La película de Icíar Bollaín remueve la conciencia social para que podamos abrir los ojos a la realidad
También la lluvia es una película imprescindible, de esas que van directas a la esencia con la que se forja el carácter de lo humano. No se pierde por vericuetos de sensiblería y de esta forma no nos permite un descanso para acallar la voz de nuestra conciencia. No hay reproches que sirvan para alejarnos de lo sustancial. Uno de esos largometrajes de los que sales con la emoción a flor de piel, pero también cargado de una furia contenida por la realidad de opresores y oprimidos que nos muestra.
Ya han pasado más de quinientos años desde que Colón pusiera su pie europeo en el continente americano, de aquellos arcos, flechas, palos y piedras con que los indígenas se enfrentaron a la pólvora y el acero de un ejército invasor llegado para expoliarles. Y sin embargo nada ha cambiado, aquellas luchas siguen en pie, el pequeño se defiende del gigante. Entonces fue por el oro, ahora, en estos tiempos de escasez, por el agua. Un recurso vital para la subsistencia del planeta y de los seres humanos. El nuevo oro de este siglo que también pretendemos arrebatarles a sus dueños legítimos.
Cuando Colón llegó al Nuevo Mundo no fue capaz de discernir si existía la propiedad privada entre aquellos hombres y mujeres, todo lo que les pidió se lo dieron con ingenuidad. Entonces, ante tan endeble enemigo, impuso lo suyo, una religión y unas leyes básicamente tributarias. Aquella no fue una lucha entre españoles y americanos, o de cristianos convirtiendo almas a la que consideraban la fe verdadera, sino la utilización de una fuerza militar por parte de los ricos y poderosos para apropiarse de todo lo que aquella rica tierra producía. Imponiendo, denigrando, pisoteando, esclavizando, matando… y sólo por la ambición de enriquecerse a costa de los demás.
La otra, la guerra del Agua de Cochabamba, nos muestra a otro ejército defendiendo los intereses privados frente al bien común, pues siempre hay quien por su beneficio es capaz de quitarnos hasta el agua de la lluvia que cae.
Icíar Bollaín con También la lluvia entremezcla estas dos historias en una trama que surge desde el presente, de gentes del cine que quieren realizar una película sobre la colonización española del siglo XVI. Cineastas con estrechos presupuestos, que abaratando costes eligen para rodar su película localizaciones en Bolivia, por ser éste un país pobre pero poblado con muchos indígenas. Contando las ansias de Colón y los suyos en aquel pasado, se encuentran con la resistencia de un pueblo en este presente. Y ocurre que el plano artístico no parece asumir la realidad, absortos los cineastas en la grandeza de su película: lo reivindicativo del mensaje, la fuerza de conmover y esas cosas que tiene el séptimo arte en su construcción. Es la pregunta de siempre, ¿qué resulta más útil, comprometerse con las personas o con las ideas al margen de las personas? ¿Debemos ayudar a los individuos que sufren implicándonos directamente con ellos o seremos más eficaces gastando nuestro esfuerzo en difundir la situación colectiva para que puedan recibir la ayuda de la opinión pública y los organismos y solidaridad internacionales? Sin duda ese es el planteamiento y el interrogante que hace a cada uno de los espectadores la película.
También la lluvia muestra con crudeza la violencia con la que se castigó la resistencia indígena en el siglo XVI. Presenta la lucha de dos personajes históricos: Colón frente a Hatuey, el primer líder indio que fue quemado vivo en una cruz para ejemplarizar lo que le ocurriría a todo aquel que se opusiera a los cristianos y su fuerza descomunal. Pero toda injusticia encuentra voces que se oponen, que son capaces de desentrañar la actitud inhumana y transmitir la situación mediante su palabra contagiosa. En el XVI fueron los dominicos Antonio Montesinos y Bartolomé de las Casas, con valentía y desde sus pequeños púlpitos, los que se levantaron en defensa de los indios. Señalaron que también eren seres humanos y que por lo tanto deberían tener los mismos derechos. En el comienzo del siglo XXI son pequeños líderes indígenas de estas comunidades quienes claman contra lo injusto, los que luchan y pelean por defender lo poco que le queda a su pueblo. La película se centra en todos ellos.
Su directora, Icíar Bollaín, la define como una historia de «resistencia y amistad», pero también lo hace señalando lo que tiene de viaje personal, la parte que supone una aventura emprendida por los protagonistas y que terminará trayendo el pasado al presente.
Es cierto, ese es otro de los grandes aciertos de También la lluvia. Cada uno de sus protagonistas parte de una ambición distinta y según avanza la película va eligiendo un camino diferente, propio y personal, que a la vez esquematiza las opciones que puede tener el espectador. Los protagonistas, ante la encrucijada, toman su decisión, la solución que como seres humanos les permitirá seguir viviendo con honestidad, la que con su juicio de valores consideran que deben tomar. Ante las situaciones que nos tocan el corazón como personas no podemos quedarnos al margen.
Pero no valen respuestas superficiales, demagógicas o desde una postura que no se implique con el problema. Así, si la respuesta es un mensaje progre, de imagen solamente, se anula con rapidez, basta la ironía de un gobernador para convertir buenas intenciones en cinismo como ocurre en la misma película.
Sorprende esa profundidad en el guión que nunca se queda en lo banal. Tirando del hilo se descubre que el escritor que se encuentra tras él es Paul Laverty, guionista habitual de Ken Loach y que destaca por sus inquietudes sociales que le llevaron a trabajar con una asociación de derechos humanos en Nicaragua y cuya experiencia terminó por apartarle de su carrera de abogado.
Otro punto fuerte de También la lluvia son las buenas interpretaciones de sus actores. Excelentes Gael García Bernal y Luis Tosar, al igual que Juan Carlos Aduviri que contrasta desde su pequeña estatura enseñando un coraje similar a los otros dos. Miradas cargadas de fuerza que nos desvelan en sus pequeños gestos todo el pensamiento intrincado de los personajes que cada uno de ella ha construido. Señalar también a Raúl Arévalo, quien tiene un papel corto, pero inolvidable. Aunque si alguien destaca sobre todos es Karra Elejalde interpretando al poliédrico actor que interpreta a Cristobal Colón. Su personaje, a vueltas ya de todo, es el único que escoge en libertad, como un vaquero que por casualidad aparece en un pueblo del oeste dominado por los malos y que con un vistazo descubre lo injusto, pues al llegar nuevo carece de los prejuicios de los de dentro.
En También la lluvia, y a pesar de la crudeza, Icíar Bollaín nos muestra dibujado un atisbo de esperanza, de que las cosas pueden cambiar, hacerse más humanas y justas. Una ilusión nueva que nos llega de América Latina a la cansada Europa, cuyos modelos económicos y sociales se han gastado con los años deshumanizándose. Pero también nos advierte de que el camino para llevar a cabo esos cambios es un sendero angosto y tortuoso que comienza con la defensa de nuestros derechos frente a los poderosos. Unidad y pelea, no hay otro secreto.
A modo de pequeño anecdotario: La guerra del Agua de Cochabamba, ocurrió entre enero y abril del año 2000 en esta ciudad -la tercera más grande de Bolivia-. Se trató de una serie de protestas populares resultado de la privatización del abastecimiento de agua municipal.
En septiembre de 1999, Hugo Banzer, presidente electo de Bolivia y antiguo dictador del país, firmó un contrato con la multinacional Bechtel para privatizar el servicio de abastecimiento del agua en Cochabamba. Dicho contrato fue promovido por el Banco Mundial. Esta privatización supuso aumentos de tarifas superiores al 100% que provocó primero las quejas de la población y después una revuelta popular, pues este incremento empobrecía aún más a los ciudadanos, en su mayoría campesinos e indígenas.
En estas protestas, la policía boliviana mató al menos a seis personas e hirió a ciento setenta manifestantes. Resultó esclarecedora una grabación televisada a todo el país en la que se observaba al capitán boliviano del ejército, Robinson Iriarte de la Fuente, disparando con un rifle hacia una muchedumbre de manifestantes, hiriendo a varias personas y golpeando al estudiante de diecisiete años Víctor Hugo Daza hasta su muerte, lo que resultó el detonante de la ira popular.
Los cocaleros, liderados por Evo Morales, jugaron un papel fundamental en la victoria. Esta férrea defensa de los derechos de un pueblo terminaría lanzando a Morales hacia la presidencia de Bolivia.
Finalmente, por la presión ciudadana, el gobierno canceló el contrato con la multinacional Bechtel que interpuso demanda al gobierno mientras siguió con sus negocios en otros lugares, como por ejemplo la construcción en Arabia Saudí del edificio Kingdom Tower.
Fuente: http://islainexistente.javialvarez.es/2011/01/tambien-la-lluvia-quinientos-anos-no-es.html