Sobre los retos que tiene por delante la Marea Verde para pasar de una eficaz herramienta de expresión a una de contrapoder capaz de prolongarse, ampliarse y sobrevivir. La huelga de la educación ha vuelto a ser un éxito. No solo ha parado en un elevado porcentaje la mayoría de los centros de enseñanza, sino […]
Sobre los retos que tiene por delante la Marea Verde para pasar de una eficaz herramienta de expresión a una de contrapoder capaz de prolongarse, ampliarse y sobrevivir.
La huelga de la educación ha vuelto a ser un éxito. No solo ha parado en un elevado porcentaje la mayoría de los centros de enseñanza, sino que, para horror del gobierno, las camisetas verdes han vuelto a invadir las calles. El problema es que el éxito no basta.
El éxito es el resultado de un encuentro puntual de fuerzas que toman cuerpo por un tiempo, pero lo hacen en el caso de una manifestación o de una huelga en el marco de una estructura altamente disipativa, una estructura que no dura y queda reabsorbida por las distintas corrientes de fuerzas que reproducen la normalidad social capitalista.
Una protesta, una reivindicación que no parta de una potencia propia y que solo unifique fuerzas frente a un enemigo juega en el terreno del enemigo, en su campo de fuerzas. Esto es posible y aún necesario para empezar, pero, por definición, no es una fórmula que permita vencer. Para vencer hay dos soluciones : o bien se liquida el campo de fuerzas del poder mediante una insurrección o una revolución, o bien se opta, como el pueblo judío en la Biblia, por el éxodo. Lo primero, un enfrentamiento social masivo con el régimen destinado a hacerlo caer, no parece un objetivo posible para un movimiento social sectorial como la Marea Verde.
Para alcanzar ese objetivo, las distintas Mareas, los distintos grupos que defienden a sectores agredidos por la deudocracia, tendrían que formar una enorme marea democrática capaz de dotarse de un programa político de ruptura. No estamos todavía en eso.
En los distintos sectores, y en concreto en la Marea Verde, tenemos que organizar nuestras propias bases en un movimiento provisional de éxodo que no es necesariamente incompatible con un momento insurreccional posterior, sino que lo prepara. Como sabía Mao Zedong, para que la guerra popular prolongada tenga posibilidades de éxito, no todo puede jugarse en el frente y aún menos nuestra propia consistencia como nueva organización de la sociedad (ordine nuovo, «orden nuevo», decía Gramsci antes de que este término quedara secuestrado y prostituido por fuerzas oscuras).
Carece de consistencia la voluntad abstracta que persigue un ideal sin haber realizado ya su deseo en su propia acción. Si queremos educación pública y otros servicios públicos, si queremos los bienes comunes necesarios para la vida civilizada, no podemos esperar a que el Estado privatizador nos los regale: nuestro objetivo -incluso si fuerzas amigas llegan al gobierno- es neutralizar la acción privatizadora y expropiadora del Estado y constituir desde abajo un espacio público y unos servicios públicos no estatales.
El Estado no constituye lo común, en el mejor de los casos lo tutela y lo gestiona, en el peor se comporta como propietario de unos bienes que la sociedad le ha confiado, pero que no son suyos y puede en cualquier momento privatizarlos, robárselos a la sociedad. La única garantía de que esto no ocurra es que se disponga de bienes comunes al margen del Estado, que la propia sociedad desarrolle sus propios servicios públicos y tutele sus propios bienes comunes. Lo público y lo estatal no solo no coinciden, sino que, como vemos hoy, pueden entrar en abierta contradicción cuando el Estado en régimen neoliberal no solo es Estado propietario (como en la doctrina política y jurídica clásica) sino Estado empresario privado, Estado privatizado y privatizador. Sin una base social que constituya unos comunes ajenos a todo control estatal, la batalla está perdida. Como afirma el maestro Althusser: «Hay que empezar por el comienzo» y este es siempre ya lo que queremos. Nos espera una larga marcha.
Lo primero es desobedecer la ley desde los propios centros y por todos los medios. Lo segundo luchar contra la privatización, por ejemplo poniendo a disposición manuales gratuitos. Tercero: hacer participar a padres, alumnos, gente del entorno en la gestión efectiva de los centros públicos. Todo esto dentro del Estado. Fuera (si existe ese «fuera») organizar todo un sistema cooperativo de enseñanza y de apoyo a la enseñanza y a la educación popular.
No es nada revolucionario (o tal vez sí, pero no utópico): se trata de lo que ya hacía el movimiento obrero a finales del XIX y principios del XX con las casas del pueblo, los ateneos libertarios, etc. Hay ya en marcha muchas iniciativas de este tipo, cada una de ellas con características propias, desde la cooperativa Artefakte de Barcelona, que publica libros e imparte cursos muy interesantes y de excelente nivel, hasta la Universidad Popular de Ciempozuelos, pasando por una amplia red de centros sociales, centros culturales alternativos, entre los que figura el de Móstoles junto a otros muchos de la periferia madrileña, buenos periódicos alternativos como Voces de Pradillo, etc., etc. Esto no quita que haya que ganar las elecciones (hoy día, en Europa occidental, pero también en la propia América Latina, la insurrección popular tiene un inevitable momento electoral) y participar en instancias de gobierno a todos los niveles, en la perspectiva de frenar al Estado privado-privatizador y, de apoyar desde los poderes públicos los medios y marcos de empoderamiento social ya existentes.
El comunismo no es para un lejano porvenir, sino una necesidad vital del hoy y se va construyendo ya mismo. Los capitalistas lo han entendido mejor que nosotros y utilizan en su gestión del trabajo vivo las relaciones comunistas que caracterizan a nuestra especie: la comunicación, el lenguaje, los afectos, la capacidad de autoorganización y de cooperación horizontal, etc. Esas mismas fuerzas que el capital secuestra mediante disciplinas de empresa o mediante el sutil control financiero de la deuda, pueden ya ser libres: son las que crean el mundo, no es el capital y aún menos la forma particularmente parasitaria del poder financiero que lo crea. Parece que la izquierda mayoritaria llevase una revolución del capitalismo de retraso…».
Blog del autor: http://iohannesmaurus.blogspot.com
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