Ignacio Sánchez Galán, presidente de Iberdrola, ocupa estos días las primeras páginas de algunos digitales electrónicos, después de que se conociera que cobró la friolera de 7.6 millones de euros en concepto de retribuciones por su trabajo a lo largo del primer semestre del año en curso. No se trata de una especulación formulada por […]
Ignacio Sánchez Galán, presidente de Iberdrola, ocupa estos días las primeras páginas de algunos digitales electrónicos, después de que se conociera que cobró la friolera de 7.6 millones de euros en concepto de retribuciones por su trabajo a lo largo del primer semestre del año en curso. No se trata de una especulación formulada por envidiosos o por rojos impenitentes. Así consta en la documentación que la propia empresa Iberdrola ha remitido a la Comisión Nacional del Mercado de Valores en una comunicación de esta compañía sobre sus resultados entre enero y junio del presente año.
Por lo visto, en el importe de 7,6 millones recibidos por Galán se incluyen la retribución variable anual y el pago en acciones por un plan de incentivos plurianual, por lo que, en principio, ese nivel de retribución parece que no será extrapolable al segundo semestre. En fin, una auténtica bagatela si usted la compara con las suculentas retribuciones que reciben los pensionistas españoles o las subvenciones percibidas por los trabajadores en paro. Por no hablar de los millones de currantes que no reciben ya ningún tipo de prestación.
Acebes cobra 25.000 euros al mes
Pero las noticias sobre los sueldazos no se agotan en el sujeto mencionado. Otro de los agraciados por tan sustanciosas prebendas salariales es el que fuera Ministro del Interior del gabinete de José María Aznar. Hablo, naturalmente, del inefable Ángel Acebes, aquel personaje farfullero, inventor de tramas a lo James Bond, que con gestos propios de Mr. Bing se empeñó en liar el atentado del 2004 para intentar que, atribuyendo a ETA aquella atrocidad, Rajoy pudiera convertirse en presidente del Gobierno.
Pues bien, el tal Acebes ganó durante el primer semestre del año en curso la apabullante cantidad de 25.000 euros mensuales por su modesto papel de «consejero» de la empresa Iberdrola. ¿A cuánto no se cotizaría cada «consejo» que este tunante se atrevió a darle a la Compañía? ¿En qué podrán consistir los titánicos esfuerzos realizados por este caballerete que le permiten ganar en un mes lo que otros son incapaces de ganar en dos años?
¿Una «época pre revolucionaria»?
Hay precedentes históricos que dan cuenta de esta ultrajante insolencia de las clases poderosas. No son pocos los historiadores que han constatado que en épocas prerrevolucionarias los sectores sociales hegemónicos pierden absolutamente el pudor a la hora de exhibir su poder y sus riquezas frente a una sociedad depauperada. Sucedió así en la Corte de Luis XVI, antes de que se produjera la Revolución francesa. Se repitió en las vísperas de la Revolución rusa de 1917 durante el reinado del zar Nicolás II. Las secuencias de derroche, exhibición y abusos fueron notorias también durante el último año de mandato de Fulgencio Batista en Cuba. El latrocinio generalizado durante los gobiernos de Carlos Andrés Pérez fue un fenómeno característico de la Venezuela que precedió a la llegada de Chávez…
¿Piensa usted lector que es esto lo que está sucediendo hoy en España? La verdad es que la sintomatología parece coincidir con los acontecimientos históricos reseñados. Ello podría indicar que vivimos una etapa prerrevolucionaria. Yo les confieso, sin embargo, que tengo serias dudas al respecto. A la luz de la profundidad de la crisis de las estructuras capitalistas españolas y de la irritación social que se detecta en amplios sectores sociales podría inclinarme a responder afirmativamente. Pero para que una revolución logre plasmarse en la realidad resulta imprescindible que aquellos que desean cambiar la sociedad estén organizados y dispongan de una estrategia clara acerca de cuál es el camino a seguir. Pero cuando contemplo el desarme ideológico y orgánico del que adolece la izquierda de este país… el escepticismo me acogota cualquier tipo esperanza.
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