Decía Julio Angita –hace ya dos años– que nos dirigíamos a «un choque de trenes conducidos por la corrupción». La tesis era a grandes rasgos la misma que han mantenido muchos sectores de la izquierda desde hace tiempo: El problema catalán no es más que un juego de élites, una manipulación de la ciudadanía por […]
Decía Julio Angita –hace ya dos años– que nos dirigíamos a «un choque de trenes conducidos por la corrupción». La tesis era a grandes rasgos la misma que han mantenido muchos sectores de la izquierda desde hace tiempo: El problema catalán no es más que un juego de élites, una manipulación de la ciudadanía por dos grandes familias burguesas que han estado utilizándose una a la otra desde el hace décadas. En esta perspectiva la escalada de tensión entre Madrid y Barcelona no respondía más que a la utilización de los desfalcos del adversario para ocultar los propios, mientras que, a la vez, ambas partes pactaban así le convenía o lo tenían por necesario. Esta crítica, además, había servido para, durante un tiempo, explicar el fracaso de esta misma izquierda en territorio catalán, con la típica cantinela altiva y autocomplaciente de aquellos que se han dedicado a culpar y no a entender al pueblo en los momentos de juzgar su propio fracaso.
Sin embargo, podemos asumir que en realidad no había sido un mal argumento, y que, en cierto modo, durante cierto tiempo, en ciertos momentos efectivamente ha sido así. Pero lo que no deberíamos caer es en creer que debido a tal todo el independentismo se resumía sólo en eso, o que tal emanaba únicamente de sus élites. No ha sido así, la burguesía catalana nunca ha sido una productora de identidades, simplemente se limitó a cabalgar como podía y vampirizar la cultura popular catalana. Y aunque podamos afirmar que desde el Gobierno autonómico se viene intensificando desde hace años el patriotismo nacional de los Països Catalans -como se hace a la vez en el resto de comunidades autónomas, a excepción de Madrid, cuya patria es la corona- eso no implicaría en ningún caso una mayor capacidad de control de la población por parte de la Generalitat. Más bien diría que es al contario, pues el pueblo de Cataluña ha ido recuperando con gran eficacia aquello que nos fue robado a todas las distintas raíces y culturas durante la dictadura, que es nuestra identidad propia y nuestro orgullo como sociedad más allá de España.
Y es que, Dios mío, ¿Qué es España? Pues España es una pocetilla, aquel lugar al que fueron a parar los efectos de un franquismo descompuesto y los restos arrumbados de los pueblos sin memoria. España es, efectivamente, un chantaje para los desposeídos, la comida de los presos y el silencio de los cobardes. España es un Gobierno, es el Partido Popular, es el terror convertido en fanatismo, pero no es ni podrá ser nunca una patria, pues España, como nación, solo arraiga allí donde uno ha perdido la propia. Finalmente, España, si acaso queremos decir que aún es más que eso, es un proyecto derrotado de 1812 y que no casualmente sigue cubierto bajo los colores de la casa real.
Esto habríamos de tenerlo en cuenta: Si algo vertebra España es su monarquía. Por ejemplo, nadie puede hacer negocios en España si no es a través de las grandes redes de amiguetes que, si las sigues durante el tiempo suficiente, todas llegan al palacio de la Zarzuela. Es la monarquía la piedra angular de todas las tramas de corrupción en el país, sencillamente porque en mayor o menor medida al final todo pasa por ellos y nada se hace sin su consentimiento. España es un país que desde 1978 ha estado gobernado en la sombra por esta institución, y muy importante tener esto presente si se pretende comprender la situación actual: En España puede pasar de todo, menos una república, y es por eso por lo que en ningún caso se podría permitir una eventual independencia de Cataluña, porque llegado el caso ésta lo sería, poniendo en peligro la hegemonía y control de la corona en el resto de las regiones ibéricas que aún controla.
Así pues, ante esta posibilidad el Estado de derecho sencillamente ha saltado por los aires. Lo que estamos viendo en Cataluña con la detención de cargos electos por crímenes políticos, el robo y la destrucción de cartelería, panfletos y planchas de impresión, la «desarticulación» del referéndum y todas aquellas medidas que están sucediendo en éstos días y que prescinden del todo de un marco legal, habrían de mostrarnos claramente lo que ocurre cuando uno se atreve a acercarse demasiado en el cuestionamiento de determinadas instituciones, ya bien lo haga por la vía pacífica y democrática, aupados por el clamor de la calle.
Seamos conscientes: Nos encontramos en un momento en el que el poder judicial se ha convertido en poco más que en una triste pantalla de contención, un escueto y ridículo maquillaje para una bestia a que le arden los ojos. ¿Dónde está el orgullo de los jueces, su flamante independencia, cuando es vergonzosamente evidente que sus órdenes las están firmando como meros secretarios del Ejecutivo ahí cuando no son directamente puenteados por la fiscalía? El argumento de la ilegalidad del referéndum se ha convertido en una baba pegajosa que desde el Partido Popular no paran de escupir, bien a sabiendas de que la legalidad para ellos no es más que una cuestión discursiva y que no les suscita ningún interés específico. Y la escalada represiva en la forma de entender lo que es legal y lo que no está tomando un carácter claramente dictatorial, en el sentido de: es ilegal todo lo que no esté permitido, pues, si asumiéramos como válidos los argumentos que está utilizando cualquier tipo de propaganda que atentase contra las proposiciones de la constitución serían igualmente ilegales, como por ejemplo una bandera republicana, ya que ésta atenta claramente contra lo establecido en el orden constitucional, y ya bien por el uso de la misma podríamos ser detenidos.
Llegado a este punto ya tendríamos suficientes argumentos en pos de la celebración de un referéndum -o no sé si incluso de una declaración unilateral- pero es que aún hay más. Si hace algún tiempo aún podíamos pensar que el independentismo no era más que una manipulación popular al servicio de las élites, cabe decir que ya no más cabe pensarlo. El independentismo, llegada esta hora, ha desbordado por completo a sus propios promotores -a excepción seguramente de la CUP- y se ha convertido en un movimiento ciudadano en pos de la democracia. Como decían durante el acto en defensa del derecho a decidir en Madrid el pasado 17 de septiembre: «porque el Estado español no permite una vía democrática para Cataluña, Cataluña crea una vía política hacia la democracia para todos los pueblos en el Estado español». Nos encontramos ante una fórmula que, aún desesperada, no puede dejar de resultarnos indiscutible en su perfección democrática. Y aunque en cierto modo no podamos dejar de considerar que es trágico haber llegado hasta aquí y que si hubiésemos logrado construir una república a tiempo -o al menos, aunque fuera, otro gobierno- nunca hubiéramos llegado hasta este punto, no podemos dejar de asumir, a la vez, que el procés ciertamente está abriendo una nueva ventana de oportunidad para el resto de pueblos del Estado.
Podríamos añadir que no es esto lo que hubiésemos querido o que la situación ha terminado colapsando debido a los constantes fracasos de la izquierda, pero al menos deberíamos alegrarnos de que, pese a todo, pase algo, de que el pueblo de Cataluña nos demuestre que aún hay algo que podemos hacer, y no hay que rendirse en la búsqueda de una sociedad más justa y democrática, por heterodoxas que nos puedan resultar las fórmulas. Justamente decía Puigdemont hace unos días que «no subestimen la fuerza del pueblo de Catalunya; pueden tener muchos Mazas y BOE pero no tienen la fuerza de un pueblo que ha tomado la decisión de decidir y plantarse ante un comportamiento antidemocrático». Y muy en serio habrían de haberse tomado estas palabras en la Moncloa antes de actuar. Aunque claro que para el PP éste habría de resultarles un discurso incomprensible, pues el nacionalismo español -esa carcasa hueca- que es el único que conocen, dista mucho de aquel otro que se ha configurado como un corpus de un nuevo discurso en pos de la democracia en Cataluña.
Ésta es la diferencia a la vez con las identidades y las patrias que ahora nos toca por recuperar y enaltecer por el resto de las regiones peninsulares. Nos toca ahora volver a granar la tierra que dejamos al abandono, recuperar nuestra cultura e identidad popular, republicana y solidaria con el resto de naciones hermanas que configuran la península. Y estaría bien empezar a hacerlo en la defensa de Cataluña, ya que si acaba derrotada será una derrota para todos los pueblos, así como si ganan será igualmente para todos, entre Luanco y tarifa, ente La Palma Y Mahón.
Finalmente, quizás sea un delirio soñar con una unión de repúblicas ibéricas, pero si algo queda claro es que estamos en la alborada de un nuevo Estado que está por construir y que será determinado (¿determinados?) por quienes tengan ahora la astucia y la sagacidad de tomar la iniciativa y llevar el liderazgo en esta situación de conflicto. Y que no va a parar, pues la situación ha sobrepasado en mucho el marco en que una negociación entre élites lo podía controlar. La estrategia de Rajoy consiste y va a consistir en bloquear lo máximo posible a su adversario sin destruirlo para obligarle a negociar e intentar así que todo vuelva cuanto antes a la normalidad, pero esa opción está lejos de poder ocurrir, sencillamente porque se ha llevado a cabo de forma tan torpe que ha puesto en pie a toda la sociedad catalana para impedirlo.
Decía Julio Angita que en su opinión al final alguien mandaría parar tanta locura y que se sentarían a negociar, ofreciendo una salida razonable y pactada del conflicto. Pero, personalmente, considero que hoy ese escenario ya no es posible, pues esta opción ya no sería suficiente para en pueblo que ha quedado absolutamente convencido de que quiere votar. En pos de ello se está hablando de organizar una huelga general, veremos, pero si algo queda claro es que ahora mismo nadie conoce la potencia real de lo que puede llegar a pasar y que sea como sea deberemos estar atentos y tomarnos muy en serio los acontecimientos que aún están por ocurrir.
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