«Ocurre a menudo que las esperanzas revolucionarias de las masas se realizan bajo formas reaccionarias». A. Ciliga «Hay más verdad en la máscara que llevamos, en el juego que jugamos, la ficción que obedecemos y seguimos, que en lo que se esconde bajo la máscara». S. Zizek En Colombia hizo carrera la idea de que […]
«Hay más verdad en la máscara que llevamos, en el juego que jugamos, la ficción que obedecemos y seguimos, que en lo que se esconde bajo la máscara». S. Zizek
En Colombia hizo carrera la idea de que Duque es un «títere». Se basó en que Uribe lo «señaló» como pupilo. «El que dijo Uribe» era la frase usada para promover o descalificar su aspiración. Creativas caricaturas y virales «memes» ridiculizaban la capacidad del candidato. Como recurso electoral podría ser válido pero asumirlo como verdad es un error. Hoy Duque hace dudar a muchos con sus actuaciones como primer mandatario. Unos se ilusionan con una «traición» al estilo Santos y otros hacen fuerza por que el «titiritero» encarne en Duque.
Intentaremos demostrar que es una idea equivocada. Es el resultado de desconocer la historia y los intereses de clase que son el sustento de las actuaciones de las personas y su expresión política. Está en la base conceptual que sirvió para creer y afirmar que «Santos es igual a Uribe» o que «Santos traicionó a Uribe». Es fruto de la práctica de no captar las diferencias o de hacerlas ver más grandes de lo que son, que es algo propio de la visión lineal y ahistórica.
El origen y la evolución del «uribismo»
Hemos explicado en anteriores artículos que Uribe es resultado de la reacción de una parte de la población colombiana frente a los desafueros de las guerrillas contra campesinos ricos y medios en diversas regiones de Colombia en los años 80s y 90s del siglo pasado (XX). Es un fenómeno socio-político y cultural difícil de entender y aceptar por muchas personas y sectores políticos. Nada tiene que ver con la auténtica y digna lucha campesina por la tierra.
Uribe como ser político se hizo dentro de la clase política tradicional, fue alumno aventajado de dirigentes, ideólogos y personalidades liberales. Y como ser social, era parte de una familia de clase media que por las circunstancias de la vida terminó involucrada con las mafias narcotraficantes antioqueñas que tenían sueños de ser grandes hacendados.
El «uribismo» como corriente política intenta representar los intereses de sectores sociales que se colocaron como meta principal la derrota de las Farc pero, también, desplazar del poder del Estado a la llamada «oligarquía bogotana» que -según ellos- por incapacidad o cobardía habían permitido el crecimiento y poder de las guerrillas. Esos sectores eran los empresarios paisas; los campesinos ricos y medios de todo el país; y las familias católicas de Colombia.
Así, el «uribismo» logró integrar varias corrientes ideológicas que desde 1994 constituyeron un proyecto político de largo plazo. Ellas son: el chovinismo-nacionalista paisa, anti-comunista por esencia; el más radical izquierdismo anti-soviético y anti-fariano colombiano; el clericalismo católico del siglo XVIII; y los teóricos del «Estado comunitario».
En su dinámica político-militar el «uribismo» consiguió unificar a diferentes fuerzas políticas de las regiones, tanto tradicionales como de movimientos cívicos y políticos emergentes que surgieron al calor de la lucha contra-insurgente que construyó verdaderos ejércitos para-militares con el apoyo de sectores oficiales (estatales e imperiales) y despojó de sus tierras y desplazó de territorios a millones de campesinos, indígenas, negros y mestizos.
Ese proyecto político-militar se apropió durante más de 20 años de importantes áreas del territorio colombiano y logró cooptar el aparato del Estado durante las últimas dos (2) décadas, logrando en cabeza de Uribe llegar a la presidencia de la república (2002) y controlar importantes sectores del Estado (ejército, congreso, cortes judiciales, órganos de control, fiscalía, etc.), y penetrar también en algunos sectores productivos vinculados al sector agrario.
En el proceso de derrotar políticamente a las Farc y debilitarlas militarmente, Uribe hizo múltiples alianzas y concesiones a la «oligarquía bogotana» que decía combatir y a otros sectores políticos que no eran parte de su proyecto inicial. En esa dinámica se convirtió en ficha subordinada del imperio estadounidense y fue utilizado para atacar el proyecto bolivariano de Chávez y de otros gobiernos «progresistas» o de izquierda de países vecinos, acusándolos de ser colaboradores de las Farc. Ha sido un «cachorro» con dinámica propia.
El declive del uribismo
En medio de su «delirio autoritario» Uribe intentó una tercera elección que se iba a convertir en reelección indefinida, hecho que fue desautorizado por el gobierno estadounidense. Desde ese instante su proyecto político inició un paulatino declive. Los enfrentamientos e interferencias ilegales al funcionamiento de la Corte Suprema de Justicia y otros desmanes y crímenes cometidos desde y durante su gobierno lo fueron desgastando en el ámbito institucional e internacional. Los dueños de los bancos y grandes negocios se asustaron.
En la elección presidencial de 2010 no pudo elegir un sucesor de confianza y la clase hegemónica, la Gran Oligarquía Financiera Global en su capítulo colombiano, o sea, los Slim, Sarmiento Angulo, Ardila Lulle, Gilinski, Santodomingo, etc., impusieron la sucesión con Juan Manuel Santos para continuar la tarea de Uribe y desmontar el conflicto armado con las guerrillas para garantizar un nuevo ambiente de «paz» para las inversiones globalistas.
Una vez Santos inicia su gobierno, Uribe es desplazado del partido de la «U» fundado en alianza con los sectores más descompuestos de los partidos tradicionales. En 2012 organiza el «Frente contra el Terrorismo» y en 2013 creó el partido «Centro Democrático» con sus más cercanos colaboradores, disidentes conservadores y algunos miembros del M19 para participar en las elecciones de 2014. Desde 2012 se había declarado en oposición al gobierno de Santos cuestionando diversas políticas pero mantenía niveles claves de influencia dentro del ejército y algunas instancias del gobierno aprovechándose de las vacilaciones de Santos.
Durante los siguientes años las relaciones entre Uribe y Santos se hicieron más difíciles y controversiales. Altos funcionarios del gobierno de Uribe fueron enjuiciados, unos huyeron y otros fueron apresados, avanzó el proceso de paz con las Farc, las relaciones con los gobiernos de Venezuela, Ecuador y otros países se restablecieron y tranquilizaron, Colombia entró a ser parte de Unasur y la Alac, y Uribe terminó siendo la cabeza de la oposición.
Uribe obtuvo una importante votación para su partido en 2014 y fue elegido senador. Logró constituir una disciplinada bancada parlamentaria bajo su férreo mando y lideró una obcecada oposición a Santos. Su obsesión ha sido garantizar su impunidad frente al peligro de ser enjuiciado por los numerosos crímenes que se cometieron desde cuando fue Gobernador del departamento de Antioquia y en sus dos períodos como presidente de Colombia.
Uribe es consciente que de no contar con la fuerza política que construyó en este período y si no fuera portador de valiosa información que compromete a la casi totalidad de los estamentos del poder político y económico que se involucraron en la guerra contra-insurgente, incluyendo empresas extranjeras y agencias del gobierno de los EE.UU., ya hubiera sido sacado del escenario político y entregado a la justicia. Él lo sabe y mucha gente también.
Por ello, en la coyuntura de las elecciones de 2018, para Uribe era fundamental derrotar a las fuerzas políticas que realmente habían re-elegido a Santos en 2014, o sea, a los sectores democráticos de las clases medias que desde 2010 (Mockus) levantaron la lucha contra la corrupción y a los sectores democráticos de izquierda y progresistas que impulsaban la paz. De ello dependía su tranquilidad y la de muchos de sus cómplices y colaboradores.
¿Por qué ganó el «candidato de Uribe»?
Esas fuerzas democráticas que fueron fundamentales para la elección de Santos en 2014 para sostener y continuar el proceso de paz, nunca entendieron que debían mantener una actitud autónoma e independiente (deslindada) tanto del gobierno como de las Farc, para presionar con eficacia la solución negociada del conflicto armado, constituirse en la fuerza política para consolidar la paz, impedir el incumplimiento de los acuerdos y el regreso del «uribismo».
Al no entenderlo, entregaron su fuerza electoral a Santos sin contraprestación alguna, permitieron su demagogia y politiquería con la paz, y facilitaron el trabajo político de Uribe. Buena parte de las importantes luchas populares y movilizaciones sociales, entre ellas el paro cafetero y agrario de 2013, fue canalizado por el «uribismo» fortaleciendo su presencia en sectores de la población que fueron esenciales en la coyuntura política de 2018.
Además, las Farc en su embriaguez triunfalista de la «conquista de la paz», desconociendo el rechazo generalizado que existía entre amplios sectores de la población, le ayudaron -torpe e ingenuamente- a Uribe y todos los sectores comprometidos con los crímenes de la guerra contra-insurgente, a posicionar la idea de que Santos le estaba entregando el país a las Farc y a una izquierda que iba a aplicar el tenebroso paquete «castro-chavista» en Colombia.
A pesar de todas esas torpezas, las fuerzas democráticas avanzaron en lo electoral pero no pudieron evitar que «el que dijo Uribe» fuera elegido presidente. Tres factores contribuyeron con ese avance: 1) El impacto de los escándalos de corrupción y la acción política que aprovechó esa circunstancia; 2) Los errores cometidos por los dirigentes de las Farc en su proceso de hacer política legal que ratificaron ante la opinión pública que no tenían respaldo popular y no constituían mayor peligro, y 3) Que los candidatos democráticos (Petro, Fajardo y De la Calle) se alejaron de cualquier compromiso con ese nuevo partido.
No obstante, Uribe entendió que al desaparecer la «amenaza castro-chavista» encarnada en las Farc, no podía ganar las elecciones con un candidato de su entraña. Por ello, desde septiembre de 2017 postuló a Duque como su candidato sacrificando a Oscar Iván Zuluaga y a otros copartidarios. Una vez Duque es escogido por el CD en un ejercicio de encuestas, organiza una coalición con conservadores (Pastrana-Martha Lucía) y otros sectores de la extrema derecha (ex-procurador Ordóñez) para realizar una consulta inter-partidista el 11 de marzo que se planteó como un plebiscito contra Petro, a quien señalaba como el sucesor de las Farc.
Entre el 11 de marzo y el 27 de mayo los demócratas colombianos reviven la «patria boba». Fajardo, el candidato del «centro» (Coalición Colombia) confronta a Petro con el discurso uribista permitiéndole a Duque que continuara ganando terreno con un discurso conciliador y «centrista». Y Petro se concentró en atacar a Uribe acusando a Duque de ser su «títere» confirmando y reforzando su talante de izquierda «vengativa». Uno de sus acompañantes anunciaba públicamente que su principal meta era «meter preso a Uribe».
Uribe logra acuerdos con toda la casta política y con la oligarquía financiera para apoyar a Duque en la última fase de la campaña. Petro pasa a segunda vuelta y con las fuerzas democráticas que lo apoyan (un sector verde y polista) intenta presentar a Uribe como la gran amenaza para la democracia. No lo consigue; una parte de las fuerzas democráticas (fajardistas) apostaron por «lo malo conocido» (Uribe) frente a «lo bueno por conocer» (Petro) e inclinaron la balanza por Duque.
Después de las elecciones se quiere hacer creer que Duque ha moderado su posición frente a los acuerdos de paz o la reforma de la justicia por supuestas presiones del FMI. Esa actitud infantil menosprecia lo logrado por las fuerzas democráticas que nadie puede desconocer. Hay algo de esa actitud en la refrendación de la consulta anti-corrupción del próximo 26 de agosto, que «de hecho» las fuerzas democráticas ya votaron y ganaron en la primera vuelta (27-M). A veces no vemos «lo real» por estar pendientes de «lo formal» y, como en el plebiscito de la paz, nos desgastamos.
La coyuntura actual
Para avanzar en el análisis de la coyuntura actual que tiene que ver con la caracterización del gobierno y la actitud de los demócratas (alternativos, progresistas e izquierdas) frente a la nueva situación, se presentan en forma resumida unas conclusiones y algunos otros elementos que se deben considerar para entender las particularidades del momento, no solo en el marco nacional sino regional (latinoamericano) y global. Veamos:
a) El acuerdo hecho por Uribe con la casta política tradicional tiene como único objetivo detener el avance de las fuerzas democráticas y del proyecto político que lidera Petro.
b) Para Uribe lo principal es garantizar su impunidad pero no renuncia a su proyecto político. Trata de asegurar lo primero sin olvidar lo segundo.
c) Uribe y Duque coinciden en lo fundamental; diseñaron su plan desde el año pasado (2017).
d) A Uribe le sirve que Duque aparente ser «títere» y amague con ser «traidor». El engaño y negociación requieren de esos papeles y actuaciones.
e) Uribe ya trabaja en paralelo con el gobierno y sus parlamentarios. Con Duque avanza hacia el «centro» (clases medias) y con la bancada mantiene a Petro tirado a la izquierda.
f) Uribe y Duque -por lo visto- «tacan» a dos o tres bandas. Tratarán de perfeccionar lo hecho por Santos profundizando sus políticas a favor del gran capital aunque tendrán que «defender» y «beneficiar» a empresarios y productores medios y pequeños.
g) Uribe y Duque inauguran en Colombia una «nueva derecha» que no solo posará de «anti-corrupta» sino que enfrentará de hecho algunas formas «pre-modernas» de hacer política.
h) Esa «nueva derecha» es un fenómeno mundial (Trump, Putin, otros) y es resultado de la actual crisis de la globalización neoliberal. En Colombia recién asoma la cabeza.
i) La política de industrialización de nuestras materias primas propuesta por Petro y recogida por Duque, tiene hoy condiciones nuevas de realización en el ámbito internacional.
j) Uribe y Duque tendrán que mantener un equilibrio entre tres sectores que los sustentan: la oligarquía financiera transnacional, la burguesía burocrática y los medianos empresarios y productores. No la tendrán fácil pero todo depende de la capacidad política de las fuerzas democráticas.
k) El gobierno colombiano no está en condiciones de involucrarse en aventuras bélicas frente a la crisis venezolana. Mientras Trump y Putin desactivan la guerra en Siria, en contravía con los intereses de la oligarquía financiera global, no existe la más mínima posibilidad de que se promueva -en el corto plazo- una acción de ese tipo en nuestra región.
l) La «guerra contra las drogas» y la «nueva guerra post-farc» más degradada que la anterior va a proseguir su dinámica «irregular» mientras los diversos grupos armados ilegales seguirán asesinando «por contrato» a los luchadores sociales.
¿Qué hacer?
En Colombia las fuerzas democráticas siempre han sido cooptadas por la oligarquía y la «izquierda» ha sido utilizada para hacerlo. Pasó con López Pumarejo, López Michelsen y Juan Manuel Santos. Ello por cuanto no se ha luchado con autonomía e independencia. Han existido coyunturas de fraccionamiento de las clases dominantes que por erradas lecturas no fueron aprovechadas. La reforma agraria de Lleras Restrepo (1966) solo fue apoyada y utilizada por liberales progresistas y dirigentes campesinos e indígenas pero el grueso de la izquierda estaba en su proyecto insurreccional y la izquierda legal no supo qué hacer. Igual pasó con Luis Carlos Galán Sarmiento quien enfrentó con valentía a la oligarquía corrupta que se alió con las mafias narcotraficantes pero las izquierdas cortesanas no hicieron nada.
Hace 4 años los demócratas (incluida gran parte de la «izquierda») se aliaron con Santos para derrotar a Uribe y alcanzar la paz. Se logró el desarme de las Farc pero no se derrotó a Uribe. La práctica demostró que Santos no era igual a Uribe y que Santos no traicionó a Uribe. Fue correcto apoyar a Santos en esa tarea pero no se hizo con la suficiente claridad, fuerza, autonomía e independencia. No se valoraron las fuerzas democráticas que fueron determinantes en la elección de Santos a quien se le entregó ese capital político con base en la idealización de la paz y del proceso. Un inexplicable triunfalismo obnubiló a muchas fuerzas políticas y todo ello se convirtió en un obstáculo que impidió un mayor avance.
Además de liberarnos de esquemas que no nos dejan avanzar debemos superar las rigideces que nos impiden ser flexibles y eficaces. Estar atentos a los cambios que son presionados «desde abajo», romper el «cascarón electoral», superar los «egos» y cálculos electorales que nos dividen e impiden un debate abierto y fraterno. Hay que superar la estrategia puramente electoral de las fuerzas democráticas y volver sobre el movimiento social luchando contra el burocratismo y el «sectorialismo» que ha hecho un daño enorme.
En términos concretos hay que superar el «síndrome del títere y del traidor». Hay que empujar no solo a Duque y a Uribe sino a todos los sectores que propongan iniciativas o reformas que sean convenientes para la sociedad y el pueblo. Hay que «coger por la palabra» a Duque no solo en temas «cosméticos» (no mermelada, anti-corrupción, respeto a la división de poderes, reforma política, etc.) sino también, y fundamentalmente, en temas gruesos como la industrialización de nuestras materias primas y el cambio de la matriz productiva y energética, impulsando proyectos concretos en las diversas regiones y con los pequeños y medianos productores (cafeteros, paneleros, arroceros, ganaderos, paperos, fruticultores, etc.) que son los más interesados en esa política. Los candidatos a alcaldías y gobernaciones deben recoger esas propuestas y desarrollar verdaderos y coherentes movimientos locales y regionales.
Hoy la fuerza de los sectores democráticos es suficiente para avanzar con consistencia en todas las áreas de la lucha política sin dejar de ser oposición y sin aflojar en la denuncia de quiénes son los que están detrás de la coalición de gobierno, cuáles son sus intereses y hasta donde pueden realmente llegar. Lo contrario es enconcharse con base en la idealización de los votos conseguidos en la reciente coyuntura electoral, ponerse a la defensiva y no entender la extraordinaria vulnerabilidad y precariedad de las fuerzas que sostienen a Duque y a Uribe.
Pero dicha acción exige serenidad, inteligencia y estrategia para dialogar e interactuar con la Nación y no solo con los sectores que ya están con nosotros.
Blog del autor: https://aranandoelcieloyarandolatierra.blogspot.com/2018/08/superar-el-sindrome-del-titere-y-del.html#.W32qKyRKhkg
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