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Sobrevivir «con» o «a» la cultura

Fuentes: Rebelión

1. Of Mice and Men En un artículo reciente titulado: «What are young bad-paid rebels in New Capitalist World good for?«1, el escritor de origen macedonio afincado en USA Mikiusnakis Chiupalsky, analizaba la situación actual de ciertos entornos culturales europeos. Chiupalsky sigue el hilo de uno de los últimos libros del sociólogo americano Richard Sennett: […]

1. Of Mice and Men

En un artículo reciente titulado: «What are young bad-paid rebels in New Capitalist World good for?«1, el escritor de origen macedonio afincado en USA Mikiusnakis Chiupalsky, analizaba la situación actual de ciertos entornos culturales europeos. Chiupalsky sigue el hilo de uno de los últimos libros del sociólogo americano Richard Sennett: Respect in a World of Inequality (W.W.Norton, NY, 2003)2. El libro de Sennett trata de los cambios que se han producido en las instituciones públicas durante los últimos cincuenta años y, concretamente, en aquellas que se dedican a la asistencia social. En un libro anterior (The Corrosion of Character: The Personal Consequences of Work in the New Capitalism, W.W. Norton, N.Y., 1998)3 Sennett se ocupaba de los mismos cambios pero vistos desde el mundo del trabajo y del «carácter». Se trata del «carácter» en sentido sociológico. El carácter, en este sentido, no se refiere a la personalidad; de hecho la mejor manera de entender de qué se trata es contraponerlo con la personalidad: cuando interactuamos con gente conocida o familiar podemos hacerlo en términos de relaciones personales; cuando no es así, lo que se hace cargo de la situación es el carácter -«comunicación de una persona con otras por medio de «instrumentos sociales» compartidos» (El respeto, p.63)-.

La tesis de Sennett es la de que los cambios experimentados en ese carácter a causa de, por ejemplo, las profundas transformaciones sufridas en el mundo del trabajo del «nuevo capitalismo», han tenido también importantes consecuencias personales. Es algo que puede verse en fenómenos tan comunes hoy como el de la crisis de los proyectos biográficos a largo plazo siendo sustituidos por otras experiencias mucho más fluidas y fragmentarias como las de los consultores­­-freelances-autónomos-becarios-precarios-ilegales (por resumir muy rápidamente un fenómeno común a todos los peldaños de la escala social -aunque con consecuencias sustancialmente distintas en cada uno de ellos-). Las personas se encuentran con diferentes dificultades (no necesariamente mayores ni menores que antes, pero sí distintas) a la hora de ascender profesionalmente, sobrevivir socialmente o establecer relaciones personales en estos nuevos contextos. Sin embargo -como señala Chiupalsky- «los que más tropiezan a la hora de resolverlas suelen ser aquellos que tienden a preguntarse cosas como quién se ha comido su queso».

Chiupalsky hace un breve resumen en su artículo de este libro de Spencer Johnson que ha sido un gran éxito de ventas en todo el mundo4. En él se relata una fábula en la cual: «dos ratas y dos «personitas» (little people) que comparten un importante alijo de queso, se encuentran un día con que éste «ha desaparecido», sin mayores explicaciones. Pero mientras que las ratas se adaptan rápidamente a la situación -«Los ratones no se perdían en análisis profundos de las cosas, y tampoco tenían que cargar con complicados sistemas de creencias» de manera que «se miraron el uno al otro, cogieron las zapatillas deportivas que llevaban atadas al cuello» y se pusieron en marcha inmediatamente en busca de nuevos alijos-, las «personitas» se quedan paralizadas y sólo después de un tiempo (de vivir, suponemos, de la asistencia social) George se decide por fin a dejar tirado a Lennie, y a seguir a las ratas en busca de nuevos y deportivos desafíos sin oponer resistencia, mientras aquel languidece esperando a que «alguien» venga a reparar la injusticia cometida».

Los cambios en las instituciones de ayuda social estudiados por Sennett en El respeto parecen también más encaminados a proporcionar medios a las personas con mayor espíritu deportivo y más dispuestas a ayudarse a sí mismas, que para apoyar a aquellas otras cuya situación de dependencia amenaza demasiado con ser crónica. Figuras como las de los talleres de empleo, los vales sanitarios o educativos, o los microcréditos despiertan hoy mucho mayor interés y simpatía que otras como las pensiones, los subsidios o incluso las ayudas a las familias numerosas, lo cual no es de extrañar cuando el modelo de unos servicios sociales bien gestionados es del de una Seguridad Social con superávit. De hecho, la presentación que hace Sennett del proceso, nos permite verlo como una adaptación de sus estructuras a este abandono de la orientación redistributiva por la meramente asistencial o financiera, adaptación que se ha llevado a cabo mediante el desmantelamiento más o menos planificado de la «pirámide» burocrático-funcionarial a través de la cual se venían prestando este tipo de servicios desde los orígenes del Estado del Bienestar, y su sustitución por nuevas formas organizativas más «flexibles».

Se trata de un proceso análogo al experimentado por las grandes empresas capitalistas, y que, un tanto paradójicamente, puede interpretarse como el resultado de la confluencia de dos líneas opuestas de ataque. Por un lado, los argumentos liberales clásicos relativos al efecto paralizador y acomodaticio de la ayuda social en general -que han sido sustituidos (con evidente ventaja) en el neoliberalismo contemporáneo por discursos en los que se prescinde directamente de cualquier clase de argumentación y simplemente se denuncia el sistemático y escandaloso robo de «mis impuestos»5 perpetrado por cualesquiera receptores de asistencia social-. Por otro lado está la colaboración del impulso anti-institucional y anti-burocrático impreso por la «Nueva Izquierda» en el ámbito progresista durante los años sesenta y setenta, tratando de alejarse de la rigidez de los regímenes soviético-sindicales en busca de formas de compromiso más personales y directas y de fórmulas políticas más viables en regímenes parlamentarios como las que propuso entonces la socialdemocracia.

El resultado ha sido -según el análisis de Sennett- un «aplanamiento» y un «acortamiento» del organigrama de aquellas instituciones semejante al experimentado por las grandes corporaciones durante los años 80 y 90. Por un lado, se han ido eliminando peldaños intermedios en las escaleras burocráticas y, por otro, se han sustituido las funciones fijas por proyectos temporalmente limitados. Paralelamente se ha procedido también al «adelgazamiento» de las mismas, conseguido a través de la externalización, la subcontratación y el concierto -cada vez más practicados en el ámbito de los servicios sociales-. De hecho, recientemente alguien abogaba por unos análisis de masa corporal para las instituciones públicas equivalentes a los practicados en la Pasarela Cibeles -aunque con intenciones opuestas respecto a los posibles modelos a imponer-.

2. East of Eden

Es así como se ha generado también el fenómeno que tanto sorprendía a Chiupalsky en Europa: el de unas Organizaciones No Gubernamentales que, prácticamente, sólo pueden subsistir consiguiendo algún tipo de ayuda gubernamental, pero que para lograrla tienen que competir con otras Organizaciones No Gubernamentales ofreciendo para ello unas garantías de eficacia y capacidad de gestión que sólo pueden alcanzar empleando estrategias análogas a las de cualquier empresa flexible de las del Nuevo Capitalismo.

Ello ha dado lugar, incluso -según Chiupalsky-, a un «modelo organizativo típico». Un modelo compuesto por: a) un reducido grupo fundacional, b) un limitado departamento administrativo o «de coordinación» (constituido de forma mayoritaria por amigos y familiares de los primeros) y c) una masa flotante de personas con diversas mezclas de idealismo y desesperanza laboral -llamados, en ocasiones, «voluntarios»- que aceptan prestar distintos tipos de servicios sociales en unas condiciones que aquellos que los reciben no dudarían en llevar a los tribunales, y que son despedidas y vueltas a contratar o no -su­­poniendo que medie algún contrato- dependiendo de la renovación de las subvenciones, el grado de desgaste emocional y vital o el puro envejecimiento.

Este tipo de actividades realizadas por los que Chiupalsky denomina «solidarios-precarios» pueden simultanearse o alternarse con otros empleos igualmente inestables en otros sectores, con ayudas familiares, con la recepción de prestaciones por desempleo, etc., y permiten además, a quien se dedica a ellas, poner a salvo un estatus que un simple trabajo de teleoperador o de servir copas -aun estando mejor remunerado (que lo está)- haría, quizás, más difícil. Situaciones parecidas pueden observarse -a decir de Chiupalsky- en numerosas asociaciones culturales alternativas -los «libertarios-precarios»- o instancias académicas-el caso de los «becarios-precarios»-. «En general, la competencia a la que se ven arrastrados Aron y Cal, pese a sus fraternales impulsos, para lograr la estimación del implacable padre Adam -tras la huída de la voluble Eva-, no hace sino endurecer aún más las condiciones de todos los que están a su alrededor».

Así, aunque Chiupalsky no discute los evidentes beneficios sociales que producen estas actividades, no deja por ello de sorprenderse de la forma extrañamente retorcida adoptada por el fenómeno, no sólo en lo que respecta al elevado margen de controles gubernamentales que -a través de la cada vez más arbitraria asignación de subvenciones- se introducen en este tipo de Organizaciones No Gubernamentales, sino también al enorme grado de «erosión» que causa en las personas implicadas en él, que a menudo chocan con una verdadera contracorriente de dificultades administrativas, laborales y personales que acaban estallando cuando llega la hora de decidir a quién se puede volver a contratar y a quién no el año que viene ahora que no nos han dado finalmente este proyecto.

En efecto, según afirma Chiupalsky, se trata de una erosión que tiene también sus «consecuencias personales». Como en el caso de las empresas flexibles, o de las instituciones asistenciales «aplanadas» y «acortadas», la estructura poco burocratizada de estas organizaciones no implica necesariamente una ausencia de jerarquía. Sin embargo, frecuentemente, ésta tiende a establecerse a través de diversas autoatribuciones o mutuoelusiones de responsabilidades, de acuerdos tácitos, de sobrentendidos, etc., todos los cuales sustituyen a los trámites y las asignaciones explícitas de tareas. La propia implicitud de las relaciones jerárquicas introduce una grave vulnerabilidad funcional en esas organizaciones, y el único modo de salirle al paso es una constante reafirmación del «buen rollito» que a menudo acaba por resultar insoportable y que es incapaz de contener las iras cuando se presentan las dificultades.

De este modo, tanto el hecho de no poder llegar a disponer nunca propiamente de los medios de producción -que están, ciertamente, en manos gubernamentales, pero no exactamente en los mismos términos que los recursos públicos que se destinan a sostener una institución estatal (cuyos fondos pueden recortarse pero cuya continuidad, en principio, no suele verse amenazada del modo en que constantemente lo están los proyectos pendientes de la renovación de su subvención)-, como el del debilitamiento del carácter que se registra en estos contextos -el abandono de los «instrumentos sociales» que deberían interponerse entre las personas para mediar en esas relaciones públicas- y que acaba haciendo que las relaciones personales tengan que soportar grados mucho mayores de tensión, acaban por producir un verdadero efecto de centrifugado en el interior de este tipo de estructuras. Hasta tal punto es así, que no resulta extraño el que en los nuevos modelos organizativos de que habla Chiupalsky aquellos que comienzan a poder ver en el proyecto una carrera profesional o un trampolín hacia el mundo -algo más seguro- de la institucionalización (o de lo que va quedando de ella) vayan dejando atrás a aquellos otros a los que ven como «personitas» demasiado poco comprometidas con el trabajo o demasiado carentes de iniciativa, mientras que ellos mismos son vistos por aquellos como esas ratas del cuento de Johnson cuya traición a sus propios «complicados sistemas de creencias», o cuya falta de cualquier «análisis profundo de las cosas», son lo único que puede haberles permitido abrirse paso -a fuerza de adelgazar, acortar y aplanar sus escrúpulos- a través de la erosiva corriente en la que se ven obligadas a bregar las empresas solidario-culturales.

3. In Dubious Battle

La semejanza señalada por Chiupalsky entre la situación de las instituciones dedicadas a la asistencia social y las dedicadas al fomento de las actividades culturales es, por tanto, cualquier cosa menos casual. Las instituciones culturales han experimentado -quizás incluso desde antes que las asistenciales- un «proceso de apertura», un giro hacia las labores de «promoción», un aumento de sensibilidad hacia las «nuevas iniciativas» enteramente análogo al de aquellas y con resultados parecidos. Los sectores potencialmente rentables pasan a manos privadas. Los más difíciles de rentabilizar pero de algún valor estratégico se mantienen a flote con ayuda de fondos públicos y privados (obtenidos a cambio de ventajas fiscales o de la cesión de espacios públicos para fines publicitarios). Sobre los ruinosos y sin valor estratégico se arrojan las subvenciones -si bien sólo mientras mantengan, al menos, alguna rentabilidad simbólica6-.

Pero en cualesquiera de esos sectores -más o menos públicos o más o menos privados- se imponen por igual las condiciones que se derivan del estrechamiento de las estructuras que los gestionan, dando lugar -especialmente en el ámbito de aquellas actividades que tienen más difícil su adaptación a los nuevos ritmos de producción de resultados visibles- a una situación que Chiupalsky describía como algo parecido a poner al SAMUR a cargo de una residencia de ancianos: «Los ancianos vagan por los pasillos. Los más deportivos alcanzan incluso el comedor o consiguen cambiar el canal de la televisión. De vez en cuando uno de ellos se desploma y entonces, con gran despliegue de luces y de colorines, el Servicio Urgente de Asistencia Geriátrica lo atiborra de drogas hasta que consigue tenerse en pie y lo deja a cargo del psicólogo de guardia para que le convenza de que no puede llegar tarde a su clase de taichi si no quiere convertirse en una carga todavía mayor para sus hijos». Como ocurre con eventos como el de la «Noche en blanco» -recientemente vivida en Madrid-, las iniciativas en el ámbito de la cultura adoptan frecuentemente la forma de «estados de excepción cultural» que dan lugar a situaciones que recuerdan un poco a las que relataba el doctor Oliver Sacks en su famoso libro Despertares, en el que unos paralizados y entrañables ancianitos despertaban gracias al efecto de una novedosa terapia, brillaban fugazmente en la discoteca dentro de sus pantalones de franela y sus blusas de algodón, y regresaban después a su sueño. Sin embargo, obviamente, el mantenimiento del estatus simbólico es, hoy por hoy, lo único que parece capaz de garantizar al menos la supervivencia de estos fenómenos, y ese estatus simbólico está cada vez más ligado -como ocurre en el resto de los sectores sociales-, no ya a la obtención del éxito (ya que, evidentemente, cualquier actividad humana trata de alcanzar algún tipo de «éxito») sino de un tipo de éxito muy determinado, concebido, como es lógico, según el modelo del éxito empresarial del Nuevo Capitalismo, donde los resultados se evalúan trimestralmente -¿quién se acuerda de aquellos tristes trienios que traían periódica y plácidamente sus recompensas a los funcionarios?- y sobre la base de unos «criterios objetivos» que consisten en haber logrado crear una demanda capaz de superar a la oferta; como ocurrió, por ejemplo, con la «Noche en blanco» que puede considerarse un completo éxito en ese sentido. Esta misma filosofía es la que inspira también otras próximas y radicales transformaciones en nuestro mundo cultural como la de la reforma de la universidad.

Lamentablemente -como sigue diciendo Chiupalsky- «la cultura, al igual que pasa con la asistencia social, suele parecerse más a una enfermedad crónica que a un malestar pasajero. Los premios, las becas o las ayudas para nuevos creadores tienden a agravarla en lugar de curarla puesto que, como ocurre con algunos fármacos, a menudo requieren, incluso, que se vayan aumentando las dosis para seguir produciendo los mismos efectos o algún efecto -por pobre que sea-, mientras que los consumidores ya habituados con lo que se encuentran es con que las siguientes dosis ya no son gratis sino que pasan por conseguir una posición en el mercado o un puesto en las desfallecientes instituciones o bien verse arrojado a la inestable marea de los proyectos subvencionables».

La cultura se ha convertido en una verdadera enfermedad crónica que amenaza los, cada vez más reducidos recursos de las comunidades y compromete su competitividad. Así pues, no es extraño que, periódicamente, surjan voces exigiendo algún remedio para curar a la sociedad de Vicente Aranda, de Antoni Tapies o de Arnold Schoenberg. Las políticas oscilan aun entre las terapias de desintoxicación y la construcción de frías y melancólicas salas a las que los adictos puedan acudir a inocularse sus dosis -bajo estricta vigilancia higiénico-médica-. Obviamente, aquellos para los cuales la enfermedad se ha convertido ya en una forma de vida, consideran que quejarse del carácter incurable de este fenómeno es como quejarse del carácter crónico de la necesidad de consumir antiestamínicos o antidepresivos, o comidas bajas en colesterol e, incluso, que pretender librarse de Schoenberg sería tan absurdo como intentar librarse del Steak Tartar.

Pero, en fin, la cosa ya queda para gustos y para ganas que se tengan de sobrevivir con o a la Cultura.

1 www.tragic-marks.comindexredcomfilesdadates.htmltraducido al castellano, un tanto libremente como:»¿Para qué pedorros en tiempos de precariedad?»-.

2 SENNETT, R. El respeto. Sobre la dignidad del hombre en un mundo de desigualdad, Anagrama, Barcelona 2003.

3 SENNETT, R. La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo, Anagrama, Barcelona, 2000

4 JOHNSON, S. Who Moved my Cheese?, GP Putnam’s Sons, New York, 1998.

5 Se entiende los de Federico Jiménez Losantos.

6 En este sentido, no cabe duda de que -como afirma Chiupalsky- «los nacionalismos han sido, hasta ahora, grandes subvencionadores en Europa, ocupando el lugar dejado por la gran burguesía y antes por la nobleza en lo que respecta a los encargos representativos. Aunque ese papel va pasando, cada vez más, a manos de los ayuntamientos, con menos imposiciones ideológicas, más dispuestos a descubrir los talentos locales -e incluso familiares-, y a los que nada les parece nunca demasiado hortera».