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Sobre autobuses, lemas y la difusión del ateísmo

Fuentes: Rebelión

Anguita Para Jaume Botey, un admirable (y afable) cristiano comunista. Déjenme captar su benevolencia porque no estoy seguro que no piensen, después de leer este texto, que he perdido la sensatez y con ella la mínima coherencia materialista exigible. Señalo brevemente lo que aquí voy a intentar defender: no estoy seguro, más bien pienso lo […]

Anguita

Para Jaume Botey, un admirable (y afable) cristiano comunista.

Déjenme captar su benevolencia porque no estoy seguro que no piensen, después de leer este texto, que he perdido la sensatez y con ella la mínima coherencia materialista exigible. Señalo brevemente lo que aquí voy a intentar defender: no estoy seguro, más bien pienso lo contrario, que la campaña publicitaria sobre la improbabilidad de la existencia de Dios que ha irrumpido en algunas ciudades españolas tenga un efecto político positivo o, si me apuran, que en sí misma, en su formulación estricta, más allá de sus supuestas finalidades ilustradas, sea una campaña que merezca un apoyo no matizado laico-republicano-enrojecido. Tengo mis reservas. Dirán que he caído en las redes, en las diabólicas redes de Antonio María Rouco. Espero probarles -o cuanto menos argüir plausiblemente- que no es el caso.

Barack Obama ha encargado a un ex senador demócrata, George Mitchell, que se ocupe de la denominada «cuestión palestina». Pero no parece que haya nueva estrategia sobre el Próximo Oriente. Tres días después de que asumiera la presidencia el compañero de Michelle Obama, dos aviones estadounidenses no tripulados arrojaron misiles en una zona tribal paquistaní muy próxima a Afganistán. Fueron más de veinte las personas asesinadas. El ataque fue autorizado «en virtud de un plan de actividades encubiertas aprobado por Obama». Las víctimas, todas ellas según parece, eran civiles.

Miles de ciudadanos han asistido a las oraciones fúnebres por las víctimas, condenaron los asesinatos y formularon una razonable demanda: que el presidente Obama use el dinero y los poderosos medios que posee en el bienestar de las tribus en vez de asesinar a sus miembros con armas tecnológicamente avanzadas. Según informa la edición en inglés del diario paquistaní The News de 25 de enero de 2009, líderes religiosos de los lugares bombardeados han censurado los ataques aéreos y han señalado que los fallecidos eran aldeanos locales, campesinos inocentes.

¿Líderes religiosos? Sí, líderes religiosos. ¿Observan alguna irracionalidad en su crítica, en su protesta, en sus comentarios? ¿No representan justamente los sentimientos de los familiares y amigos de las personas asesinadas o incluso, déjenme añadir, de toda persona de bien? ¿Podemos coincidir con ello? Sí, podemos. Su religiosidad, que no compartimos si no la compartimos, no impide el acuerdo. Nuestra noción de bien tiene aristas colindantes.

En otras ocasiones sí, en otras ocasiones es posible y necesario manifestar un desacuerdo total. Es difícil escuchar la voz del cardenal de Madrid, el mismo jefe eclesiástico de derecha extrema que casó, si no ando errado, a los Príncipes del Reino de España -una ceremonia privada convertida en un acontecimiento público-publicitario en un Estado que dice ser, con la boca pequeña y con voz tenue para no ser oído, no confesional, nunca laico- o ha bautizado a sus hijos, de nuevo en una ceremonia publicitada urbi et orbe que, como máximo, puede interesar a los familiares y amigos más o menos serviles de la Casa Real, es difícil, decía, escuchar la voz del señor Antonio María Rouco sin temer algún ataque cardiovascular o agriarse el carácter definitivamente. Diga lo que diga, hable de lo que hable. No es sólo un desacuerdo político-intelectual profundo; es algo más: no es posible atender unos sonidos que recuerdan las peores voces jesuíticas de nuestra siniestra historia, las declaraciones de aquellos portavoces del nacional-catolicismo-español en los tenebrosos tiempos del franquismo, tan añorados, por lo demás, según es sabido y reconocido, por la actual Jerarquía eclesiástica española o, cuanto menos, por sus sectores más beligerantes.

Si, además, uno escucha al señor cardenal, o a sus afines, afirmar con todo su aplomo que la campaña publicitaria en algunos autobuses urbanos de unas pocas ciudades españolas es un uso indebido e inadmisible del espacio público porque atenta contra la sensibilidad de los católicos, la carcajada, el enfado, el horror y el pavor no pueden alcanzar mayores cimas. Ellos, precisamente ellos, que no han cesado de ocupar espacios públicos, que luchan denodadamente porque en las escuelas públicas permanezcan los crucifijos franquistas, que se manifiestan día sí, domingo también, por cualquier motivo falsario, son capaces de hablar de uso indebido del espacio público. Su inconsistencia, su prepotencia, su chulería, su ristra interminable de falsedades, no tiene parangón. La España nacional-católica fue y sigue siendo así1.

De ahí que resulte difícil criticar u opinar matizadamente sobre la campaña publicitaria en torno a la escasa probabilidad de la existencia de Dios, sobre la orientación de nuestras preocupaciones y la conveniencia del disfrute de la vida. No desearía ser confundido: la intersección entre mis posiciones y las del señor cardenal es vacía, como no podía ser de otro modo.

Por lo demás, John Brown -«Dios no existe: sin la menor duda, Sr. Dawkins» http://www.rebelion.org/noticia.php?id=79728- ha criticado el tema de la campaña desde una óptica filosófica. Brown inicia su argumentación con una cita de Freud de El porvenir de una ilusión:

La religión sería la neurosis obsesiva de la colectividad humana, y lo mismo que la del niño, provendría del complejo de Edipo en la relación con el padre. Conforme a esta teoría hemos de suponer que el abandono de la religión se cumplirá con toda la inexorable fatalidad de un proceso del crecimiento y que en la actualidad nos encontramos ya dentro de esta fase de la evolución

 

No estoy seguro de entender cabalmente la primera parte de la cita. Creo al mismo tiempo que la conclusión del corresponsal de Einstein es excesivamente optimista y no les oculto que no me parecía un desatino que su previsión fuera corroborada con el tiempo (y con el convencimiento)

Brown critica el lema de la campaña dirigida y orquestada por el biólogo británico Richard Dawkins, el lema que ha aparecido en los autobuses londinenses y en otras ciudades europeas como Barcelona o Madrid: «Dios probablemente no existe: deje de preocuparse y disfrute de la vida.» Después de resumir las tesis expuestas por Dawkins en El espejismo de Dios, un ensayo en mi opinión excesivamente sobrevalorado y escrito con urgencia y poco cuidado filosófico, señala su tesis básica:

El problema es que lo insostenible sólo desde un punto de vista epistemológico, no lo es desde un punto de vista ontológico ni práctico. Aunque, para cualquier biólogo serio, la hipótesis inmanentista darwiniana arruine definitivamente el creacionismo como hipótesis que oriente los trabajos de su disciplina, sigue existiendo -pues de probabilidades se trata-, la posibilidad muy poco probable de que Dios exista. Basta esta pequeña probabilidad para que la religión y, como decía Marx, «die ganze alte Scheisse», toda la vieja mierda del temor y el temblor, de la culpa y el pecado regresen y amarguen la vida a los mortales.

 

Para deshacerse del temor de Dios no se puede prescindir de una crítica de este supuesto «concepto». Se trata de decir con Spinoza que el concepto religioso de la divinidad no es consistente, se trata de reivindicar el «ateismo de sistema» de Spinoza. Según Brown, lo que consigue Spinoza en el Libro I de la Ética more geometrico demostrata sería una demostración a priori de la existencia de la naturaleza infinita que excluye la existencia del Dios transcedente. Para Spinoza, todo el contenido del presunto concepto de Dios se agota en la esencia de una naturaleza infinita.

No me parece descabellada la posición defendida por Brown aunque creo que no desciende a lo que me parece incluso más esencial desde una perspectiva de la razón pública, a los supuestos políticos desde los que la campaña ha sido ideada y promovida. Daré mi posición en dos pinceladas.

La primera enlaza directamente con un asunto de teoría de la argumentación: no hay que probar inexistencias sino existencias. Es quien postula entidades quien debe hacer plausible su existencia. Hanson Russell lo explicó con detalle en dos clásicos artículos, «El dilema del agnóstico» y «Lo que yo no creo»2, publicados ambos por lo demás en una revista de teología, y Manuel Sacristán dio un apunte sobre ello en 1964, en un célebre paso de su presentación al Anti-Dühring3. Es la nota siguiente:

Una vulgarización demasiado frecuente del marxismo insiste en usar laxa y anacrónicamente (como en tiempos de la «filosofía de la naturaleza» romántica e idealista) los términos «demostrar», «probar» y «refutar» para las argumentaciones de plausibilidad propias de la concepción del mundo. Así se repite, por ejemplo, la inepta frase de que la marcha de la ciencia «ha demostrado la inexistencia de Dios». Esto es literalmente un sinsentido. La ciencia no puede demostrar ni probar nada referente al universo como un todo, sino sólo enunciados referentes a sectores del universo, aislados y abstractos de un modo u otro. La ciencia empírica no puede probar, por ejemplo, que no exista un ser llamado Abracadabra abracadabrante, pues, ante cualquier informe científico-positivo que declare no haberse encontrado ese ser, cabe siempre la respuesta de que el Abracadabra en cuestión se encuentra más allá del alcance de los telescopios y de los microscopios, o la afirmación de que el Abracadabra abracadabrante no es perceptible, ni siquiera positivamente pensable, por la razón humana, etc. Lo que la ciencia puede fundamentar es la afirmación de que la suposición de que existe el Abracadabra abracadabrante no tiene función explicativa alguna de los fenómenos conocidos, ni está, por tanto, sugerida por éstos.

 

Por lo demás, concluía Sacristán, la exigencia de la «demostración de la inexistencia de Dios» es una ingenua torpeza que carga al materialismo con la absurda tarea de demostrar o probar inexistencias. Las inexistencias no se prueban, se deben probar las existencias. Por ello, la carga de la prueba compete al que afirma existencia, no al que no la afirma por desconocer o no estar convencido de las razones para su postulación.

De ahí una inferencia que aquí no puede ser explicada con detalle y que es central en la argumentación de Hanson Russell: desde un punto de vista argumentativo, el agnosticismo no tiene ningún sentido teórico porque exige pruebas de existencia y de no existencia de forma paralela y al mismo nivel. La inexistencia está ya justificada cuando el que defiende existencias no aduce sus razones con corrección. El plus agnóstico está de más, es una incomprensión argumentativa (Por lo demás, que muchos filósofos y ciudadanos que se declaraban ateos hace décadas se declaren ahora agnósticos, sin alteración de sus posiciones básicas, o que algunas corrientes de pensamiento defiendan incluso con vocerío con siempre controlado el agnosticismo abierto frente al ateísmo dogmático, es otro vértice más de la derrota cultural (momentánea) de las mejores tradiciones del marxismo revolucionario y corrientes próximas).

Preguntado por la posición de Manuel Sacristán en este punto, el lógico y filósofo Luis Vega Reñón4 se expresaba del modo siguiente el 21 de febrero de 20065:

(…) encantado de disfrutar contigo de la lucidez lógica de Sacristán. Efectivamente, son las afirmaciones de existencia las que tienen la carga de la prueba. (Análogamente, hay que probar la culpabilidad o la atribución de un hecho a alguien, no la inocencia). Y uno de los motivos es el aducido por él: la no existencia de algo no puede establecerse en términos parejamente razonables, salvo que se derive de una demostración de la imposibilidad de dicha existencia -como la no existencia de un círculo cuadrado se deriva de su imposibilidad interna-. Pero las cuestiones de imposibilidad son otro cantar, hasta el punto de que la imposibilidad de que algo exista sí debería demostrarse, sí ha de «cargar con la carga» de la prueba, por contraste con la no existencia.

 

Este punto enlaza directamente con la argumentación de John Brown: ¿sería la existencia de un Dios imposible porque su concepto mismo, el de un ser que reúne en grado sumo y absoluto todas las perfecciones, es tan inconsistente como la del círculo cuadrado? ¿Es posible que algo-alguien pueda ser a la vez absolutamente omnipotente, omnisciente, bueno, justo, compasivo y providencial respecto de los demás seres libres, se pegunta Luis Vega? ¿No se les fue la mano a los teólogos que hablaban de un Dios en términos absolutos y positivos, frente a la prudencia lógica de místicos y teólogos defensores de vías negativas que se limitan a negarle las imperfecciones e impurezas del mundo e incluso las relaciones con él?

Se les fue seguramente de la mano en la construcción, y con ella asoma la inconsistencia del concepto, y con esta fallida construcción y esta temida inconsistencia la misma existencia del Ser al que quería hacerse referencia queda puesta en cuestión.

Pero no son aquellas las únicas vías de aproximación.

Primo Levi señala otro punto de vista, otra perspectiva alejada. En Primo Levi en diálogo con Ferdinando Camon6, nos encontramos con siguiente paso:

Camon: Es decir, Auschwitz es la prueba de no existencia de Dios.

Primo Levi: Existe Auschwitz, por lo tanto, no puede haber Dios

[En el texto mecanografiado agregó [Levi] en lápiz: «No encuentro una solución al dilema. La busco pero no la encuentro»].

 

Quien dice Auschwitz dice la limpieza étnica de Palestina. El ejemplo complementario, por lo demás, no hubiera desagradado a un escritor judío no-judío como Levi7.

Esta vía, la señalada por el autor de Si esto es un hombre, apunta a otros senderos no epistémicos, no estrictamente argumentativos, que tienen que ver con la maldad, la ética y el horror. Y esos caminos, girados 180 grados, también apuntan a otras vías de aproximación, esta vez en positivo, a la existencia de Dios a través de senderos paralelos éticos, sensitivos y psicosociológicos: no existen vías estrictamente racionales de aproximación a su existencia, se dirá, pero ciertos sentimientos, nobles sin duda, que tienen que ver con la comunidad, con las prácticas de grupos humanos desinteresados, con mensajes no publicitarios que abundan en la bondad y en la compasión, incluso con prácticas políticas revolucionarias ejemplares, son pilares de un cuerpo de doctrina, modificable y con una interpretación muy sui generis del cuerpo doctrinal clásico cristiano, que apunta a la protección, al cuidado y a la religación de todos los seres humanos sin exclusiones.

El mensaje transmitido por Dawkins y sus seguidores va en otra dirección. Es, digámoslo así, un mensaje de clase media, de filosofía política liberal, informado, dirigido a determinadas capas sociales sin agobios y con tiempo para la información y el estudio, que sólo gustará, si gusta, al ya convencido. Desde el cuidado término «probablemente» que inicia el lema, hasta el despreocuparse sobre el asunto dada su improbabilidad (¿y por qué uno tendría que despreocuparse de una existencia poco probable?) y la recomendación del disfrute de la vida, que no sé en su acepción inglesa pero que en su versión castellana suena a un «Pasa de todo y pasatelo bien», todo en el lema señalado suena a publicidad estudiada, a intento de llamar la atención, a vindicación intelectual de un ateísmo algo descafeinado, a desatención de cualquier arista social o política de la cuestión. Lo que no se ve por ninguna parte en el lema y en la campaña es un intento de aproximación a los sectores cristianos comprometidos con tareas no solo nobles sino admirables. Aún más, no se ve la necesidad y urgencia de una discusión filosófica ciudadana en torno al tema, sabiendo como se sabe que hiere directamente la sensibilidad y creencias de numerosos sectores populares que, en cambio, son muy críticos -o empiezan a serlo en otros casos- ante determinadas prácticas de las Jerarquías de sus Iglesias.

Otra cosa es, claro está, la crítica a esas instituciones eclesiásticas y su intromisión en la vida de los ciudadanos (católicos, protestantes o musulmanes incluidos desde luego), a su intervención sectaria en la vida pública, a su historia de horrores y errores, a su incapacidad para aceptar espacios de convivencia separada de creencias religiosas de uno u otro signo, a su constante demanda de privilegios y poder, a sus tentáculos políticos extendidos a través de grupos e instituciones no sólo de derechas. Largo etcétera. Pero esa crítica difícilmente puede ser generalizable si pensamos en la actuación de grupos de cristianos de base, o de otras agrupaciones religiosas, que no sólo pregonan sino que viven según normas éticas en las que los otros, sobre todo los más desfavorecidos, son siempre parte de una comunidad que hay que cuidar y abonar, y que ellos cuidan y abonan.

En definitiva, aquel jovencísimo autor de la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, volvió a acertar de pleno cuando, analítica y socialmente a un tiempo, señaló que «la alineación religiosa es una alineación de segundo grado» porque expresaba en forma de teoría justificativa lo absurdo que la hacía nacer. ¿Qué explicaba entonces su nacimiento?

La alineación religiosa tiene su origen en la alineación económica y no podrá superarse mientras no se supere ésta. La lucha contra la religión es la lucha contra aquel mundo cuyo aroma espiritual es la religión. La miseria religiosa, es, por una parte, la expresión de la miseria real y, por otra, la protesta contra ella. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, el espíritu de una situación carente de espíritu. Es el opio del pueblo.

 

Si la miseria religiosa es expresión de la miseria real, la lucha contra ésta parece esencial para disolver aquella. En esa lucha, creyentes y no creyentes tienen inmensos territorios de desarrollo armónico y de convivencia afable, y sus creencias divergentes respecto a la existencia de un Dios no siempre entendido de forma unívoca no pueden ser hoy una línea de demarcación transitable.

Nazanín Amirian ha apuntado hacia el mismo sendero cuando escribía recientemente sobre la unidad de creyentes y ateos8 y señalaba que de lo que se trata es de construir entre todos un mundo digno para todos y, sobre todo, para todas. Esa sigue siendo la tarea de nuestra hora y no es necesario decir que en ella también puede haber goce y felicidad, y espacio -esto es, tiempo- para las preocupaciones que se estimen convenientes.

1 No es el único caso desde luego. El ayuntamiento de Génova ha prohibido la citada publicidad atea en los autobuses y en el ayuntamiento de Barcelona, cuanto menos un concejal católico de CiU, el señor Josep Miró i Ardevol, que fue en su momento conseller (ministro) de la Generalitat de Catalunya y que pertenece a un partido confesional que se manifiesta y actúa permanentemente como tal, ha mostrado públicamente su enojo por la exhibición pública de mensajes que niegan la existencia de Dios.

2 AA. VV., Filosofía de la ciencia y religión. Salamanca, Ediciones Sígueme 1976, pp. 19-26 y pp. 27-52.

3 M. Sacristán, «La tarea de Engels en el Anti-Dühring«. Sobre Marx y marxismo. Icaria, Barcelona, 1983, pp. 24-51 (la nota a pie está en las páginas 31 y 32). El texto de Sacristán está incorporado a un volumen de muy próxima aparición: M. Sacristán, Sobre dialéctica. El Viejo Topo, Barcelona, 2009 (Prólogo de Miguel Candel, epílogo de Félix Ovejero y nota final de Manuel Monleón Pradas. Edición, presentación y notas de Salvador López Arnal).

4 Véase su magnífico Si de argumentar de trata, Montesinos, Barcelona, 2003.

5 Comunicación personal.

6 Madrid, Anaya & Mario Muchnik, p. 134.

7 Detrás de esta afirmación hay una posición no ocultada que no me es posible desarrollar aquí: la crítica a la tesis que sigue defendiendo la excepcionalidad actual de Auschwitz. Sucintamente: o tal singularidad es una obviedad porque todo acontecimiento histórico es singular en alguno de sus vértices, o con tal consideración -y expresiones afines: «No es posible pensar después de Auschwitz»- se apunta a la dimensión única de una tragedia con el riesgo de olvidar otras de no menor importancia o situarles en planos alejados, además de justificar, directa o indirectamente, la existencia y actuaciones de un Estado, el de Israel, con carta blanca para el horror, el terror y la exterminación. Empero, la tesis alimenta un justo vértice político que necesita cuidado permanente: la política antifascista debe estar siempre en posición de alerta para poder vivir de pie sin arrodillarse.

8 «¡Ateos y creyentes, uníos!». Público, 26 de enero de 2009, p. 9.