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Social-democracia: Notas sobre una trayectoria deshonrosa

Fuentes: O Militante

Traducción elaborada por: Centro de Estudios y Análisis Materialista Ernesto Che Guevara. México, octubre 2012. Contacto: [email protected]

¿Tiene aún algún sentido hablar de social-democracia? Si es así, ¿Qué es la social-democracia hoy? ¿Cómo caracterizarla desde un punto de vista de clase? ¿Qué lugar ocupa en el ajedrez político internacional? ¿Cómo se posiciona en relación a los grandes problemas de nuestro tiempo?

En el cuadro de la política de alianzas de la clase obrera, ¿cómo encarar a la social-democracia?

Estas son cuestiones que un partido revolucionario tiene que dar respuesta para determinar con rigor su posición en el combate ideológico y también eventuales convergencias y alianzas, por más limitadas y coyunturales que puedan ser. Respuesta que es tanto más necesaria cuando el mundo está confrontado con la amenaza de una regresión de dimensión civilizatoria en que la social-democracia está profundamente comprometida y se impone reunir en la resistencia y en la lucha todas las fuerzas que, por su situación social y práctica política se integran de hecho en el amplio frente antimonopolista y antimperialista que, sólo ella, podrá invertir el camino destructivo que el capitalismo está imponiendo a la Humanidad.

La cuestión de la social-democracia es una cuestión actual y en cierto sentido crucial. Los partidos socialistas -social-demócratas- laboristas, no obstante su reconocida evolución derechista continúan reclamándose de «izquierda» y disponiendo de una apreciable expresión electoral y real influencia en importantes segmentos de la clase obrera y sectores populares. La lucha de los comunistas por la unidad de la clase obrera y por la hegemonía política e ideológica de la clase obrera en la lucha frente al gran capital, se encuentra frente a esta realidad en la generalidad de los países capitalistas desarrollados, sobre todo en Europa, donde la social-democracia nació y más fuertemente se enraizó, pero también, en América Latina, África y Asia. El combate a la ideología de la colaboración de clases, al divisionismo y al anti-comunismo, continúa como una exigencia central de nuestro tiempo.

Por otro lado la social-democracia, que surgió como corriente reformista y revisionista en el seno del movimiento obrero y se desarrolló como fuerza anti-revolucionaria, hostil a la revolución de octubre y a los países socialistas, se transformó en fuerza abiertamente contra-revolucionaria, en componente fundamental del sistema de explotación capitalista y pilar del imperialismo. El «bloque central» («centro-derecha» y «centro-izquierda»), la «bipolarización», la «alternancia» (del ahora gobierno yo, gobiernas tú, gobernamos tú y yo), reflejan bien esta realidad. La cabalgata de la social-democracia para la derecha neoliberal (que más que «rendición» fue opción consciente y deliberada, se aproximó, se confundió, y en ciertos casos se fundió con la propia derecha burguesa, de la que se tornó una simple variante. Los entendimientos de incidencia gubernamental o parlamentaria, y en cualquier caso las convergencias y coincidencias en todas las cuestiones fundamentales -como en el caso de la integración capitalista europea, de la OTAN y su estrategia agresiva planetaria, de las políticas de apoyo al capital monopolista contra los trabajadores- se tornaron una banalidad. Los acuerdos son formales e informales, sellados a la luz del día en nombre del «interés nacional» o en (no siempre) discretas negociaciones de intercambio de favores. Lo que no dispensa el habitual recurso y manipulación del binomio «izquierda/derecha» siempre que sirva para engañar a la opinión pública y mantener bajo su influencia a las masas descontentas, sobre todo en periodos electorales.

El caso quizá más evidente de «partido único» bicéfalo es el norte-americano con la dupla Partido Republicano/Partido Democrático, este último erigido, con Clinton, en ejemplo de la familia social-demócrata, aunque no siendo miembro de la Internacional Socialista. Pero la tendencia es general como, principalmente acontece en Gran Bretaña, en Alemania, en España, en Grecia (1) o Portugal, y se pretende imponerla e institucionalizarla con leyes que marginalicen los llamados «pequeños partidos» y faciliten la «bipolarización», en un juego perverso que pretende confundir «alternancia» en el gobierno con «alternativa» política, y así cerrar la puerta a las alternativas verdaderas.

La verdad es que, en el gobierno o en la «oposición», la social-democracia se tornó parte integrante del sistema de poder capitalista, una fuerza que, como subrayó la Resolución Política del XVIII Congreso del PCP, está hoy «estructuralmente comprometida» con los intereses del gran capital. Es de esta realidad que el movimiento comunista y revolucionario tiene que partir para concretizar la política de alianzas de la clase obrera.

Sin cualquier pretensión de hacer aquí la historia de la social-democracia, es indispensable señalar algunos momentos distintivos de su evolución: de corriente del movimiento obrero (así nació) a instrumento de la gran burguesía; de producto de la influencia de la ideología burguesa en el mundo del trabajo a simple variante del pensamiento de la clase dominante; de defensora de la liquidación («pacífica» y «democrática», claro), del capitalismo y propagandista de un socialismo «democrático» y de «rostro humano», a defensora del capitalismo («humanizado», con «conciencia social» e «inclusivo», naturalmente) y del imperialismo, con todo lo que significa de reaccionario y criminal.

Hablamos de la social-democracia, claro está, en términos generales, globales. Hablamos de la posición política e ideológica adoptada y puesta en práctica por sus jefes e ideólogos. Es grande la diversidad de los partidos que la componen. Las condiciones de lugar y tiempo trazan en gran medida el perfil de los partidos socialistas -social-demócratas- laboristas. La social-democracia siempre tuvo rostros diferentes en la Europa Occidental (hace mucho hegemonizada por el SPD alemán y por el Partido Laborista británico), o en América Latina, donde, conforme a las circunstancias, tanto adquirió tonalidades «revolucionarias» de fachada nacionalista, como se constituyó instrumento decisivo para servir al imperialismo yanqui y derrotar el desarrollo de procesos democráticos, anti-imperialistas y revolucionarios.

Uno de los secretos de la social-democracia reside en sus características camaleónicas, en su eclecticismo, en su composición inter-clasista, en su heterogeneidad, en la existencia en su interior de diferentes alas y corrientes, en la capacidad para, según las circunstancias y necesidades, ser un poco de todo y su contrario. Aquello que para un partido comunista es mortal (corrientes de opinión cristalizadas, grupos, fracciones, polémicas públicas) para la social-democracia es un modo natural de ser, indispensable para alimentar la idea de que la alternativa a las políticas de derecha se encuentra dentro de los propios partidos socialistas – social-demócratas – laboristas, sea cuando practican una política claramente de derecha o su programa es abiertamente capitalista. Es esa la misión de todos los Alegres de este mundo.

En cualquier caso la socialdemocracia no existe ni actúa en el vacío de la lucha de clases. Se posiciona desde siempre, desde el histórico corte revisionista simbolizado por Bernstein (2) («el movimiento lo es todo, el objetivo final no es nada»), del lado de la adaptación, consolidación y reproducción del capitalismo y no dudó ante los mayores crímenes para cortar el paso a transformaciones sociales profundas, como aconteció con la traición de la revolución alemana de Noviembre de 1918 y la apertura del camino al nazismo por la política conciliadora de los dirigentes social-demócratas de la República de Weimar. El cruel asesinato de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht marca una de las páginas más negras del reformismo contra-revolucionario social-demócrata.

Pero el posicionamiento práctico de la social-democracia fue también influenciado por la lucha popular de masas, por la presión de sus bases obreras y por la acción independiente de los comunistas. Así fueron posibles, por ejemplo, los grandes éxitos de los Frentes Populares, como en los casos de España y Francia. Así fueron posibles, con la proyección poderosa de las realizaciones de la URSS y de los países socialistas, los avances del llamado «Estado social», que en los países nórdicos llegaron a cubrirse abusivamente con el epíteto de «socialismo nórdico». Fue la acción revolucionaria de la clase obrera y de las masas trabajadoras, antes y después del 25 de Abril, que empujó Mario Soares y el PS no obstante fundado en la República Federal Alemana, para posiciones y convergencias a la izquierda, que, como rápidamente se vino a comprobar contrariaban su naturaleza liberal-burguesa.

Sin embargo, sin la participación de las masas y el impulso de sus bases atraídas a la unidad de la acción con los comunistas, excluyendo raras y honrosas excepciones configuradas por tendencias de lucha peculiares (como el viejo Partido Socialista Italiano de Pietro Nenni, o el Partido Socialista de Chile de Salvador Allende), la opción de las cúpulas social-demócratas fue invariablemente por alianzas con los partidos de la derecha y de la reacción para impedir cualquier avance revolucionario y preservar el sistema capitalista en cualquiera de sus variantes, keynesiana, liberal o asimismo fascista, en este caso hasta el momento en que los propios partidos social-demócratas se tornaron también victimas de la persecución e ilegalización, que, en una primera fase, se dirigiera fundamentalmente contra los comunistas.

En lo que respecta a la experiencia portuguesa es oportuno recordar -sin ir a los tiempos de la autodisolución del viejo y desacreditado Partido Socialista y de la colaboración de uno de sus jefes, Ramada Curto, con Salazar en la elaboración de la Carta de Trabajo fascista y la posición de la dirección del PS portugués. Pasado el corto periodo de limpiar [«encolar»] a la Revolución, Mario Soares rápidamente se transformó en bolsa de salvación del gran capital y polo aglutinador de todas las fuerzas contra-revolucionarias, y la política de alianzas del PS, con excepciones localizadas y puntuales, se convirtió siempre a la derecha (3). La firma del pacto de agresión por el PS, PSD y CDS con la troika extranjera es el corolario lógico de la enraizada posición de clase de un partido que, después de haber «metido el socialismo en el cajón» se torno una fuerza política profundamente identificada con los intereses del gran capital y del imperialismo extranjero.

Claro que la capacidad, cada vez más cuestionada, de haber fuerzas que, como el PS, consiguen año tras año recuperar el descontento de amplios sectores de la población no va durar siempre. Son previsibles situaciones de conflicto, debilitamiento y división, y la aparición de nuevas fuerzas trazadas por la agudización de la lucha de clases. Son inevitables procesos de recomposición del cuadro político-partidario, impulsados por el desarrollo de la lucha de masas, que abran la posibilidad de una recomposición de fuerzas en el plano social y encuentren correspondencia en el plano político.

En cualquier caso no es con este PS y su continua orientación y prácticas políticas que pensamos sea posible la política patriótica y de izquierda que preconizamos como vía para romper con treinta y seis años de políticas de derecha y avanzar en la solución de los problemas de los trabajadores, del pueblo y del país.

Para concretizar la unidad que la situación reclama no basta con una «virada a la izquierda» en un cuerpo podrido por el oportunismo y por la identificación con el poder económico. Ni siquiera, como pretenden el BE, en Portugal, o el «partido de la izquierda europea» («pee») en Europa, la simple apropiación del espacio electoral alienado por la corrida para la derecha de las actuales cúpulas social-demócratas. En la práctica eso representaría fundamentalmente el fortalecimiento de una «ala izquierda» de la socialdemocracia (que es aquello que en Grecia, con Syriza está) con la misión de ganar tiempo para trabar el avance de fuerzas anti-capitalistas y revolucionarias, y no la emergencia de fuerzas realmente comprometidas con la ruptura con el sistema, aunque influenciadas por mayores o menores ilusiones reformistas. No es preciso ir más lejos que la cuestión de la integración capitalista europea – con el «europeísmo de izquierda» del BE, o la umbilical liga del «pee» a la UE – para rechazar la ilusión de que sea por ahí que pueda superarse la alienación electoral de amplias masas, sin embargo objetivamente interesadas en políticas anti-monopolistas y en la transformación socialista de la sociedad.

Al tratar de responder a la pregunta «¿qué es la social-democracia hoy?» hay una cuestión previa de lucidez y pura salud mental: rechazar preliminarmente la caracterización de esta corriente política como fuerza «de izquierda» y, al mismo tiempo, rechazar una «unidad de izquierda» que, en nombre de un pretendido combate a una derecha «ideológica» y «ultraliberal», apenas serviría para retrasar la unidad necesaria y eludir cuestiones de fondo de la lucha de clases.

Es ver, por el contrario, cómo en toda Europa los partidos socialistas – socialdemócratas – laboristas, sin excepción, están comprometidos hasta el tuétano con la ofensiva del capital pretendiendo arrebatar a los trabajadores directos conquistas alcanzadas por muchas décadas de duras luchas y acosta de pesados sacrificios. Y como desarrollan una cooperación estructurada y oficial con los partidos de la derecha -véase el binomio Partido Socialista Europeo/Partido Popular Europeo- para cogestionar estrategias comunes y repartir carpetas y cargos en las estructuras de la UE. Y por ahí abajo, a nivel de los diferentes países, es lo que se ve.

Para llegar hasta aquí fue preciso recorrer un largo camino desde el tiempo en que, desenmascarados por Lenin y por los jóvenes partidos comunistas, los viejos partidos de la II Internacional se consideran como los genuinos intérpretes de Marx y Engels, cuya obra sin embargo falsifican y despojan de su esencia revolucionaria (4).

En este proceso, hay momentos paradigmáticos y aquí dejamos algunos ejemplos: la condenación a la Revolución de Octubre; la política de «no intervención» contra la República española capitaneada por León Blum; el rechazo a la cooperación con los comunistas para hacer frente al ascenso del nazi-fascismo; la ruptura de la unidad democrática anti-fascista después de la Victoria en la II Guerra Mundial; la activa participación en la construcción del edificio imperialista de la «guerra fría» con el «socialista» belga Paul-Henry Spaak escogido para primer Secretario general de la OTAN; la política colonialista de la SFIO en Francia profundamente responsable por las guerras de Indochina y de Argelia (1956); el Congreso de Bad-Godesberg del SPD alemán, que en 1959, oficializa su ruptura con el marxismo y el repudio de la lucha de clases; la virada derechista y anti-comunista ligada con las derrotas del socialismo en la URSS y en el Este de Europa y la empeñada participación en el salto imperialista de la Unión Europea de Maastricht; la «tercera vía» de Tony Blair, liquidando lo que aún pudiese restar de la referencia obrera y de la política social del Partido Laborista británico, y la introducción del Partido Democrático de los EUA en el redil social-demócrata; la conspiración abierta contra la revolución portuguesa bajo el disfraz hipócrita de la «Europa con nosotros»; el trayecto emblemático de Javier Solana, de dirigente del PSOE y del poderoso movimiento contra la entrada de España en la OTAN a Secretario general de esta alianza agresiva; la brutal ofensiva del gobierno del SPD Gerard Schröder, «el amigo de los patrones», contra los salarios y derechos de los trabajadores alemanes a través de la «Agenda 2010» y del «Hartz IV» (5); la activa participación de los respectivos partidos socialistas, PS y PASOK respectivamente, en el despiadado proceso de extorsión de que los pueblos portugués y griego están siendo víctimas.

La deriva derechista de la social-democracia internacional no es un proceso lineal. Allá donde los partidos comunistas y el movimiento obrero y popular eran fuertes fueron posibles momentos de convergencia y cooperación progresista. Pero la contradicción entre social-demócratas y comunistas que, simplificadamente, era en la altura de la escisión del movimiento obrero «reforma/revolución», se tornó en los días de hoy «gestión del capitalismo/revolución» y la ideología de la colaboración de clases típica del reformismo terminó por conducir a la social-democracia a tomar partido abierto por el capital en general y por el gran capital monopolista en particular. Y ni en las distintas formas de gestión del capitalismo – como sucede con la «liberal» o la «keynesiana» – es ya fácil distinguir a la social-democracia de la derecha propiamente dicha. Esta deshonrosa trayectoria de la social-democracia internacional es al final consecuencia lógica de su pecado original: el desprecio por las masas, el temor y negación de la revolución, el rechazo de la conquista del poder por la clase obrera como condición necesaria para la liquidación del capitalismo y de ahí la negación revisionista y oportunista del pensamiento de Marx, comenzando por el concepto de «dictadura del proletariado». Pecado que contaminó importantes partidos comunistas, principalmente aquellos que en los años 70 desarrollaron la línea del «eurocomunismo» y que, comenzando también ellos por abandonar el concepto de dictadura del proletariado, de abandono en abandono – centralismo democrático, papel de la clase obrera, marxismo-leninismo, internacionalismo proletario – cayeron en el más vulgar parlamentarismo llegando así mismo a la auto-liquidación, como en el dramático caso del Partido Comunista Italiano.

La cuestión del poder y de su naturaleza de clase es la cuestión central de la revolución (6). Abandonando el objetivo de la conquista del poder por los trabajadores y declarando la guerra a la Revolución de Octubre, los partidos revisionistas de la II Internacional se colocaron objetivamente de lado de la contra-revolución. En la época del pasaje del capitalismo al socialismo y en tiempos de profundización de la crisis del capitalismo y agudización de la lucha de clases, es comprensible que la opción fundadora de la social-democracia haya conducido a su transformación en instrumento del capital y pilar del imperialismo.

Notas

(1) Donde sufrió un golpe muy serio el 6 de mayo con el descalabro electoral de los dos partidos del «centro» responsables por la tragedia que se abatió sobre l pueblo griego: el PASOK y la Nova Democracia que en las anteriores elecciones sumaban 77.5% cayeron para 32.1%.

(2) Bernstein (1850/1932), destacado teórico de la II Internacional, padre del «revisionismo», revisión oportunista de las teorías de Marx y Engels. Kautsky, que inicialmente lo critico duramente desde un punto de vista marxista, se torno a su vez exponente del revisionismo habiendo sido combatido por Lenin, principalmente en La revolución Proletaria y el Renegado Kautsky, que se tornó en un clásico del marxismo-leninismo. Ver obras escogidas en 6 Tomos, t. 4 Ediciones «Avante»-Ediciones Progreso, Lisboa-Moscú, 1986.

(3) Ver la obra del camarada Álvaro Cunhal, A Verdade e a Mentira sobre a Revolução Portuguesa, A Contra-Revolução Confessa-se, [La verdad y la Mentira sobre la Revolución Portuguesa, La contra-revolución se confiesa], Ediciones «Avante», Lisboa, 1999.

(4) El gran momento de claridad entre la corriente oportunista y la corriente revolucionaria marxista en el movimiento obrero se da cuando en vísperas de la I Guerra Mundial, sacando las propias orientaciones y decisiones de la II Internacional, los diputados de la social-democracia alemana votan a favor de la guerra, en cuanto en la Duma rusa los diputados bolcheviques votaban en contra y eran deportados para Siberia.

(5) Ver en O Militante No. 308, de septiembre-Octubre de 2010, el artículo «Alemania, 20años de contra-revolución».

(6) Se recomienda vivamente la lectura y estudio de El Estado y la Revolución, de V.I. Lenin, Ediciones «Avante», Lisboa, 2011; y de A Questão do Estado, Questão Central de cada Revolução [La cuestión del Estado, Cuestión Central de cada Revolución], de Álvaro Cunhal, 2º de., Ediciones «Avante», Lisboa, 2007.

Fuente original: http://www.omilitante.pcp.pt/pt/319/Actualidade/708/Social-democracia—Notas-sobre-um-percurso-desonroso.htm