Desde que tengo uso de razón, he oído que el potencial real de España, a nivel social, económico y democrático, se descubriría cuando esta generación de jóvenes que hemos nacido en democracia y que hemos recibido educación y formación avanzadas, asumiera el protagonismo social y político. Ahora pretenden robarnos esa esperanza, nuestra posibilidad de dar […]
Desde que tengo uso de razón, he oído que el potencial real de España, a nivel social, económico y democrático, se descubriría cuando esta generación de jóvenes que hemos nacido en democracia y que hemos recibido educación y formación avanzadas, asumiera el protagonismo social y político. Ahora pretenden robarnos esa esperanza, nuestra posibilidad de dar respuesta a esas expectativas, de asumir el protagonismo del futuro y el presente del país y generar la sociedad de la que somos capaces.
En lugar de eso, ahora se nos ha desbancado del status de futuro prometedor a la calificación de juventud sobrecualificada. Esto es un crimen, pero sobretodo es un gran error, porque la sociedad nunca está sobrecualificada, sino que la organización social impuesta e institucionalizada es la que se ha quedado atrás. Cuando se nos llama sobrecualificados se hace respecto de la economía que se quiere imponer, una economía decimonónica de salarios bajos, sin servicios públicos, sin investigación ni desarrollo de tecnología, de impuestos injustos a los más pobres, amnistías fiscales, y productos baratos y de baja calidad que generen grandes beneficios a los inversores y a los más ricos de la sociedad. Los que nos llaman sobrecualificados lo hacen respecto de la política que quieren imponer, una política que deje la soberanía a organismos internacionales antidemocráticos, como la UE, el FMI o los famosos mercados. Porque se trata de eso: estamos sobrecualificados para su dominación, que requiere una sociedad pobre en espíritu, organización, capacidades y solidaridad.
No existe la sobrecualificación de una sociedad, sino la obsolescencia de un modelo institucionalizado de organización social, económica y política que no es capaz de potenciar el desarrollo de las posibilidades del pueblo. El problema de España no es otro sino el que nuestras instituciones arcaicas, empezando por la CE78, dan el poder a unas minorías elitistas cuyo futuro ya está obsoleto, cuya única propuesta y esperanza es volver al siglo XIX, y desperdiciar todo el potencial que nos brinda nuestro presente.
Algo que no se recalca suficientemente del movimiento 15-M y todos los movimientos que se relacionan alrededor, es que no es sólo una reacción contra el paro, la falta de democracia, los recortes o la dictadura de los «mercados». Es la creación de un presente y un futuro diferentes, en los que nuestro pueblo pueda desarrollar su potencial y sus expectativas de vida; sus valores, que están mucho más allá del egoísmo psicópata capitalista; sus capacidades organizativas y de interrelación, que están mucho más allá de los límites estrechos de los partidos políticos verticales; su soberanía, en definitiva.
El pueblo del estado español de hoy está capacitado para generar una sociedad mucho más avanzada y positiva para todos, mucho más acorde a sus potencialidades, que la que quieren imponer las élites y las instituciones en las que se congela el avance de la sociedad. La gran lección que he recibido en este último año es una lección de Historia. En los momentos históricos como éstos que vivimos de supuesta sobrecualificación, de líderes que luchan contra el futuro del pueblo, lo que sucede es que la sociedad supera y desbanca a los líderes políticos y económicos mediocres y de ideas trasnochadas, que quieren desaprovechar todo el potencial social para garantizar sus beneficios y mantener sus privilegios; el pueblo se hace cargo de su propio destino, crea su propia organización y se apodera de su propio potencial creativo para generar un mundo diferente. Eso que la Historia suele recordar con el nombre de revolución. Desde el 15M no sólo se han tomado las plazas, lo que se ha tomado son las riendas de nuestro destino, para desarrollar nuestro poder de creación de la organización social.
Toda mi vida he escuchado que debíamos tener esperanza en lo que sería capaz de generar la generación más preparada de la historia de España. Pues ya estamos aquí. El momento ha llegado. Es nuestro momento de empezar a crear una sociedad diferente donde desarrollar nuestras vidas y nuestras capacidades sociales e individuales plenamente, y eso es, en esencia, un proceso constituyente.
Diego Hidalgo Morgado forma parte de la Asamblea Ciudadanas Constituyentes, en Aljarafe (Sevilla): constituyentes.org.
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