Quitando a quienes vivieron la guerra y la posguerra del ominoso caudillo y sus muy pías huestes, pocas personas en este país podrán recordar épocas de tanta zozobra, pestilencia e incertidumbre ante la emergencia de la versión cloaca de un Guadiana de caspa endémica en el alma, rencoroso, zafio, vengativo, empeñado en mostrar a los […]
Quitando a quienes vivieron la guerra y la posguerra del ominoso caudillo y sus muy pías huestes, pocas personas en este país podrán recordar épocas de tanta zozobra, pestilencia e incertidumbre ante la emergencia de la versión cloaca de un Guadiana de caspa endémica en el alma, rencoroso, zafio, vengativo, empeñado en mostrar a los desteñidos retratos de asesinos generales que se puede ser aún, en pleno siglo XXI, más ignorantes, más prepotentes, más xenófobos, más déspotas, más fascistas.
Comienza a correr un aire en las calles que arrastra una certeza, como pocas certezas: la atmosfera gesta un sideral puntapié en el trasero a esta panda de incompetentes amateurs del genocidio. Se está formando vertiginosamente en el espacio, como se forman los tornados, un nubarrón en forma de bota, y no itálica precisamente y tampoco de futbol victorioso sino mucho más parecida a la que condimentaba Charlot como único alimento que llevarse a la boca. Quienes contemplan la inminencia aventuran y consensúan nombres como «marea destituyente», «tornado constituyente»… y otros mucho más viscerales que por conocimiento común no es necesario repetir ni disponemos aquí de espacio para ello. La mayoría absoluta ha trocado, tan rápidamente como la nube, en puntapié absoluto por autoinducido efecto bumerang, pues como reza más o menos en sus nuevos textos de «Educación para la ciudadanía» «el que a yerro mata a yerro muere».
Impresentables de hecho se les suponía a cada uno de ellos y de ellas. Las circunstancias han sido más que generosas para situarles frente a la disyuntiva y la posibilidad y sin excepción escogieron, por principios, la salida más encumbradora en la categoría de impresentables de derecho. Obviamente impresentables significa, entre otras cosas, que no se pueden presentar o que más les valdría no hacerlo. Atisbamos, en el horizonte de los nubarrones y nubes dispersas, unas nuevas elecciones pero con diferentes reglas para que la representatividad sea la del voto y para que los electos sean revocables por fraude u otras desviaciones del cometido para el que fueran elegidos.
Personas presentables hay muchas más que políticos conocidos que han devenido impresentables bajo cada una de las siglas que dicen representarnos, lleven rosas, gaviotas o escapularios. La duda de la mayoría de los votantes es cómo se organizarán nuevas candidaturas fiables en tan poco tiempo como el previsible, pues si nos demoramos un poco más, el proceso transformador en país desahuciado y esclavo continuará imparable mientras queden por inventar y aplicar formas de humillación y sometimiento.
¿Dónde están, en nuestro país, los políticosy políticas presentables? Mientras reconsideramos y reconstruimos los conceptos de política y de políticos no podemos dejar de observar que en los sonrientes retratos de presentación de candidaturas, reales o imaginarios, ya no queda más espacio para dibujar colmillos sangrantes, cuernos retorcidos, cheques de Judas, oídos sordos, manos largas, ojos bizcos y ante todo las marcas indelebles del ganadero de turno FMI, BCE… o de quienes se apuntan flamantes a la nueva reconquista proponiendo convertir Españaen una lucrativa explotación bajo el modelo chino ¿Ya han comenzado el experimento en su lucrativo Mercadona?
«¡Todos firmes! ¡Que nadie se lleve un chorizo!» ¡ Y lo ordenan sin sonrojo! ¡ Y lo corean sin sonrojo guardianes y diputadillos, carceleros y jueces y algún muerto de hambre con el brazo extendido y la palma al frente! ¡ Sin partirse de risa o diluirse de vergüenza ante la embarazosa duda! ¿No entendería el ministro del interior que se trataba del secuestro de alguno de sus protegidos de alta alcurnia?
Un pequeño gran revuelo, un acto simbólico, un quejido de hambre por una vez oportunamente amplificado y no faltan ni las bayonetas de los ángeles haciendo morder el polvo a los miserables descarados. Y mira por donde que los retratos de candidatura empiezan a moverse solos sin que ya nadie sobre-garabatee nada y la Justicia que hasta entonces parecía confinada en algunos sagrarios y cajas fuertes de los bancos, reaparece, ataviada de Loewe, como recién salida de la peluquería de las ricas , altiva, firme, impoluta, insobornable, incuestionable salvaguardadora de nuestro gran desmantelamiento: «juicio sumarísimo, cárcel, trabajos forzados, garrote vil para los famélicos». Y los retratos van abriendo su preciada boca, confirmando, asintiendo la sensatez y la firmeza de la autoridad competente ¿Autoridad? ¿Competente? Una lucecita se les va sobreimpresionando, parpadeante: impresentable, impresentable, impresentable.
Entre palmeros, lacayos, siniestros enterradores o vergonzantes obedientes se van diluyendo las diferencias. Ante problemas radicales (que afectan muy gravemente a las raíces y los fundamentos) bastante lejos de allí se propusieron soluciones radicales, se afirmó, rotundamente, que las repetidas mentiras y eufemismos por densas y sebosas que sean no iban a servir para aplacar el hambre ni detener la tragedia sino todo lo contrario.
¿Debemos morirnos en orden mientras el lobby de la banca, disfrazado de BCE actúa como gobierno electo con el único fin de repartir entre unos pocos los territorios conquistados?
¡Hay que respetar las reglas del juego! Nos vuelven a machacar desde la marchita televisión franquista los repeinados guiñoles de los tahúres, los gángsters y sus aduladoras comparsas ¡Y se quedan tan frescos! ¡Como si en vez de sus fortunas no estuvieran apostando las ajenas, como si una vez perdido todo no estuvieran cogiendo a la gente, su vida y sus pertenencias y poniéndolas en el tablero de la ruleta como omnímodos dueños feudales! ¡Hay que respetar las reglas del juego! ¡Apuesten! ¡Apuesten! ¡Retiren sus ganancias!
Bien, si las normas de una democracia real es que haya un parlamento ¿Cómo, cuándo, formaremos un nuevo parlamento donde tantos impresentables tengan las mínimas opciones de gobernar? Hay muchísima gente desconocida, o casi desconocida por los grandes medios, enormemente valiosa e imprescindible en un nuevo proceso constituyente y en un nuevo gobierno, en una nueva democracia, participativa, para no volver a caer en lo mismo. Hay una mínima representación política que ha sabido señalar, denunciar, públicamente, dónde están los criminales y dónde las victimas y también está siendo linchada por ello: a su lado hay un principio de futuro.
Hay evidente imposibilidad de esperar mansamente cuatro años hasta que todo haya sido vendido o destruido. Hay alternativas, como entre otros muestran claramente en su libro, Alberto Garzón, Juan Torres y Vicenç Navarro, pero todo pasa por detener la sangría de la deuda mediante una auditoría de la misma determinando qué se debe pagar y en qué condiciones y qué no se debe pagar en ningún caso por tratarse de «deuda odiosa» procedente de cualquier modalidad de extorsión y malas prácticas. El contundente compromiso es imperioso para revertir la caída libre como ya ocurrió, tras el corralito, en Argentina y más recientemente contra la marabunta depredadora en Ecuador, como nos muestra Eric Toussaint en base a su propia experiencia como auditor en este último país. Esta medida es de extrema urgencia en España, y entre tanto, suspensión de cualquier pago.
Se puede revertir la situación y restablecer paulatinamente los destrozos del estado de sitio. Si sólo es posible una Europa gobernada por la banca para robarnos hasta el último suspiro, deberemos proponer la salida para poder sanar las heridas y restablecer en las zonas devastadas unas expectativas consensuadas de equidad y justicia social. Lo presentable, jamás lo entendieron, se sustenta en la dignidad, no en la estirada, fatua, apariencia de ella . Nada seremos sin la dignidad de los nadies, sólo incurable vergüenza si no actuamos bajo la imperiosa necesidad de oponernos con todas nuestras fuerzas al proceso invisibilizador de la ley del no tener: no ser, que es la misma ley de la expulsión, de la eliminación o la limpieza. La ley del no retorno.
El nazismo se propaga y se vende entre risas y copas de champán al grito de ¡Se jodan! La comodidad, en lo que aún nos pueda quedar, es dramáticamente estrecha como para considerarla comodidad. No puede existir comodidad en un erial ético, en una habitación con vistas cegadas al desmantelamiento. Es enormemente amplio lo que nos queda por hacer, por acordar: hombro con hombro, aliento con aliento, contra el bostezo helado de las sombras.
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