Otro migrante que muere en la frontera vasca, un menor que viajaba desde Guinea Conakry hasta Francia y se topó con los controles étnicos europeos
El Bidasoa ha vuelto a ser una trampa mortal para un migrante africano, que, en su empeño por lograr una vida mejor, acabó allí su largo viaje. Abdoulaye Coulibaly, un joven que todavía no había cumplido los 18 años, procedente de Guinea Conakry, es la segunda persona que fallece en apenas tres meses en la frontera de Irún y Hendaia. Un número más, cómo los que engrosan los datos de fallecidos en el Mediterráneo, 1700 en 2020. Abdoulaye superó la dureza del mar y seguro que no esperaba que su vida acabase una vez llegado a Europa. En mayo, el costamarfileño Yaya Karamoko puso cara a esta tragedia al morir también en otra zona del río en su intento por llegar a Francia.
Como estas dos personas, miles de migrantes subsaharianos se han topado en el puente internacional de Santiago y en el de Behobia con los estrictos controles migratorios que aplica la policía francesa. Personas que han abandonado sus países y sus familias escapando de la pobreza y de la guerra. Sueños que se han visto truncados ante una garita con policías que niegan el paso, esperanzas que se han hundido en un río que hace no tanto presenció cómo cientos de guipuzcoanos lo cruzaban ante el estallido de la Guerra Civil.
Meses para salir de África
Quien más quien menos, ha pagado para realizar ese viaje, por llegar a la tierra deseada. Para costearse un avión desde Costa de Marfil, Mali o Guinea Conakry hasta Marruecos, han invertido los pocos ahorros de la familia con la intención de recuperarlos con algún sueldo precario en suelo europeo. Los que no han dispuesto de esa capacidad económica, han atravesado varios países por el desierto, hasta llegar a territorio marroquí después de largas travesías. Una vez allí nada es seguro. Algunos se asientan en pueblos cercanos a Ceuta y Melilla esperando la oportunidad de pasar a España, viéndose obligados a ganarse la vida con algún trabajo ofrecido por los lugareños, que también se aprovechan de su vulnerabilidad.
Dicen que el dinero no da la felicidad, pero es sinónimo de oportunidades. Al norte de África, sin más opción aparente que saltar una valla y enfrentarse a las concertinas, muchos migrantes ven una salida en las mafias -que se lucran del tráfico de personas-. A precio de yate, el viaje hasta las costas españolas se produce en precarias zodiacs. Las embarcaciones, en las que es casi imposible mantenerse de pie, y mucho menos tumbado, acaban en la mayor parte de los casos a la deriva, sin opciones de llegar a puerto. Llegados a este punto, el azar, o algún barco o helicóptero que les pueda encontrar, deciden quién vive y quién muere.
Si son rescatados llegarán a algún puerto canario o andaluz, completando lo que, a priori, es la parte más peligrosa de la ruta al norte de Europa. Ya en España, los que tengan que salir de las islas tendrán que enfrentarse a diversos trámites para llegar a la península. Los que de primeras pisen el viejo continente, emprenderán camino hacia el norte, ayudados en muchos casos por la labor de acogida y asesoramiento de la Cruz Roja y de los diversos grupos y asociaciones que ayudan a las personas migrantes. Si bien en España logran seguridad y vías de apoyo, el cansancio físico y mental, junto a la escasa situación económica, y que la mayoría son francófonos, les mantiene en una situación vulnerable. Además, muchas personas migrantes denuncian haber vivido agresiones racistas en el Estado.
Hay también quienes, tras coger unos cuantos autobuses, llegan a Irún, el último escollo antes de llegar al destino de la gran parte de desplazados, Francia. En la estación, el grupo activista Irungo Harrera Sarea los lleva al recinto de Hilanderas, donde pueden dormir, asearse y cubrir sus necesidades básicas. También tratan de aconsejarles y de advertirles sobre las formas en las que tienen que actuar en la frontera, siempre buscando las más seguras. Cruzar el río a nado nunca es una opción. Las personas migrantes cuentan con el apoyo de la Cruz Roja en la ciudad fronteriza y pueden quedarse con ellos los días que tarden hasta atravesar la frontera.
Controles étnicos
Pero, ¿qué es lo que llevó a Yaya y Abdoulaye a jugarse la vida en una frontera europea, dentro del espacio Schengen? Sin duda, los controles raciales y migratorios de la gendarmería francesa. Desde 2015, con motivo de la alerta terrorista, Francia intensificó sus controles fronterizos con Italia y España. Ya en 2020, con la pandemia, el virus ha sido otro motivo más para blindar el tránsito de migrantes y una moneda política con la que el gobierno evita la ascensión de la extrema derecha de Le Pen. Los controles son selectivos y es tan fácil comprobarlo como acercarse al puente de Santiago y ver a quién se le pide la documentación: solo a magrebíes y subsaharianos. Una vez logran esquivar esos controles, y cambiar de país, tampoco aseguran llegar a su destino. Las devoluciones en caliente están a la orden del día en la frontera irunesa, y a la policía francesa no le tiembla el pulso a la hora de traer a los migrantes de vuelta, con total impunidad.
Después de sufrir guerras, pobreza y dejar a sus familias, estos jóvenes buscan sobrevivir de una forma digna lejos de casa. El desierto, el mar, las concertinas y muchísimas trabas legales son durante varios meses la realidad de las historias que se cuentan en la plaza del ayuntamiento de Irun. Y en Europa, donde todo se preveía más fácil, el paso se cierra sin necesidad de vallas. Un puente y tres agentes policiales son suficientes para llevar al extremo la desesperación de quien ve tan cerca su objetivo. Mientras tanto, Europa mira a otro lado y se olvida de los acuerdos del Espacio Schengen y de la libre circulación de personas.
Más de 5.000 kilómetros de viaje y varios meses de sufrimiento son lo que un joven guineano tuvo que enfrentar para juntarse con su tío y buscar una vida mejor en Francia. Nunca llegó ese rencuentro. Aquel chaval, que se hizo grande en un inmenso mar que se ha tragado miles de vidas, terminó su viaje en un río que no está acostumbrado a estas tragedias. Aquellas pérdidas de vidas humanas que ocurren al otro lado de la península ya son una realidad en Euskal Herria, porque al parecer, el Mediterráneo también mata en el Bidasoa.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/migracion/sobrevivir-mediterraneo-morir-bidasoa