miembros del Comité Central durante la guerra civil: salvo Stalin y Trotsky todos los hombres citados en el testamento de Lenin fueron ejecutados por traición. Respecto a los hombres que desaparecieron en la cárcel, a los que fueron juzgados a «puerta cerrada» y a los que fueron eliminados sin proceso, nos limitaremos a enumerar los nombres de los principales bolcheviques citados en este trabajo: los ex trotskistas como Smilgá, Preobrazhensky, Beloborodov, Saprónov, Y. Kossior, V. Ivanov, Sosnovsky, Kotziubinsky: los ex zinovievistas como Kayúrov, Safárov, Vardin, Zalutsky, Kuklin, Vuyovich; los veteranos de la oposición obrera como Shliapnikov y Medvédiev; los antiguos «derechistas» como Uglanov, Riutin, Slepkov, Schmidt, Maretsky, Eichenwald; los diferentes oposicionistas Riazánov, Miliutin, Lómov, Krilenko, Teodorovich, Syrtsov, Lominadze, Chatskin, Tchaplin, los hombres que, desde un principio habían sido «compañeros de armas.» de Stalin como S. Kossior, Rudzutak, Postishev, Chubar, Eíje, Solz, Garnarník, Unschlichit, Mezhlauk, Gúsev; los supervivientes de la época prebolchevique Steklov y Nevsky, éste último antiguo presidente de la Sociedad de Viejos bolcheviques. Con ellos desaparecen también sus familiares: el segundo hijo de Trotsky, Sergio Sedov, a pesar de su apoliticismo, sus dos yernos, veteranos ambos de la guerra civil, Man Nevelson y Platón Volkov, su primera mujer Alejandra Bronstein, las mujeres de Kámenev y Tujachevsky, sus hermanas, la hija de Bujarin, la esposa de Solnzev, la mujer y el hijo de Yoffe.

Los militantes desaparecen por ramas enteras. Así, de una sola vez todos los comunistas rusos, técnicos o diplomáticos que desempeñaron cualquier tipo de función en España: Antónov Ovseienko, Rosenberg, el general Berzin, Stachevsky, al igual que Mijail Koltsov, el enviado especial de Pravda. La represión afecta a casi todos los comunistas extranjeros refugiados en Moscú. De esta forma desaparecen los alemanes Heinz Neumann, Remmele, Fritz Heckert, veterano espartarquista, el especialista en cuestiones militares Kiepenberger y otros menos conocidos; lo mismo ocurre prácticamente en su totalidad con la Vieja Guardia del partido comunista polaco, Warski, el amigo de Rosa Luxemburgo, Wera Kostrzewa, citada anteriormente, Lensky y Brouski, combatientes de la Revolución rusa; todos los húngaros cuya lista se incluye hoy al final de la reedición de las obras de Bela Kun y, sobre todo, el propio Bela Kun.

En su alocución ante el Comité Central de la Liga Comunista de Yugoslavia, el día 19 de abril de 1959, Tito habla de «más de cien auténticos comunistas (…) que hallaron la muerte en las cárceles y en campos de concentración de Stalin»: el propio Tito, único superviviente o casi, de una purga que le permitió tomar la sucesión de Gorkitch, ejecutado sin juicio, a la cabeza del partido comunista yugoslavo, tiene buen cuidado en dosificar cuidadosamente sus rehabilitaciones, silenciando incluso el nombre de Voya Vuyovich en su enumeración de los militantes ejecutados.

Un análisis por sectores del origen político de las víctimas de las purgas, revela claramente, no sólo el hecho de que todos los mandos de origen revolucionario fueron exterminados, sino también el de que la mayoría de los no bolcheviques que se uncieron al carro del vencedor, no sólo, se salvaron, sino, que se beneficiaron de la gigantesca operación de, exterminio. Si nos fijamos en los economistas. por ejemplo, podemos observar que Bujarin, Smilgá, Preobrazhensky y Bazarov fueron eliminados, sin embargo, el antiguo menchevique Strumilin, colaborador del gobierno zarista durante la guerra, se convierte en el teórico oficial. Los diplomáticos de origen revolucionario como Krestinsky, Yuréniev, Karaján, Antónov Ovseienko y Kotziubinsky, son pasados por las armas, mientras que los ex mencheviques Maisky, Troyanovsky y el antiguo demócrata burgués Potemkin, afiliados todos ellos de última hora, sobreviven y escalan puestos en la jerarquía. Todos los chekistas del primer momento, como los famosos letones Peters, Latsis y Peterson, los primeros colaboradores de Dzherzhinsky, Agranov, Pauker, Kedrov, Messing y Trilísser, son eliminados tras el advenimiento de Yezhov, mientras Zakovsky, afiliado después de la guerra civil, se salva y pasa a dirigir los interrogatorios. Sosnovsky, la conciencia de la Pravda revolucionaria, es eliminado mientras Zaslawsky, uno de los que acusaba a Lenin de ser un «agente alemán», pasa a dirigir la crónica de tribunales del órgano oficial, injuriando desde ella a sus adversarios de siempre, como en ese mismo momento está haciéndolo Andrei Vishinsky, cuya carrera transcurre paralelamente a la suya. Análogamente, en el Ejercito Rojo, muchos de cuyos jefes, bolcheviques veteranos y oposicionistas como Murálov y Mrachkovsky se habían encontrado entre las primeras víctimas, la mayor parte de los desaparecidos son viejos militantes: Muklevich, bolchevique desde 1906, Dybenko, desde 1910, Primakov y Putna desde 1914, Eideman, Kork y Yakir desde .1917 y Tujachevsky, desde su vuelta a Rusia en 1918. Los supervivientes, con excepción del pequeño grupo de Tsaritsin, los hombres como Voroshilov, Budiony y Timoshenko, que siempre han sido aliados de Stalin, son antiguos oficiales zaristas, como Shaposhnikov que no se afilió al partido hasta 1929- o Gorvorov que no lo hará hasta 1942.

El cotejo de las listas de ejecutados con la de miembros de los órganos dirigentes resulta igualmente instructivo: una cifra superior a la mayoría absoluta de los miembros del. Comité Central de 1917 a 1923, los tres secretarios del partido entre 1919 y 1921, la mayoría del Politburó entre 1919 y 1924 han sido eliminados. Entre 1924 y 1934 nos vemos obligados a interrumpir la comparación por falta de datos. En cualquier caso, de los 139 titulares o suplentes que el Congreso de l934 eligió para formar parte del Comité Central, por lo menos diez se encontraban ya en prisión durante la primavera de 1937, otros 98 fueron detenidos y ejecutados durante el bienio de 1937 1938, 90 de ellos entre el segundo y tercer proceso de Moscú. Sólo 22 miembros, es decir, menos de la sexta parte, volverán a encontrarse en el Comité Central designado en 1939: la inmensa mayoría de los ausentes, ya han sido ejecutados por estas fechas.

[…] En el XVII Congreso, un 2,6 por 100 de los delegados eran miembros de afiliación posterior a 1929; sin embargo, en el XVIII Congreso, estos mismos integran el 43 por 100; un 75 por 100 de los delegados de 1934 eran veteranos de la guerra civil: en 1939 estos últimos sólo ascendían al 8,1 por 100 de los asistentes. Sobre un total de 1.966 delegados en 1934 un 60 por 100 de los cuales era de origen obrero 1.108 fueron detenidos entre ambos congresos por «crímenes contrarrevolucionarios».

Tras la muerte de Stalin, Jruschov, para explicar la «gran purga», aludiría a la personalidad del Secretario General, a su «manía persecutoria», a su carácter que cada vez era mas «caprichoso, irritable y brutal», y a la influencia de Beria, que utilizaba estas «debilidades» y le impulsaba a «sostener con todos los métodos posibles la glorificación de su propia persona». Veinte años antes, Trotsky había escrito acerca de él un análisis más satisfactorio que esta explicación psicológica: «Los medios dirigentes eliminan a todo aquel que les recuerde el pasado revolucionario, los principios del socialismo, la libertad, la igualdad, la fraternidad, las tareas pendientes de la revolución mundial. La ferocidad de la represión da buena prueba del odio que la casta privilegiada siente por los revolucionarios. En este sentido, la depuración aumenta la homogeneidad de las esferas dirigentes y efectivamente parece robustecer el poder de Stalin». En efecto, los cuadros que vienen a sustituir a los veteranos bolcheviques han sido formados dentro del molde uniforme del partido estaliniano.

Una vez más, vemos que las explicaciones que basan el poder de Stalin en su carácter, personalidad etc. son de otros, y no se le pueden atribuir a Trotsky, como pretende el señor Núñez. Pero continuemos, porque nuestro infatigable justiciero traza después un perfil del revolucionario ruso digno de los mejores manuales anti-trotskistas soviéticos, salpicándolo de interesantes aportaciones personales.

En primer lugar, nos obsequia con la típica argumentación sobre la enemistad entre Trotsky y Lenin. Para ello los propagandistas estalinistas recurren a dos tipos de argumentos: o los calificativos de Lenin a Trotsky en algunas cartas privadas (les encanta lo de «el cerdo de Trotsky…») o artículos («el judas Trotsky…»), o bien se rescatan cartas de Trotsky como hace el señor Núñez. Todo esto, por supuesto, aislado del contexto polémico y sin referencias al asunto. Dejemos que el propio autor nos explique su origen (Trotsky, Mi vida. Op cit)

«Por aquellos días se publicó la carta que yo escribiera tiempo atrás a Chjeidze contra Lenin. Este episodio, ocurrido en abril de 1913, se produjo porque el periódico bolchevique autorizado que se publicaba en Petrogrado se había apropiado del periódico obrero que yo publicaba en Viena con el título de Pravda. El asunto condujo a uno de aquellos choques violentos en que tanto abundaba la vida de los emigrados. En aquella ocasión escribí a Chjeidze, que osciló durante algún tiempo entre los bolcheviques y los mencheviques, una carta en que daba rienda suelta a mi indignación contra el centro bolchevique y contra el propio Lenin. Puede que unas semanas después yo mismo hubiera sometido la carta a censura; pasados algunos años la hubiera mirado como se mira un objeto oscuro. Sin embargo, aquella carta estaba llamada a tener un destino especial. El departamento de policía la pescó y allí permaneció, olvidada en los archivos policíacos, hasta la Revolución de Octubre. De allí pasó, ya en el nuevo régimen, al archivo del Instituto de Historia del Partido (…). Lenin tenía noticia exacta de la existencia de la carta, que tanto para él como para mí no tenía ya más valor que el que podría tener la nieve caída el invierno pasado. ¡Pues no se habían escrito pocas cartas como aquella durante los años de la emigración! Pero llegó 1924 y los epígonos sacaron la carta de los archivos y se la metieron por los ojos al Partido, que ya por aquel entonces estaba integrado en su mayoría por hombres completamente nuevos. No por azar se decidió publicar esta carta en los meses que siguieron a la muerte de Lenin. No fallaba. En primer lugar, Lenin no iba ya a resucitar para decir a aquellos caballeros lo que venía al caso. En segundo lugar, se sorprendía a las masas en un momento en que estaba vivo en ellas el dolor por su muerte. Y aquellas gentes, que ya no tenían la menor noción del pasado ni de las incidencias que años atrás se desarrollaran en el partido, se encontraban de la noche a la mañana con un juicio condenatorio de Trotsky sobre Lenin. Aquello, por fuerza tenía que aturdirlas. Cierto que aquel juicio había sido escrito hacía doce años, pero el cómputo del tiempo no existía para los métodos empleados..» (León Trotsky, Mi vida, op. cit).

Estas polémicas (reales o inventadas) de Trotsky con Lenin, han sido extensamente analizadas por Alan Woods y Ted Grant (Lenin y Trotsky, Qué defendieron realmente. Ed. Fundación Federico Engels). Sólo unas líneas nos aclararán un poco:

«Trotsky, con la experiencia de 1905, creía que una nueva oleada revolucionaria empujaría hacia la izquierda a los mejores elementos mencheviques, y en particular a Mártov. Su principal preocupación era cómo mantener unidas las fuerzas del marxismo en un período difícil y evitar una escisión que tendría un efecto desmoralizador en el movimiento. Esta era la esencia del conciliacionismo de Trotsky, que en ese período le impedía unirse a los bolcheviques. Posteriormente, Lenin comentó: «En ese período varios socialdemócratas mantenían una postura conciliadora por motivos muy distintos. Pero la postura más consecuente era la que mantenía Trotsky, el único que intentaba dar una base teórica a esa política.

Trotsky posteriormente comprendió su error y admitió sin reservas que Lenin siempre había tenido razón al respecto. A pesar de todo, los estalinistas continúan tiñendo de sensacionalismo la lucha fraccional entre Lenin y Trotsky, recurriendo a las réplicas políticas hechas al calor de la polémica para meter una cuña entre las ideas de Lenin y Trotsky en general»

Visto esto, no está de más recordar otra carta de Lenin:

«Debemos colocar a nuestra propia redacción en Pravda y dar una patada a la actual. Las cosas ahora funcionan muy mal. La falta de una campaña a favor de la unidad desde abajo es estúpida y despreciable (…) ¿Llamaríais editores a esos? No son hombres, sino lamentables lavatrapos, y están arruinando la causa».

¿Quiénes son estos lamentables lavatrapos? ¿Un grupo de «trotskistas»? No, en aquel momento la redacción bolchevique de Pravda estaba encabezada por Kámenev y… Stalin.

No cabe duda que estos términos indignarán a almas sensibles como la del señor Núñez, pero eran habituales en las polémicas de la época. Ahora bien, sería extremamente aventurado deducir de este episodio (o de otros similares) una supuesta «enemistad» entre Lenin y Stalin. El verdadero enemigo estaba en otro lado, y para ello basta ver los epítetos que tanto Lenin como Trotsky dedicaban a la burguesía liberal en sus escritos.

El señor Núñez, con una sagacidad digna de Sherlock Holmes, nos descubre después un asunto sospechoso:

«El biógrafo del presidente estadounidense Woodrow Wilson, J.C. Wise, escribió: «Los historiadores nunca deben olvidar que Woodrow Wilson hizo todo lo posible para que León Trotsky entrara en Rusia con pasaporte americano». Trotsky durante la caída de la autarquía zarista en febrero-marzo de 1917 se encontraba en Nueva York, cuando decidió dirigirse a Rusia fue detenido por las autoridades de Canadá y éstas le permitieron continuar su viaje tras… ¡la mediación del Gobierno Británico!»

Caramba, este Trotsky se las traía. ¿Sería un espía anglonorteamericano?.

En realidad, no he encontrado más información donde contrastar la actividad de Wilson. No sé exactamente qué será ese «todo lo posible», pero no parece haber sido mucho puesto que Trotsky volvió para Rusia con pasaporte ruso, emitido en el consulado ruso en Nueva York, donde se encontraba exiliado (y por cierto, colaborando en la edición de una revista con el bolchevique Bujarin).

Sobre el segundo episodio sí disponemos de más información: cuando Trotsky se dirigía a Rusia, fue obligado a desembarcar e internado en un campo para prisioneros alemanes en Canadá. A la sazón, Canadá pertenecía al Imperio Británico, por lo que las «autoridades canadienses» que lo detuvieron y después lo liberaron «tras la mediación del gobierno británico» no eran sino ¡el Almirantazgo Británico! Éste actuó bajo indicación de ministros del gobierno provisional ruso, como admitió en sus memorias el embajador británico en Petrogrado, señor Buchanan, debiendo liberar a Trotsky y sus acompañantes por las protestas suscitadas (entre ellas, Lenin y los bolcheviques).

Las sospechas de algún tipo de entendimiento con las potencias de la Entente que siembra el señor Núñez resultan todavía más curiosas si cabe cuando recordamos que, en aquella época, la acusación más frecuente que se hacía a los revolucionarios era la de estar «al servicio de Alemania», para acabar con el esfuerzo de guerra de la Rusia aliada. En todo caso, Trotsky resultó un pésimo agente de la Entente, asumiendo la presidencia del soviet de Petrogrado y preparando la insurrección que llevó a Rusia a la revolución socialista .

Para el señor Núñez, otra aclaración importante es que «Trotsky nunca perteneció al Partido Bolchevique hasta Julio de 1917, es decir, a penas dos meses antes de la Revolución Socialista de Octubre»

En primer lugar cabe destacar que el Partido Bolchevique sólo se fundó en 1912. Hasta entonces era formalmente una fracción del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR), al que también pertenecían la fracción menchevique y diversos grupos e individuos, entre los que se encontraba Trotsky (que había roto con los mencheviques ya en 1904). Omitiendo el hecho, por tanto, de que durante 10 años (1902-12) Trotsky perteneció al mismo partido, el señor Núñez nos muestra una vez más su «objetividad».

Sobre los motivos que argumentó Trotsky para no incorporarse a los bolcheviques ya hemos hablado. Veamos ahora ese «apenas dos meses antes de la Revolución Socialista de Octubre» que tanto inquieta al señor Núñez.

Resulta curioso que la prisa por hacer recaer la sospecha de oportunismo en Trotsky lleve a nuestro valiente caballero a decir que entre el final de julio y el 25 de octubre transcurrieron dos meses, cuando según mis cálculos son tres, pero bueno, ya sabemos que «la prisa es mala consejera».

Decía Engels algo así como que a veces la historia transcurre de forma que las décadas parecen meses, y en otras los días parecen años. El año de 1917 en Rusia, con una revolución democrática que derribo la monarquía absoluta y una revolución socialista, fue un periodo muy agitado, en el que sin duda tres meses son bastante tiempo. De hecho esos tres meses incluyen el crecimiento definitivo de la marea revolucionaria que condujo a la revolución de octubre. Ahora bien, analizando concretamente el momento en que Trotsky se unió a los bolcheviques, no parece un momento muy propicio para los oportunistas que se suben al carro vencedor, con la reacción desatada tras las «jornadas de julio» que llevó a los principales dirigentes revolucionarios a prisión (como el propio Trotsky) o a tener que esconderse (como el propio Lenin).

Por cierto, que resulta instructivo también ver que nadie se preocupó de perseguir o dictar orden de captura contra Stalin, si bien quienes «tienen el coraje de defenderlo en su contexto histórico», como las fuentes citadas por el señor Núñez, no dudan en afirmar que en aquel momento era el lugarteniente inseparable de Lenin.

En Diciembre de 1917 se opone a la Paz de Brest-Litovsk que permitió consolidar el Poder Soviético y preparar la guerra contra la reacción blanca apoyada por la intervención de los catorce Estados de la Entente que habían ganado la Primera Guerra Mundial.

Un nuevo ejemplo de «trabajo intelectual honesto». El malvado Trotsky se opuso a la Paz, y con ello puso en peligro la consolidación del Poder Soviético y la defensa contra la intervención extranjera. ¿Por qué? No lo sabemos. Podemos imaginar que porque Trotsky era un agente secreto de la Entente.

Sobre el tratado de Brest Litovsk se ha escrito mucho, y para no extender demasiado remitiré al lector al capítulo 4 del excelente «Lenin y Trotsky, qué defendieron realmente» de Alan Woods y Ted Grant (http://www.engels.org/libros/leni_trots/leytr_l4.htm) para comprobar en qué consistió la «negativa de Trotsky a firmar el tratado».

Para resumirlo diré que había tres posiciones enfrentadas dentro del Partido. Todas ellas mantenían como prioridad no la salvación de la revolución rusa (eso vendría después, con el «socialismo en un solo país»), sino el estallido de la revolución en los demás países europeos, principalmente en Alemania:

Por un lado estaban quienes, encabezados por Bujarin, defendían la iniciación de una guerra revolucionaria para llevar la revolución al resto de Europa, que por cierto era la posición del partido unos años antes. Leyendo el capítulo citado el señor Núñez descubrirá, en palabras de Lenin, lo que quiere decir la «tesis metafísica de la «exportación» de la revolución» que adjudica a Trotsky.

En otro lado se encontraba el grupo encabezado por Lenin que defendía la firma inmediata de la paz ante la ausencia de síntomas revolucionarios en Alemania.

Por último, la postura de Trotsky, que mantenía que la firma de una paz inmediata daría argumentos a quienes difundían los rumores de que los bolcheviques eran agentes alemanes, perjudicando con ello la causa de la Revolución en Occidente. Por ello defendía prolongar al máximo las negociaciones usándolas como altavoz propagandístico, así como desmovilizar al ejército aun antes de firmar la paz, mostrando inequívocamente a los obreros europeos la voluntad pacifista de los bolcheviques. En caso de que los alemanes atacaran a un ejército desmovilizado, quedaría clara además para las masas la naturaleza imperialista de la guerra. El señor Núñez podrá estar de acuerdo o no, pero se trataba de una postura racional y revolucionaria, y desde luego menos arriesgada que defender una guerra ofensiva con un ejército hambriento y mal armado. Es más, el propio Stalin reconoció (actas del CC. 01/02/1918) que «… La salida de esta difícil situación se nos brinda en el punto de vista intermedio, o sea en la posición de Trotsky».

El señor Eduardo Núñez comete después más errores, sobre el «testamento» de Trotsky, el «debate» sobre el socialismo en un solo país y otras cuestiones que abordaré en un segundo artículo.

Bibliografía

Leon Trotsky, Mi vida (http://www.marxists.org/espanol/trotsky/1930s/mivida/indice2.htm)

Leon Trotsky, Stalin (http://www.marxists.org/espanol/trotsky/1940s/stalin/index.htm)

Leon Trotsky, La revolución traicionada (http://www.engels.org/libros/rev_trai/indice.htm)

León Trotsky. En defensa del marxismo (http://www.marxismo.org/dm/indice2.htm).

Ted Grant y Alan Woods, Lenin y Trotsky, qué defendieron realmente (http://www.engels.org/libros/leni_trots/lenytro.htm)

Pierre Broué, El Partido Bolchevique (http://www.geocities.com/trotskysigloxxi/P_Bolchevique/INICIO.htm)

Pierre Broué, Los procesos de Moscú (http://www.marxismo.org/pmoscu/indice2.htm)

Ludo Martens, Otra visión sobre Stalin http://www.jcasturias.org/descargas/Formacion/Ludo_Martens_(PTB)/otra_vision_stalin_I.pdf