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Sumideros de carbono, ¿realidad o ficción?

Fuentes: arainfo.org [Foto: NASA]

Desde hace varios miles de años, el ser humano se ha servido de la energía animal para sus intereses y, tras dominar el fuego, de los vegetales como fuente energética para cocinar o calentarse. Después descubrió el carbón, el petróleo, el gas y el uranio y, en progresión geométrica, ha ido incrementando su consumo energético y creando una sofisticada economía en torno a ello. Tanto es así, que cuando este sistema no consigue crecer en consumo energético, entra en crisis.

Hasta ahora, estas crisis han sido coyunturales, pero ya hemos pasado el pico máximo de producción de todos los combustibles fósiles y minerales (en 2005 el petróleo convencional, en 2013 el carbón, en 2016 el uranio y los proveedores de gas de Europa, Rusia y Argelia, ya la han sufrido).

La quema de combustibles fósiles durante los últimos 100 años, que han sido también de progresión geométrica de la población, ha ido creando problemas en la misma medida. Los gases tóxicos para la vida humana que se concentran en las ciudades y zonas industriales, la finitud e insostenibilidad de los combustibles fósiles que nos abocan a una crisis sistémica en la que estamos, ya, inmersos y los gases con efecto invernadero que están calentando el planeta y provocando cambios en el delicado equilibrio atmosférico y marino.

El primero de los tres problemas es el de salud humana

El consumo masivo de combustibles fósiles ha emitido a la atmósfera ingentes cantidades de gases con efectos perniciosos para la salud, con mayor concentración donde más población humana se reúne, las ciudades.

El anhídrido carbónico tiene un potente efecto invernadero a nivel planetario y, en concentraciones en el aire inhalado superiores al 15% producen la pérdida de conciencia en las personas. El monóxido de carbono es muy inestable en la atmósfera y tarda poco en convertirse en CO2, pero, en recintos cerrados, es extremadamente peligroso, ya que las personas que respiran aire con una concentración de sólo 700 ppm morirán en pocas horas.

Los óxidos de nitrógeno (NO y NO2) son tóxicos; el NO2 en particular es un peligroso veneno respiratorio y en combinación con la luz solar contribuye a la formación de ozono. El anhídrido sulfuroso (SO2), en combinación con agua o condensado, forman ácidos sulfuroso y sulfúrico, muy relacionados con los diversos tipos diferentes de deterioro medioambiental a la vegetación y edificios.

El cianuro de hidrógeno (o ácido cianhídrico) es un líquido extremadamente venenoso y los haluros de hidrógeno HCl y HF, en combinación con la humedad, forman ácidos agresivos. Los hidrocarburos, como el metano (CH4), butano (C4H10) y benceno (C6H6), contribuyen al efecto invernadero (el metano tiene 21 veces el efecto del CO2), pero también hay componentes cancerígenos como el benzopireno.

Las sustancias sólidas o partículas en suspensión, como óxidos de silicio, aluminio, calcio, etc., o sulfatos de diversas sustancias mantienen las sustancias tóxicas y cancerígenas en las partículas de polvo que respiramos.

Aunque desde hace años que los gobiernos han exigido a las empresas que usen mecanismos de reducción de emisiones en coches y algunas fábricas, la concentración de compuestos tóxicos no ha parado de crecer.

Según la Organización Mundial de la Salud, alrededor de siete millones de personas (300.000 en la Unión Europea) mueren anualmente de forma prematura en el mundo por la exposición a partículas de aire contaminado que penetran profundamente en los pulmones y en el sistema cardiovascular, causando enfermedades como la apoplejía, el cáncer pulmonar y otras infecciones y dolencias pulmonares y cardíacas. Un estudio del programa Clean Air for Europe (CAFE) de la Comisión Europea en 2005 señala que, en el Estado español, la contaminación por partículas causa cerca de 20.000 muertes anuales, 11 veces más que los accidentes de tráfico.

La contaminación en el aire es un factor crítico en las enfermedades no transmisibles, causando un 24 % de las muertes de adultos debidas a dolencias cardíacas, un 25 % de las provocadas por derrames cerebrales, un 43 % de las causadas por obstrucciones crónicas pulmonares y un 29 % de las que tienen su origen en el cáncer de pulmón.

Un informe de Ecologistas en Acción señala que, con los laxos baremos de la UE, el 22,4% de población española respira aire contaminado. Pero, si aplicamos los baremos de la OMS, mucho más realistas, el porcentaje se dispara a cerca del 100% (una amalgama de estudios la cifran entre el 90 y el 99%), la misma situación que a nivel mundial. Este problema es especialmente grave en la infancia, que genera propensión a futuras enfermedades.

La campaña Clean Sities, en la que participa Ecologistas en Acción, fomenta la extensión de las Zonas de Bajas Emisiones en las ciudades, para mejorar el aire, la salud y la habitabilidad. Las ciudades del Estado español de más de 50.000 habitantes están obligadas a implementarlas antes de 2023. Es una medida necesaria, pero muy insuficiente, sin afección significativa a nivel planetario. El coche de combustión debe desaparecer de nuestras vidas y el eléctrico llegará a pocas manos. Toca una transformación social importante cuyos primeros pasos no se atreve a acometer ningún gobernante.

Cien ciudades europeas se han comprometido a ser climáticamente neutras en 2030, entre las que están Madrid o Zaragoza, cuyos gobiernos apoyan incondicionalmente el “derecho” de conducir coches por las ciudades. El objetivo es cobrar subvenciones europeas, el fracaso ambiental es previsible.

El doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS afirmó que “La contaminación nos amenaza a todos, pero los más pobres y marginados se llevan la peor parte”, a pesar de ser los que menos han contaminado y contribuido al calentamiento global. Más del 90 % de las muertes relacionadas con la mala calidad del aire ocurre en países de ingresos bajos y medios.

La contaminación atmosférica causada por el tráfico cuesta a Europa más de 72.000 millones de euros anuales en salud, de los cuales 52.865 millones son sufragados por los diferentes gobiernos, según la Alianza Europea de Salud Pública (EPHA). Nuestro país gasta más de 3.600 millones de euros al año en tratar las enfermedades relacionadas con la contaminación del aire por el tráfico, la mitad del presupuesto de Sanidad y el 0,8% de todo el presupuesto del Estado.

Pero también mata el aumento de temperaturas. Sanidad estima que 510 personas murieron en una semana de julio por la ola de calor. La revista Nature Climate Change calcula que el calentamiento global de la atmósfera impulsado por el ser humano es responsable del 37% de las muertes relacionadas con el calor. Este hecho califica de idiotez las palabras de un representante del negacionismo político español, sobre su bonanza para evitar las muertes por frío.

El segundo problema es que los combustibles fósiles son limitados

Hay unas cantidades determinadas que se formaron hace millones de años y que, tras un consumo desaforado y creciente en progresión geómetrica, están comenzando a dar síntomas de escasez y eso, en nuestro sistema, es sinónimo de graves problemas a corto y largo plazo. No todos los combustibles se pueden extraer y no todos son de la misma calidad. Los mejores ya los hemos consumido y llevamos dos décadas de guerras para apropiarnos de las reservas de mayor calidad. Algunas nos han salido bien (Kuwait, Irak, Libia, Siria o Afganistán) y otras nos han salido mal (Venezuela, Bolivia o Ucrania-Rusia). Pero este proceso parece imparable y otros países como Argelia están los siguientes en la lista.

El tercer problema, uno de los más graves que está creando la quema de combustibles fósiles aparejada a la actividad humana, es la emisión de gases contaminantes con efecto invernadero (GEI)

Es decir, gases que dificultan que el calor salga de la atmósfera, por lo que esta se calienta paulatinamente. El anhídrido carbónico atmosférico ha crecido en un 50% en tan solo 150 años, un proceso nunca visto. El planeta atrapa un 49% más de calor que en 1990. Lo que, a priori, no parece preocupante, sí lo es, dado que la mayoría de seres vivos tienen escasa tolerancia al cambio climático.

De hecho, La Tierra ya ha sufrido dos grandes extinciones por este motivo, una de ellas debida al frío (hace 650 millones de años) y otra al calor. Hace 250 millones de años, en el Pérmico, una subida de temperatura media de 10 grados llevó a la desaparición del 90% de las especies marinas y del 75% de las terrestres. Esto nos da dos avisos.

El primero es negativo, el ser humano es incapaz de dominar los procesos geofísicos planetarios y desconocemos cuales son los puntos de inflexión o no retorno. Los científicos estiman que entre 3 y 5 grados de subida media, podría convertirse en un proceso imparable que llevaría a la desaparición de muchos seres vivos, entre ellos, el humano. El Acuerdo de París fijó una subida de temperatura media máxima deseable en 1,5° y un aviso de no rebasar los 2°. La mayoría de países no lo han tomado en serio y, actualmente, ya rebasamos en un grado la temperatura de hace 100 años, pero algunas zonas, como el Mediterráneo, ya han rebasado 1,5°, el Ártico 2° o en zonas de los Pirineos los 3°.

El aumento de temperatura planetaria afecta a las corrientes marinas, que regulan la temperatura terrestre, son responsables de los fenómenos atmosféricos, del reparto de nutrientes y de la fijación del metano en el fondo marino. En 2021, los océanos acumularon 28 veces la energía consumida por la humanidad en el mismo periodo. Así, los océanos se irán convirtiendo en balsas inertes, en mares muertos dominados por bacterias anaerobias, tóxicas para los seres vivos que respiran oxígeno y liberando el metano de sus fondos a la atmósfera.

Pero también es responsable de la desecación de humedales, un sumidero de carbono importante; se estima que el 14.5% del carbono en suelo se encuentra en los humedales, siendo sólo el 6% de toda la superficie terrestre; y de la descongelación del permafrost, que se cree que acumula el doble de carbono del que tiene la atmósfera.

El científico del CSIC, Fernando Valladares, ha augurado que este será, posiblemente, el verano más fresco que conozcamos, dando a entender que el proceso de calentamiento global es continuo y creciente, desnudando la poca intención que tienen los gobiernos mundiales de cumplir sus escasos acuerdos para la contención del calentamiento global.

El segundo aviso es positivo: si el planeta ha sido capaz de salir de una glaciación total y de una extinción por altas temperaturas es porque hay algunos mecanismos naturales que pueden revertir el desastre. Pero eso no quiere decir que vayan a actuar cuando a la humanidad le interese. De hecho, Venus y Marte eran dos planetas gemelos de la Tierra, pero no fueron capaces de corregir acontecimientos apocalípticos. Uno se ha calentado hasta ser un horno (462º en Venus) y evaporarse el agua y el otro se ha enfriado (- 62º de media, con oscilaciones diarias entre 20º y – 80º).

El gas con mayor efecto de invernadero es el dióxido de carbono, por su larga permanencia en la atmósfera. Por eso, se está investigando en la captura y almacenamiento de CO2 (CAC o CCS, en inglés). ¿Pero puede el ser humano, emular a la naturaleza en calidad y cantidad? Plantas y cianobacterias así como la meteorización química son capaces de reducir el dióxido de carbono fijándolo en sus células o en el suelo.

Se habla tanto de reforestar, puesto que los bosques son el mejor mecanismo conocido para extraer de la atmósfera y almacenar CO2. El gobierno inglés pretende reforestar 30.000 Ha. anuales de árboles para lograr el cero neutro de CO2 en 2030, siendo uno de los países con los bosques más degradados debido a la supremacía de la propiedad privada sobre los intereses colectivos.

Crear sumideros de CO2 debería ser una operación a nivel mundial y, sin embargo, se destruyen muchos más bosques naturales que bosques artificiales se crean en el resto del mundo. El sistema consumista requiere mucha materia prima agrícola o energética y los países ricos no están dispuestos a renunciar a ella.

Por eso han inventado los “derechos de emisión de CO2”, una especie de bolsa de carbono. Se ha asignado a cada país una cuota de emisión de CO2 y, si quiere emitir más, debe comprar derechos a otro país (pobre). Este sistema, como podemos comprobar por el aumento continuado de la temperatura media, es una pantomima. Las empresas se llevan la industria contaminante a países pobres con menor actividad contaminante y con derechos sobrantes o, simplemente, compran los derechos y siguen haciendo lo mismo. Así es imposible reducir la contaminación.

Por otra parte, los sumideros verdes se han asociado más a operaciones de lavado verde de empresas, publicidad corporativa, que a estudios sobre idoneidad de las especies a plantar y dónde. No todas las plantas captan igual cantidad de carbono, ni son tan eficientes en su fijación en el suelo, ni son tan resistentes al cambio climático. No es igual un bosque natural que otro artificial.

En esta línea, el incendio de Ateca ha destapado un mercado internacional de publicidad verde. Empresas que plantan árboles y venden “justificantes de captura de CO2” a empresas contaminantes que se publicitan como sostenibles. En el caso de la multinacional Land Life, responsable de la plantación en Bubierca que ha acabado calcinando 14.000 Ha. de bosque y matorral. La empresa desnaturaliza el terreno, planta árboles jóvenes y pasa a emitir unos “certificados de captura de CO2”, sin control, a empresas como Bosch o Repsol, con el marchamo del Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico.

Certificados falsos o, cuanto menos, engañosos. Es la misma estrategia que el “Bosque de los Zaragozanos”, medida estrella del actual consistorio capitalino. Que las administraciones faciliten este negocio ya nos señala el poder de los grupos de presión y como los políticos gobernantes caen amable o interesadamente, en sus redes.

En L’Aínsa, la cervecera La Zaragozana va a plantar 2.000 árboles para poder decir que su actividad industrial es neutra en CO2. La misma empresa privada que reforesta emite los certificados del sello “Compenso” del ministerio.

¿Cuánto CO2 captura un árbol joven? ¿Quién vigila si son ciertos esos justificantes? Sólo una empresa como Repsol necesitaría todos los bosques españoles para poder justificar que retira tanto CO2 como emite su actividad empresarial. Por tanto, es sólo un lavado verde de imagen, falso y caro (para la sociedad). El incendio provocado, con reincidencia, ha arrasado varios pueblos y emitido más CO2 del que la empresa podrá retirar en toda su vida. Y ha arruinado la economía de la zona para décadas, envenenando su atmósfera con consecuencias impredecibles para la salud.

En cuanto a la meteorización química, un proceso natural por el que el carbono, a través de la lluvia llega al mar y precipita en forma de rocas al reaccionar con óxidos metálicos, es un proceso muy lento con mayor desarrollo en las zonas ecuatoriales, como ocurrió hace 650 millones de años. Pero, entonces, Pangea estaba en el ecuador, es decir, toda la superficie terrestre podía recibir la lluvia ácida necesaria para producirse la meteorización, algo que actualmente no ocurre. Es responsable de eliminar el 0,3% de las emisiones anuales de combustibles fósiles.

Por eso se investiga en métodos que aceleren los procesos naturales de fijación de CO2 en el suelo: captura y almacenamiento artificiales bajo tierra o en los fondos marinos, donde la presión permite mantener el CO2 en estado líquido, o en la creación de bioenergía (preferentemente con captura y almacenamiento de carbono, BECCS) y combustibles sintéticos a base de hidrogenación de carbono capturado, mecanismos mucho más rudimentarios y menos efectivos. Ver el artículo de esta serie “Los combustibles del futuro”.

La captura de carbono puede hacerse en el aire directamente, requiriendo un considerable gasto energético y de químicos, lo que paradójicamente, también libera CO2. Así como su transporte a viejos pozos petrolíferos, de gas o de carbón o a bolsas de agua salina o a rocas basálticas (secuestro geológico).

El procesamiento químico de las materias primas y la alteración de la cobertura del suelo también están acompañados por emisiones de CO2 en la atmósfera. El balance final en algunos casos puede ser peor que cuando se queman combustibles fósiles. La seguridad de todas estas tecnologías no es clara, la posibilidad de fuga del gas almacenado no es despreciable. La capacidad de almacenamiento, contrariamente a las grandilocuentes palabras de ciertos políticos y empresarios, es muy reducida. De nuevo, es imposible que los humanos podamos realizar en poco tiempo procesos que a la naturaleza le llevan millones de años. Científicos estiman que podríamos almacenar entre el 5 y el 10% del CO2 emitido, una cantidad muy insuficiente.

Thierry Courvoisier, presidente del Comité Científico Asesor de las Academias de Ciencias Europeas (EASAC), ha analizado el impacto potencial de estas tecnologías y rechaza que puedan desempeñar un papel fundamental: «estas tecnologías ofrecen sólo una limitada posibilidad realista de retirar el dióxido de carbono de la atmósfera y no en la escala prevista en algunos escenarios climáticos». Estas medidas de captura del dióxido de carbono a gran escala implicarán «altos costes económicos y probablemente importantes impactos sobre los ecosistemas terrestres o marinos» . Concluye que los Gobiernos deben «centrarse en reducir rápidamente las emisiones de gases de efecto invernadero» y revisar al alza, tal y como establece el Acuerdo de París, sus compromisos cada cinco años.

La mayoría de estrategias de mitigación del cambio climático están centradas en reducir las emisiones de CO2. Pero no es suficiente, también hay que reducir los contaminantes climáticos de corta duración, que contribuyen al cambio climático casi tanto como aquél: metano, esmog de ozono a nivel de suelo (niebla contaminante), el hollín de carbono negro, los hidrofluorocarbonos y el óxido nitroso. De hecho, como estos contaminantes duran mucho menos en la atmósfera, actuar sobre ellos es mucho más efectivo.

“Reducir el metano es la vía más eficaz que tenemos para frenar el cambio climático durante los próximos 25 años y complementa los esfuerzos necesarios para reducir el dióxido de carbono”, según Inger Andersen, directora ejecutiva de la agencia de la ONU. La cooperación internacional es indispensable.

La mayoría de emisiones antropogénicas de metano provienen de tres sectores: combustibles fósiles, desechos y agroganadería

La extracción, procesamiento y distribución de petróleo y gas representan el 23% de emisiones de metano y la minería del carbón el 12%. Desechos, vertederos y aguas residuales representan en torno al 20%. El estiércol animal y la fermentación entérica el 32% y el cultivo de arroz, el 8%.

En el sector energético se puede actuar con eficacia ante las fugas de metano, de pozos de petróleo, gas y carbón, los vertidos y desechos pueden ser mejorados y tratados y la ganadería puede recibir piensos de mayor calidad.

A pesar de corta vida del metano (12,5 años), su concentración en la atmósfera no para de crecer, lo cual es muy preocupante por su alto poder invernadero (80 veces más que el CO2 durante los primeros 20 años), que lo responsabiliza del 30% del calentamiento global ocurrido desde la época preindustrial.

La crisis ecológica y el calentamiento global producidos por la acción humana, generan una aceleración del deshielo, un aumento del nivel del mar, una acidificación de los océanos, una reducción de la biodiversidad, cambios en los ciclos del agua, pérdida de fertilidad de los suelos, incendios y fenómenos meteorológicos extremos (sequías, lluvias torrenciales, inundaciones, etc.). Produce desplazamientos masivos de población debido a la inseguridad alimentaria.

La resistencia a la transición ecológica es el resultado de la concentración del poder económico y mediático en muy pocas manos. Son capaces de inducir en la sociedad que los problemas no son tan graves, que la tecnología es capaz de solucionar cualquier problema y que el crecimiento económico genera riqueza y bienestar. Enviamos los residuos a países pobres, contaminándolos, al tiempo que alardeamos de economías limpias. La transición ecológica debe ser justa, repartiendo las cargas proporcionalmente a cada país.

A pesar de ello, hay una evidente responsabilidad individual en nuestra alimentación, en nuestros modos de transporte, en nuestros hábitos de consumo y en nuestras preferencias a la hora de votar a unas opciones políticas u otras. Sin una implicación generalizada de la ciudadanía que influya significativamente en empresas y gobiernos, no habrá cambio de paradigma económico.

El Plan Nacional Integral de Energía y Clima (PNIEC) pretende la plena descarbonización de nuestra economía para 2050, en línea con los compromisos asumidos en el Acuerdo de París sobre la reducción de GEI. Contempla un calendario de cierre de las centrales nucleares.

Los fondos Next Generation para fomentar la economía europea, pretenden fomentar la transición energética y ecología y exigen que su uso no resulte perjudicial para el medio ambiente. Sin embargo, el IPCC estima que la descarbonización de nuestro sistema energético hacia energías renovables puede aumentar el calentamiento a corto plazo, dada la mayor actividad industrial y de consumo energético fósil.

Muchos anuncios rimbombantes pero de muy escasa efectividad. Los acuerdos de París, que son mínimos, están cada vez más lejos de cumplirse.

La pandemia ha demostrado que la única manera efectiva de reducir la contaminación es rebajar la actividad humana. Sin embargo, no estamos preparados. De hecho, seguimos remando hacia el precipicio por falta de valentía política. La guerra de Ucrania ha destapado el grave problema de escasez energética que llevamos soslayando dos décadas gracias a las guerras de la OTAN. Europa ha entrado en crisis energética grave y ha antepuesto la producción de energía sobre los objetivos medioambientales, que ya eran muy laxos. Volveremos a producir energía a base de carbón, el sistema más contaminante.

Si no actuamos pronto, reduciendo drásticamente las emisiones de gases contaminantes, la nueva pandemia será el cambio climático y, este, no podemos vencerlo con mascarillas y vacunas.

Carlos J. López. Economista crítico con la estafa al planeta y alguna habilidad más. Uno más en el mundo. Nadie dirige mis palabras.

Fuente: https://arainfo.org/sumideros-carbono-realidad-ficcion/