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Sobre «La doctrina del choque» de Naomi Klein

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Hubo izquierdistas que solían pensar que, por lo menos como axioma general, si no dentro de un plazo determinado, el capitalismo estaba condenado. Cuando llegué por primera vez a EE.UU., a comienzos de los años setenta, había suficiente exuberancia en el aire como para que hasta reformistas de modales suaves impulsaran planes para la abolición de la Reserva Federal, del Banco Mundial e instituciones similares.

Pero actualmente, la mayoría de esos mismos izquierdistas creen que el capitalismo es invencible y se arrojan temerosamente copiosas documentaciones detallando la maldad eficiente de los ejecutivos del sistema. Internet sirve para amplificar esta penetrante mieditis hasta convertirla en una actitud catastrofista. Imbuye a la mayor parte de la izquierda anglófona al oeste del Atlántico después de siete años de Bush y Cheney, y forma el marco de «»The Shock Doctrine, The Rise of Disaster Capitalism» [La doctrina del choque, El auge del capitalismo del desastre] de Naomi Klein.

Al comienzo Klein se permite un contundente toque de trompeta de intrépida pionera:

«Este libro es un desafío a la afirmación central y más valorada en la historia oficial – que el triunfo del capitalismo desregulado nació de la libertad, que los mercados libres irrestrictos van mano en mano con la democracia. En su lugar, mostraré que esta forma fundamentalista de capitalismo ha sido consistentemente traída a la vida por las formas más brutales de coerción, infligidas al cuerpo político colectivo así como a innumerables cuerpos individuales.»

El arco de triunfo al que alude abarca el medio siglo desde los ataques del gobierno de Eisenhower contra el nacionalismo político y económico en Irán y Guatemala a comienzos de los años cincuenta, al ataque de EE.UU. contra Iraq en 2003 y su subsiguiente ocupación. No se trata de décadas en la que los apólogos oficiales hayan estado protegidos contra desafíos hasta que la Sra. Klein se lanzó a sus investigaciones. Hay estanterías repletas de libros sobre las horrendas consecuencias de las intervenciones clandestinas y las matanzas organizadas por, o que contaron con la complicidad de, EE.UU. en nombre de la libertad y del camino capitalista. La propia bibliografía de Klein prueba que hay mucho trabajo detallado sobre el ataque neoliberal que ganó en fuerza desde mediados de los años setenta, marchando bajo los colores intelectuales de uno de sus archi-villanos, el difunto Milton Friedman, el economista de la Escuela de Chicago.

El sitio en el que Klein presumiblemente reivindica originalidad es en la identificación de la taxonomía de esta «doctrina del choque,» la última en las fases de «destrucción creativa» del capitalismo, como describiera Schumpeter el alma del sistema. Así que ella describe el choque de un ataque repentino, sea el derrocamiento de Salvador Allende en Chile en 1973 o el bombardeo de Bagdad en 2003; el choque de torturadores que utilizan técnicas de privación sensorial y electrodos primitivos para inspirar miedo y aquiescencia; el «tratamiento de choque» económico de Friedman. Combinados y elaborados metódicamente, estos ataques corresponden ahora, según Klein, a un nuevo y aterrador capítulo en la historia de la depredación capitalista.

Klein comienza con un capítulo sobre los experimentos de «desesquematización» auspiciados por la CIA, de ese monstruo, el Dr. Ewen Cameron del Allan Memorial Institute de la Universidad McGill, y declara explícitamente que la tortura, aparte de ser un instrumento, es «una metáfora de la lógica subyacente de la doctrina del choque.» Por cierto, no es un crimen utilizar tácticas literarias de choque para concentrar la atención en el diseño deliberado y sadista de un trauma social colectivo. Pero, como sucede a menudo después de un choque, se termina por recuperar un sentido de la proporción, que no es demasiado halagüeño para mayores pretensiones.

El capitalismo, después de todo, ha sido siempre una doctrina de choque de depredación egoísta, como puede verse en Hobbes y Locke, Marx y Weber, ninguno de los cuales fue saludado por Klein. Léanse los relatos vívidos de los Hammonds sobre los cercamientos ingleses del Siglo XVIII, cuando los aldeanos encontraban clavado en la puerta de la iglesia parroquial un anuncio de que las tierras comunes habían sido privatizadas. Puede que los que protestaban no hayan sido «desesquematizados» pero fueron rápidamente ahorcados o enviados a Botany Bay [asentamiento para convictos en Australia, los primeros occidentales en poblar de modo permanente Australia, N. del T.] Klein podría haber utilizado a Karl Polanyi para algo mejor que un epígrafe. La desgarradora conversión de sociedades campesinas a los cultivos comerciales, a la propiedad privada, a la dependencia del empleo, siempre ha sido brutal.

Los Chicago Boys arrasaron el cono sur de Latinoamérica en nombre de la empresa privada sin restricciones, pero 125 años antes un millón de campesinos irlandeses murieron de hambre mientras el trigo irlandés era exportado en barcos que ondeaban la bandera del liberalismo económico. Klein escribe sobre «el nacimiento sangriento de la contrarrevolución» en los años sesenta y setenta, pero cualquiera página de las historias de los presidentes Jackson, Polk o Roosevelt revela una continuidad sombría y ensangrentada con el pasado. ¿Desesquematización? Niños indígenas fueron arrancados a sus familias y castigados por cada palabra hablada en su propio lenguaje, incluso cuando esclavos africanos recibían nombres cristianos y se les prohibía que utilizaran los suyos, o que tocaran tambores. En medio del choque de la Guerra Civil, los republicanos retardaron varios años la liberación de los esclavos, mientras se apresuraban a utilizar la crisis para establecer un sistema bancario y monetario a su gusto.

Igual como existe una continuidad en la depredación capitalista, existe una continuidad en la resistencia. Es donde el catastrofismo de Klein deforma el cuadro. Su metáfora fundamental para el ataque contra Iraq es el bombardeo inicial de «choque y pavor,» hecho para anestesiar a las fuerzas de Sadam y a la población civil en general para lograr una rendición instantánea y el sometimiento a largo plazo. Pero «choque y pavor» fue una bancarrota. No funcionó. Su valor, incluso como metáfora, es inútil, excepto como ilustración de lo que pueden promocionar a bombos y platillos los belicistas de salón en Washington. Después de decidir sensatamente que no combatirían o morirían siguiendo la agenda estadounidense, muchos de los soldados de Iraq se reagruparon para comenzar una resistencia efectiva. Los civiles iraquíes siguen luchando lo mejor que pueden bajo condiciones horribles y, sin haber sido desensibilizados, dicen a los encuestadores que desearían que los estadounidenses se fueran de inmediato.

El neoliberalismo de «la terapia de choque» realmente no está asociado demasiado de cerca con Milton Friedman, sino más bien con Jeffrey Sachs, a quien Klein ciertamente dedica muchas páginas útiles, a pesar de que Friedman sigue siendo la estrella sombría de su historia. Sachs introdujo primero la terapia de choque en Bolivia a comienzos de los años noventa. Luego fue a Polonia, Rusia, etc., con el mismo modelo de terapia de choque. La frase contagiosa de Sachs en aquel entonces era que «no se puede saltar sobre un abismo paso a paso,» o palabras en ese sentido. Es realmente donde se conformó el neoliberalismo contemporáneo. Y, no fue sólo Sachs.

También hubo otros economistas de la tendencia dominante ligeramente a la izquierda del centro, sobre todo Summers, y también Paul Krugman. Habla a favor de Krugman el que se haya retractado; Sachs también, pero sólo parcialmente. Es verdad que se puede afirmar que todo parte de Friedman. El libro de David Harvey: «A History of Neoliberalism,» realmente rastrea los orígenes del neoliberalismo hasta Friedman en Chile. Es una perspectiva interesante. Pero, como señala el economista de izquierdas Robert Pollin, culpar a Friedman por todo el asunto, y no cómo lo siguió toda la corriente económica dominante – incluyendo a los «liberales» como Sachs, Krugman, y Summers – es sacarlos del atolladero y deformar la historia.

Como subraya Pollin, un economista brillante y creativo que pasa gran parte de su tiempo proponiendo contra-modelos progresistas – tanto para naciones africanas como para países capitalistas avanzados -, «es importante golpear a los Sachs del mundo al respecto, porque están cambiando, lentamente. Para que el mundo cambie, sus puntos de vista de los años ochenta y noventa tienen que ser totalmente desacreditados. No basta con decir solamente que Milton Friedman fue un ultraderechista y dejar las cosas ahí.»

Hay inmensas economías del tercer mundo que han sido arrasadas por el neoliberalismo aunque no han sufrido «la doctrina del choque» a través de los tormentos que esa frase define según Klein. India, a comienzos de los años noventa, no era víctima de bombardeos físicos de «choque y pavor.» No se infligían torturas mediante artefactos de electrochoques o técnicas de privación sensorial. No había escuadrones de la muerte aniquilando por los campos. Si Friedman asesoró al Partido del Congreso o al BJP, esto no lo registra Klein, quien sólo otorga una breve mención a India. Sin embargo, las políticas neoliberales impulsadas por el Banco Mundial y otras agencias multilaterales y adoptadas también con entusiasmo por políticos autóctonos y funcionarios gubernamentales – muchos originados en una tradición keynesiana (o de más a la izquierda) – han sido ciertamente arrolladoras y salvajes en sus consecuencias. Mes tras mes en CounterPunch, P. Sainath ha descrito la inmiserización de 500 millones de campesinos partiendo de circunstancias que ya eran malas para comenzar, junto con los suicidios de agricultores arruinados – un total que ahora asciende a bastante más de 100.000. India no tiene cabida en el modelo de la «doctrina del choque» y del «auge del capitalismo del desastre» de Naomi Klein, lo que sugiere las limitaciones de ese modelo.

Los capitalistas tratan de utilizar la desarticulación social y económica o un desastre natural – Nueva Orleans es sólo el último ejemplo – para su ventaja, pero lo mismo hacen aquellos que oprimen. La guerra ha sido la madre de muchas revoluciones sociales positivas, igual que los desastres naturales. La incompetencia de la policía y de las fuerzas de emergencia mexicanas después del inmenso terremoto de 1985 provocó una inmensa convulsión popular. En Latinoamérica ha habido ataques de choques y doctrinas de choques durante 500 años. Ahora mismo, en Latinoamérica, el péndulo se aparta de los años de tinieblas, de las doctrinas de los escuadrones de la muerte y de Friedman. La indignación de Klein es admirable. Sus denuncias específicas a través de seis decenios de infamia son a menudo excelentes, pero en sus ambiciones más amplias la traicionan sus metáforas. Desde el punto de vista anticapitalista ella va demasiado lejos en su pesimismo. Un capitalismo que prospera mejor en lo anormal, en los desastres, se encuentra por definición en decadencia. Como lo dijera Casio: «»La culpa, querido Bruto, no reside en nuestras estrellas, sino en nosotros mismos, que somos subalternos».

http://www.counterpunch.org/cockburn09222007.html

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