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Karl Marx (1818-1883). En el bicentenario de su nacimiento (XIV)

Sobre el Manifiesto comunista. Aciertos y desaciertos

Fuentes: Rebelión

No todos los análisis, argumentos y observaciones que Marx y Engels [MyE] presentan en el MC aciertan en la diana. Una verdadera tarea sobrehumana, en términos analíticos, incluso para ellos. Algunos ejemplos de esos «desaciertos» del capítulo IV: «Actitud de los comunistas respecto a los diferentes partidos de la oposición». Después de lo que dejamos […]

No todos los análisis, argumentos y observaciones que Marx y Engels [MyE] presentan en el MC aciertan en la diana. Una verdadera tarea sobrehumana, en términos analíticos, incluso para ellos. Algunos ejemplos de esos «desaciertos» del capítulo IV: «Actitud de los comunistas respecto a los diferentes partidos de la oposición».

Después de lo que dejamos dicho en el capítulo II, señalan MyE, fácil es comprender la relación que guardan los comunistas con los demás partidos obreros ya existentes, con los cartistas ingleses [1] y con los reformistas agrarios de Norteamérica [2] por ejemplo. Dan luego pruebas de su antisectarismo, de su amplia política de alianzas:

Los comunistas, aunque luchando siempre por alcanzar los objetivos inmediatos y defender los intereses cotidianos de la clase obrera, representan a la par, dentro del movimiento actual, su porvenir. En Francia se alían al partido democrático-socialista contra la burguesía conservadora y radical, mas sin renunciar por esto a su derecho de crítica frente a los tópicos y las ilusiones procedentes de la tradición revolucionaria. En Suiza apoyan a los radicales, sin ignorar que este partido es una mezcla de elementos contradictorios: de demócratas socialistas, a la manera francesa, y de burgueses radicales. En Polonia, los comunistas apoyan al partido que sostiene la revolución agraria, como condición previa para la emancipación nacional del país, al partido que provocó la insurrección de Cracovia en 1846.

En Alemania, añaden, el partido comunista luchará al lado de la burguesía, mientras ésta actúe revolucionariamente, «dando con ella la batalla a la monarquía absoluta, a la gran propiedad feudal y a la pequeña burguesía». Eso sí, todo ello esto sin dejar un solo instante de laborar políticamente entre los trabajadores, hasta afirmar en ellos con la mayor claridad posible «la conciencia del antagonismo hostil que separa a la burguesía del proletariado», para que, llegado el momento adecuado, «los obreros alemanes se encuentren preparados para volverse contra la burguesía, como otras tantas armas, esas mismas condiciones políticas y sociales que la burguesía, una vez que triunfe, no tendrá más remedio que implantar», con la finalidad, matizan, de que «en el instante mismo en que sean derrocadas las clases reaccionarias comience, automáticamente, la lucha contra la burguesía».

Las miradas de los comunistas, afirman, convergen con especial interés sobre Alemania. ¿Por qué? Sus razones:

pues no desconocen que este país está en vísperas de una revolución burguesa y que esa sacudida revolucionaria se va a desarrollar bajo las propicias condiciones de la civilización europea y con un proletariado mucho más potente que el de Inglaterra en el siglo XVII y el de Francia en el XVIII, razones todas para que la revolución alemana burguesa que se avecina no sea más que el preludio inmediato de una revolución proletaria.

No hubo tal revolución proletaria inmediata. Muy lejos de ello. Lo real, que diría Belén Gopegui, se mantuvo muy alejado de su predicción-análisis… que tal vez tuviera mucho (tampoco es ninguna crítica si pensamos que están escribiendo un manifiesto político) de pensamiento desiderativo.

Resumiendo, concluyen, «los comunistas apoyan en todas partes, como se ve, cuantos movimientos revolucionarios se planteen contra el régimen social y político imperante». En todos estos movimientos «se pone de relieve el régimen de la propiedad, cualquiera que sea la forma más o menos progresiva que revista, como la cuestión fundamental que se ventila». Finalmente, los comunistas laboran por llegar a la unión y la inteligencia de los partidos democráticos de todos los países, cerrando la reflexión y la totalidad del MC con estas palabras:

Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente. Las clases dominantes pueden temblar ante la perspectiva de una revolución comunista. Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar. ¡Proletarios de todos los Países, uníos!

«Derrocando por la violencia todo el orden social existente» no es una afirmación que no exija, a día de hoy, centenares de matices. Incluso hace más de un siglo, Se han escrito miles y miles de páginas sobre ella. Las seguimos escribiendo, las seguiremos escribiendo. En épocas de armamentos nucleares y de destrucciones generalizadas con más motivo.

No es el único desacierto el apuntado, hubieron otros. Vale la pena insistir: no podía ser de otra manera.

Pero también hay, y conviene destacarlo, muchos aciertos. Entre ellos, las magníficas metáforas, ideas, expresiones, que los autores usan aquí y allá a lo largo de las páginas del MC. Son parte nuestra, de nuestro lenguaje, de nuestra forma de pensar el mundo. Recordemos, por ejemplo, las heladas aguas del cálculo egoísta. Ilustrémoslo con algunos ejemplos del primer apartado: «Burgueses y proletarios».

 

Sobre el poder político (el MC, insistimos, es un manifiesto, un texto de intervención que, inevitablemente, tiene que simplificar descripciones, argumentos y explicaciones):

Vemos, pues, que la moderna burguesía es, como lo fueron en su tiempo las otras clases, producto de un largo proceso histórico, fruto de una serie de transformaciones radicales operadas en el régimen de cambio y de producción. A cada etapa de avance recorrida por la burguesía corresponde una nueva etapa de progreso político. Clase oprimida bajo el mando de los señores feudales, la burguesía forma en la «comuna» una asociación autónoma y armada para la defensa de sus intereses; en unos sitios se organiza en repúblicas municipales independientes; en otros forma el tercer estado tributario de las monarquías; en la época de la manufactura es el contrapeso de la nobleza dentro de la monarquía feudal o absoluta y el fundamento de las grandes monarquías en general, hasta que, por último, implantada la gran industria y abiertos los cauces del mercado mundial, se conquista la hegemonía política y crea el moderno Estado representativo. Hoy, el poder público viene a ser, pura y simplemente, el Consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa.

Del papel histórico de la burguesía (hasta mediados del siglo XIX). ¿Un elogio excesivo? No falta generosidad filosófico-histórica en las siguientes palabras:

La burguesía ha desempeñado, en el transcurso de la historia, un papel verdaderamente revolucionario. Dondequiera que se instauró, echó por tierra todas las instituciones feudales, patriarcales e idílicas. Desgarró implacablemente los abigarrados lazos feudales que unían al hombre con sus superiores naturales y no dejó en pie más vínculo que el del interés escueto, el del dinero contante y sonante, que no tiene entrañas. Echó por encima del santo temor de Dios, de la devoción mística y piadosa, del ardor caballeresco y la tímida melancolía del buen burgués, el jarro de agua helada de sus cálculos egoístas. Enterró la dignidad personal bajo el dinero y redujo todas aquellas innumerables libertades escrituradas y bien adquiridas a una única libertad: la libertad ilimitada de comerciar. Sustituyó, para decirlo de una vez, un régimen de explotación, velado por los cendales de las ilusiones políticas y religiosas, por un régimen franco, descarado, directo, escueto, de explotación. La burguesía despojó de su halo de santidad a todo lo que antes se tenía por venerable y digno de piadoso acontecimiento. Convirtió en sus servidores asalariados al médico, al jurista, al poeta, al sacerdote, al hombre de ciencia. La burguesía desgarró los velos emotivos y sentimentales que envolvían la familia y puso al desnudo la realidad económica de las relaciones familiares. [la cursiva es mía]

Sobre la falta de solidez: lo sólido se desvanece en el aire:

La burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción, que tanto vale decir el sistema todo de la producción, y con él todo el régimen social. Lo contrario de cuantas clases sociales la precedieron, que tenían todas por condición primaria de vida la intangibilidad del régimen de producción vigente. La época de la burguesía se caracteriza y distingue de todas las demás por el constante y agitado desplazamiento de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinámica incesantes. Las relaciones inconmovibles y mohosas del pasado, con todo su séquito de ideas y creencias viejas y venerables, se derrumban, y las nuevas envejecen antes de echar raíces. Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma, lo santo es profanado, y, al fin, el hombre se ve constreñido, por la fuerza de las cosas, a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con los demás.

La deslumbrante (por penetrante y correcta) descripción de la globalización (¡y a mediados del siglo XIX!) con expresiones, en algún caso, admitámoslo (nadie es perfecto, nos enseñó Billy Wilder) entre eurocéntricas y desarrollistas:

La necesidad de encontrar mercados espolea a la burguesía de una punta o otra del planeta. Por todas partes anida, en todas partes construye, por doquier establece relaciones. La burguesía, al explotar el mercado mundial, da a la producción y al consumo de todos los países un sello cosmopolita. Entre los lamentos de los reaccionarios destruye los cimientos nacionales de la industria. Las viejas industrias nacionales se vienen a tierra, arrolladas por otras nuevas, cuya instauración es problema vital para todas las naciones civilizadas; por industrias que ya no transforman como antes las materias primas del país, sino las traídas de los climas más lejanos y cuyos productos encuentran salida no sólo dentro de las fronteras, sino en todas las partes del mundo. Brotan necesidades nuevas que ya no bastan a satisfacer, como en otro tiempo, los frutos del país, sino que reclaman para su satisfacción los productos de tierras remotas. Ya no reina aquel mercado local y nacional que se bastaba así mismo y donde no entraba nada de fuera

Ahora, prosiguen, la red del comercio es universal. En esa red entran, unidas por vínculos de interdependencia, todas (o casi todas) las naciones del mundo.

Y lo que acontece con la producción material, acontece también con la del espíritu. Los productos espirituales de las diferentes naciones vienen a formar un acervo común. Las limitaciones y peculiaridades del carácter nacional van pasando a segundo plano, y las literaturas locales y nacionales confluyen todas en una literatura universal. La burguesía, con el rápido perfeccionamiento de todos los medios de producción, con las facilidades increíbles de su red de comunicaciones, lleva la civilización hasta a las naciones más salvajes. El bajo precio de sus mercancías es la artillería pesada con la que derrumba todas las murallas de la China, con la que obliga a capitular a las tribus bárbaras más ariscas en su odio contra el extranjero. Obliga a todas las naciones a abrazar el régimen de producción de la burguesía o perecer; las obliga a implantar en su propio seno la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas. Crea un mundo hecho a su imagen y semejanza. [la cursiva es mía]

Las crisis del capitalismo, la crisis de sobreproducción, en uno de los pasajes con más fuerza descriptiva:

Las condiciones de producción y de cambio de la burguesía, el régimen burgués de la propiedad, la moderna sociedad burguesa, que ha sabido hacer brotar como por encanto tan fabulosos medios de producción y de transporte, recuerda al brujo impotente para dominar los espíritus subterráneos que conjuró. Desde hace varias décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de las modernas fuerzas productivas que se rebelan contra el régimen vigente de producción, contra el régimen de la propiedad, donde residen las condiciones de vida y de predominio político de la burguesía. Basta mencionar las crisis comerciales, cuya periódica reiteración supone un peligro cada vez mayor para la existencia de la sociedad burguesa toda. Las crisis comerciales, además de destruir una gran parte de los productos elaborados, aniquilan una parte considerable de las fuerzas productivas existentes. En esas crisis se desata una epidemia social que a cualquiera de las épocas anteriores hubiera parecido absurda e inconcebible: la epidemia de la superproducción.

La sociedad se ve retrotraída de golpe a un estado de barbarie momentánea. Se diría, afirman, que una plaga de hambre o una gran guerra aniquiladora la han dejado esquilmada y sin recursos para subsistir:

la industria, el comercio están a punto de perecer. ¿Y todo por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados recursos, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya para fomentar el régimen burgués de la propiedad; son ya demasiado poderosas para servir a este régimen, que embaraza su desarrollo. Y tan pronto como logran vencer este obstáculo, siembran el desorden en la sociedad burguesa, amenazan dar al traste con el régimen burgués de la propiedad. Las condiciones sociales burguesas resultan ya demasiado angostas para abarcar la riqueza por ellas engendrada. ¿Cómo se sobrepone a las crisis la burguesía? De dos maneras: destruyendo violentamente una gran masa de fuerzas productivas y conquistándose nuevos mercados, a la par que procurando explotar más concienzudamente los mercados antiguos. Es decir, que remedia unas crisis preparando otras más extensas e imponentes y mutilando los medios de que dispone para precaverlas.[la cursiva es mía]

Hay muchos más ejemplos. Muchos más.

Conviene finalizar estas aproximaciones al MC destacando el estilo argumentativo del MC. El segundo apartado nos ofrece muchos ejemplos ilustrativos, incluso muestras del «escribir dialéctico» de los autores.

Por cierto, este 5 de abril de 2018 conviene recordar lo que solía afirmar el doctor Martin Luther King en sus últimos años, hace ya más de medio siglo: «Si queremos alcanzar la igualdad real, los Estados Unidos tendrán que adoptar una forma modificada de socialismo».

Quien dice EEUU, dice UE, Argentina, Canadá o, si me apuran, China y Rusia. Incluso España.

Notas.

1) Cartismo (de charter, cartero): movimiento de los obreros ingleses, iniciado en 1835, motivado por la falta de derechos políticos y la dura situación económica a la que se vieron sometidos. Este movimiento obrero perduró, con manifestaciones y mítines, hasta bien entrada la segunda mitas del siglo XIX.

2) Los reformistas -partidarios del diario La Réforme, 1843-1850, luchaban por la instauración de la república y la aplicación de amplias reformas sociales.

 

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