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Sobre los orígenes del capitalismo en España

Fuentes: Rebelión

La evolución de la economía española durante los últimos siglos es la consecuencia de un desarrollo profundamente desigual, a menudo obstaculizado por los mismos sectores dominantes, oligárquicos y conservadores. Con una fase pre-capitalista de expansión económica colonial, pero un posterior estancamiento e incluso un retroceso, precisamente cuando otros países iniciaban la revolución industrial. Con una […]

La evolución de la economía española durante los últimos siglos es la consecuencia de un desarrollo profundamente desigual, a menudo obstaculizado por los mismos sectores dominantes, oligárquicos y conservadores. Con una fase pre-capitalista de expansión económica colonial, pero un posterior estancamiento e incluso un retroceso, precisamente cuando otros países iniciaban la revolución industrial. Con una fuerte concentración de la tierra, trabas legislativas al desarrollo industrial y un bajo nivel de consumo. En estas condiciones, la España absolutista de los siglos XVII y buena parte del XVIII, habría de tardar en levantar cabeza.

En el siglo XIX, la desamortización y algunas mejoras legislativas marcaron el inicio de una cierta recuperación, en la que el capital extranjero tuvo un papel clave, especialmente en sectores como la minería o los ferrocarriles. Pero eso llevó a una fuerte dependencia del exterior y a una concentración industrial centrada casi exclusivamente en el País Vasco y Cataluña. Con la gran crisis de finales del siglo XIX, un marco económico nada favorable a la Primera República, la restauración monárquica vino acompañada de una acentuada tendencia nacionalista (española), que sustituyó progresivamente el capital exterior por un sistema bancario propio, un proceso que se aceleró en las primeras décadas del siglo XX, y que fue acompañado de un mayor intervencionismo, con el apoyo de los sectores agrarios dominantes y, parcialmente, de las burguesías vasca y catalana.

La Segunda República no tuvo tiempo de realizar grandes cambios en la estructura económica, a pesar de una cierta modernización, del inicio de la reforma agraria, o de importantes mejoras sociales. Pero ello no fue obstáculo para que, una vez acabada la guerra civil con la victoria franquista, y anulados todos los intentos colectivistas y socializadores, el modelo autárquico renaciera con más fuerza que nunca. Un modelo basado en la sobreexplotación de la clase trabajadora, totalmente indefensa tras la derrota popular y la durísima represión contra la izquierda política y sindical, ejerciendo una explotación extrema que, de alguna manera, substituía la falta de innovación tecnológica y de acumulación de capital.

Pero el modelo autárquico nacional-sindicalista de los primeros años del franquismo fue un estrepitoso fracaso, lo que llevaría a importantes cambios en la década de los cincuenta, una vez que la derrota del fascismo internacional era ya más que evidente. La apertura económica, que en ningún caso sería política, llegaría de la mano de los tecnócratas más ligados al Opus Dei. Y tendría como ejes fundamentales la liberalización de las mercancías, el incremento del capital exterior, la salida de numerosa emigración hacia diferentes países europeos y el desarrollo del turismo a gran escala. A pesar de un crecimiento muy acelerado, este proceso fue acompañado de consecuencias muy negativas, tales como una fuerte crisis de la agricultura tradicional, el incremento de los desequilibrios territoriales, un desarrollo urbanístico extremadamente especulativo y desordenado, y una grave destrucción del medio ambiente, especialmente en torno a los grandes núcleos urbanos e industriales.

La economía española previa a la transición democrática estuvo marcada por la crisis del petróleo de 1973, por un importante grado de concentración del capital en torno a los principales grupos financieros, una considerable penetración del capital exterior y una acentuada concentración territorial, especialmente en Madrid, País Vasco y Cataluña. Eso sí, con la capital del estado, cada vez más consolidada como centro neurálgico del poder económico, paralelamente al centralismo más extremo en el ámbito político. A partir de aquí, la llegada de la democracia y la progresiva homologación con lo que hoy en día es la Unión Europea, serían ya un tema para otro artículo, un camino hacia un supuesto estado del bienestar que nunca llegó a existir realmente.

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