El discurso de Sánchez estuvo repleto de torpezas evitables. La mayor fue no decir la verdad. No dibujar la crisis que viene. El presidente no aludió a la economía de guerra. No enumeró ninguna medida estructural. No dio indicios de que vendrían
1- La semana pasada Rusia presentó una serie de planes para adaptar su economía a la guerra. Eso es importante. Contrariamente a lo que se supondría, los países autoritarios son reacios a ese tipo de medidas. Más bien tienden a disimular las guerras en su interior. Hasta que ya no pueden más. Momento en el que practican la economía de guerra. Radical, rigurosa, retrasada y, comúnmente, un tiempo antes de perder la guerra. Rusia, en todo caso, ha avanzado en esta ocasión. A través de decretos ha explicitado la guerra en su economía. Y, si bien las fuentes no son fiables ni directas –desconozco el ruso; las he leído en prensa inglesa–, parece ser que son medidas que tienden a garantizar los suministros, antes que el reparto de la penuria. Establecen turnos intensos en la industria armamentista, amplían horarios laborales, fijan la imposibilidad de huelgas, así como la imposibilidad de que una empresa se niegue a aceptar encargos del Estado.
2- Rusia se adelanta, en todo caso, a Europa. En Europa no se ha accedido a la economía de guerra, esa cosa que hacían con premura las democracias para evitar una mayor injusticia de la guerra. Lo que explica que las democracias europeas tienen el mismo miedo que antaño tenían los sistemas autoritarios para proclamar la economía de guerra. Lo que, a su vez, dibuja a las democracias europeas como un sistema en crisis, con la presencia en su interior ya de signos autoritarios, como el de alejar la guerra de la opinión pública y, más aún, de la economía.
3- Es más, el grueso de las medidas europeas no inciden en el reparto de la injusticia, sino que, à la russe, inciden en garantizar suministros, a través de la subida del presupuesto armamentístico en un 2%. Esto es, a través de la rebaja del Bienestar, la forma de la democracia en Europa –se dice rápido–, ya seriamente herida en la pasada década. El resto de medidas son lentas y extraordinarias/puntuales, y no inciden en el reparto del sufrimiento, sino que crean deuda –esto es, sufrimiento– a devolver, en el futuro, a las empresas energéticas. La excepción ibérica sería el modelo, y la ausencia de plan al respecto en el resto de Europa, su complemento. Una metáfora de la ausencia de planificación sería el cambio de importador del gas en España. Se ha pasado del gas de Argelia, barato, al de EE.UU., caro. Y no ha existido ninguna explicación al respecto que haga al fenómeno comprensible. Una metáfora, a su vez, sobre el reparto del sufrimiento realizado: las fabulosas sanciones a los oligarcas rusos. Tenían que ser la pera. Bastarían para canalizar el conflicto. En todo caso, no se habla de ellas desde hace meses. La razón: se han paralizado. No existen. Han llegado a su tope. Su tope, como advertía Piketty, era el de no molestar a las economías irregulares de los Estados. A su tratamiento de las fortunas. A los oligarcas rusos, en fin, les ha pasado lo que a Juan Carlos I y por la misma razón. Nada. La metáfora dentro de la metáfora: Italia parece ser, con la escasez de datos de la que disponemos, el Estado que más ha recaudado por sanciones a millonetis rusos. El monto que comunica –es un depósito, a devolver en el futuro– no supera la recaudación histórica por la Ley Mordaza, sin devolución posible. Lo que por sí solo habla de crisis democrática en Europa –y más, en España– y de ausencia de reparto, de capacidad y de cultura para el reparto, incluso.
4- Hace escasas horas Rusia ha reducido un tercio el suministro de gas a Italia, y Alemania ha comunicado la inquietud de que las restricciones estivales de gas ruso, por el mantenimiento del gaseoducto, pueden ser definitivas. Son indicios de que la drôle de guerre finaliza. Y de que empieza otra gradación de la guerra. Si eso es así sería en otoño, con una Europa sin las reservas previstas al 80%, y con gas licuado procedente de proveedores más caros. Un festival. Más aún sin economía de guerra.
5- Algo pasa en Berlín, por cierto. Se han asignado zonas de refugio y evacuación en caso de bombardeo –sic–, y se están comunicando a la ciudadanía serias restricciones en otoño. La construcción de un depósito gigante de agua caliente, que facilitaría agua a los domicilios –cuando en los domicilios no se pueda calentar; ese es el mensaje–, no solo es una estructura de guerra, sino propaganda de guerra. Y un aviso. Alemania es la gran ausente en esta crisis. El motor de Europa, que provoca cambios cuando arquea las cejas, no arquea las cejas ni con la inflación al nivel del azafrán. Está ensimismada. Esto es, en sí y para sí. A ver qué nos dice cuando así lo decida.
6- España es la inflación más alta de Europa. No mucho más. Lo que es determinante es que esa diferencia viene, mayormente, del precio de la energía y de los combustibles. Lo que habla de un abuso longevo, que viene de lejos. De un mal estructural y estructurado. Y, por ello, solucionable desde la política local. Y nunca corregido desde ella. La inflación es, a su vez, una injusticia, una ausencia de reparto. Provoca que un asalariado gane un 10% menos, por ejemplo. Y, por lo mismo, provoca que un rentista pueda comprar una casa por un 10% menos, por ejemplo. Indicios como estos eran la razón del interés hacia el discurso de Pedro Sánchez, con el que se iniciaría el Debate del Estado de la etc., y del que desde hacía días se puso férrea voluntad en filtrar que sería histórico.
7- No lo ha sido. Un periodista debe medir sus palabras. Lo que sigue es la medición de mis palabras.
8- Sánchez ha arrancado con novedades léxicas, prometedoras. La explicación de la inflación a partir de la pandemia y de la guerra. Bien. Una alusión al precio de la energía como la corona de espinas de la inflación local. Bravo. Valiente, incluso. Alusiones al poder del Gobierno para modular la inflación –algo muy relativo; el BCE es el bicho que custodia las medidas más importantes–. El anuncio solemne del reparto del sufrimiento de esta crisis y, con ello, una descripción crítica de la anterior crisis –en la que, recordemos, el PSOE participó en el otro bando, promoviendo incluso el fin del Bienestar en la CE78, a través de su reforma–. Posteriormente, la cosa ha empezado a torcerse. O a explicitarse. En política, en fin, no existen los cambios radicales, sino los paulatinos. No puede haber movimiento donde no ha habido, previamente, su indicio.
9- Presentó a España como vinculada a la defensa de Europa –no acaba de ser exacto; la UE también es una organización de autodefensa, pero en esto de la guerra estamos en modo OTAN, bajo mando americano, hasta que Francia y Alemania decidan, llegado a un punto, si la recesión consecuente merece la pena–, en un mundo post-guerra fría, en el que, señaló Sánchez, la división ya no es comunismo-capitalismo, sino legalidad internacional-ilegalidad internacional. Lo que deja aún más sin explicación el giro africano del Gobierno, y la deslocalización en Marruecos de la defensa de la frontera, con criterios alejados, definitivamente, de los DD.HH. Es difícil, por cierto, para una sociedad y para un sistema político, saber que el asesinato es, explícitamente, un recurso vigente. Eso tiene su peso y su lastre y culpa. Lo cambia todo. Matar tiene una repercusión ética, cotidiana, y que aún, por ello mismo, no podemos calcular. Posteriormente a todo esto, Sánchez enumeró las medidas económicas propuestas, en un tono épico y animoso, muy superior en épica y ánimo a lo anunciado, me temo.
10- El grueso de las medidas anunciadas ya existen en Europa. Las emiten –como el impuesto a las energéticas– gobiernos sumamente alejados de la socialdemocracia. O –impuesto a la banca– las defiende el BCE. La medida más importante y original –y dentro de las escasas medidas de contención de la inflación de las que dispone un Gobierno de la UE, con escasa soberanía en ese pack– son los bonos gratuitos de Renfe para trenes de cercanías y media distancia. Algo sexi. Le siguen los aludidos y nebulosos impuestos especiales a la banca y a las industrias energéticas. Son nebulosos porque especifican que los impuestos convencionales son una broma, y porque lo extraordinario suele ser lo contrario a lo estructural. Son más nebulosos aún porque el Gobierno/Moncloa/PSOE/Hacienda renunció, hace una semana, a una reforma fiscal, lo que es un serio aviso de su ambición ante el reparto del sufrimiento.
11- En el resto de medidas la crisis climática y de combustibles fue una nota de color. Esto es, algo muy alejado, incluso, de lo no estructural. Se plantean becas para los ya becados –no se prevé, parece, una aumento de la desigualdad y, con él, del abanico de destinatarios de las becas; no prever aumento de desigualdad es un indicio del no prever, me temo–. Se alude a un pacto de rentas, algo preocupante cuando lo propone un Gobierno que, lo dicho, ha abandonado la reforma fiscal, ese pacto de rentas desde otro lado, más democrático. Seguimos, en fin, con un IRPF atrapa-asalariados, y con excepciones fiscales para los grandes velocistas estipuladas en el 30% –en el resto de la UE la media es del 5%–. Lo que es un decálogo.
12- A pesar del dominio del directo de Sánchez, animoso, el discurso estuvo repleto de torpezas evitables. Y descomunales, lo que evita la comprensión del conjunto. Como la emisión de la frase “construcción de 12.000 viviendas en Madrid”, única propuesta para el apartado vivienda, y que sonó, y suena, fatal. La mayor torpeza, no obstante, fue no decir la verdad. No aludir, no dibujar la crisis que viene. Sí, se aludió a posibles cortes y carencia de servicios energéticos. Pero no se aludió a lo que pueda venir a través de las medidas propuestas –las propuestas deben de ser por sí mismas, una gramática de la situación; no lo son–. Sánchez no aludió, en fin, a la economía de guerra. No enumeró ninguna medida estructural. No dio indicios de que vendrían. Esto es, las aplazó. No se puede emplear el tono del discurso presidencial de Independence Day, para no hacer ese discurso.
13- No tengo la menor duda de que habrá medidas estructurales, que modulen el reparto del sufrimiento, y cierta democracia económica en guerra. O la perderán. Empiezo a dudar que el PSOE las emita. Empiezo a dudar que el PSOE sea necesario. En otros Estados, estas medidas, que alivian sin solucionar, que no superan ni rozan a la Comisión, las hacen otros partidos. Si la izquierda no ofrece algo más, desaparecerá, pues puede planificar –la economía de guerra es planificación–, si no mejor, sí antes que la derecha. Está sucediendo en la UE.
14- En la anterior crisis supimos que la instancia es Europa. Que Europa no es un organismo propiamente democrático, que su parlamento importa una higa, y que se debe ser Gobierno para hablar con ella. Ser Gobierno, el actual estado del PSOE, es importante, por tanto. Debería aprovecharlo, para no repetir la anterior crisis, en la que el PSOE, tras la reforma de la CE78, tampoco fue necesario. El PSOE no sería necesario en absoluto si el PP no fuera un partido tóxico, corrupto e incapaz –sí, suena dramático; lo es–. Pero eso no lo hace imprescindible. Sin el PSOE no es el caos. Sin él habría un abandono mayor, absoluto, pero seguiría sin haber medidas estructurales, previsión, corrección. Hablar con la Comisión, presionarla, plantear el conflicto, promover medidas estructurales es el gran rol progresista del PSOE, si así lo desea. Me temo que no tiene otra. Si no puede acceder a eso, tan básico y tan alejado del radicalismo, el PSOE volverá a desaparecer, como en la anterior crisis.
15- La baza del PSOE, y de Podemos/Súmate, es abogar y decir, por otra parte, la verdad. Decir lo que se puede hacer, lo que no se puede, lo que se podría. Evitar el triunfalismo, la victoria continua y, sin ser cenizo, la alegría non-stop. La verdad, visto lo visto, es una suerte de alegría. La verdad es importante. Mucho más en guerra. Que la izquierda diga lo que puede o no puede hacer, lo que pasa, no solo es honesto. Es estructural. No ha sucedido eso, tampoco, en el discurso de Sánchez. El hecho de que el PSOE no asuma soberanías que le respeta la Comisión –como la regulación de alquileres–, es un indicio de lo lejos que le queda lo estructural. Otra vez. Ya son dos en dos crisis.
16- Apostar por el tono antes que por las medidas es apostar por la guerra cultural. Por ser barrido por los profesionales del tono y de la guerra cultural.
Guillem Martínez es autor de ‘CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española (Debolsillo), de 57 días en Piolín de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo) y de Caja de brujas, de la misma colección. Su último libro es Los Domingos, una selección de sus artículos dominicales (Anagrama).