En los últimos días hemos vivido nuevas fases expansivas en torno a la supremacía cultural del reino de España en torno a tres elementos teóricamente culturales, el himno, la bandera y el idioma. En este ciclo expansivo de la supremacía cultural española, podemos incluir también las continuas alusiones a las necesarias políticas de freno a […]
En los últimos días hemos vivido nuevas fases expansivas en torno a la supremacía cultural del reino de España en torno a tres elementos teóricamente culturales, el himno, la bandera y el idioma. En este ciclo expansivo de la supremacía cultural española, podemos incluir también las continuas alusiones a las necesarias políticas de freno a la inmigración, del control de las ayudas sociales y las habituales arengas en torno a los llamados privilegios vasco navarros. Cabe ante esta situación (nada nueva por otra parte), detenerse y analizar con tranquilidad el ciclo de supremacía cultural política al que nos quiere arrastrar el aparato conservador del estado y sus portavoces mediáticos.
En la dialéctica que se establece entre lo común y lo político, la duda es quién fue ante sí el huevo o la gallina. Suponemos que lo cultural es el germen de lo político y la base sobre la que se articulan las relaciones de poder y de construcción del imaginario colectivo. Por extensión, las instituciones deberían ser la consecuencia derivada de este imaginario colectivo, trenzado durante siglos por una diversidad infinitesimal fundamentada en las personas y su contexto social. Sin embargo, la realidad comunicativa y la evolución democrática del voto nos indica justo lo contrario: es el contexto el que está definiendo en los últimos tiempos la relación de las personas con respecto a las instituciones y la interpretación que de su labor realizan éstas.
Así pues, surgen derivadas de un contexto político convulso, determinadas opciones que impulsadas por discursos grande elocuentes (como el de Felipe VI en torno a Catalunya), tratan de establecer una relación de superioridad moral y ética en torno a un sentimiento y unos elementos culturales, sorprendentemente (en teoría), postergados por aquellos que provenientes de la periferia española, pretenden humillar y menos preciar los valores de todos-as, los valores comunes, los valores españoles.
El problema surge cuando se intenta por la puerta de atrás hacer ver que estos valores comunes son muestra de generosidad y consenso y no, como verdaderamente son, representaciones claras de una ilusión borbónica nacida en la ilustración en torno a la supremacía cultural del reino español. Decía Mario Onaindia1, que «el padre de John Hume le dijo una vez, las banderas no se comen» a la vez que decía que «el marco del abandono de la violencia en Irlanda está ligado a la existencia misma de la Unión Europea donde todos sus ciudadanos tendrían dos nacionalidades, la europea y la del estado en origen». Es decir, si bien según Mario, ex militante de ETA, EE y PSOE, existen valores comunes que engloban a todos y pueden llevar a decisiones históricas, la dicotomía está ligada indisolublemente a una relación bilateral entre el marco histórico y el nuevo imaginario institucional.
Esto nos lleva al punto de origen en torno a la elaboración del nuevo marco institucional español: la constitución de 1978. Un marco superior que daba por cerrado, a través del estado de las autonomías el conflicto histórico multi cultural de las naciones sin estado. En el caso del marco vasco, además, le otorgaba el concierto como herramienta fundamentada en los derechos históricos, que pretendía, sin disimulo, cerrar las viejas heridas en torno a los decretos de nueva planta y el carlismo.
Por todo ello sabemos, que los privilegios vasco navarros no fueron un marco de concesión, ni mucho menos de consenso, sino una consecuencia histórica de la relación entre las élites de estos territorios y las del resto del estado, incluida la familia real. Además, la constitución hacía hincapié en preservar el marco cultural y regional (idioma, himnos, banderas…) propio, para con ello hacer olvidar el periplo franquista donde todos ellos fueron interpretados bajo la supremacía cultural centralista, adornada con algunos elementos regionales por aquello de la diversidad del viejo reino.
Así pues, los privilegios no lo eran tanto y si eran un acuerdo de renovación foral para encontrar la paz en torno a un nuevo reino. Ni que decir tiene, que en el plano estrictamente económico, esos privilegios nunca existieron y fueron simplemente un producto de una crisis social y económica insuperable para el gobierno de un joven andaluz supremacista: Felipe González Marquez.
Llegados a este punto, el actual tridente PP-Ciudadanos-Borbones, tan solo pretenden volver al punto anterior al acuerdo, estableciendo, de facto a través del discurso y del 155, que estas concesiones fueron demasiado lejos y que los valores comúnmente aceptados por los ciudadanos españoles están siendo postergados bajo las teóricas imposiciones culturales de las naciones sin estado periféricas. Los ataques a la lengua propia de cada región, cultura, costumbres o incluso formas de ser, a lo que si esta comúnmente aceptado allí (en el centro), será sin duda el modus operantis habitual en los próximos meses, ya que está en juego volver al supremacismo ilustrado castellano o seguir anclados en la diversidad. El concierto, el cupo, la lengua, las políticas de inmigración…son tan solo herramientas para seguir siendo autónomos ante el eje conservador que pretende romper el pacto constitucional y volver a la España de los Borbones.
Como consecuencia de esto, las próximas reformas de las instituciones no serán progresistas ni fundamentadas en la diversidad, lo serán por el contrario, supremacistas y basadas en un pensamiento anterior: España una y grande. La respuesta ante est,o será también como lo fue antaño pero cambiando el sujeto: el hambre, una y grande durante el gobierno del PP-Ciudadanos y más grande aún mientras los borbones han reinado.
Ante esta gran envolvente, solo nos queda hacernos fuertes en aquello que nos une y resistir bajo el marco de grandes acuerdos de país el envite que nos viene del frio continente, pues el eje conservador tiene a su favor, la historia, donde siempre los vascos y navarros hemos salido perdiendo por nuestra débil unión interna ante los envites exteriores y sobre todo los grupos de poder. Recordemos que el poder y el control de los medios es de ellos-as. A nosotros solo nos queda tratar de no jugar a máximos y saber lo que está en juego. En Catalunya ya nos han enseñado el camino. Toca trazar el nuestro incluyendo a todos aquellos compañeros que hayan sido agredidos por este tridente. Toca recuperar la ilusión.
Toca volver a movilizarse si queremos sobre vivir. Si queremos seguir siendo nosotros-as mismos. Los usos y costumbres ya no llevan a la reforma institucional y al control ciudadano, sino a la imposición de un modelo cultural paracaidista, centralista y sobre todo bien aconsejado por los poderes que imponen al unísono recortes y asimilación cultural. Esta en nuestra mano.
1 https://elpais.com/diario/1998/10/17/internacional/908575207_850215.html
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