Cuando el régimen del 78 daba sus primeros pasos, tuvo que enfrentarse al problema de la vertebración territorial del Estado. Frente a un panorama con realidades políticas, sociales y culturales distintas, se optó por el camino del café para todos, que, sin solucionar nada, ha dejado muchas cuestiones abiertas que siguen presentes actualmente. Podría ser […]
Cuando el régimen del 78 daba sus primeros pasos, tuvo que enfrentarse al problema de la vertebración territorial del Estado. Frente a un panorama con realidades políticas, sociales y culturales distintas, se optó por el camino del café para todos, que, sin solucionar nada, ha dejado muchas cuestiones abiertas que siguen presentes actualmente. Podría ser un reflejo de aquello, que muchos de los férreos defensores de la Transición (y de lo que se ha venido denominando Cultura de la Transición) apliquen esa misma lógica de dar una respuesta generalista ante problemas muy distintos. Quizás por eso, hoy el mal se llama populismo. Y todo es populismo.
En un libro clásico de las Ciencias Sociales, Giovanni Sartori explicaba lo que él entendía como la forma correcta de comparar, así como muchos de los errores que se producen al hacerlo. Intentó ilustrar muchos de esos errores con una figura a la que llamó perro-gato, una muestra de cómo retorciendo la información, cualquier hipótesis podría ser válida:
«¿Cómo nace el perro-gato? Nace de cuatro fuentes que se refuerzan una con otra: I) el parroquialismo, II) el clasificar incorrectamente, III) el gradualismo y IV) el alargamiento de los conceptos» (pag. 37)
Ahora mismo, estamos asistiendo a una síntesis entre el perro-gato y la transubstanciación del mal en el término populismo. Cuando desde estas líneas se aduce al mal, no se hace tanto como una ridiculización de este argumento, sino focalizando en su reverso más peligroso: el mal, no está dentro de lo pensable, es un «fuera» amenazante, del que no es necesario conocer nada, porque se sabe que es malo. En tanto que malo, no es necesario analizarlo y conocerlo; con someterlo a otra categoría política (nunca análoga con el resto de opciones), se alertará de su esencia malvada y de su sustancia nefasta. Es importante subrayar esto, dado que muchas de las respuestas que en torno al concepto se dan, pretenden neutralizar cualquier debate bajo el lanzamiento de frases vacías que de forma mecánica, deben prevenir de su maldad y situarlo fuera del campo de lo equiparable (y por extensión, siguiendo a Sartori, sólo se podrá comparar con elementos similares [en su maldad]). El populismo, en sí, pretende ser presentado como otra categoría diferente a la que representan las loables opciones políticas. Otra categoría que sirva de cajón de sastre; que pueda albergar todo aquello que no guste.
Volviendo al perro-gato, son fácilmente observables varias de las desvirtuaciones apuntadas cuando se habla de populismo. Sin entrar muy a fondo, pretender que posiciones políticas autoritarias, totalitarias y democráticas sean etiquetadas bajo el mismo paraguas por la (real o inventada) coincidencia en alguno de los planteamientos que se defienden, es de una fragilidad enorme. Que posiciones excluyentes que hagan del conflicto racial y/o nacional el núcleo sobre el que pivota su discurso, sean equipadas con aquellas que propugnan una dimensión plenamente inclusiva y democrática, dista mucho de ser sustentable bajo ningún concepto. Que postulados de corte fascista se quieran poner al mismo nivel que la defensa inquebrantable de los DD.HH., no debería ser más que una pesada broma. Que «populismo» pueda servir para denominar a la vez, la expulsión de inmigrantes y las propuestas de acogida de los mismos, es, como mínimo, de escasa consistencia teórica.
Veamos un ejemplo ficticio: ante la posibilidad de construir una carretera por un espacio de alto valor medioambiental, nos encontramos con tres perfiles que se oponen. Por un lado, tenemos a una militante ecologista. Por otro, al propietario de un pequeño negocio minorista situado en una ruta alternativa, que verá disminuidas sus ventas ante la nueva construcción. Pero también se opone el presidente de una importante empresa de infraestructuras, porque su propuesta apostaba por otro trazado y éste, le deja fuera del concurso. Todos están en contra de dicha carretera; ¿quiere decir que se podría inferir que por compartir un posicionamiento (su negativa a la carretera) deberían ser catalogados (el resto de) sus planteamientos políticos como análogos? ¿Se debe suponer que, en tanto que en un tema concreto tengan una respuesta similar (pese a motivaciones divergentes), sería normal que las coincidencias se extendiesen a una cosmovisión común y por tanto, como parte de un mismo espacio ideológico?
Está reducción al absurdo no sería tan ridícula de no ser porque una lógica parecida es la que se está aplicando estos días con respecto a la «similitud» entre Donald Trump y Podemos.
Aunque si se observase con más detenimiento, es probable que apareciesen ciertos postulados de Trump mucho más próximos a otras organizaciones políticas en el estado español que a los de Podemos. Sólo que hay que recordar, que una de las principales críticas a Trump es su ataque contra los derechos civiles. Sería conveniente analizar este punto y percibir que:
cuando se habla de política migratoria, parece que se olvida que en las fronteras existen alambradas rematadas con concertinas; que se mantienen los CIEs, verdaderas aberraciones de un sistema garantista; que numerosos inmigrantes han fallecido intentando entrar en el país (algunos tras ser disparados por la Guardia Civil); etc. Si se habla de racismo e islamofobia, el llamado pacto-antiyihadista es el mejor ejemplo de desconocimiento absoluto (y desprecio subyacente) acerca de las tensiones que está viviendo la umma (la comunidad de creyentes del islam) en los últimos tiempos, y esconde de forma patente un miedo al otro (en tanto que peligroso); que se ha retirado la atención sanitaria a los inmigrantes; etc.. Si hablamos de machismo, no está tan lejos en el tiempo la propuesta de ley para un endurecimiento de los condicionantes para el aborto, como tampoco están tan lejos las reacciones contra la ampliación de derechos para la comunidad LGTBI. Acerca del tema de los jueces que se quieren nombrar y su corte reaccionario, creo que desde un país donde los problemas políticos suelen ser judicializados y con existencia de órganos tan discutibles como la Audiencia Nacional, no es el lugar más adecuado para cierto tipo de cinismo. Cuando se habla del cambio climático, estamos en un país que ha sido señalado como paradigmático en el camino que no se ha de llevar en el ámbito energético, penalizando el autoconsumo y favoreciendo a las grandes compañías. La lista, para vergüenza de muchos, es mucho más extensa.
Se podría hablar de más cuestiones coincidentes, como del uso reiterado del nombre del país y sus habitantes de bien como garantes de una grandeza sólo turbada por la presencia de agentes que molestan y zancadillean el progreso de la nación. Si una de las acepciones de populismo es construir un sujeto político en base a una fractura entre el «nosotros y ellos», es evidente, pues, quien ha hecho más esfuerzos en hacer de la fractura su forma de construir sociedad (los resultados electorales en las naciones históricas así lo atestiguan). Quizás, y sólo quizás, los parecidos se dan más con otros partidos que con Podemos.
Es evidente que en los momentos de crisis las certezas se evaporan y las dudas se disparan; las lealtades políticas son menos estables, por lo que hay mayor propensión a la creación o solidificación de (nuevas) identidades; la capacidad para predecir resulta erosionada por la volatilidad. En base a esa complejidad, son necesarios análisis, reflexiones y discusiones que puedan ofrecer respuestas o propuestas más adecuadas a un escenario altamente voluble. Pero también es necesario tener tanto la capacidad, como las herramientas, así como la voluntad, para llevarlo a cabo.
Quizás una de las cosas para las que ha servido el ciclo político que estamos viviendo, sea para haber hecho visible la ausencia de bagaje intelectual de muchos analistas, políticos y «todólogos». Hacer del populismo un mantra capaz de condensar todo aquello presentado como «malo», es la otra cara de la falta de versatilidad para afrontar los profundos cambios que suceden. Frente a estas transformaciones, se recurre a respuestas insulsas, precocinadas y sin ningún tipo de profundidad analítica, que muestran, además de fobias hacia ciertos movimientos, un miedo creciente a constatar las múltiples carencias de (in)formación existentes entre los que hace sólo unos días, ponían el nombre y distribuían las posiciones en el tablero, sin voces que les contradijeran.
Puede, que uno de los motivos con los que se califica de forma tan precaria y agresiva a los adversarios políticos, tenga que ver con el rechazo a aceptar las carencias propias para enfrentar un debate y discusión académica, más allá de eslóganes inertes. Sólo hay que ver las «brillantes» exposiciones que suceden a la pregunta ¿qué es populismo? Si realmente hubiese interés en hablar del término, no habría que asistir a esa retahíla de lugares comunes y frases vacías orientadas a embarullar y desviar la(s) discusión(es).
Pero entonces, ¿qué es populismo? Es una buena pregunta. Pero por suerte, para quien quiera hablar con propiedad, existe una vasta bibliografía al respecto. Para quien no, que no se preocupe, que lo tiene muy fácil. Aunque una definición que se aplique a todo, es probable que no explique nada, ya saben, todo es populismo.
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