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Tesis y reflexiones de Francisco Fernández Buey sobre los nacionalismos

Fuentes: Rebelión

Para Francesc Xavier Pardo, que probablemente coincida con muchas de las observaciones de esta nota. El autor de Por una universidad democrática escribió sobre nacionalismos y asuntos próximos desde mediados de los setenta o incluso antes. En los noventa intervino con energías renovadas en discusiones que se llevaron sobre el tema en los alrededores de […]

Para Francesc Xavier Pardo, que probablemente coincida con muchas de las observaciones de esta nota.

El autor de Por una universidad democrática escribió sobre nacionalismos y asuntos próximos desde mediados de los setenta o incluso antes. En los noventa intervino con energías renovadas en discusiones que se llevaron sobre el tema en los alrededores de Izquierda Unida. Hay varios testimonios de ellos: cartas a su amigo, compañero y camarada Víctor Ríos, artículos en El Viejo Topo, intervenciones (a veces en minoría de uno) en el Foro Babel, materiales para discutir son sus amigos y compañeros, más de una conferencia con toda probabilidad.

Uno de estos papeles lleva por título «Nacionalismos» [1]. No está fechado. No es improbable que sea de mediados de los novena del siglo pasado (lejos, pues, de la actual situación política española) y, si no ando errado, no ha sido publicado hasta la fecha. Dar cuenta sucinta de las tesis y reflexiones de este escrito del profesor de filosofía moral y política es el objetivo de esta nota.

El texto está estructurado en 11 breves tesis. A la Benjamin, uno de los filósofos marxistas que más interesó a Francisco Fernández Buey. No sólo por su obra desde luego.

La primera reflexión muestra su realismo político, el mismo que cultivara su amigo y maestro Manuel Sacristán [2]. Independientemente de lo que podamos sentir al oír pronunciar la palabra «nacionalismo» (identificación, desagrado, indiferencia), apunta FFB, «conviene partir de un hecho: los nacionalismos existen y, en diferentes formas, han existido desde el origen mismo del estado-nación, o sea, por lo que hace a Europa, desde el origen de lo que los historiadores llaman modernidad».

La segunda observación rastrea orígenes. Lo que llamamos actualmente nacionalismos probablemente sea «la forma moderna (es decir, política) de los arraigados sentimientos de pertenencia a (e identificación con) la comunidad propia que son observables en la mayoría de las culturas históricas premodernas».

FFB ilustra su observación con dos ejemplos. Uno de historia de las ideas, de historia de la ciencia, y otro de historia de la cultura. El primero: «Cualquiera que haya leído el tratado hipocrático que lleva por título «Sobre los aires, aguas y lugares» [3], se habrá dado cuenta de la importancia de ese sentimiento de identificación (y diferenciación respecto de otros pueblos y etnias) tenía ya para la cultura griega clásica». El segundo ejemplo: «Cualquiera que conozca un poco de historia medieval y renacentista europea podrá comprobar que «la selva de los tópicos» sobre los caracteres de identidad y diferenciación de los pueblos era ya una constante antes del surgimiento del estado-nación europeo».

La tercera observación apunta al uso de la palabra «bárbaro». Estaba autorizado para ello. FFB fue autor de La gran perturbación y de La barbarie, de ellos y de los nuestros. El reiterado uso de la palabra «bárbaro», apunta, «para calificar al otro, al extranjero, al de la otra etnia o cultura prueba que mucho antes de que hubieran surgido los nacionalismos en el sentido moderno de este término los sentimientos de pertenencia, identidad y diferenciación eran ya un elemento central en la vida de las colectividades».

La cuarta tesis señala y traza matices y líneas de demarcación.

Es posible -y conveniente- distinguir «entre estos sentimientos de pertenencia, enraizamiento, identidad y diferenciación cultural y lo que llamamos hoy habitualmente nacionalismo, que es, esencialmente nacionalismo político o políticamente organizado». Desde ese punto de vista, apunta el filósofo palencelonés, uno/una puede sentirse catalán, vasco, gallego o español, por la lengua que suele hablar con más frecuencia o por otras características culturales, y, por supuesto, no ser nacionalita. Es más, prosigue FFB: «si se admite la diferenciación que acabo de hacer, se puede perfectamente ser racista o xenófobo y no ser nacionalista; y se puede ser tolerante y antirracista y ser al mismo tiempo nacionalista». En el plano estrictamente cultual, el paso del sentimiento de pertenencia al racismo o a la xenofobia se da cuando «la afirmación de las identidades y de las diferencias implica desvaloración, desprecio o minusvaloración de otros pueblos, países, gentes o costumbres».

FFB matiza aún más su anterior consideración: en el mundo actual es muy verdadero que la correlación entre racismo y/o xenofobia y nacionalismo político suela ser fuerte «pero no siempre es así, no siempre ha sido así, no tiene por qué ser necesariamente así. De hecho, el nacionalismo político «ni siquiera depende siempre de la afirmación, por ejemplo, de que hay culturas superiores a otras». Hay personas concluye FFB este punto, «muy respetables» añade generosamente, que comparten esta última afirmación sobre superioridad cultural, «habiendo partido del reconocimiento de las diferencias e incluso aceptando un cierto relativismo cultural», que no serían racistas ni tampoco nacionalistas.

La quinta tesis es un reconocimiento explícito de las reflexiones de Bertrand Russell, otro de sus referentes. El sentimiento «de pertenencia o enraizamiento (Russell lo llamó en una ocasión «nacionalismo cultural») es sano y racionalmente defendible siempre», tanto más, añade FFB, en un mundo tendente de forma creciente a la uniformización «que se está llevando por delante lenguas, culturas, hábitos y costumbres muy respetables».

¿Dónde está., pues, lo discutible, lo criticable acaso? En el nacionalismo político «por lo que tiene de exceso en la afirmación del sentimiento de pertenencia, de exclusivismo y de cristalización intolerante de este sentimiento». Cuando Russell escribía sobre este vértice, tenía enfrente numerosos ejemplos en la historia de Europa. Desde entonces los ejemplos se habían multiplicado, apunta FFB.

Conclusión: el punto de vista del autor de los Principia Mathematica le parecía al autor de Poliética «doblemente razonable en general».

La sexta observación es una neta consideración brechtiana, del Brecht de «Diálogos de fugitivos»: de todas las enfermedades sociales el nacionalismo político es la peor, se contagia a contrario, y acaba convirtiendo en nacionalistas (de la otra nacionalidad) «a muchas personas que en principio no lo eran». Hay o puede inferirse un corolario aún más grave: se acaba llamando nacionalista -de otra nacionalidad- «a toda persona que no comparta el nacionalismo político de la propia nacionalidad».

Esta, señala FFB, es una lógica perversa puesta en práctica todos los días «en los últimos tiempos», sobre todo en tiempos próximos a contiendas electorales «en las que se presenta a los ciudadanos la situación como si sólo hubiera un eje único de discusión: el de pertenencia o identificación con la nacionalidad propia» (Insisto: no me he equivocado, el papel comentado no está escrito en los últimos meses de la vida del autor).

En la séptima observación FFB desciende a territorios más concretos. Ha habido y hay naciones y naciones, y también, por supuesto, nacionalismos y nacionalismos. Si nos fijamos solo en las palabras, «resultaría que el dicho del Che y Fidel Castro, «Patria o muerte» es igual a lo dicho por José Antonio Primo de Rivera sobre la «España libre» o al dicho de Millán Astray «Viva la muerte» (contra los intelectuales destructores de la unidad de la patria)».

A poco que se piense se verá, sostiene el autor de la Crítica al marxismo científicista, «que ambos dichos tienen poco que ver. En el primer caso, lo que se está exigiendo es respecto al grande, al grandísimo, para una nación pequeña». En el segundo, se trata de otra cosa, de una cosa muy distinta, se estaba apuntando que España, además de libre (por supuesto, añade FFB, del socialismo, del comunismo, del anarquismo y de la democracia sustantiva) tenía que ser «grande» (es decir, imperial) y «una» (es decir, sin más nacionalidades que la titular del Estado). Nada, nada que ver a con z, Guevara con la señora Aguirre. Identificar las dos cosas, concluye, y criticarlas por igual en esto, independientemente de las notas críticas que se quieran apuntar sobre Cuba y el castrismo, es para FFB un verdadero suicidio del pensamiento racional (la expresión es excelente).

La octava tesis sostiene que hay y ha habido naciones grandes y opresoras y naciones pequeñas e históricamente oprimidas, y nacionalismos opresores y nacionalismos de pueblos oprimidos. Moral y políticamente está justificada esta distinción señala el traductor de Valentino Gerratana. Con independencia de consideraciones sobre adónde puede llegar a conducir en su día el nacionalismo político de la nación pequeña (a FFB tampoco se le escapa este sendero), «se puede (y seguramente se debe) estar a favor de quienes reivindican políticamente la propia identidad frente a la nación grande y oscura».

El anterior es un principio compartible aún antes de la afirmación de las opciones políticas de cada cual. Es uno de esos principios que, en su opinión, «hoy en día, no es derechas ni de izquierdas, sino de la razón práctica de la humanidad». De ahí, señala, que la mayoría de las gentes hayan estado a favor de las luchas de liberación (con componente nacionalista) en el Tercer Mundo.

La novena tesis aclara que lo señalado sobre nacionalismos de la nación grande y de la nación pequeña «no implica aceptar en lo concreto, en la práctica, lo que se rechaza en el plano teórico general: los nacionalismos políticos». ¿Qué significa entonces? Pues reconocer que no todos los nacionalismos políticos son iguales.

La pregunta se impone con fuerza: si uno no es nacionalista, de ninguna nacionalidad, pero acepta que hay nacionalismos que tienen su justificación histórica; ¿qué debe hacer?, ¿cómo debe comportarse?

La mejor respuesta a estas preguntas, señala FFB, tiene un nombre, sigue teniendo un nombre: Vladimir Ilich Ulianov [4]

Lenin había dicho cosas muy contundentes que ya en aquel entonces no se solían recordar. Ni siquiera por la izquierda. FFB recordaba algunas de ellas: «Plena libertad de separación, la más amplia autonomía local (y nacional), garantizar en detalle los derechos de las minorías nacionales: tal es el programa del proletariado revolucionario» [1917]. «En todo nacionalismo burgués de una nación oprimida hay un contenido democrático general contra la opresión. Y a este contenido le prestamos un apoyo incondicional al mismo tiempo que rechazamos la tendencia al exclusivismo nacional, y luchaos contra la tendencia del burgués a oprimir al hebreo, etc» [1917] «El centro de gravedad de la educación internacionalista de los obreros en los países opresores debe consistir fundamentalmente en la propaganda y defensa de la libertad de separación para los países oprimidos. En cambio, el socialdemócrata de una pequeña nación tiene el deber de poner el centro de gravedad de su actividad en la unión libre de las naciones» [1916]

FFB cierra su reflexión con una última tesis, una norma poliética para la acción. Donde Lenin decía obreros, partido revolucionario, etc nosotros podemos decir hoy trabajadores y ciudadanos en general, izquierda digna de tal nombre, añade el autor de Marx sin ismos. Entonces puede derivarse el siguiente plan de acción para todos los días de la semana, del año y de la década: «defensa, en Madrid, del derecho de las naciones a la autodeterminación (no por nacionalismo de ningún tipo sino por coherencia con el principio democrático) y defensa, en Barcelona, Bilbao, Santiago, etc, del principio federal, confederal, federativo, o cómo se quiera decir, en un sentido solidario. A partir de ahí quedan las concreciones (cómo se hace eso y cómo se articula) pero con ese punto de partida sabríamos al menos que podemos discutir racionalmente». Buen leninismo, en el mejor sentido de la palabra que sin duda lo tiene.

El autor del material comentado, «Nacionalismos», uno de los grandes marxistas-comunistas de la segunda mitad del XX y de la primera década del XXI, no finaliza su reflexión con ninguna pregunta. El autor-plagiador de esta nota sí: ¿no sería bueno, justo, conveniente, necesario incluso, atender a estas consideraciones en Valladolid, Madrid, Sevilla, en Barcelona, sobre todo en Barcelona, para discutir racionalmente y desde el punto de vista de los más desfavorecidos y de una izquierda digna de tal nombre, como diría el inolvidable autor de Leyendo a Gramsci, sobre un asunto de tanta trascendencia política que tanto separa o puede separar a las clases trabajadoras?

Notas:

[1] De la documentación próximamente depositada en la biblioteca de la UPF.

[2] Nada que ver con otro tipo de «realismo». Sobre estos realismos, de neta e insana pulsión nacionalista, se manifestaba así de crítico Manuel Sacristán en 1980 («Realismo progresista», mientras tanto, n. 5, pp. 4-5): «El realismo de los que fueron progres es la aceptación de la realidad ahora dada… El realismo de estas actitudes, que puede y suele encubrirse con ironías y desplantes populistas, es un indicio más del imperio creciente del pensamiento conservador. Es el mismo realismo de la política realista, de buen sentido y correcta administración, que ha llevado ya a cada ser humano a disponer del equivalente de tres mil kilos de explosivo convencional para que lo vuelen. En aras de un sentido nada etéreo de la realidad. En este plan de las cosas mayores, un ex-progre barcelonés presenta uno de los ejemplos mas bonitos -como diría un anátomo-patólogo- de completa inserción en el razonamiento de la insania realista. Preguntado sobre la cuestión de las centrales nucleares,… contesta que son inevitables y, moviéndose como pez en el agua en la realidad que él, hombre competente, «ha estudiado» (y, además, «en Francia») ofrece una buena solución realista para catalanes: ‘yo he estudiado el tema en Francia y he visitado centrales. Y, para los catalanes, creo que, ya que las centrales son inevitables, lo mejor sería colocarlas en Soria, o al otro lado de los Pirineos…»

[3] FFB habla con detalle de ese tratado en su libro «Para la tercera cultura. Ensayo sobre ciencia y humanidades» (de próxima edición).

[4] Con acuerdo también en este punto con Sacristán. En 1976,en su presentación de la edición castellana de los Poemas y canciones de Raimon señalaba el autor de Sobre Marx y marxismo : «Me siento algo incómodo al ver reproducida en esta edición para lectores de lengua castellana la nota que escribí en 1973 por cordial encargo de Raimon. Alguna gente de izquierda en sentido amplio (yo diría que en sentido amplísimo), creyéndose inminentemente ministrable o alcaldable, considera hoy oportuno abjurar sonoramente de Lenin. No pretendo ignorar los puntos del leninismo necesitados de (auto-)crítica. Pero por lo que hace a la cuestión de las nacionalidades, la verdad es que la actitud de Lenin me parece no ya la mejor, sino, lisamente, la buena. Ahora bien: una regla práctica importante de la actitud leninista respecto del problema de las nacionalidades aconseja subrayar unas cosas cuando se habla a las nacionalidades minoritarias en un estado y las cosas complementarias cuando se habla a la nacionalidad más titular del estado. A tenor de esa regla de conducta, tal vez sea un error la publicación en castellano de mi nota de 1973, dirigida primordialmente a catalanes. Espero que no sea un error importante. Y me anima a esperarlo así la acogida de mis paisanos madrileños a Raimon en este suave y confuso invierno de 1976».

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.