«La corrupción político-administrativa solo se derrota con organización social y ciudadana». La construcción de socialismo en un solo país es un imposible. Pero también, la instauración del «socialismo» en todo el mundo, de forma simultánea, es otro imposible. La gran equivocación que hemos tenido es creer que la revolución política, el «tomar el poder», la […]
La construcción de socialismo en un solo país es un imposible. Pero también, la instauración del «socialismo» en todo el mundo, de forma simultánea, es otro imposible. La gran equivocación que hemos tenido es creer que la revolución política, el «tomar el poder», la acción «desde arriba», es el «acto determinante» en el paso del modo de producción capitalista a uno socialista, o mejor, comunista. Los modos de producción se van transformando paulatinamente, las revoluciones políticas son momentos de crisis en donde las clases sociales se disputan el poder del Estado, y tratan, a veces infructuosamente, de acelerar el paso de un modo de producción a otro. No niego la necesidad ni la existencia de las revoluciones políticas, lo que creo es que hay que saber que los aspectos económicos y culturales son determinantes para avanzar hacia la construcción de nuevas relaciones de producción («nueva sociedad»), y hay que sintonizarse con el estado actual de las relaciones existentes para poder «remar» en la dirección correcta, sin caer en voluntarismos vanos que muchas veces terminan siendo contraproducentes.
Hoy debemos realizar esfuerzos por hacer lo correcto «desde arriba», especialmente abrirle paso a las economías colaborativas y ambientalistas. No creer que por decreto eso se puede hacer, es la acción cotidiana de la gente la que construye lo «realmente nuevo». Por ello, paralelamente a la acción política «desde arriba» hay que trabajar «desde abajo» para transformar nuestras vidas desde los auto-gobiernos, desde los nuevos «soviets» (comités populares) que deben ir mucho más allá de las tareas «estatales estrechas» y abordar la acción asociativa y colaborativa real, aprovechando la «acción desde el Estado heredado» pero sin depender de él. En esta «otra tarea» debemos centrar nuestros principales esfuerzos, en donde lo cultural es fundamental.
En el Cauca (Colombia) ya existen gérmenes de esos «auto-gobiernos», construidos silenciosamente por la gente, pero no los vemos por estar buscando otras cosas. Hay asociaciones de productores, acueductos comunitarios, consejos y cabildos, redes organizativas diversas, que hay que potenciar y coordinar para actuar con mayor contundencia. Y en Colombia y el mundo también existen y están en pleno desarrollo.
En la coyuntura colombiana con un gobierno de la Coalición Colombia, se puede avanzar en derrotar la polarización y la corrupción político-administrativa, pero no ilusionarnos con grandes cambios estructurales que son imposibles de hacer «desde arriba» (ya lo ha demostrado la experiencia de los países vecinos), pero si podemos avanzar en superar la falsa democracia «colonial» que tenemos y que no superaremos «por decreto», sino sacando a los corruptos clientelares de los gobiernos, ir despacio, mientras creamos y reconstruimos el movimiento social, apoyándonos en nuevos sectores sociales que han surgido que son en realidad nuevas formas de proletariado, pero con particularidades especiales como los «profesionales precariados» y los pequeños y medianos productores del campo y de la ciudad, y el surgimiento de lo que algunos llaman, el «pro-sumidor» (productor y consumidor, a la vez), como parte y resultado del enorme desarrollo de las fuerzas productivas.
El problema es que hemos idealizado la «revolución», y muchos revolucionarios se enamoraron del «momento épico», creyendo que la creatividad y la transformación solo se puede hacer en esos momentos de crisis, y por tanto, no pueden ser revolucionarios en la lucha cotidiana y «gris», en el trabajo productivo, cultural, social, en la «fiesta de la vida», construyendo tramas y tejidos de largo plazo. Es un aspecto cultural, propio del revolucionarismo pequeño-burgués, que cree que la protesta es la esencia de la revolución.
Y además, fruto de esas idealizaciones, no somos tampoco revolucionarios en la lucha electoral, caemos en nuevas formas de clientelismo, en construir empresas electorales, cerradas y burocráticas, y terminamos reproduciendo lo que supuestamente queremos derrotar. El afán de «ganar», el «ansia de poder», nos lleva a hacer «politiquería de nuevo tipo», a creernos los «salvadores supremos del pueblo», y terminamos estimulando falsas expectativas sin comprometer de verdad a la gente en las tareas transformadoras que todos debemos hacer.
Nota navideña: Les deseo a tod@s unas felices fiestas y vamos a ver cómo -con creatividad y realismo- hacemos el trabajo político-electoral que nos hemos propuesto.
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