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Sumak Kawsay, crecimiento y decrecimiento económico

Fuentes: Rebelión

«Me llamo Octave y llevo ropa de APC. Soy publicista: esto es, contamino el universo. Soy el tío que os vende mierda. Que os hace soñar con esas cosas que nunca tendréis. Cuando, a fuerza de ahorrar, logréis comprar el coche de vuestros sueños, el que lancé en mi última campaña, yo ya habré conseguido […]

«Me llamo Octave y llevo ropa de APC. Soy publicista: esto es, contamino el universo. Soy el tío que os vende mierda. Que os hace soñar con esas cosas que nunca tendréis. Cuando, a fuerza de ahorrar, logréis comprar el coche de vuestros sueños, el que lancé en mi última campaña, yo ya habré conseguido que esté pasado de moda. Os llevo tres temporadas de ventaja, y siempre me las apaño para que os sintáis frustrados. En mi profesión, nadie desea vuestra felicidad, porque la gente feliz no consume. Vuestro sufrimiento estimula el comercio.» (Beigbeder).

Naturalmente, estos tres conceptos o categorías no se pueden desarrollar en un solo artículo; por lo que únicamente verteremos ideas generales sobre dichos conceptos muy en boga en estos tiempos de crisis estructural del sistema capitalista: El Sumak Kawsay, el crecimiento económico y el decrecimiento económico. Tanto el primer concepto como el último tienen grandes similitudes. Pero el crecimiento económico -figura inventada por los países del centro- se contrapone al Sumak Kawsay y al decrecimiento económico.

Me enteré ligeramente sobre el significado del Sumak Kawsay a raíz de un artículo que escribió el camarada Diputado por el FMLN Sigfrido Reyes, en el Frente, periódico oficial de esa formación política de izquierda. Y el Diputado Reyes lo define de la siguiente manera: «Sumak Kawsay tiene una visión fundamentada en una cosmovisión de los antiguos pueblos originarios de la zona andina. Es una expresión quechua que significa: ‘Vivir en plenitud, vivir en armonía’ -en armonía con los seres humanos, en armonía con la naturaleza, en armonía consigo mismo y en armonía con los seres superiores que forman parte de la espiritualidad de estos pueblos» . [1]

El Sumak Kawsay quiere decir entonces «Buen Vivir». Esta terminología proviene de una noción consistente en la posibilidad de enlazar al hombre nuevamente con la naturaleza desde una visión de respeto a la misma. Es como la oportunidad de reintegrarle la ética a la convivencia humana, ya que es necesaria una nueva especie de contrato social en el cual pueda convivir la unidad en la diversidad, en una delineada estrategia de acabar con la violencia sobre la naturaleza, lo cual puede conllevar dentro de poco tiempo a la desaparición de los seres vivos.

El Sumak Kawsay o «buen vivir», es un término que proviene de las lenguas aymaras en Bolivia y del quichua ecuatoriano que, sencillamente, significa en ambas lenguas «buen vivir» o «vivir bien» en armonía con la naturaleza. Por ello, tanto en Bolivia como en Ecuador la idea de crear Estados Plurinacionales sentó las bases para que en ambas constituciones se introdujera el Sumak Kawsay. El profesor Pablo Dávalos [2] señalaba que «En los debates sobre la nueva Constitución ecuatoriana, junto a los derechos de la naturaleza y el Estado Plurinacional, ahora se ha propuesto el Sumak Kawsay como nuevo deber-ser del Estado Plurinacional y la sociedad intercultural. Es la primera vez que una noción expresa una práctica de convivencia ancestral respetuosa con la naturaleza, con las sociedades y con los seres humanos, cobra carta de naturalización en el debate político y se inscribe con fuerza en el horizonte de posibilidades humanas». De esa manera la Constitución ecuatoriana contempla esta figura como una nueva relación entre el hombre y la naturaleza. Dicha Constitución titula el Segundo Capítulo de la misma como «Derechos del Buen Vivir», e inicia la Sección Primera con el «Derecho al Agua y Alimentación» ( http://www.eueomecuador.org )

¿Pero qué tiene que ver esto con la realidad salvadoreña? Los recientes desastres naturales como Ida y Agatha nos responden de manera concreta y bien ilustrativa el anterior interrogante. Pero no sólo es eso. Hay que indagar sobre las causas de esos desastres naturales. Los países industrializados tienen una enorme responsabilidad para con la crisis ecológica que vivimos, la cual está vinculada a la crisis del sistema capitalista. Esto nos lleva a hablar del eufemismo llamado crecimiento económico.

Hablar del crecimiento económico desde el punto de vista del tema que nos ocupa es hablar también del desarrollo económico, el cual es un falso paradigma acuñado por los apóstoles del neoliberalismo con mayor vehemencia en estos tiempos grises que vivimos. Al respecto, nos sigue ilustrando el profesor Dávalos al decirnos que el concepto de crecimiento económico «Es un concepto hecho a la medida de las ilusiones y utopías del neoliberalismo y del capitalismo tardío. Con la misma fuerza que el creyente cree en la epifanía de la voluntad divina, el economista neoliberal, cree en las atribuciones y virtudes mágicas que tiene el crecimiento económico». ¿Crecimiento económico para quiénes? ¿Desarrollo económico para de quiénes? Ese es el punto a discutir en tanto que los grupos de poder en los países industrializados son los que se benefician -económicamente hablando- del desenfrenado consumismo, el cual es inmanente al desarrollo y crecimiento económicos, llevándose de encuentro en una demoledora destrucción los recursos naturales, la salud y la vida de los seres vivos. Es decir que, la base del crecimiento económico descansa en el inmoderado consumo.

Pero el crecimiento económico como tal, o su par llamado desarrollo económico que al final es la misma cosa, por magnificencia son conceptos ambiguos prefabricados por quienes controlan los mercados ante la extenuación del Estado. Venden la idea de que quien está en contra del desarrollo económico es una persona «atrasada». Y en lo que a bombardeo mediático se refiere, han reducido al Hombre a una escala de llegar a lindar con una especie de zombi. «Hay que vestir bien», usar fragancias francesas, tener el vehículo último modelo, y de ser posible, tres vehículos al mismo tiempo para una sola persona en un solo garaje, hay que tener un televisor plasma de último tiraje, un móvil último modelo, tres casas para rentar dos de ellas, y la lista se ampliaría ad infinitum. Dicen que el plasma es el cuarto estado de la materia. No pretendemos dar una clase de química por ser una materia árida y que no comprendo; pero las pantallas plasma están compuestas de una serie de químicos, entre ellos, la lignina, la cual se encuentra incrustada en la corteza de ciertos árboles o plantas que sólo las hallamos en el África. En otras palabras, si se compran cien televisores plasmas al día, le estamos lanzando diariamente una bomba de quinientas libras a los pocos bosques de ese continente tan pobre por su misma riqueza natural. De ahí el por qué Eduardo Galeano señala que «somos pobres a consecuencia de la riqueza natural que poseemos». Pero un consumista en extremo me dirá que a él no le importa porque África está muy lejos de nuestros países, lo que ignora es que África es un continente que pertenece al planeta Tierra, o sea donde vivimos.

El falso crecimiento económico es una teoría neoliberal vacía de realismo, porque lo que hay en el fondo es la acumulación del capital, que es en sí la esencia del capitalismo como sistema de explotación. La avariciosa acumulación del capital envuelve en sí el acrecentamiento de las fronteras de la explotación. A más crecimiento, más acumulación de capital y, en consecuencia, más explotación. Todo bien material que pretende lanzarse al mercado debe ser coligado al desarrollo, al progreso, a la evolución, o a la misma falacia del llamado crecimiento. Habrá que definir a qué tipo de crecimiento se refieren. Es simple. Se refieren al crecimiento del consumo, y este consumismo vuelve cada día más dependiente al ser humano de bienes materiales superfluos para la existencia.

La regla es que en una familia de clase media tiene que haber un televisor (en cada habitación), un ordenador, un aire acondicionado (también en cada habitación), una lavadora, microondas, ducha eléctrica y un interminable etcétera. El sistema te crea necesidades materiales que no son imprescindibles para la vida. Necesitamos un millar de Diógenes para hacernos entender que en el mercado hay muchas cosas que no necesitamos. Es sorprendente escuchar y leer los análisis de ciertos neoliberales, quienes nos quieren hacer creer que si hay más vehículos automotores y más celulares y es porque hay crecimiento y desarrollo económico. ¡Cuánto extraño mi Motorola Dynatac 8000x que vendí a un precio que -como diría Galeano- a Fausto el de Goethe le diera risa! Ya los escucho decir que soy un «atrasado», pero es que Karl Marx ya había señalado que «el trato consciente y racional de la tierra como propiedad comunal permanente es la condición inalienable para la existencia y reproducción de la cadena de generaciones humanas» (El Capital, 1867). Lo que debe imperar es una cultura responsable del consumo; en otras palabras, consumir lo necesario.

Ahora que tenemos cierta claridad respecto del crecimiento económico ante la desnudez de esa falacia, que implica consecuencias insostenibles, ello ha conllevado a la creación de la idea del crecimiento sostenible. Y dentro de este de crecimiento o desarrollo sostenible aparece la cultura del reciclaje, lo cual a mi juicio fomenta aun más el consumismo, tanto en cuanto hay que consumir sin ningún temor a dañar el medioambiente, porque basura que compramos, basura que reciclamos. En algunos países de Europa se fomenta la campaña «No a las bolsas no retornables», lo cual no soluciona el problema pero al menos es una medida que amortigua la contaminación pero no el consumismo.  

Ante este desacertado crecimiento económico, como antítesis real, surge el decrecimiento económico. Esta teoría del decrecimiento económico, lo cual no significa dejar de crecer, sino que es una alternativa ante el consumismo; los expertos lo definen como: «el decrecimiento económico es una gestión individual y colectiva basada en la reducción del consumo total de materias primas, energías y espacios naturales gracias a una disminución de la avidez consumista, que nos hace querer comprar todo lo que vemos» [3] . En otras palabras esto significa consumir responsablemente, comprar lo necesario; y no verse obligada la pareja a trabajar incluso doble jornadas laborales para suplir las necesidades consumistas. Esto de consumir sin responsabilidad ha generado un lacerante modo de vida familiar, porque la pareja confía la educación de sus hijos a la televisión, al Internet y a las instituciones. Entonces, esto del consumismo se trasfiere sin percatarnos a nuestros hijos, volviéndose un efecto dominó o reacción en cadena que favorece a las grandes industrias de los países del centro. Por esa razón la demanda de bienes materiales -triviales- aumenta a un ritmo espantoso, lo cual ha generado que las grandes empresas de los países del centro cierren sus fábricas en sus países de origen para abrirlas en las regiones de la periferia, porque en nuestros países subdesarrollados las leyes son blandas en cuanto a derechos laborales y las concernientes a la protección del medio ambiente. Esto potencia aun más el crecimiento y desarrollo económico pero de los poderosos.

¿Y la responsabilidad de los consumidores? Los poderosos nos hablan de una responsabilidad solidaria en relación a la contaminación del medioambiente. Esto es bastante discutible, porque los países industrializados tienen a mí parecer una enorme responsabilidad con la destrucción del ecosistema. Para el caso, los Estados Unidos, con tantas guerras que ha provocado desde el lanzamiento de las dos bombas atómicas sobre el Japón, pasando por la destrucción de arrozales en Vietnam, Centro América -Nicaragua y El Salvador-, los Balcanes, Kosovo, Iraq, Afganistán y dentro de poco Irán, definitivamente solo esa a potencia mundial se le puede atribuir junto al Estado terrorista de Israel, un 75% de la responsabilidad del desastre medioambiental. Y si a esto le hacemos otra gran suma de la contaminación de sus empresas, creo que hasta soy benevolente con ese 75%. No en vano se han resistido a firmar el Protocolo de Kioto.

Este tema de la crisis medioambiental debería ser la cuestión a debatir en los medios de comunicación en El Salvador. Pero el tema que ha copado la atención de los medios de comunicación en este país es el relacionado con la imposición de la lectura obligatoria de la Biblia en las escuelas. Imagínense qué despropósito, los diputados de la derecha debatiendo sobre la Biblia en pleno Siglo XXI. Dice un camarada filósofo que esas son discusiones bizantinas, las cuales consistían en debatir sobre cuántos ángeles cabían en la punta de un alfiler. Lo curioso de esto es que no han invitado a ningún panelista ateo para que vierta su opinión. José Saramago -dios en su gloria lo tenga junto a «Caín»-, era un comunista y ateo confeso, pero nunca mató ni una sola hormiga, pero George W. Bush y Tony Blair, uno protestante y el otro católico asesinaron a miles de iraquíes y afganos. En El Salvador existe una buena cantidad de ateos que nunca han robado ni matado a nadie, pero hay personajes que dicen llamarse cristianos -de diversas denominaciones religiosas- y que participaron en el asesinato de Monseñor Romero y los sacerdotes jesuitas. Eso señores es una falsa moral, o una estrategia para desviar la atención de los problemas heredados de anteriores administraciones y que nos aquejan a los salvadoreños. De imponerse la lectura de la biblia en las escuelas generaría un terreno propicio para una guerra como la de Irlanda del Norte, donde católicos y protestantes se mataban entre sí. Ya un pastor evangélico dijo que el temor del jerarca de la Iglesia católica salvadoreña es que su iglesia «pierda feligreses». Desde ese momento cualquiera puede ir deduciendo cuál es la estrategia de la derecha, porque este pastor fue un simple aliado coyuntural de la izquierda, pero sabemos que fue formado en las filas del sionismo tobysta.

Pero no nos desviemos del tema. Por supuesto que los consumidores deberíamos de frenar ese modo de vida tan destructivo. Cuando se le preguntó a un escalador patológico del Monte Everest «por qué lo escalaba», él respondió «porque está ahí»; es decir que, si el Everest no existiera no lo escalaría. De igual forma entraríamos en otra discusión de que si no hay consumidores libertinos no habrían empresas contaminantes, o por el contrario, si hay consumidores enfermizos esa es la razón de la existencia de empresas contaminantes que bombardean mediáticamente a esta categoría de consumidores. Ante tal paradoja, supongamos que lo es, tenemos la opción de llevar a la práctica el decrecimiento económico o el Sumak Kawsay como formas responsables de vida; en otras palabras, consumir lo necesario. Siempre recordando, por supuesto, «que la gente feliz no consume».

*El autor es salvadoreño. Licenciado en Ciencias Jurídicas y analista político.

Bog del autor: http://alimontoyaopinion.blogia.com



[1] http://www.fmln.org.sv/fmlnORG/archivos/file/2010/Periodico%20frente%20001.pdf

[2] – Es economista y catedrático universitario del Ecuador. Ha hecho una serie de artículos respecto al tema del Sumak Kawsay, el cual lo contrapone al desenfrenado consumismo y a la falacia del crecimiento económico. http://www.webislam.com/default.

[3] Vicente Manzano. «Comportamiento de consumo y decrecimiento sostenible». http://www.cima.org.es/archivos/Areas/ciencias_sociales/2_humanidades.pdf

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.