En la obra El emperador, el periodista Ryszard Kapuscinski relata el esperpéntico anecdotario del monarca absoluto de Etiopía Haile Selassie, a mediados del siglo pasado. En una de esas anécdotas señala que el emperador se reunía con otros cargos del país o del extranjero a solas y sin tomar ninguna nota escrita: «El informarse oralmente tenía […]
En la obra El emperador, el periodista Ryszard Kapuscinski relata el esperpéntico anecdotario del monarca absoluto de Etiopía Haile Selassie, a mediados del siglo pasado. En una de esas anécdotas señala que el emperador se reunía con otros cargos del país o del extranjero a solas y sin tomar ninguna nota escrita: «El informarse oralmente tenía una enorme ventaja: si era necesario, el Emperador podía declarar que tal o cual dignatario le había informado de algo muy distinto a lo que realmente había sucedido y aquél no podía defenderse al no disponer de ninguna prueba por escrito». En ese momento recordé un detalle que me contó el coordinador de Izquierda Unida, Cayo Lara, sobre su reunión con Juan Carlos de Borbón en el Palacio de la Zarzuela en septiembre de 2009. Me llamó la atención que, siempre conforme al criterio del anfitrión, no hubiese ningún testigo de aquel encuentro ni mucho menos se recogiera ninguna nota formal de la allí hablado.
Como era lógico, a su salida Cayo Lara contó a la prensa y compañeros de su organización cómo se desarrolló la conversación, pero cualquier cosa que dijese o hubiera sucedido en la reunión no podría haber sido constatada por ninguna persona o registro. Estoy convencido de que ese sistema es el más adecuado para garantizar el desconocimiento sobre lo que sucede en muchas reuniones del monarca. Si éste comete algún desliz, dice alguna estupidez o hace algún comentario inapropiado sólo quedará el testimonio del interlocutor que nunca podrá ser corroborado por nadie que no sea el propio Borbón. Si hubiese un tercero, bien funcionario de palacio o asesor del invitado, éste podría testimoniar de forma libre sobre lo sucedido y dejar en evidencia alguna palabra del monarca que fuese desafortunada. De ahí la idea de la Casa Real de que no haya testigos de esos encuentros y sólo exista la palabra del invitado contra la de la institución.
Es curioso cuánta similitud con la payasada feudal del emperador etíope, quien tampoco quería testigos ni registros, como señalaba Kapuscinski. Por cierto, también coincido con el maestro polaco en lo siguiente: «El trono irradia dignidad, pero sólo por contraste con la sumisión que lo rodea; es la sumisión de los súbditos lo que crea su superioridad y le da sentido; sin ella el trono no es más que un decorado, un incómodo sillón de terciopelo raído y torcidos muelles». Selassie fue el último emperador de Etiopía, derrocado en 1974 por una revolución socialista.
Pascual Serrano es periodista. Su último libro es «Contra la neutralidad. Tras los pasos de John Reed, Ryzard Kapuścińsky, Edgar Snow, Rodolfo Walsh y Robert Capa«. Editorial Península. Barcelona
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